Aquel martes Lea y yo nos sentíamos como Katniss en los Juegos del hambre: fuertes, invencibles y con nuestro arco preparado. Aquella cita a cuatro con los dos guaperas de cuarto nos tenía de muy buen humor y con ganas de que llegara la tarde.
Lea no comentó nada de mis gritos nocturnos y se lo agradecí porque no quería darle más a la cabeza. Me había costado una hora larga volver a coger el sueño, y eso que Lea estaba a mi lado. No quise analizar las palabras que habíamos cruzado mi padre y yo en sueños, sabía a qué se refería. Pero las cosas no eran tan fáciles. Me habían hecho demasiado daño, me había sentido traicionada y además me habían dejado en manos de mi madre, la persona menos apropiada para estar conmigo tras el accidente.
No había tenido noticias de ella desde que había salido por la puerta del dúplex. Si algún día le pasaba algo, tardaría en enterarme, porque ella hacía su vida y yo la mía. La llamaba mamá, pero en realidad no se lo merecía porque de madre tenía lo mismo que yo de piloto de carreras. Pero no iba a llamarla por su nombre, jamás.
—Hola...
Se nos unió Adri por el camino y me hizo gracia verlo algo tímido.
—¡Adrián! ¿Dónde vas tan guapo? —le preguntó Lea sonriendo.
Llevaba unos vaqueros muy ajustados y una camiseta blanca que marcaba su cuerpo y resaltaba su tono de piel moreno.
Pasó una de sus manos por su pelo afro y le sonrió.
Ay, qué monos, me moría de amor con los dos. ¿No se daba cuenta Adri de que se la comía con los ojos?
—Es que esta tarde tengo una cita —se atrevió a decir.
Lea soltó una risilla coqueta.
—Qué suerte la de esa chica...
—Quizá la suerte sea mía...
En una película hubieran volado a su alrededor un puñado de corazones y hubiera sonado algo como... «Llegaste tú» de Sofía Reyes.
«Y es así que dejamos todos los miedos en el camino. Y es así que nos damos...»
Me aguanté la risa.
—¿Qué os parece si quedamos en El Rincón? —le preguntó Lea.
—¿Dónde está eso?
—Es el bar de mi primo. —Thiago nos asustó a los tres cuando nos habló por detrás.
Nos volvimos y mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿Es una buena idea? —me preguntó a mí refiriéndose a Adam.
—Tu primo está de vacaciones —respondí dejándole espacio para que se colocara a mi lado.
—¿Es donde trabaja Adam? —dijo Adrián.
—¿También lo conoces? —quiso saber Lea.
—Sí, claro. Lo sé todo del amigo —respondió él con sorna.
Ellos dos se miraron y su sonrisa cómplice me recordó a la mía con Lea.
Thiago me miró de reojo con su media sonrisa.
—¿Te gusta Eminem? —me preguntó en un tono más bajo.
—¿A mí? Qué va —respondí bromeando.
—Novata, no me vaciles...
Su mano rozó la mía sin querer. ¿O quizá fue queriendo? No lo sabía, pero sentí que me moría por tocarlo, por coger esas manos y por sentirlas en mi piel.
—¿A ti? Dios me libre —le dije alargando mi sonrisa.
—Creo que alguien está de muy buen humor.
Nos miramos unos segundos y nos sonreímos.
—¿Qué tal el pádel? —le pregunté entrando en el edificio.
—Bien, más tarde vi a tu amigo.
—¿Qué amigo?
—A Gorka.
Lo miré sorprendida.
—¿Y quieres decirme algo con eso? —le pregunté intentando sonar indiferente.
Thiago me miró más serio.
—Eh, no es asunto mío, creo.
—¿De qué hablas?
Uy, uy, ¿qué pasaba allí?
—No quiero meterme, Alexia. Quizá debería explicártelo él.
—¿Meterte en qué?
—En vuestra relación. —Thiago seguía igual de serio.
Llegamos al bar y sus amigos lo llamaron.
—¿Me lo explicas esta tarde? —le pregunté, y no respondió—. Por favor.
—Está bien —contestó no muy convencido.
¿Qué sabía Thiago de Gorka? ¿Mi relación? No había ninguna relación, o no tan seria como para que me pudiera joder que Gorka estuviera con alguna chica allí. Éramos libres, los dos. En eso habíamos quedado la última vez.
Vale, pues si antes tenía ganas de que llegara la tarde, en ese momento quise que pasaran las horas volando. Y más o menos fue así. La hora de Italiano, la de Metodología y la tercera con Peña pasaron con rapidez y en la media hora de descanso nos fuimos a tumbar en el césped de la facultad, para tomar el sol de septiembre y escuchar las anécdotas de Max.
Estaba claro que de los cuatro era el que le daba más a la lengua. Con él y Lea la charla estaba asegurada, y yo, aunque iba siguiendo el hilo de sus conversaciones, aprovechaba aquellos momentos para pensar en mis cosas.
¿Había llegado el momento de dejar a Gorka? Hasta entonces yo me había sentido cómoda con él, sin pedir explicaciones ni tener que darlas, pero últimamente Gorka parecía otro. Además estaba el tema de la coca, que no me hacía ni puta gracia. A mí no me afectaba directamente, pero que tomara aquello decía muy poco de él.
—Bonita... ¡Hola, gente!
Levanté la vista y vi a Nacho, que se sentó a mi lado. Los demás lo saludaron.
—Nacho, ¿qué tal? —le pregunté.
—Ahora mejor —comentó alzando ambas cejas.
—Una frase muy manida —repliqué sonriendo y cerrando los ojos de nuevo.
—Tienes razón, déjame cambiar.
Pensó unos segundos y se acercó a mí. Lo miré: se había recostado en su brazo y me miraba con una sonrisa en los ojos.
—Miedo me das —dije soltando una risilla.
—Es que estás para hacerte una foto, pero no me vas a dejar —dijo frunciendo el ceño mientras rebuscaba algo en una mochila azul—. Aquí está mi chica.
Me mostró una funda de donde sacó una cámara réflex de tamaño medio.
—¡Vaya! ¿Y eso? —le pregunté volviéndome hacia él con interés.
—Es un pasatiempo, pero me gusta.
—A ver...
Me pasó la cámara y le eché un vistazo. No era como la de mi padre, pero parecía buena.
—¿Puedo? —le pregunté enfocándolo.
—Si tú puedes, yo también puedo.
Me reí y no respondí. A mí no me importaba que me hicieran fotos, estaba más que acostumbrada a la cámara de mi padre desde bien pequeña.
Nacho se peinó el pelo hacia un lado y me hizo sonreír. «Presumido...» Le di al disparador y le hice un par de fotos. Las miramos juntos y puso cara de sorprendido.
—No se te da mal —comentó entusiasmado.
—Mi padre me enseñó —le dije con nostalgia.
—Ahora me toca a mí.
Me enfocó y yo le sonreí. El recuerdo de mi padre haciendo aquello mismo me atrapó y suspiré.
—Eres superfotogénica —dijo Nacho mirando la foto en su cámara.
—Gracias, tú tampoco has salido mal —contesté divertida.
—¿Haces algo esta tarde? —preguntó de repente.
—Eh..., sí, he quedado —respondí apartando la vista de sus ojos.
—¿Se me han adelantado? —preguntó acercándose a mi rostro.
Volví a mirarlo, realmente estaba cerca.
—Algo así —dije apartándome un poco.
Nacho colocó uno de mis mechones detrás de mi oreja y su dedo recorrió mi mejilla hasta mi cuello. No era de piedra, a ver, pero no quería enrollarme con él en ese momento y menos ahí en medio. Sus ojos decían todo lo contrario.
—Nacho —le avisé.
—No puedo resistirme —dijo con voz ronca.
Realmente Nacho sabía embaucar a una chica con todas sus estrategias: su mirada intensa, su lengua recorriendo sus labios, su tono de voz profunda... Quizá por eso me habían advertido tanto sobre él.
—Vas a tener que aguantarte —le dije tumbándome de nuevo en el césped y separándome así de él.
Supuse que entendería el mensaje, pero Nacho era impulsivo, tanto o más que yo.
Sentí sus labios en los míos, el calorcito de su aliento y primero pensé... ¿por qué no? Era agradable sentirlo en mi boca, pero a los pocos segundos mi parte racional me advirtió de que estaba en medio del campus, con mis amigos a un lado y con Thiago rondando por allí.
Lo aparté con mis manos y Nacho no opuso resistencia.
—Como miel en mis labios, ahora sí que la he cagado... —Me miraba con un deseo contenido mientras decía aquello—. Alexia, vas a ser mía, ¿lo sabes?
Me reí por su manera de decirlo y Nacho sonrió sin quitarme la vista de encima.
—Yo no soy de nadie, listillo.
—Un trocito sí, un trocito será mío.
Nos reímos los dos. «Este Nacho...»
A la vuelta, en el autobús, estuve pensando en él. Era un descarado y se había atrevido a besarme, aun sabiendo que le podía caer una sonora hostia. Pero le había echado huevos y eso me atraía. Me gustaban los chicos que daban el paso, que se arriesgaban, aunque no estuvieran seguros de la respuesta. Para mí era un indicativo de que sabían lo que querían, de que no tenían miedo a decir lo que pensaban, a acercarse, a provocar reacciones. Y Nacho era así.
Al verlo con Gala había pensado que era un calzonazos, pero al final la había dejado. No por mí, eso también lo sabía, aunque él hubiera insinuado que yo había tenido algo que ver. Nacho se había cansado de estar medio atado. Él era un alma libre, podía reconocerlo sin problemas. Quería divertirse, disfrutar del sexo y vivir la vida.
Nacho era aquella opción para pasarlo bien, para tener un rato de buen sexo, pero debías tener claro que no podías pedirle mucho más. Si te enamorabas de él, podías sufrir y mucho. Porque en ese tema me daba a mí que Nacho estaba verde, que no pensaba en el amor, que no tenía la necesidad de salir con alguien en serio.
Tampoco era lo que yo buscaba, claro que no. A mí también me estaba bien divertirme y poco más, pero en aquellos momentos rondaba Thiago por mi cabeza y tampoco quería estropear algo que ni había empezado.
¿Y si todo eran ilusiones mías? ¿Y si con Thiago no surgía nada?