Decidimos ir primero a Colours, estaba cerca de la zona de La Latina y además había muchas probabilidades de encontrarnos allí a Adrián.
Cuando entramos, el calor humano acumulado nos recibió y me quité la chaqueta de punto que llevaba porque estábamos ya a finales de septiembre y refrescaba un poco a esas horas.
—¿Te has puesto Wonderbra? —Lea tenía los ojos puestos en mi pecho.
—Tú eres tonta —le dije riendo.
Llevaba una camiseta de tirantes gris plata brillante y era de una tela suave que se pegaba como una segunda piel. En casa de Natalia no hacía ni pizca de calor, pero allí el bochorno era exagerado.
—Entre la camiseta y la faldita tienes un buen polvo, petarda —continuó ella.
—¿Te gusta? No me la había puesto nunca porque marca demasiado, pero hoy he pensado: a tomar por culo.
Nos reímos las tres y, al entrar, varias miradas masculinas nos siguieron hasta la barra. No había ni una mesa libre y nos hicimos sitio entre la gente para poder pedir.
—Tres cervezas Mahou, por favor.
Eché un vistazo al pub. La música estaba mucho más alta que por las tardes, las luces se habían atenuado y el ambiente era totalmente distinto. Había mucha gente de pie, entre las mesas o en la misma barra charlando, moviendo el cuerpo ligeramente, e incluso había un par de chicas que bailaban a su bola en una esquina.
Supuse que era un buen lugar de encuentro para tomar la primera copa y que a medida que pasasen las horas se iría vaciando.
En el fondo pude ver a Luis con Débora, con la chica del pelo azul y con un par de chicos que no conocía. Los amiguitos pijos de Thiago. ¿Por qué Thiago no estaba con ellos? ¿Y por qué se había quedado en El Rincón bebiendo solo como un colgado? En vez de celebrar con sus amigos aquella victoria, había optado por estar solo y emborracharse sin sentido. Eso era el ojazos, un sinsentido. Ni siquiera sabía por qué pensaba en él.
En ese momento entraron en el local Adri y Nacho, juntos. Los observé por encima de la copa de cerveza y Nacho me miró sonriendo.
—No te gires, el amor de tu vida viene hacia aquí —le dije a Lea.
Ella, por supuesto, volvió la cabeza como la niña de El exorcista y Natalia y yo nos reímos.
—Solo hace falta que le digas que no lo haga para que lo haga —dijo Natalia.
—A ver, pensaba que entraba Maxi Iglesias, ¿cómo no iba a mirar? —nos preguntó riendo.
Lea estaba feliz: al ver a Adrián, sus ojos irradiaban una emoción que jamás había visto en ella.
—Buenas noches, guapísimas. —Nacho fue repartiendo besos hasta llegar a mí—. A ti en especial... ¿Quieres dejarme bizco?
Me reí por su gesto.
—No te rías, princesa. —Me cogió de la cintura y me acercó a él—. Estás... preciosa.
—Gracias, mi príncipe —le dije observando sus ojos negros.
—¿Esa camiseta es legal?
Me reí de nuevo y él aprovechó para acercarse a mis labios.
—Alexia, Alexia...
Nos miramos fijamente y yo le sonreí.
—De puta madre, Nacho. Me dijiste que no era por nadie y te veo otra vez con esta...
Gala y sus oportunas interrupciones estaban a nuestro lado. La miré por encima de mi hombro y ella me dirigió una de esas miradas asesinas que a mí me afectaban bien poco.
—¿Algún problema, bonita? —le pregunté con mala leche.
—El problema eres tú, muerta de hambre. —Sus ojos azules se oscurecieron.
—Gala, por favor —le pidió Nacho, colocándose frente a ella y dejándome a mí detrás de él.
¿Qué temía? ¿Que nos tiráramos de los pelos? Yo jamás me había peleado con nadie y menos por un tío.
—Nacho, me dijiste que necesitabas espacio. ¿Para qué? ¿Para irte con ella?
—Gala, lo dejamos claro el otro día. Se terminó. No nos debemos más explicaciones.
—Pero con esa, joder. ¿Qué diría tu madre si te viera con alguien como ella?
¿Alguien como yo? ¿A qué se refería?
—No es de los nuestros —dictaminó ella con orgullo.
Madre mía, de los nuestros. ¿Qué eran, de otro planeta?
—¿Te refieres a que yo no llevo escoba? —le pregunté saliendo de detrás de Nacho.
Ya estaba hasta los ovarios de que me insultara.
—Alexia... —Nacho cogió mi mano, como si temiera que fuera a por ella.
—Me refiero a que los de nuestra clase social, como Nacho o como Thiago, no nos vamos con los de la tuya.
Esta tía era imbécil, pero imbécil de verdad. ¿Clases sociales?
—¿De dónde has salido? ¿De un libro de la Edad Media? —Me volví hacia Nacho—. ¿Lo dice en serio esta payasa? Nacho, que estuvieras liado con esta pava dice muy poco de ti.
—Perdona, zorra... —Gala volvía al ataque.
Me volví hacia ella con brusquedad.
—Zorra tu puta madre, ¿me oyes?
Gala abrió los ojos sorprendida y dio un paso atrás.
—No eres más que un entretenimiento para ellos —escupió con veneno.
—Vale, vale, que tú te vas a casar con Nachete —le dije con ironía—. Pues mira, bonita, mientras tú vas preparando el banquete, yo me lo iré follando, ¿te parece?
Nacho me cogió por la cintura y Gala lo miró furibunda.
—¿Lo sabe Thiago? —le preguntó entornando sus ojos azules.
¿Thiago?
—Gala, deja de meterte en mi vida —respondió Nacho mosqueado.
—Allá tú. —Gala desapareció de nuestro lado, y yo la miré preguntándome por qué había dicho eso.
—No le hagas mucho caso —me aconsejó Nacho, apoyando su cuerpo en la barra.
—¿Qué tiene que saber Thiago? —le pregunté observando que Lea y Estrella estaban solas.
¿Dónde estaba Adrián?
—A saber —respondió él mirando hacia donde estaban sus amigos.
Dirigí mi vista hacia ellos y Adri estaba allí, observándonos.
—¿Nos vemos luego? —me preguntó más animado.
—Tal vez...
Nacho me dio un suave beso en la mejilla y se fue con sus colegas, los pijos. Cogí mi copa y me reuní con mis amigas. Lea me explicó que Adri estaba algo nervioso y no sabía por qué. Cuando estaba con aquella tropa, Adrián era otro y podíamos imaginar la razón: tenía novia, la novia debía ser una pija más y aquellas lagartas podían irse de la lengua. Bueno, todo eso lo suponíamos, porque Adri apenas hablaba de la tal Leticia.
Les relaté las bonitas palabras que me había dedicado Gala y el pique que habíamos tenido. Lea comentó que ella le habría partido la cara, y probablemente hubiera sido así. En cambio, nuestra racional Natalia me dio la razón al haber aguantado el tipo ante sus continuos insultos. Gala había dicho una tontería tras otra y no era necesario ponerse a su nivel, aunque le había replicado con ganas, claro.
Nos quedamos las tres en la barra, dando la espalda a Adri, a Nacho y a sus queridos amigos. A los pocos minutos el móvil me vibró en mi cintura, dentro de mi pequeño bolso.
Era Gorka.
—¿Hola?
—¿Alexia?
Apenas oía nada con el jaleo que había allí dentro.
—Un momento, Gorka —le dije, y me dirigí a las chicas para decirles que salía para hablar por teléfono—. Ya estoy fuera.
—¿De fiesta? —me preguntó con simpatía.
—Pues sí, ¿y tú? ¿Has firmado un contrato con Dolce & Gabbana y no me has dicho nada?
Gorka rio por el auricular.
—He tenido una semana dura, sí... Están preparando la campaña de Navidad y me tienen loco.
—Eso te pasa por estar bueno...
Nos reímos los dos de nuevo y me vino a la cabeza aquella pelea con Thiago.
—Quería hablar contigo —le comenté con cautela—. Aunque no por teléfono.
Gorka tardó unos segundos en responder. Sabía a qué me refería.
—Pues quedamos esta semana y hablamos —me dijo con rapidez—. Yo te llamo.
Gorka solía decir día, hora y lugar, así que se estaba escaqueando.
—Bien, espero tu llamada. —No quise insistir porque acabaríamos hablando del tema y quería tenerlo frente a mí para ver su reacción y, sobre todo, ver sus ojos.
—Pásatelo bien, cielo —se despidió con demasiada celeridad.
—Igualmente, Gorka.
Cuando colgué vi un mensaje de Thiago. ¿Es que no podía dejarme en paz?
Lo de tu pierna, ¿qué te ocurrió?
Apreté los dientes, aguantando todas aquellas sensaciones que pasaban por mi cuerpo cuando pensaba en ello. El accidente. La muerte. El dolor. Las lágrimas. Los cambios...
¿Por qué me agobiaba con el tema si sabía que no quería decírselo?
Tuve un accidente.
Lo juro, juro que cuando le di a enviar me arrepentí al segundo y en cuanto reaccioné para eliminarlo ya era tarde; Thiago lo acababa de leer. «Joder, Alexia, pareces boba.»
Me sonó de nuevo el móvil y lo miré al ver su nombre en la pantalla. ¿Debía cogerlo? Dentro de mi atontada cabeza había dos Alexias: una que me alejaba de él muy razonablemente y otra, la inconsciente, que hacía lo que le salía del mismísimo y que solía ganar en demasiadas ocasiones.
—¿Sí?
—Alexia. —Su voz sonaba pastosa.
Iba bastante más bebido.
—Thiago, ¿qué quieres?
Me puse la mano en la frente pensando que debía colgar, pero algo me impedía dejarlo con la palabra en la boca.
—Quiero saberlo...
Oía voces y supuse que seguía en el bar de su primo.
—¿Saber qué?
Lógicamente, intuía que hablaba del tema del accidente, pero no estaba segura porque llevaba un buen pedal.
—El accidente. ¿Qué... te pasó? ¿Te cortaste?
—Si me preguntas si me lo hice yo queriendo, no; no soy tan gilipollas. Y del accidente no quiero hablar, si no te importa.
—¿Fue muy jodido? —Su voz sonaba muy preocupada.
—Thiago... —le avisé irritada.
—¡Joder, Alexia, deja de hacer ver que no somos nada! —exclamó algo más fuerte.
Parpadeé alucinada al oírlo.
—No, Thiago, deja tú de marearme. No me mola un pelo lo que haces, así que olvídame de una puta vez.
Colgué enfadadísima, porque el muy cabrón me estaba volviendo loca. A la que lograba alejarme, él se acercaba de nuevo. ¿Qué quería realmente?