THIAGO
Decir a esas alturas que Alexia me tenía loco era decir poco.
Ya habíamos pasado por varias etapas: el acercamiento, el alejamiento, el acostarnos juntos, el pelearnos y el volver a acercarnos. No entendía qué me ocurría con ella porque a mis veintiún años ya no era un adolescente que no supiera qué sentimientos eran los que me rondaban por la cabeza, pero con Alexia nada era sencillo.
Había estado dentro de ella, la había besado, la había degustado y Alexia era como la droga. Una vez que la probabas, querías más. No podía evitarlo y era superior a mí.
En la facultad seguía su rastro como si fuera su guardaespaldas. Sabía dónde estaba, con quién estaba y cuándo se iba de allí. En la sala de estudio donde realizábamos el proyecto de Francés, intentaba coincidir con ella, aunque jamás le demostraba todo lo que me hacía sentir. Además, Alexia había comenzado a salir con Nacho.
Al principio, Nacho explicaba muy por encima aquellas salidas, pero cuando creyó que no me importaban, empezó a explayarse bastante más. Me jodía pensar que ese chico que la llevaba al cine o a cenar debería haber sido yo, pero después me acordaba de que Alexia era demasiado caprichosa y de las palabras de mi padre.
Un día sin ton ni son me habló de ella y no sé cómo acabó diciéndome que esperaba que no repitiera el mismo error de Carol con Alexia y que me quería bien lejos de ella. Cuando me dijo aquello, no supe reaccionar y no contesté nada. Quizá tenía razón y ella no me convenía.
Pero cuando la tenía cerca, como en la discoteca, no podía evitar hacer el gilipollas. Me la hubiera llevado de allí en mi coche, para sentir sus labios de nuevo, para recorrer su piel con mis ojos y para hacerla mía una y otra vez. Pero la realidad era otra.
Yo estaba con Débora y ella con mi amigo.
En la discoteca Débora había buscado mi boca con ansia, así que correspondí a aquellos besos, aunque no tuvieran nada que ver con los de Alexia. No había manera de sacármela de la cabeza, y cuando la vi ir hacia el baño, no pude evitar ir tras ella.
Esa espalda desnuda me tenía tonto, tonto... Y me moría por tocarla, aunque fuera una sola vez. Aunque ella acabara dándome una sonora y merecida hostia.
Pero Alexia estaba tan confundida como yo, a pesar de que pensaba que yo era un auténtico traidor. Se equivocaba, por supuesto. Aquella carta estaba en el suelo y yo la recogí, sin más. Estaba su nombre escrito en ella y supuse que debía de tener relación con alguno de sus secretos.
Esos secretos me habían dado la pista definitiva de que Alexia era mi amiga de Instagram: que no se había enamorado nunca, que había tenido un accidente, sus pesadillas...
Estaba claro que aquel accidente había partido a una Alexia adolescente y que tanta susceptibilidad se debía a que todo aquello no estaba superado. No quería hablar jamás de aquello, ni cuando se lo preguntaba por Instagram con alguna indirecta. Siempre rechazaba hablar de ello y yo me moría por ayudarla, aunque no supiera que D. G. A. era yo.