41

 

 

De camino al dúplex pensé en Thiago, en Nacho, en ellos... Había noches que era mejor no salir de casa, era evidente.

Al llegar al dúplex y abrir la puerta, un sobre en el suelo me dio la bienvenida. Primero pensé que podía ser de Thiago... ¿disculpándose? Pero ¿disculpándose de qué? Me había gastado una broma y yo me lo había tomado fatal porque ya andaba mosqueada con él por no querer nada conmigo. Pero durante el paseo había llegado a la conclusión de que era mejor que fuera sincero, la verdad. Ya sabía a qué atenerme.

Alcancé el sobre y cuando vi mi nombre escrito en él se me cayó de las manos. Conocía esa letra de sobra. Habían... habían estado allí aquella misma noche y... lo habían pasado por debajo de la puerta. Rodeé el sobre, como si fuera una serpiente que me fuera a atacar en cualquier momento, y dudé entre cogerlo y tirarlo a la basura o ver qué había dentro.

La curiosidad me pudo.

Recogí el sobre y lo palpé. Incluso lo olí y pude sentir el aroma masculino que había impregnado en el papel.

Joder, se me encogió el corazón y no me vi con coraje de abrirlo. Aquella noche no. Había tenido suficiente.

Lo que sí hice fue encender el móvil: dos llamadas perdidas de Lea y otra más de Thiago. Y varios mensajes, cómo no.

Lea me seguía preguntando dónde estaba.

 

Ya estoy en casa y estoy bien. Necesitaba despejarme.

 

Al minuto mi amiga me llamó y estuvimos casi una hora larga charlando. Primero quiso saber qué había ocurrido con Thiago, porque por lo visto él no había soltado prenda. Más tarde obligué a Lea a que me explicara qué tal con Adrián y cómo habían terminado la noche: él la había acompañado hasta el portal y se habían quedado allí media hora más parloteando de todo un poco y de nada en concreto. Pero estaban a gusto y eso era lo importante. Al despedirse, Adrián le había pedido el teléfono y habían quedado en tomar algo otro día. Parecía que la cosa iba bien, despacio pero bien, a pesar de que él salía con una chica.

Otro de los mensajes era de Thiago.

 

Siento si te ha molestado mi broma, me estabas poniendo nervioso.

 

Si solo hubiera sido la broma... Lo que más me había mosqueado era que pasara de mí, que no quisiera besarme.

No le respondí porque lo hubiera mandado a la mierda directamente.

También tenía una notificación de Instagram: era D. G. A.

 

¿Un lunes fructífero?

 

Un lunes catastrófico, pero sobreviviré.

 

Me di una ducha rápida porque olía a humo y me metí en la cama con el pelo mojado. Pensé en mi padre, él me hubiera obligado a secármelo. Pero él no estaba a mi lado para preocuparse por mí.

Miré el sobre que tenía encima de la mesilla y lo cogí para observarlo. Lo guardé en uno de los cajones y apagué la luz para intentar dormir. Estaba un poco agitada con todo lo que había pasado y di varias vueltas entre las sábanas hasta que logré coger el sueño.

—Voy a cortarte las piernas...

Una voz susurrante y fría me acarició el oído y grité del susto con tanta fuerza que me hice daño en la garganta. Busqué el interruptor para encontrar al dueño de esa voz en mi habitación.

Nadie, no había nadie.

Lloré, lloré desconsoladamente. Hacía días que no lloraba así y lo necesitaba. Acabé dormida, con la luz encendida y la almohada empapada.

 

 

Cuando me miré en el espejo por la mañana pensé en volver a la cama de nuevo, pero no me apetecía vivir otra vez aquella pesadilla. Casi era mejor enfrentarme a mis terribles ojeras, a mi dolor de cabeza y a Thiago.

Lea me miró preocupada en cuanto me vio llegar a la parada del autobús.

—No digas nada, por favor —le rogué.

Me hizo caso y no comentó nada sobre mi mala cara. Y también respetó durante todo el trayecto que no tuviera ganas de hablar. Me iba echando miraditas y en una de esas le sonreí. Lea estaba preocupada por mí, lo sabía, pero no estaba de humor para dar explicaciones. Aquella voz en mi oído me había jodido la noche.

Al llegar a la facultad anduve cabizbaja: no quería cruzar la mirada con según quién.

Durante las dos primeras horas logré distraer mi mente y entre Estrella, Lea y Max mi ánimo mejoró, aunque el dolor de cabeza seguía.

—Tienes mala cara... —comentó Max durante el descanso.

Colocó su mano en mi frente, como hacía mi padre, y fruncí el ceño.

—Alexia, estás un poco caliente.

—¿Tienes un ibuprofeno? —le pregunté a Lea.

—Sí. ¿Te pido una infusión? —me sugirió ella pasándome el blíster.

—Sí, gracias.

No me encontraba nada bien, como si estuviera incubando algo.

—Alexia, en estos casos nada como una buena sopa caliente de tu madre —comentó Max con la mejor de sus intenciones.

Apreté mis labios al escuchar sus palabras. Si no tenía una madre, difícilmente podía tener su sopa, ni su cariño, ni nada. Joder, ya volvía la vena sensiblera. Tragué con fuerza aquel nudo que se había formado en mi garganta para no verter ni una lágrima.

—Toma, Alexia. —Lea me puso el té enfrente y esperé antes de levantar la mirada—. ¿Alexia?

Entre el dolor de cabeza, el sueño que arrastraba y los comentarios de Max sobre los cariñosos remedios de su madre, sentí que iba a explotar de un momento a otro.

—Estoy bien, tranquila —le dije tomando la taza caliente entre mis manos.

Al levantar la vista vi entrar en el bar a los tres ángeles de Charlie, en masculino, claro. Adri, al vernos, avanzó hacia nuestra mesa y nos saludó. Ignoré la presencia de Thiago, pero él cogió una silla y se sentó a mi lado.

—¿Sigues cabreada? —me preguntó sin importarle que todos los demás estuvieran allí.

Max me miró unos segundos y se dirigió hacia Estrella para comentarle algo de inglés.

—No —respondí cogiendo mi móvil para no mirarlo—. ¿Has quedado con Hugo?

Sentí que mi dolor de cabeza incrementaba por la tensión de hablar con él, pero lo ignoré.

—No lo he visto —respondió con su vista fija en mí.

Sentía el peso de su mirada, era algo extrasensorial y lo notaba.

—¿Puedes dejar el móvil? —preguntó impaciente.

—Poder puedo, pero no quiero. ¿Necesitas algo? —le pregunté en un tono más bien desagradable.

Thiago colocó su mano en la pantalla de mi móvil, cubriéndola. Me fijé en su pulsera trenzada de piel. Parecía que habían pasado semanas desde que la viera en la biblioteca mientras me rozaba con ella. Y solo había pasado una jodida semana. ¿Por qué me había picado tanto con Thiago? ¿Con alguien a quien apenas conocía?

Levanté la vista despacio hacia él, diciéndole así que se estaba pasando.

—Vale, estás enfadada, lo pillo. ¿Podemos hablar?

—¿Sobre tu problema? —le dije alzando un poco la voz.

Thiago me miró más serio porque los demás se volvieron hacia nosotros dos. Me quitó el móvil y se levantó con rapidez.

—Me cago en la puta —murmuré para mí.

Le seguí, por supuesto.

—En cinco minutos empieza la clase —oí que decía Max.

«Voy a necesitar menos tiempo, tranquilo.»

Thiago andaba a paso rápido y con sus largas piernas llegó a la sala de estudios en un santiamén. Estaba abriendo la puerta y me dirigí a él, muy cabreada. ¿De qué iba este?

—Dame el móvil —exigí.

—Dame una explicación —replicó veloz.

—¿Una explicación? No me jodas, Thiago.

—Pasa —ordenó aguantando la puerta.

Resoplé y acaté su mandato.

Cerró la puerta y dejó el móvil en la punta de la mesa.

—Ahí lo tienes.

Fui a por él para poder salir de allí cuanto antes, pero Thiago se interpuso entre la mesa y yo.

—Estás cabreada porque ayer no te besé —dictaminó con seguridad. Nos miramos sin miedo—. Y porque me llamó Débora.

—A mí tu amiga me da igual. Es tu... tu actitud lo que no soporto.

—Alexia, no quiero hacerte daño... ni que tú me lo hagas a mí.

—Me parece una excusa muy absurda, pero tú sabrás —le dije masajeando mi sien.

—Sigues acostándote con Gorka, tienes algo con él. Lo reconozcas o no, es así. ¿Y quieres empezar algo con otra persona?

Lo miré frunciendo el ceño. Joder, realmente no le daba miedo plantar cara a lo que ocurría entre nosotros. Esperaba que escurriera el bulto, como hacían la mayoría de los chicos.

—Y ayer besaste a mi colega Nacho, después de estar conmigo. —«¿Cómo lo sabía?»—. ¿Estás segura de que sabes lo que quieres?

«Joder, joder, joder...»

—Alexia, eres contradictoria, caprichosa e impulsiva. No creo que tú y yo funcionáramos.

¿Caprichosa? ¿Y este quién se creía que era?

—¿Y quién te dice que eso es lo que quiero? ¿O es lo que tú quieres porque se te pone dura cuando me tocas?

—Porque te lo leo en los ojos —respondió sin inmutarse por mis palabras.

—Lo que lees es que estás bueno, algo que ya debes de saber de largo. Pero de eso a querer una relación seria contigo hay un mundo. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Ver una película en blanco y negro con tus padres los domingos por la tarde?

Thiago endureció su mirada.

—No, mejor nos metemos unas rayitas y después follamos como posesos. —Su tono grave me supo a hiel.

Aquello había sido un golpe bajo y supuse que estaba bien informado por Luis. Vale, lo sabía todo de mí. Lo de Gorka, lo de Nacho, lo de la coca...

—Por lo menos Gorka le echa huevos, cosa que no sé si podemos decir de ti.

—Precisamente es lo que estoy haciendo —dijo con cierta rabia—. Pasar de ti antes de que me salpiques.

—¿Qué pasa? ¿Que eres un tío de esos a los que le han roto el corazón y no quiere sufrir?

Thiago inspiró y sacó el aire despacio.

—Déjalo, no lo entiendes.

Dio un paso al lado y me dejó espacio para que cogiera el teléfono.

—Lo entiendo perfectamente, Thiago. Eres tú el que no tiene claro lo que quieres. Eres un cobarde.

Tomé mi móvil y él atrapó mi brazo.

—¡Suéltame! —le gruñí molesta.

—No sabes nada de mí —escupió cabreado.

Parecía que su punto débil era que me metiera con su hombría.

—Sé lo que demuestras al tener a una al teléfono y a otra en la boca. O casi.

Thiago me acercó de golpe a su cuerpo y me quedé sin respiración. Nuestros ojos se enredaron en una larga mirada cargada de intenciones.

—¿Qué necesitas? ¿Que te bese? ¿Te quedarás más tranquila?

No me estaba gustando ni lo que decía ni cómo lo decía.

—Tú eres idiota.

—No me insultes —me avisó impaciente.

—Eres tú quien me insulta diciendo eso. ¿De qué vas?

Intenté separarme de él, pero me atrapó entre sus brazos. Una de sus manos se colocó en mi muslo izquierdo y abrí la boca sin ser capaz de vocalizar nada.

¿Qué... qué hacía? Tenía que quitar esa mano de ahí, pero no me salían las palabras. Abrí la boca para hablar, pero no pude emitir sonido alguno.

—¿Quieres saber si tengo cojones?

Thiago parecía como ido... o algo parecido. Me apretó más contra él y sentí todo el calor que desprendía su cuerpo. No sabía a qué atenerme porque aquello parecía más una lucha que un acercamiento.

—Está bien, si no dices nada será que sí...

Su mano subió por mi muslo y sus labios se acercaron a los míos, despacio..., tanto que pude ver cómo cerraba sus ojos al rozarme. Marcó mi boca al mismo tiempo que su mano tocó mi cicatriz, y me separé de él como si fuera el mismísimo diablo.

—¿Qué cojones haces? —le grité furiosa.

—¿Qué...? —Me miró asombrado y seguidamente bajó la vista hacia mi muslo que estaba cubierto por mi falda corta y plisada—. ¿Qué es? —preguntó lamiendo sus labios.

—¡Nada, joder! —Quise irme, pero Thiago agarró mi brazo de nuevo y volvió mi cuerpo hacia él con brusquedad.

—¿Qué coño te ha pasado, Alexia? ¿Te lo hiciste tú? —preguntó en un tono entre preocupado y nervioso.

—Thiago, tú y yo ni siquiera somos amigos. ¿Crees que te voy a confiar algo así?

No sabía cómo escapar de él y mi mejor arma era herirlo.

—Nena...

¿Nena?

Pena... Era pena lo que sentía por mí en esos momentos. Porque Alexia tenía una cicatriz enorme en su muslo izquierdo y daba mucha pena.

—¿Puedes soltarme? —bramé llena de ira.

—Alexia, yo...

—Thiago, no. Vamos a dejar las cosas claras. No... no quiero que vuelvas a tocarme, ¿te queda claro?

—¿Lo dices en serio?

Sus ojos buscaron en mis ojos algo que no encontró porque solo sentía desprecio por él. Se podía meter la pena por donde le cupiera.

—¿Quieres volverme loca? ¿No dices que no quieres nada? ¿A ti qué te pasa? —Mis preguntas atropelladas lo echaron hacia atrás y me soltó el brazo.

Thiago bajó la vista unos segundos y cuando volvió a mirarme lo hizo con sus ojos verdes cargados de frialdad.

—Tienes razón. No quiero nada.