Al terminar la segunda clase, la de Francés, el profesor Peña se dirigió a mí.
—Alexia, ¿puede quedarse un momento?
Me acerqué a su mesa y esperé a que me mirara.
—Su grupo ha hecho un muy buen trabajo. Hugo me ha enviado esta mañana el documento y pueden estar ustedes muy satisfechos.
—Gracias —le dije contenta por el resultado.
Algo que iba bien...
—Si le parece, para el segundo documento haremos un cambio de grupos. Lucía trabajará con ellos dos y usted lo hará con Ana.
El profesor me miró esperando una respuesta.
—Me parece genial.
Hubiera preferido repetir con Hugo, pero estaba de suerte porque dejaría de ver a Thiago en aquella pequeña sala.
—Puede irse, muchas gracias.
Al salir me dirigí hacia el bar, donde suponía que estarían mis compañeros, pero no los vi por allí.
—Hombre, mirad a quién tenemos aquí. Si es la novata...
Me di la vuelta al reconocer la voz del idiota aquel de cuarto.
—Soy Roberto, de apellido gilipollas, ¿te acuerdas, bombón?
Estaba con tres chicos más y todos le rieron la gracia. Pasé de responder porque no quería entrar al trapo, pero el muy capullo me cogió del brazo para que me detuviera.
—¿Hay que pedir hora o esa boca siempre está dispuesta? —preguntó mirándome los labios.
—Suéltame —le exigí.
—¿Al profesor Peña también se la has chupado? —continuó él, levantándose.
—Tú eres idiota —le escupí cabreada.
Con su otra mano me cogió la cara y marcó sus dedos en mi mejilla.
—Vigila ese pronto que tienes —me dijo en un tono amenazante.
Joder, me estaba haciendo daño de verdad. Me soltó y se sentó de nuevo, riendo con sus amigos.
«Menudo estúpido.»
—¡Eh! Alexia —Era Nacho que entraba en el bar.
Fui hacia él y me dio dos besos.
—Estás un poco roja, ¿estás bien?
Me toqué las mejillas aún doloridas.
—Eh, sí, sí. Tengo calor, nada más.
—¿Qué tal el viernes? —preguntó peinando su pelo hacia un lado.
¿Qué sabía Nacho? Por lo visto, Thiago no había dudado en ir diciendo por ahí que nos habíamos enrollado.
—Bien, ¿y tú?
—No veas la que pilló Gala. La tuve que llevar a casa y después me tocó hacer de niñero un buen rato. Si la ve su madre en ese estado, la mata. No quiere que beba alcohol.
—Claro, la jet set no se emborracha.
Nacho sonrió y yo le hice una mueca divertida.
—¿Te apetece ir al cine el viernes?
Lo miré intentando averiguar sus intenciones. ¿Quería liarse conmigo?
—¿El viernes?
—Sí, he mirado la cartelera y estrenan una española que seguro que te gusta.
Solté una risilla. Nacho realmente me escuchaba cuando hablaba y se había quedado con el detalle de que me gustaba el cine español.
—¿Qué me dices?
—Que sí, me apetece.
En ese momento pasó Thiago con Luis por nuestro lado. Podía reconocer su aroma a kilómetros.
—Pasaré a buscarte —dijo Nacho en un tono más alto.
—Eh..., sí, claro.
—Bien, después miraré la hora y te digo algo.
Me dio la impresión de que Thiago abrazaba a alguien y no pude evitar mirar. Era Débora, la despampanante, quien lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja mientras su brazo acariciaba su hombro con mucho cariño. Qué bonito, ¿no?
Algo dentro de mí me escocía y mucho, pero decidí ignorar aquella sensación, como muchas otras que solía sentir a lo largo del día. Si él iba con Débora me lo pondría todo más fácil y olvidarlo sería coser y cantar. Total, solo habíamos follado.
—Me voy a la biblioteca un rato —le dije a Nacho con ganas de desaparecer de allí y perder de vista a la parejita.
—Nos vemos, princesa.
Me dio dos besos de nuevo pasando una de sus manos ágilmente por mi espalda y salí de allí un poco agobiada. Subí a la biblioteca y busqué la mesa más apartada para trabajar sin que nadie me molestara durante la hora que no teníamos clase. Me puse los cascos y escuché música variada con Spotify. Al poco, alguien me tocó el brazo. Era Ana, la chica del proyecto de Francés.
—Te he buscado por toda la facultad —me dijo en un tono duro.
—¿Ah, sí? Pues estaba aquí trabajando.
—Tenemos que hacer juntas el próximo documento, ¿lo sabes?
—Sí, me lo ha dicho el profesor.
—¿Y por qué no me has buscado? —Su tono de sabionda me molestó.
—No me acordaba de tu cara —le respondí con una ironía palpable.
Ella me miró ladeando la cabeza.
—Vamos —me ordenó sin preguntar.
—¿Puedes intentar ser menos autoritaria? —le pregunté algo picada.
—Mira, guapa, no me hace ni puta gracia tener que trabajar contigo, pero que encima tenga que hacer de canguro..., eso sí que no. Si quieres venir, perfecto y, si no, ya le diré al profesor que pasas de todo.
Joder, qué bien. Casi prefería volver con Hugo y Thiago. Menuda compañera me había tocado.
Recogí mis cosas en silencio.
—Te espero en la sala.
Se fue y la miré con asco. ¿Había pisado una gran mierda? Menuda suerte la mía.
—Perdona...
Un profesor alto y joven me obstaculizó el paso.
—¿Eres Alexia Suil?
—Eh..., sí, yo misma.
Me fijé en él: gafas de pasta, nariz grande y boca de labios gruesos. Alto y atlético.
—¿Hablas japonés? —me preguntó en ese idioma.
Le respondí del mismo modo.
—Sí, lo hablo sin problemas.
—¿Y qué otros idiomas dominas?
—Inglés, francés, alemán, ruso, chino, hindi, italiano y un poco de árabe. ¿Por qué?
Él sonrió y carraspeó un poco antes de seguir hablando, esta vez en español.
—Soy el profesor Hernández y soy socio de una empresa de exportación. Me encargo de buscar a estudiantes de traducción que quieran colaborar con nosotros a cambio de empezar a coger experiencia en el mundo laboral. Ahora mismo tenemos dos puestos libres y el profesor Peña me ha hablado de ti.
Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir.
—¿Podría interesarte? Ya sé que estás en el proyecto de Peña y trabajáis duro, pero dado tus amplios conocimientos de varios idiomas..., he pensado que serías un buen fichaje. Mira, solo sería un par de días a la semana, aunque si te sobra tiempo no te diremos que no vengas más días, ¿qué me dices? Supongo que necesitas pensarlo.
Hablaba poco, el profe...
—Sí, debería pensarlo... o saber exactamente qué debo hacer.
Miré el reloj que había en una de las paredes. Ana me estaba esperando en la sala.
—¿Puedo pasar más tarde por su despacho? —le pregunté.
—Estoy hasta las tres, cuando quieras —respondió sonriendo.
—Me pasaré a la una, seguro. ¡Gracias! —le dije yéndome hacia la sala de estudios.
Vaya... ¿podía ser una buena manera de emplear mi tiempo libre? No lo descartaba en absoluto.
Al llegar a la sala, Ana me miró con mala cara, pero lo peor no fue eso, sino que allí también estaban Thiago, Hugo y Lucía.
—Llevo diez minutos largos esperándote —dijo de muy malos modos, y todos me miraron.
—Me he cruzado con el profesor Hernández y...
—Mira, guapa, si decimos que nos vemos ahora es que nos vemos ahora, no cuando a ti te salga de allí, ¿me entiendes?
Me mordí la lengua y me senté enfrente de ella. No quería seguir pareciendo una macarra ante todos y menos ante Thiago, quien acabaría pensando que era una busca problemas.
—¿Qué tenemos que hacer? —le pregunté seria.
Sentía la mirada de Thiago.
—¿Y si vamos a tu casa, Thiago? —Lucía usaba un tono de esos en plan «tonta del bote»—. Todavía hace bueno y podríamos darnos un bañito en tu piscina.
—¿En pelotas? —le preguntó él con una risilla.
—Yo paso —dijo Hugo—. La última vez en tu casa pillé una borrachera de esas que salen en las noticias.
—Aquello fue porque era la fiesta de su cumpleaños. ¿Te acuerdas, Thiago? Debajo de la piscina...
Me mordí el labio porque no quería escucharlos, pero era inevitable. ¿Se había propuesto todo el mundo putearme?
—Lo recuerdo perfectamente —le respondió él en un tono sensual.
—¿... vale? —Miré a Ana: no me había enterado de nada.
«Muy bien, Alexia, estás que te sales...»
—Sí, sí.
Me dio el documento entero y ella me miró con aire triunfal.
—Y cuando tú lo termines, yo lo repaso. No tengo tiempo de ir quedando contigo y encima tener que esperarte. Este año tengo varias optativas, y lo primero es lo primero. Si nos repartimos el trabajo, acabaremos antes.
¿Repartirnos el trabajo? El documento estaba entero. O sea, que la traducción la iba a tener que hacer yo sola.
Miré de soslayo a Thiago y vi que me observaba esperando a que yo saltara.
—Genial —le dije a Ana.
—El viernes me lo pasas —me ordenó mientras cerraba su ordenador.
—Sin problemas.
—Eso espero. No sabes lo que es estar en primero y tener esta oportunidad. No la vayas a perder.
Sonaba claramente a amenaza, pero me callé. Si iba cabreándome con todo el mundo acabaría loca de remate. Ya tenía bastante en mi casa y en mi vida personal como para darle bombo a alguien que no me importaba.
Ana se fue y me quedé allí sola. Me puse los cascos de nuevo y comencé a trabajar en el documento. Podía haber ido a otro lugar porque ni los escuchaba ni los miraba, pero quería demostrarle al ojazos que me importaba una mierda que estuviera presente.
Quedaban solo diez minutos para la siguiente clase y Lucía se fue. Hugo me hizo un gesto con la mano y me quité uno de los cascos.
—¿Qué tal con la estirada? —me preguntó amablemente.
Thiago estaba pendiente, pero yo solo miraba a Hugo.
—Estoy acostumbrada a tratar con idiotas, no te preocupes.
Hugo rio y yo sonreí.
—Es muy pesada, no le hagas mucho caso. No sé por qué Peña ha hecho estos cambios. A mí me ha dicho a primera hora que de momento seguiríamos con los mismos grupos. En fin.
Thiago agachó la cabeza hacia su ordenador y lo miré. ¿Había sido cosa suya? ¿En serio? Sabía que tenía cierta confianza con el profesor, pero ¿tanta como para pedirle que nos separara?
—No pasa nada, Hugo. A mí ya me está bien porque empezaba a no soportar a ese que tienes a tu lado.
Hugo me miró sorprendido y Thiago levantó la vista hacia mí. Cerré el ordenador y lo guardé en su correspondiente funda.
—Gracias, novata. —Thiago volvió a lo suyo.
—Lástima que deje de aprender a tu lado, pero cuando quieras quedamos y grabamos el vídeo ese.
—¿De veras? —Hugo olvidó el tema Thiago al segundo.
—¿El miércoles?
—Joder, sí.
—¿Puede venir mi amiga Lea?
—Pueden venir todas tus amigas. —Hugo movió el cuerpo como si bailara salsa al decir aquello y nos reímos con ganas los dos—. Toma, mi tarjeta.
Me acerqué a él, por el lado contrario para no pasar cerca de Thiago, y me tendió una tarjeta blanca con su nombre, dirección, teléfono y el dibujo de una güija en el centro.
—Vaya, qué chulada. ¿Y eso?
—De vez en cuando jugamos —me dijo haciéndose el interesante.
Thiago se removió en su silla, pero siguió tecleando en el ordenador.
—¿A la güija? —pregunté con mucha curiosidad.
Yo solo había visto de qué iba en las películas.
—Sí, soy todo un experto.
—Eso me lo tienes que explicar.
—Cuando quieras.
Le di un beso inesperado en la mejilla y Hugo rio.
—Cuídate, novata —me dijo mientras me iba.
—Eso haré, Castro.
—¿Qué os pasa? Creía que te molaba... —oí a Hugo hablar con Thiago mientras salía.
Me detuve unos segundos al lado de la puerta. Estaba mal, lo sabía, pero no pude resistirme. Mi vena cotilla pudo más que mi buen juicio.
—Yo qué sé que nos pasa —le comentó Thiago como cansado.
—La semana pasada estabais de puta madre, ¿y ahora?
—Han pasado cosas entre nosotros.
—¿Qué cosas? —insistió Hugo.
Eran bastante más colegas de lo que parecía en un primer momento.
—Es una tía complicada...
Vi a tres chicas acercarse hacia donde yo estaba y antes de que se dieran cuenta de que estaba escuchando a escondidas me fui de allí.
¿Una tía complicada? No, no era cierto. Era una chica impulsiva, con ganas de divertirme, con ciertos problemas personales de los cuales él no sabía nada. Qué fácil era etiquetar a la gente: la complicada, la friki, la sosa, la lista... Y qué complicado era después quitarse aquellos motes de encima.
Recordé en ese momento a Antxon porque él siempre me decía que debía ignorar a las personas que no me aportaban nada y que lo suyo era escuchar a las personas que me importaban de verdad. ¿En qué grupo estaba Thiago en ese momento? Ni en uno ni en otro. Estaba en el limbo de mi mente, entre el sí y el no, entre el quiero y no quiero.
Thiago se me había metido bajo la piel, quisiera o no.