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—Loca... —me dijo Lea.

Estábamos las dos en mi habitación, yo leyendo en mi cama y ella mandando mensajes con el móvil en la otra cama que había debajo de la mía.

—¿Y el tipo aquel de Instagram? —preguntó con curiosidad.

—Hablé con él el domingo. Es un tío listo y divertido.

—Que no te salga rana, como a mí. ¿Has pensado en quedar con él? Yo podría acompañarte.

—Tú te apuntas a un bombardeo, pero no, de momento no vamos a quedar. No quiero que se rompa la magia.

—¿La magia?

—Sí, la magia, Lea. ¿Y si después me llevo un chasco como tú? ¿Y si no es lo que parece?

—Claro, ¿y si no está igual de bueno que Thiago? —comentó a la vez que toqueteaba su móvil.

—Eso no es lo principal, aunque sí, para qué negarlo, si no me gusta un helado no me lo voy a comer.

—¿Hablas de helados o de mingas?

—Joder, Lea. Siempre acabamos hablando de trancas.

—¿Es que hay algo mejor que eso?

Nos reímos las dos.

—Voy a ver si lo pillo...

Lea había despertado mi gusanillo por saber de D. G. A. Últimamente no miraba tanto Instagram, estaba demasiado ocupada con... con Thiago, Nacho, Gorka... Me reí yo sola.

—Le podrías pedir una foto, así sabrás si es un trol.

—Y que me ponga la de un modelo, sí, claro.

—Pues yo qué sé, sus ojos o alguna parte, y no me refiero a la minga dominga.

—No sé, Lea, ya veremos. De momento me hace reír, que ya es mucho.

—Pues sí, con lo siesa que eres...

—¡Eh! —Le di un manotazo en el culo y Lea se rio.

Tenía un par de mensajes de D. G. A.

 

Me gustó nuestra charla sobre Él, sobre Ella, sobre el Amor...

 

Por cierto, me preguntaste si era un chico, ¿y tú? ¿De qué especie eres? ¿Eres de nuestro planeta? ¿Eres real? ¿O eres un sueño? ¿No serás un robot virtual de esos que crean para hacerle a uno feliz?

 

Me reí en voz alta y Lea me miró.

—Este tío es lo más —le dije justificándome.

 

Si soy un sueño, me siento muy viva, no me fastidies. A mí también me gustó saber que crees en el Amor, supongo que en tu vida real no es algo que vas compartiendo con todo el mundo.

 

Si era un tipo de aquellos melancólicos que siempre andaban mostrando sus sentimientos a todo hijo de vecino, me podía dejar de hacer gracia en cero coma cero segundos. Me gustaban los chicos que sabían expresar lo que sentían, pero no los que lo usaban como una tarjeta de presentación para ligar. No lo soportaba.

—Pídele los ojos —comentó Lea volviéndose hacia mí.

—En bandeja —le repliqué, divertida.

Aproveché para responder a un par de amigas virtuales con las que había leído algún libro de forma conjunta.

—Los ojos son el reflejo del alma. —Lea seguía con lo suyo.

—¿Ah, sí? ¿Y los de Dani qué te decían? ¿No sé ni hacer la o con un canuto?

—A ver..., que la foto era borrosa y que una cagadita la puede tener cualquiera, digo yo.

—D. G. A. me dijo que tuvieras más cuidado.

Lea me miró frunciendo el ceño, pero seguidamente cambió el gesto a una de sus bonitas sonrisas.

—¿Le has hablado de mí?

Me reí al ver su cara de ilusionada.

—Le comenté lo de Dani, así por encima.

—Pues la próxima vez le hablas de mi salero, petarda.

Nos reímos las dos.

—Míralo, aquí está... —le dije volviendo la vista al teléfono.

—Y dile también que soy muy mona y que tengo un culo perfecto.

—Ahora se lo digo —le dije prestándole poca atención.

 

En mi vida real jajaja. ¿Instagram es una realidad paralela?

 

Jajaja ya me entiendes...

 

En mi otra vida, en aquella que soy un GEO con cuerpo de bombero, me cuesta más soltarme, totalmente cierto. ¿Y tú, cómo eres?

 

Llevo dos alitas en la espalda porque soy una modelazo de Victoria’s Secret. Aparte de ese detallito insignificante, no soy la persona más sociable del mundo. Podríamos decir que me cuesta confiar en la gente.

 

Esto se estaba poniendo intenso, ¿no?

 

Entonces puedo sentirme halagado de que me confíes todo esto sin apenas conocerme. ¿Me pasas tu book? Jajaja.

 

Jajaja, cuando quieras, aunque te aviso que puede darte un infarto, tú mismo. Sobre lo otro, aún tengo muchos secretos...

 

La verdad era que no me costaba mucho abrirme a él. D. G. A. era alguien sin rostro, alguien que estaba al otro lado, alguien que no sabía nada de mi vida. Quizá por eso me sentía tan cómoda. La parte oscura de mi vida no existía con él. Mis secretos estaban a buen recaudo.

 

Tus secretos. Quiero descubrirlos...

 

Me pareció incluso escucharlo. «Quiero descubrirlos...»

 

Está bien, solo tres secretos y que sea un quid pro quo. ¿Hecho?

 

Solo tres, hecho.

 

Secreto número uno. Tengo pesadillas.

 

Lo escribí casi sin pensar, pero por lo visto necesitaba sacarlo, ¿y a quién mejor que a un desconocido?

 

¿Pesadillas del tipo veo fantasmas o del tipo me persiguen por la calle y no me sale la voz de la garganta?

 

Pesadillas reales. Sufrí un accidente de coche, grave, y desde entonces no duermo bien.

 

¿Has buscado ayuda?

 

No.

 

Ya no me apetecía hablar de aquello. ¿Para qué había abierto la boca? Resoplé agobiada.

—¿Todo bien? —me preguntó Lea al oírme.

—Sí, sí.

 

Vale, tienes pesadillas de algo que no quieres hablar. No es solo por el accidente.

 

Lo leí una vez más, despacio. Vaya, sabía entender un simple «no».

 

Es complicado. Es un tema del que no me gusta hablar. Es algo mío, ¿entiendes?

 

Entiendo. Me quedo con tu secreto número uno: tienes pesadillas. Tal vez en el número dos me descubras algo más.

 

Sonreí. Me gustó mucho que no me presionara, que no preguntara y que no insistiera en saber más.

 

Grito por las noches, me despierto y a veces lloro. Después me cuesta dormirme pensando en ello.

 

Te propongo algo: cuando te pase eso, si tienes ganas, me buscas.

 

Jajaja, ¿te mando un mensaje?

 

Eso es. Tal vez te distraigas e incluso tal vez tengas alguna sorpresa...

¿Sorpresa?

 

¡Ah! Ese es mi secreto.

 

Me reí de nuevo.

 

Gracias, Apolo. Eres un encanto.

 

Se lo dije de corazón.

 

De nada, peque. Gracias a ti por confiar en mí.

 

Hora de dormir, buenas noches.

 

Buenas noches, nena.

 

Nena..., nena... ¡Ay! Que D. G. A. empezaba a adentrarse en mi cabeza sin apenas darme cuenta.

Cuánto coqueteo últimamente: Thiago, Apolo... Hablemos claro, tenía dieciocho años y mis sentimientos estaban a flor de piel. Era lo normal, digo yo. ¿Cuándo iba a tontear de ese modo? ¿A los setenta o a los ochenta? Dudaba que entonces tuviera tantos pájaros en la cabeza, así que el momento de las locuras era aquel. Acababa de salir de la adolescencia y tenía un pie en el mundo de los adultos, pero mientras tanto iba a pasármelo bien. Tampoco hacía nada malo porque con Thiago no tenía compromiso alguno y con Apolo menos. Nos estábamos conociendo y no había ninguna norma escrita que dijera que no podías conocer a más de un chico a la vez.

Thiago me gustaba muchísimo: su mirada, sus ojos verdes, su pose tranquila, su madurez, esa forma tan clara de hablar...; todo, vamos, que me gustaba todo. Por su parte, D. G. A. tenía ese punto de misterio que implicaba hablar con alguien sin saber ni cómo era. Además, era listo, ocurrente y me transmitía buenas sensaciones. En ese momento no sabía a cuál de los dos habría elegido, porque si hubiera tenido que guiarme por sus conversaciones, los dos me atraían por igual. Aunque, siendo realistas, lo más probable era que Thiago ganara por goleada: estaba muy muy bueno el tío.

—Me estoy sobando —comentó Lea dejando el móvil.

—A dormir se ha dicho —le dije dejando también el mío.

Apagué la luz y cogí la mano de Lea. Ella murmuró un buenas noches y yo le di un beso en la mejilla.

—Buenas noches...

 

 

Un ruido atronador me despertó y vi a los pies de mi cama una figura. ¡Era mi padre!

—¿Papá?

—Cariño, debes ceder...

—No, papá... Tú, tú me abandonaste.

—Cariño, lo hablamos. Las cosas se pondrán en su sitio.

—No, papá, ya nada estará en su sitio, ¡nunca! ¿Me oyes? ¡Nunca!

—Cariño, necesito verte.

Empecé a llorar desconsoladamente al oír su tono de súplica.

—Papá...

—Alexia, en la pierna solo tienes una cicatriz. Donde había una herida grave ahora hay una simple marca.

Lo miré con los ojos llenos de lágrimas.

—Esto es lo mismo, cariño.

—¡No! Hiciste como mamá. Te fuiste. Me dejaste. ¡No me quieres!

—Sabes que no es verdad. Sabes que te quiero como a nadie y durante diecisiete años te lo di todo. El accidente solo cambió nuestra situación, pero en tu corazón sabes que sigo ahí, por eso te dejé...

—No, no, no...

—Cariño, escúchame. Solo eso.

—Yo no tuve la culpa, papá. No la tuve.

—Lo sé, lo sé...

—¡¡¡Desapareciste!!! No puedo perdonarte...

Mi padre alargó la mano y cuando quise tocarlo se convirtió en un humo negro que envolvió mi muslo. Sentí que aquello me apretaba tanto que empecé a pensar que me iba a cortar la pierna y grité con todas mis fuerzas.

—¡¡¡Papáááááá!!!

 

 

—Alexia... ya, ya está...

Lea me abrazó con cariño y yo busqué mi cicatriz esperando encontrarla abierta. No..., todo había sido un mal sueño de los míos.

—¿Estás bien? —me preguntó ella.

—Sí...

No era cierto. Estaba sudando y respiraba con dificultad. Enfrentarme a la noche cada vez era más complicado y no quería tener miedo también a dormir. Sabía que necesitaba descansar, pero aquellos sueños tan reales me ponían los pelos de punta. ¿Cuándo acabaría todo aquello?