Nacho se fue con sus amigos y yo me adentré en la pista buscando a Lea y a los demás. No me costó mucho encontrar a Max por su altura y me indicó que Lea y Estrella habían salido a la terraza a fumar un cigarrillo. Me apeteció uno y salí a reunirme con ellas. Estaban en una esquina, charlando con dos tipos mayores y sonreí. Éramos unas ligonas de mucho cuidado.
—¿Y este bombón? —preguntó uno de ellos cuando las saludé.
Lea me dio un cigarro mientras me presentaba. El que había preguntado me ofreció fuego y Estrella me miró indicándome con los ojos que le molaba ese chico.
Miré al otro y me quedé con la boca abierta.
—Benditas fiestas —dijo él, esperando que lo mirara.
Era Marco, mi superior en la empresa del profesor Hernández. Había llamado a aquel teléfono, había hecho la entrevista sin problema alguno y justo hacía una semana me habían dicho que me habían elegido. Me presentaron a mi jefe: Marco, un tipo de veintiséis años, alto, atlético y atractivo, aunque no precisamente guapo. Pero tenía otras cualidades; por ejemplo, la labia. Tenía una labia que muchos quisieran.
—Menuda casualidad —le dije mientras nos sonreíamos.
—¿Os conocéis? —me preguntó Lea.
—Será mi jefe —contesté.
—Así que el bombón es esa tía que dijiste que...
Un patadón en la espinilla de su amigo lo hizo callar y nosotras nos reímos.
—Gregorio habla demasiado —señaló Marco sonriendo.
—Joder, Marco. Que solo bromeaba.
—Por si acaso —le replicó alzando los hombros—. Como está casado, no sabe ya ni lo que dice.
—¿Casado? Ni caso —dijo mirando a Estrella, quien rio con ganas.
Allí había tema, pero ¿no era un poco mayor para ella? Bueno, en la canción habíamos cantado que nos gustaban mayores... y el amor no entiende de edades, o eso dicen.
—La verdad es que podríais estar casados —comentó Lea como quien no quiere la cosa.
—No te pases, rubia —le dijo Marco—. Yo tengo veintiséis y Gregorio veinticinco. ¿Vosotras tenéis dieciocho, las tres?
Me miró a mí al preguntarlo y yo afirmé con la cabeza mientras daba una calada al cigarrillo.
—Estas chicas de hoy en día parecen mujeres, joder —comentó su amigo Gregorio y nos reímos por el tono que usó, como si fuera un abuelo.
—Somos mujeres, perdona —le replicó Lea, divertida.
—Nadie lo duda —comentó él mirando a Estrella.
Aquellos dos solo tenían ojos el uno para el otro, y Lea y yo nos miramos entendiéndonos perfectamente: debíamos echarle un cable a Estrella y alargar aquel encuentro, pero yo antes necesitaba ir al baño. Lea se quedó charlando con Marco, y Estrella y Gregorio siguieron haciéndose ojitos.
Había cola para entrar en el baño, ¡cómo no!, y esperé pacientemente mi turno.
—Vaya, vaya, nos encontramos de nuevo en los baños.
Miré hacia mi derecha; era Thiago.
—Eso parece —le dije yo, intentando mostrarme natural con él.
—Cuatro semanas.
—¿Qué dices?
—Que han pasado casi cuatro semanas. Era sábado, hoy es jueves.
Me chocó mucho que llevara la cuenta..., también la llevaba yo. Lo miré a los ojos, intentando averiguar qué quería decir con eso.
—Pero hoy no vas ciego —le dije para quitarle hierro al asunto.
—Ni tú vas a llevarme a tu casa.
—Creo que no —contesté con una sonrisa falsa—. Creo que la afortunada que te llevará hoy será otra.
—Porque tú quisiste que fuera así, claro.
Me lamí los labios y Thiago miró ese gesto. Desde que se lo había visto hacer a él tantas veces, se me había pegado la jodida manía.
—¿Quieres decirme algo en concreto?
La cola avanzó y Thiago dio ese par de pasos hasta ponerse a mi lado de nuevo.
—Que...
Se acercó a mi oído y su mano en mi cintura desnuda me dejó descolocada. ¿Qué hacía, joder?
—Que si yo fuera Nacho te quitaría este top con los dientes.
Se me cortó la respiración al oír lo que decía y sobre todo por su tono grave y ronco. Dios, me iba a dar algo allí mismo. ¿De qué iba este... este buenorro de los cojones?
—Respira, Alexia, respira —dijo retirando la mano de mi cintura con una leve caricia por la parte baja de mi espalda.
Lo vi desaparecer en el baño de chicos mientras seguía sintiendo el rastro de sus dedos en mi piel. Joderrrrrrrrrrrrrrr. Me daba la impresión de que la noche transformaba a Thiago, porque en la facultad se había comportado con frialdad y en cambio ahora... esas miradas, esas caricias, esas palabras... ¿Qué quería? ¿Volverme loca o tenerme tras él como un perrillo?
«Te quitaría ese top con los dientes...»
Solo de pensarlo se me ponía el vello de punta.
—¿Sigues aquí? —Era Thiago de nuevo y sonreí.
—Sí, te estaba esperando.
Me cogió de la mano y me sacó de la cola.
—¿Eh? Qué haces —le pregunté sorprendida.
—Ven, hay más baños en la otra sala de la disco y seguro que allí no hay tanta gente.
Le seguí, con su mano cogiendo la mía, y sin perder detalle de su ancha espalda. ¿Por qué siempre terminaba cerca de él? Y lo que era peor, ¿por qué no tenía voluntad para mandarlo a paseo?
Pasamos a la sala donde ponían música salsera, básicamente, y Thiago me señaló los baños a la derecha. El muchacho tenía razón: no tuve que hacer cola para entrar. Al salir me retoqué el pintalabios y me miré en el espejo diciéndome que me tranquilizara. Thiago me había hecho un favor, nada más. Éramos amigos, ¿no? No, no lo éramos. Inspiré aire antes de salir: valor y al toro.
Estaba apoyado en una columna, esperándome con su sonrisa provocativa.
—¿Mejor? —preguntó en un tono de burla.
—Sí, gracias. Tanta amabilidad me escama, Thiago.
—Eso es porque no me conoces, Alexia.
Mi nombre en sus labios sonaba de una forma tan sensual que tuve que darme una hostia mental para no quedarme mirando su boca como una lela.
—¿Qué tal con Débora? —le pregunté apoyando mi hombro en esa columna.
Me miró desde su altura y se lamió los jodidos labios.
—¿Qué tal con Nacho?
Nos miramos sin respondernos, como si los dos supiéramos que, a pesar de estar con otras personas, seguía habiendo algo entre nosotros.
—La cagaste tú —le acusé.
—No, la cagaste tú —replicó repitiendo mis palabras.
—Yo no me puse a cotillear entre tus cosas personales.
—Yo tampoco.
—Preferiría que lo reconocieras —le dije cruzándome de brazos.
—Y yo preferiría que no fueras tan testaruda. Un día de estos, no sé cuándo, descubrirás que la cagaste y, entonces, ¿qué?
—Lo dudo —le dije con ironía.
—Recuerda esto, Alexia, entonces el jodido tren ya habrá pasado, porque, si hay algo que no soporto, es la desconfianza.
Puso un dedo en mi frente y habló despacio.
—La desconfianza es como un cáncer y tú no confías en nadie.
—Eso no es verdad —le repliqué a la defensiva porque en parte tenía razón.
—Confías en Lea y Natalia. ¿En alguien más?
Pensé en D. G. A., con quien había seguido intercambiando mensajes, aunque no tan asiduamente. Desde aquel día en que habíamos rozado el tema del sexo, nos habíamos alejado un poco el uno del otro. Yo por miedo a empezar algo virtual con un tipo al que apenas conocía. No me gustaban las relaciones de esa índole, aparte de que, si quería empezar con buen pie con Nacho, debía ser honesta con lo nuestro.
—Sí, tengo un amigo en quien también confío bastante.
—¿Un chico? —preguntó Thiago, divertido.
—Sí, un chico.
—¿Que se llama...? ¿El chico invisible?
Lo miré poniendo los ojos en blanco.
—Da igual cómo se llame —respondí con retintín.
—Y tienes a Nacho —añadió él con rapidez.
—Sí, claro.
A Nacho no le había confiado apenas nada, de momento nos divertíamos juntos y nuestras charlas eran más bien triviales, aunque entretenidas.
—Y tú tienes a Débora —le dije mirándolo con una mueca.
—Entonces los dos felices, ¿no? —preguntó acercándose un poco a mí.
—Eso parece, ¿no? Hace un rato te he visto muy feliz —le dije mirándolo sin miedo.
Si pretendía acercarse más a mí, lo llevaba claro. Debía recordar bien que esa boca perfecta estaba besando la de su amiguita diez minutos atrás.
—No me quejo, pero tengo un problema —me dijo guiñándome un ojo.
Me reí al recordar la última vez que me había dicho esas palabras: yo había pillado un buen rebote. Joder, qué tonta me veía al recordar aquel pique y tampoco hacía tantos días de aquello.
—¿Se te duerme con Débora? —le pregunté y él rio.
—Es algo peor.
—No puede haber nada peor —le dije todavía riendo.
—Pienso en otra —me dijo con su voz grave y con una rotundidad que no daba pie a réplica.
—En otra —repetí sintiendo el calor que me provocaban sus palabras.
—Otra chica con la que estuve solo una vez, pero fue... ¿cómo te diría? Fue perfecto, ¿sabes a lo que me refiero?
—Sí...
Joder, joder, que ya me estaba embaucando de nuevo y yo era una jodida novata a su lado. Menudo rollito tenía el amigo...
—Pues pienso en ella a menudo, demasiado a menudo.
Su mano bajó y uno de sus dedos rozó mi cintura desnuda. No nos dijimos nada, solo nos miramos a los ojos con esa intensidad tan nuestra. Como si nos habláramos con los ojos.
Ese dedo se coló por mi espalda y su mano la recorrió entera hasta el final, donde terminó cogiendo con suavidad mi nuca. Allá por donde pasaba su mano me ardía la piel, me quemaba
—¿Qué me aconsejas? —Su voz ronca llegó directamente a mis partes íntimas provocando un calor exagerado.
Joder, Thiago podía conmigo.
—Thiago...
Quise decirle que parara, pero las palabras se me quedaron atrapadas en mi garganta, como si mi cuerpo me traicionara.
Se detuvo a pocos centímetros de mis labios y me miró pidiendo permiso. ¿Qué hacía? No, no podía sucumbir de esa forma cada vez que él se lo propusiera, y yo... Joder, se suponía que yo estaba con otro.
—No puedo —le dije dando un paso atrás y cortando aquello de golpe.
Me miró con un brillo especial en sus ojos verdes y me sonrió con calma.
—No esperaba menos de ti, novata. Vamos.
Se dio la vuelta y me quedé de piedra. ¿Qué era aquello? ¿Un juego para él?
—Oye, oye... —Le cogí del brazo y se volvió hacia mí.
—¿Qué pasa? —preguntó con una parsimonia alucinante.
—Eso digo yo. ¿Me estás probando? ¿Es eso? ¿Para después irle con el cuento a Nacho?
—Alexia, no seas tan fantasiosa. He querido besarte y tú no me has dejado. No le des más vueltas.
Parecía tan simple... visto así. Pero ¿y lo que sentíamos?
—¿Cómo que no le dé más vueltas? ¿Es que eres un puto robot?
—Sabía que no querrías, simplemente. Te conozco más de lo que crees.
Un brillo especial iluminó su mirada. ¿Por qué tenía la impresión de que iba cuarenta pasos por delante de mí? Había conocido a otros chicos de su edad, incluso de más edad, como Marco, y ninguno se parecía a él.
—¿Será porque hurgaste en mis cosas?
—¿Será porque tus secretos no son tan complicados de averiguar?
—¿Mis secretos? —Lo miré confundida.
¿Qué decía?
—Me hablas con los ojos, Alexia, cada día. Me buscas, me observas, sabes dónde y con quién ando en la facultad. En Colours o en Marte, siento cuando estás por ahí por tu mirada.
Abrí la boca, pero la cerré de golpe. Joder, ¿tanto se me notaba?
—Tus secretos son míos —me dijo con su aliento pegado al mío, y era tal mi deseo por él que sentí que me mareaba.
¡Dios! Era como cuando deseas algo con todas tus fuerzas, tantas que te muerdes los labios con ganas, hasta hacerte daño y solo piensas: tiene que ser mío, cueste lo que cueste.