El viernes había quedado con Nacho para ir al cine y canturreaba por mi habitación mientras elegía la ropa: vaqueros ajustados, camiseta fina de manga corta y una cazadora fina por si refrescaba más tarde.
Los labios bien rojos.
Cuando bajé a la calle, Nacho me esperaba apoyado en un coche rojo aparcado en doble fila. De brazos cruzados y con su sonrisa provocadora. Estaba guapo el tío.
—Puntualidad inglesa —dijo mirando su caro reloj.
Le di la mano y me miró extrañado.
—Los ingleses no se dan dos besos.
Nacho rio con ganas y me uní a él. Me cogió de la cintura y me dio un suave beso en los labios.
—Prefiero el beso español —me dijo sonriendo.
—Yo casi que también —le dije entrando en el coche mientras él sujetaba la puerta.
Nacho estaba bueno, y al volante parecía aún más hombre. Conducía con seguridad, con calma y respetaba todas las señales de circulación. Yo le iba echando miraditas mientras hablábamos de las tradiciones inglesas. Le expliqué que había estado en el Reino Unido varias veces y que conocía bien sus costumbres.
—Vale, aparte del tema de la moqueta...
—Que tiene tela que incluso la pongan en el baño —dijo riendo Nacho.
—Para ver la televisión tienes que pagar.
—¿En serio?
—Muy en serio. Tienes que pagar una licencia para poder ver la tele. Como un impuesto más, vamos.
—Joder, con los ingleses.
—Sí, son muy suyos.
—Más cosas —me indicó animado.
—A ver, más cosas. Hacen cola para todo y siempre respetan los turnos. No les molesta hacer cola como a los españoles.
—Mira que son raros —comentó mirándome de reojo.
—Incluso en situaciones en las que tú saldrías corriendo como un loco, ellos respetan la cola. Según como lo mires está bien. Quizá sea por el té. Beben té a todas horas.
—¿No es solo a las cinco de la tarde?
Solté una risilla.
—No, a todas horas y si te ofrecen no hay que rechazarlo nunca. Si no te gusta, te mojas los labios y ya está, pero así quedas bien.
—Lo tendremos en cuenta. Estoy pensando en ir el próximo verano.
—¿Unos días?
—No, no, me gustaría estar allí mínimo un mes. Podrías acompañarme.
Lo miré alucinada y seguidamente me reí.
—¿Qué? Así me harías de guía.
—Estás chalado —le dije riendo.
—Bueno, ya lo hablaremos más adelante. Estamos en octubre, así que tienes tiempo para pensarlo.
Lo miré más seria. El tío lo decía de verdad.
Dejó el coche en un aparcamiento y fuimos al cine, como dos amigos. Me gustó que no estuviera en plan lapa conmigo. A pesar de su fama de ligón, se comportó como un perfecto galán. Parecía que esa noche se había dejado la artillería pesada en su casa.
Vimos la película, compartimos palomitas y nos reímos de lo lindo. Sin besos, ni caricias ni nada que me hiciera creer que Nacho era un donjuán.
Al salir del cine me propuso ir a un pequeño pub donde cantaban en directo y me pareció un buen plan. Era pronto para cenar, así que, cogidos de la mano, entramos en aquel local recubierto de piedra. Daba la impresión de que entrabas en una cueva, aunque la barra, las mesas y el pequeño escenario rompía un poco esa sensación.
Yo me senté en un taburete que había libre y él se quedó de pie apoyado en la barra de madera. Pidió un par de cervezas y ambos miramos hacia el escenario. Apareció una chica acompañada de dos chicos con una guitarra. Empezó a cantar «The One That Got Away», imitando el acústico de Katy Perry. Me quedé embobada escuchando lo bien que cantaba hasta que sentí que Nacho me observaba.
—Canta genial, ¿verdad?
—Sí, es muy buena.
Sus ojos brillantes se fundieron en los míos.
—Estás preciosa, ¿lo sabes?
Sonreí ante su halago y le coloqué bien un mechón de su pelo rubio.
—¿Puedo besarte?
Parpadeé un par de veces al escuchar su pregunta. ¿Estaba viviendo un déjà vu? Aquella pregunta... D. G. A. había escrito esas mismas palabras la noche anterior.
Alto, rubio, guapo... Joder, me estaba volviendo loca. Nacho no era D. G. A. Así lo había imaginado yo en mi loca cabeza.
Nacho se acercó despacio a mis labios y lo recibí sabiendo que aquel beso sería delicado. Me gustaba cómo besaba. Marcó su boca en la mía y se retiró despacio, mirándome y sonriendo.
Sí, me gustaba mucho.
—¿Qué música sueles escuchar? —le pregunté para quitarme de la cabeza que él era mi Apolo personal.
Mi cabezonería seguía insistiendo.
—Eh, de todo un poco, aunque mi grupo predilecto es Queen.
—¿Y el rap te gusta?
—Algunas canciones, pero no soy fan de ese estilo.
¿Ves? Nada que ver con D. G. A.
—¿Tienes Instagram? —seguí preguntando.
—Tengo una cuenta, pero no la uso. ¿Por qué lo preguntas?
—No, por nada, por curiosidad —le dije a la vez que recordaba que Apolo me había dicho que no le gustaban las palomitas y Nacho había compartido conmigo un buen cucurucho.
Seguimos charlando de otros temas y yo olvidé por completo aquella paranoia sobre D. G. A.
Más tarde pedimos unas tapas en aquel mismo local y de allí fuimos al aparcamiento. Nacho sabía llevar una conversación y no era nada aburrido. Al contrario, su charla era amena y entretenida, aunque... aunque no era Thiago.
Sí, de vez en cuando me venía a la cabeza y me sentía como la protagonista de Crepúsculo, a la que de repente se le aparecía el vampiro como si fuera su sombra. «Alexiaaa..., tú eres mía...» Me reí de mí misma por pensar esas tonterías.
—¿A casa? —preguntó Nacho al salir del aparcamiento.
Era la cuarta vez que salíamos juntos y habían pasado dos semanas desde aquel día en el cine.
—Es tarde, sí, y mañana he quedado con Max y Lea para acabar un trabajo —le respondí pensando que Nacho no era ni de lejos como me lo habían pintado.
¿Por qué tantos avisos?
—Está bien, vamos a ser buenos —dijo sin añadir más.
Aparcó en doble fila, lo que significaba que ahí se acababa nuestra cita. Estaba un poco descolocada porque esperaba al pulpo de Nacho y, en cambio, en todas nuestras citas me había parecido que tenía menos peligro que Adam, que ya es decir.
—Princesa, nos vemos, ¿no? —preguntó con su brazo en mi asiento mientras yo me quitaba el cinturón de seguridad.
¿Quizá no le gustaba lo suficiente?
—Sí, claro. Nos vemos por ahí —le dije mirándole.
Sus ojos se clavaron en los míos y después en mi boca.
—Alexia...
—Dime.
—Me encantas —dijo alargando su sonrisa.
—¿Tanto como para comportarte como un auténtico caballero? —le dije bromeando.
—Tanto como para pedirte que salgamos juntos.
Lo miré asombrada.
—¿Salir juntos?
—Salir juntos en serio.
Tragué saliva y él sonrió.
—Lo sé, lo sé. ¿Quién pide hoy día para salir a alguien? Los viejos, pero quiero que tengas claro que me gustas de verdad.
Madre mía, que no bromeaba...
—¿Qué me dices?
Se acercó despacio a mis labios y me susurró en ellos.
—Te prometo que nos vamos a divertir...
Nos besamos de nuevo, despacio, y lo degusté como si fuera el primero.
—Eso espero —le dije separándome de él.
Nos sonreímos y abrí la puerta del coche, pero antes de que me diera cuenta él ya había salido.
—¡Un segundo! —exclamó bromeando al sujetar mi puerta—. A las princesas se las trata como tal.
Me reí y le di un golpe suave en el pecho.
—No seas tan antiguo, Nacho, que me estás dando hasta miedo.
Nos reímos los dos a carcajada limpia.
Vaya, vaya, sin quererlo ni beberlo Nacho se me había declarado, me había pedido para salir en plan cursi y yo no le había dicho que no. ¿Por qué? Porque Nacho me gustaba, porque me lo había pasado genial con él y porque sus besos me sabían a gloria.
¡Ay! Cuando le explicara aquello a Lea. Me reí subiendo en el ascensor. Iba a flipar en colores, segurísimo. ¡Estaba saliendo con un chico! «Bueno, Alexia, relaja. No te vas a casar con él...» No, vale, pero estaba ilusionada. Siempre me había negado a dar un paso más porque mi forma de vida anterior no me permitía profundizar en las relaciones y hasta ese momento tenía claro que no quería salir en plan parejita con nadie. No me sentía preparada o no había encontrado al chico que me gustara de verdad.
¿Era Nacho ese chico? Pues no lo sabía, pero lo iba a descubrir.
Volvió a mi cabeza Thiago y pensé que centrarme en Nacho sería lo mejor para mí. Thiago solo me había traído dolores de cabeza, malos rollos y demasiadas disputas. Y un buen polvo, eso también... Pero lo olvidaría, con el tiempo lo olvidaría. Él estaba tonteando con Débora y los veía continuamente en el bar riendo y coqueteando. Además, mi madre me había prohibido seguir con él y, aunque lo lógico sería llevarle la contraria, quería mi cuaderno. No soportaba que lo tuviera ella, aunque estuviera en esa caja fuerte. Necesitaba recuperar esa parte de mí y asegurarme de que nadie podría leerlo jamás.