ADRIÁN
El curso había empezado con un ambiente distinto. Estábamos en cuarto y muchos de nosotros acabaríamos la universidad en junio y nos convertiríamos en adultos que deberían buscarse la vida a partir de entonces.
Ese verano Thiago y yo habíamos trabajado un par de meses como camareros en un pub de un colega. Thiago no necesitaba la pasta, pero yo sí, y me había ido de perlas poder contar con ese dinero. Además, nos habíamos divertido de lo lindo y habíamos ligado tras la barra casi más que bailando en medio de la pista. Aquellas camisetas negras ajustadas que nos pasó mi colega atraían a las chicas como moscas.
Thiago y yo somos muy distintos. En lo referente a nuestro físico es evidente, solo hace falta vernos. Pero en cuanto a carácter tampoco nos parecemos. Yo hablo por los codos y él habla lo justo y necesario. Yo hablo con todo quisqui, y en cambio él necesita sentirse cómodo con su interlocutor. Thiago siempre me dice que en vez de traducción debería haber estudiado relaciones públicas. Soy muy extrovertido y no me cuesta hacer amigos. Thiago es más selectivo y no confía en todo el mundo. También es verdad que hemos tenido vidas muy distintas, nada que ver.
Él viene de una familia de pasta y yo no. Sus padres son dos empresarios de esos que no paran en casa y que van siempre trajeados. Los míos salen con zapatillas a tirar la basura después de atender en la carnicería de nuestro barrio. Thiago ha recibido una educación estricta, aunque su madre se desvive por él. Mi educación ha sido más ligerita, mis padres son más hippies en según qué cosas, incluso creo que alguna vez me han pispado algo de maría de mi cajón.
A pesar de todo esto, Thiago y yo somos amigos de los de verdad. Con una mirada nos entendemos. Él me cubre las espaldas cuando es necesario. Yo le hago favores sin que me los pida. Estamos el uno pendiente del otro. Eso sí, sin mariconadas.
—¿Y la niña esa? Joder... —dijo Thiago al ver pasar a una novata el primer día de uni.
—Es mona, sí —corroboré yo resiguiendo el cuerpo de la chica.
—Lástima que sea una cría —añadió sin dejar de mirarla.
—Quince años no tendrá, macho. ¡Qué exagerado eres! —le dije pensando que si tenía diecisiete pronto cumpliría los dieciocho.
—Paso de niñatas. En verano ya viste la que me lio Carol —dijo volviendo la vista hacia mí.
—Esa tía estaba pirada. No van a ser todas unas locas, digo yo.
—Adri, que paso —dijo dando por terminada la charla.
Lástima que no me aposté los gin-tonics de la fiesta del jueves; habría acabado bebiendo gratis.
Se cruzó con ella en la biblioteca y no se le ocurrió más que hacer el gilipollas. Pero debía reconocerlo: había llamado la atención de la novata, segurísimo.
Metió en todo el meollo a Luis, nuestro amigo el cerebrito, que siempre estaba dispuesto a liarla de un modo u otro. Cuando Thiago le explicó su misión, Luis no se lo pensó dos veces y se metió en su papel de mensajero que no puede decir ni mu. El tío es un cachondo a la par que listo. La única pega es que siempre está conectado a su ordenador y que nos cuesta un año que salga de juerga con nosotros. Porque, evidentemente, caen muchos jueves a lo largo del curso.
La chica se llama Alexia y es cierto que es muy guapa. He hablado con ella en un par de ocasiones y es lista de cojones. Parece mayor y un poco chula, pero eso sé que le gustará a Thiago, porque no soporta a las tías pánfilas y que esperan a su príncipe azul.
¿Lo mejor de Alexia? Su amiguita.
Joder, qué bombón. Rubia y con un flequillo largo que dan ganas de apartar de su frente para besar sus labios siempre rojos. Tiene un cuerpazo y no me importaría perderme en esas curvas.
—¿Sale o no con alguien? —me preguntó Thiago después de hablar con Alexia en Colours.
—No ha dicho ni sí ni no...
La verdad era que la tía se había ido por la tangente con mucha maestría y yo había olvidado la pregunta inicial.
—¿Y qué te ha dicho? —insistió él.
—Sabe que un tal Thiago cogió el libro de la biblioteca.
—¿Por qué lo sabe?
—Porque lo vio en la ficha del ordenador.
—Pero no sabe que soy yo.
—No tiene ni idea —le dije mirando hacia ellas.
Thiago miró a Alexia.
—Esa chica tiene algo... —dijo en voz más baja, como si hablara para él.
—Macho, no te vayas a enamorar.
—No digas tonterías, Adri.
Ya, ya...