32

 

 

Nada más entrar en el piso, Gorka me alzó en brazos y me empujó contra la pared buscando mi boca con desespero. Recordé el último día que habíamos acabado follando ahí en medio y también que a la media hora llegó su hermano con Thiago y Luis.

—Gorka...

—Mmm...

Él seguía besándome como si se fuera a acabar el mundo y cuando una de sus manos se introdujo por dentro de mi camiseta lo detuve.

—En tu habitación —le dije con suavidad.

—Lo que mande mi chica.

Me llevó hasta allí a pulso y al cerrar la puerta oímos la de la entrada.

—Es mi hermano —dijo empujando mi cuerpo con delicadeza hacia su cama.

—¿Viene solo? —pregunté pensando en Thiago de nuevo.

Gorka me miró a los ojos, como si buscara algo.

—No lo sé, ¿por qué?

—No, no, por nada. No me gustaría que estuvieran pendientes de nosotros —mentí descaradamente.

—No te preocupes, te haré gritar flojito —murmuró con su boca en mi cuello.

Gorka bajó su mano hasta mi entrepierna y pensé que iba demasiado a saco, pero... ¿desde cuándo pensaba que iba demasiado rápido? Lo nuestro siempre había sido así: preliminares pocos.

Su mano se introdujo en mis braguitas y buscó mi punto débil. Cerré los ojos, intentando concentrarme, pero cuando Gorka empezó a acariciarme me sentí incómoda. ¡¡¡Joder!!! ¿Qué leches me ocurría?

Unos repentinos golpes en la puerta nos separaron.

—¿Gorka?

Era Lander.

—Estoy... ocupado, ¿qué quieres?

—Vamos a hacernos una rayita, ¿te apuntas?

Miré a Gorka abriendo los ojos.

—No, no. Ya hablamos luego —dijo sin dejar de mirarme.

—¿Una rayita? —le pregunté levantándome de la cama y colocándome bien la falda.

—Eh... Yo qué sé, el otro día pillamos coca y tenemos ahí un par de gramos.

—¡Ah! Muy bien. ¿Miro también debajo de la cama a ver si tienes a otra escondida?

—Vamos, Alexia, todo el mundo toma coca de vez en cuando.

—Todo el mundo —repetí flipada.

Conocía a Gorka desde hacía casi medio año y no tenía ni idea de esa faceta suya. A decir verdad, nos conocíamos poco, pero quizá podía haberme dicho que esnifaba mierda de esa, ¿no?

—¿Por eso vas como una moto? —le escupí crispada.

—¿Qué dices? No tomo siempre, Alexia. Y si estoy excitado contigo, es por ti, no por la coca.

Dio un paso hacia mí y yo di otro hacia atrás.

—A ver, nena, nos metemos alguna que otra raya, no hay más. Y si la pruebas, verás que no es para tanto.

—La he probado —le corté tajante.

—¿Ves? ¿Y qué? Solo es coca.

Lo miré como si no lo conociera en absoluto. «Solo es coca... No me jodas, hombre.»

—Entonces si yo me metiera esa mierda no te parecería mal.

—No, claro que no.

—¿Y si me chuto algo? ¿Heroína?

Arrugó la nariz como si hubiera dicho una gran barbaridad.

—Joder, Alexia, no exageres, coño. Eso lo hacen los colgados. No compares una cosa con la otra.

—Son drogas, punto —le dije yendo hacia la puerta.

Gorka me alcanzó antes de que pudiera salir y me cogió de la cintura abrazándome. Sabía que adoraba sus abrazos y se aprovechaba de ello. Me habló con sus labios en mi cuello y con un tono muy suave.

—Vamos, cielo, no te cabrees. No le des importancia a algo que no la tiene. Tú y yo estamos por encima de eso y vienes aquí porque...

Su mano volvió a buscar mi sexo y me dio un leve pellizco que me estremeció.

—... nos lo pasamos bien... y yo necesito estar dentro de ti...

Con maestría me bajó las braguitas y colocó su sexo de tal manera que rozaba el mío. El calor me atrapó y, aunque en mi cabeza seguía mosqueada, el deseo por sentirlo pudo más.

Se colocó el preservativo con su habitual rapidez y entró dentro de mí despacio, como a mí me gustaba. Gemí echando la cabeza hacia atrás.

—Alexia..., me tienes loco...

Sus labios se juntaron con los míos y su lengua recorrió mi boca a la vez que empezó a embestirme con más dureza. Sentía mi cuerpo contra la puerta al golpearla, pero no paramos, ya no podíamos parar, aunque quizá al otro lado su hermano pudiera estar oyéndonos.

—Sí... Alexia..., déjame que te folle duro...

Gorka sujetó mis nalgas con sus manos y acabó con algunas arremetidas más hasta que gemí sintiendo que el orgasmo recorría mi cuerpo entero.

Había logrado desconectar y dejarme llevar, pero no dejaba de ser un polvo rápido y casi desesperado. ¿Era eso lo que realmente quería?

 

 

—¿Estás bien? —Gorka estaba recostado en su cama y yo en su pecho, ambos vestidos.

—Sí, ¿tienes un cigarro?

—Claro.

Me pasó la cajetilla y el mechero que sacó de uno de los cajones. Me encendí un cigarrillo y él hizo lo mismo. Colocó el cenicero a nuestra izquierda.

—Alexia.

—¿Mmm?

—¿Te tiraste a Thiago el jueves?

Vaya, directo al grano.

Di una bocanada y saqué el humo sin prisas.

—No...

—¿Estás segura? —insistió.

Me volví para verle los ojos.

—Segurísima. ¿Por?

—Te vi entrar con él y pensé que os habíais enrollado.

Su tono neutro no me gustaba nada. Hubiera preferido que lo dijera cabreado o mosqueado o yo qué sé.

—Pues te equivocaste. No me encontraba bien y estuve con él hasta que se me pasó un poco. Nada más.

—Reconocerás que resulta un poco raro...

—Joder, Gorka. El que está raro eres tú. Que yo sepa tú andabas con una tía en la disco y yo no te he dicho nada. ¿Desde cuándo nos pedimos explicaciones? ¿Somos pareja o qué?

Me separé de él y seguí fumando con el ceño fruncido.

—Alexia, llevamos juntos unos cinco meses, ¿qué quieres que haga? ¿Hago ver que me la pela si te veo con otro? ¿Qué pensarías entonces de mí? ¿Que me suda la polla lo que hagas? ¿Es lo que quieres? —preguntó molesto.

Fumé nerviosa y apagué el cigarro.

—No sé. —Me levanté de la cama y me calcé mientras le hablaba—. No sé qué quiero, pero que me controlen no, eso seguro.

—Está bien. Fóllate a toda la puta universidad —dijo alzando las manos.

—Creo que la coca te sienta mal —le dije para tocarle los cojones.

Abrí la puerta y salí dando un portazo. Lo último que me faltó fue ver a Lander echándose unas risas con Luis en el salón. De puta madre.

—¡Hasta luego, cuñá!

—Hasta luego —les dije saliendo rápidamente de allí.

—¡Alexia, espera! —Gorka me siguió escaleras abajo y me pilló en el portal.

—Ya hablaremos —dije malhumorada.

—Alexia, por favor, no te vayas así...

Su tono dulce regresó y lo miré a los ojos con rencor.

—Te lo voy a decir solo una vez más: tú y yo follamos, si te está bien, perfecto. Y si no, lo dejamos aquí y ahora.

Era un ultimátum.

Gorka me miró serio. Lo estaba pensando. ¡Mierda!, y si lo estaba pensando era porque para él aquello significaba más que para mí. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Tan lista que me creía a veces...

—Está bien —dijo poco convencido.

Me cogió el rostro con ambas manos y sus ojos me miraron buscando algo que no había... Yo no sentía nada por él, o nada en el plano romántico.

—No quiero pelearme más —susurró con su habitual tono relajado.

—Ni yo —dictaminé más calmada.

 

 

De camino a casa mi cabeza iba a mil por hora pensando en todo aquello.

¿Podía ser que buscara en Gorka el cariño que me faltaba en mi vida diaria? La mayoría tenía el amor de su familia, de su madre, de su padre, de sus hermanos y de sus abuelos. Yo no tenía nada, absolutamente nada de eso. En mi casa, simplemente tenía el cariño de un gato.

No estaba enamorada de Gorka, pero me gustaba estar con él y era cierto que él demostraba su afecto sin cortarse un pelo. Y me encantaba que fuera cariñoso, que después de follar le gustara estar abrazado a mí o que de vez en cuando nos pasáramos un buen rato charlando de nuestras cosas. Jamás me había pedido más y ahora no entendía qué paranoia le había entrado. Me había visto con Thiago, vale. Pero yo también lo había visto a él con un pibón, e incluso había llegado a pensar que se había liado con ella.

Ahí radicaba la diferencia: a mí me daba igual; a él no. Joder, joder. ¿Debería dejarlo con él? No quería hacerle daño, ni quería que sufriera ni quería que se enamorara de mí, porque el sentimiento no era recíproco. Yo me conocía de sobra y sabía que Gorka no era esa persona con la que deseas pasar el resto de tu vida. Con Gorka estaba en mi zona de confort, estaba cómoda y era todo sencillo. Yo siempre había imaginado que con el hombre de mi vida las cosas debían ser mucho más intensas, tanto que no fuera capaz de pensar en nada más que en él.

Y eso no me había ocurrido nunca. Tampoco me preocupaba. Tenía dieciocho años y me quedaban muchos por delante para encontrar al chico de mis sueños.

Ese chico especial, distinto, con un toque divertido, guapo, listo, encantador... ¿Estaba describiendo a Thiago? Me reí para mis adentros. Qué tonta estaba con él y qué poco me costaba relacionarlo todo con su nombre.

Lo de las notitas en la biblioteca me había resultado de lo más divertido y sus escritos en aquella pizarra... Thiago era realmente diferente y eso me atraía. Con ese cuerpo y ese rostro casi perfecto, había pensado que era el típico chulo de playa que te vacilaba a la que podía y que intentaba llevarte al huerto para sumar una conquista más. Pero Thiago era un tipo curioso: daba la impresión de que era bastante serio, aunque en realidad era muy ocurrente y gracioso.

Había quedado con él para tomar una cerveza. ¿Y si acababa pillada por él? Más me valía tener las cosas claras, no quería sufrir más.

Me sonó el móvil: tenía un mensaje de Thiago. Así era complicado no pensar en él... Me había pasado el enlace de «Enamorada» de Pedrina y Rio y sonreí como una lela.

Peligro, Alexia...