13

 

 

 

 

Si charlar por teléfono con ellos fue divertido, estar los cuatro juntos fue lo más. Reí como nunca y me lo pasé genial, esa es la verdad. Thiago no me provocó más y yo me sentí muy cómoda con él. Realmente cuando quería era muy ocurrente y divertido. Me gustaba verlo riendo, me podía quedar embobada como una lela, pero me obligaba a mí misma a comportarme con normalidad con él. Habíamos dicho que nada de besos, aunque las miraditas iban y venían.

Débora y sus amigas apenas estuvieron media hora en el local, así que no hubo problema alguno con ellas. Además, estaba claro que Adri y Thiago pasaban de ellas, cosa que agradecí interiormente a Thiago porque no me apetecía discutir más con aquella panda. Con lo de Nacho ya había tenido suficiente.

—¡Yujuuu!

Aquella era Lea abrazada a Adrián. ¿Qué le habría dicho?

—Bueno, chicos —los interrumpió Thiago—, ¿quién tiene hambre?

—Yo, bastante —respondió Lea.

—Pues nos comemos, ¿no? —Thiago dijo eso sin apartar la mirada de mí y aquellos dos soltaron una buena risotada—. Quiero decir que vamos a comer algo.

—¿Comer o lamer? —le pregunté yo jugando a lo mismo.

Mi lengua recorrió mis labios despacio y él me miró embobado.

—¿Thiago? ¿Hola, Thiago? —le pregunté con socarronería.

Lea y Adri seguían con sus risas. Thiago y yo resultábamos un buen entretenimiento y antes de que él dijera una de las suyas, mejor la soltaba yo.

—Aquí planeta Tierra llamando a Thiago, el abducido —dije con voz nasal.

Nos reímos los cuatro a carcajada limpia. Thiago estaba para comérselo. Siempre lo pensaba: cuando reía tenía otra expresión y el color verde de sus ojos brillaba especialmente.

—Un poquito de sensatez, señores —acabó diciendo él entre risas—. Aquí la señorita novata me estaba provocando y sois testigos.

—Yo no he visto nada —dijo Lea con rapidez—. ¿Y tú? —le preguntó a Adri.

—¿Yo? Nada de nada —respondió él entre risas.

—Fíjate qué amigo tengo —me dijo Thiago—. Se vende por una rubia.

—Tú dirás —le dijo Adri y Lea lo miró con ojitos.

Ay..., ¿cuándo iba a dar algún paso este chico? Y no me refería a liarse con Lea, sino a poner en orden sus sentimientos.

—¿Dónde cenamos? —pregunté yo con algo más de seriedad.

—Yo te llevo donde quieras —respondió de inmediato Thiago.

—Tengo piernas —le dije riendo.

—Lo sé y muy bonitas —me replicó acercándose a mí con peligro.

Lo miré de soslayo y sonreí.

—Recuerda el trato —le dije.

—¿Qué trato? —preguntó Lea.

—Es secreto —respondió Thiago en un susurro.

—Estás tú muy chistoso, ¿te has comido a un payaso? —le dijo Lea bromeando.

Me miró a mí y yo lo ignoré.

—Thiago, ¿y si vamos a Escápate? —propuso Adri.

—¿Escápate? —preguntó Lea.

Thiago y Adri se miraron y sonrieron.

—¿Qué es eso? ¿Un bar de pijos? —les pregunté yo viendo aquella mirada cómplice.

—Sorpresa, cuando lo veáis entonces hablamos —me respondió Thiago.

—No sé si fiarme, Lea —le dije fingiendo un tono severo.

—Yo creo que son buenos chicos, un poco críos, pero ya sabes..., la edad...

Adri y Thiago nos miraban atentos.

—¿Tú crees? No sé, ya sabes que no debemos fiarnos de los guapos.

—Pues estos dos son un rato guapos.

—¿Has visto qué espalda gasta el amigo? —pregunté como si estuviéramos solas cuchicheando.

—¿Y tú crees que el de mi lado...?

—Lea, no me hables de medidas —le dije como si la riñera.

—A ver, chicas —intervino Adri un poco nervioso—. Estamos aquí, ¿lo sabéis?

Lea y yo nos reímos con ganas y ellos nos siguieron.

—Voy a pagar —dijo Thiago con intención de levantarse.

Fue a coger su cartera, pero lo detuve sujetando su mano. Sentí un escalofrío al tocarlo, pero ignoré esas sensaciones.

—Ni se te ocurra, invito yo —dije con rotundidad.

—Ni hablar —replicó él.

—¿Eres de esos tipos machistas que creen que una chica no debe pagar?

Sonrió de medio lado.

—¿Tengo pinta de machista? Lo mío es generosidad, que es muy distinto.

—Ya veo. Pues como eres tan generoso vas a dejar que pague yo.

Nos miramos de hito en hito y como siempre que lo miraba así desapareció todo a mi alrededor, en plan película. Sus ojos verdes eran increíbles y podía pasarme horas con la mirada fija puesta en ellos.

Me obligué a levantarme de la silla e ir a pagar. Sentía la mirada de Thiago en mi nuca, pero ignoré lo que me hacía sentir.

Al salir volvió a jugar conmigo y yo con él. Era divertido.

—Pasa, pasa —le indiqué con la mano sujetándole la puerta.

—Las novatas primero —dijo acompañando sus palabras con un gesto de la mano.

—¿No debería dejar pasar a la gente mayor? —le pregunté imitando su gesto.

—¡Oh, oh! Alexia, ¿así que me estás llamando viejo?

—Lo eres o, por lo menos, eres más viejo que yo —le dije.

—Lo haces para mirarme el culo, lo sé —dijo con una sonrisa pícara.

Solté una buena carcajada porque lo cierto es que le había mirado el trasero en más de una ocasión.

—Más quisieras, abuelo. Tira.

Thiago pasó por delante sonriendo y me gustó verlo de ese buen humor. Nos fumamos un cigarrillo de camino al metro para ir al restaurante. Yo iba charlando con Thiago del proyecto de Francés. Ahí teníamos tema para horas.

—¿Quieres un caramelo? —me preguntó Thiago tras apagar el cigarrillo.

—No, gracias —le dije—. No lo voy a necesitar —añadí sonriendo.

—Nunca se sabe. Eso es como llevar las braguitas sin agujeros por si alguien te las tiene que ver.

Me reí con ganas al oírlo.

—Joder, Thiago. —Me miró por encima de su hombro—. ¿Es que usas braguitas?

—No, yo no. Pero es algo que mi prima siempre dice. Además, ya viste que uso bóxer.

La imagen de Thiago en ropa interior vino a mí con tanta nitidez que salivé y no dije ni mu.

—Vale, Alexia, deja de imaginarme. —Su tono bromista me hizo despertar de ese sueño.

Ay, madre. Qué poca voluntad tenía y cuánto me iba el peligro. Salir los cuatro juntos, con ese rollito con Thiago no era lo más conveniente para mi salud mental. Pero ahí estaba yo, con dos pares.

Durante el viaje en metro charlamos los cuatro, como si nos conociéramos de toda la vida, como amigos de verdad, aunque si te fijabas bien las miraditas entre nosotros eran constantes. Además, Adri se acercaba más de lo normal a Lea, y eso me llamó la atención porque él siempre solía respetar bastante las distancias. Su mano estaba tocando la de Lea en la barra de metal y sus cuerpos se iban rozando con el vaivén del metro. Estaba segura de que mi amiga estaría cardíaca perdida y que en cuanto pudiera me diría que tenía el tanga desintegrado. Sonreí al pensarlo mientras ellos charlaban.

Bajamos del metro y procuré ponerme al lado de Lea para hablar con ella, pero Adri tenía ganas de estar con mi amiga y se puso entre nosotras dos. En fin, ya cotillearía con ella después. Para no dejar a Thiago solo, me coloqué a su lado y seguimos a la parejita.

Cuando entramos en el restaurante me quedé sorprendida. Nunca había oído hablar de este lugar ni sabía nada de él. Escápate era un restaurante muy original, tanto que el suelo estaba cubierto de arena de playa y las mesas junto a sus bancos eran superbajas.

Pero me gustó, debía reconocer que aquel par sabía impresionar.

Lea y Adri se sentaron en el mismo banco y a Thiago y a mí nos tocó compartir otro. Eché un vistazo al local mientras ellos comentaban la carta decorada con motivos marinos. Era todo muy chulo, la verdad, y estaba impresionada. Me había sentado sobre mis propias piernas y aquella luz tenue que envolvía el local le daba un aire tan distinto que por un momento pensé que estaba en algún chiringuito de Barcelona o de Málaga. Toqué la arena con los dedos, como cuando jugaba con mi padre en alguna de esas playas...

 

—¡Eh! Papi, ¿hacemos un castillo?

—Pero ¿tenemos princesa para el castillo?

—Ya buscaremos una —le respondí yo, concentrada en mi tarea.

—Yo veo una ahora mismo.

—¿Dónde? —le pregunté alzando la vista y buscando por la playa.

—Mi princesita Alexia —respondió mi padre sonriéndome.

—A ver, papá, yo no soy una princesa. Las princesas tienen una mamá reina y un papá que es un rey muy bueno.

—Yo sería un buen rey —dijo él riendo.

—Pero no tenemos mamá...

 

La historia de mi vida. Ya de pequeña echaba en falta algo que no había tenido nunca, ¿era posible eso? Por lo visto sí.

—¿Alexia? —oí que Lea me llamaba.

Levanté la vista y me di cuenta de que los tres me estaban mirando expectantes.

—¿Qué?

—Decíamos que podíamos compartir algunos platos, ¿qué te parece? —me preguntó Lea fijándose en mis ojos.

Me conocía lo suficiente como para saber que se me había ido la cabeza y la tenía en mis cosas. Era algo frecuente en mí.

—Genial.

—¿Estabas en la luna? —me preguntó Thiago directamente.

Lo miré a él y me fijé en que aquellas luces provocaban que el verde de sus ojos fuera más oscuro.

—Algo así —le respondí escueta.

—Creo que voy a cambiar lo de novata por...

Cogió su barbilla como si pensara algo muy importante y me miró con picardía.

—Por reservada.

—Estaba recordando cosas...

Vi de reojo que Lea y Adri estaban a lo suyo. No sabía de qué hablaban, pero siempre le daban al palique con tanto entusiasmo que se olvidaban del resto con una facilidad tremenda.

—Cosas —repitió Thiago.

Lo vi coger un poco de arena y la dejó caer con suavidad encima de mi mano. Sonreí y yo hice lo mismo. Me fijé en su mano grande, en sus uñas perfectas y pensé en esas manos recorriendo mi piel. Tragué saliva al recordarlo y ordené a mi cabeza que pensara en otra cosa.

Thiago me cogió la mano y la enterró en la arena.

En ese momento sonaba «Esperándote» de Manuel Turizo; la música estaba muy flojita, pero se oía perfectamente.

«Aprovecha que andas sola, que ahora nadie te controla, yo quiero bailar contigo mientras se pasan las horas...»

Thiago y yo nos miramos y no dijimos nada. Introdujo su mano en la arena y entrelazamos nuestros dedos.

No puedo describir lo que sentí... Era algo fuera de lo normal, algo extraño...

Ambos mirábamos nuestras manos y nos acariciábamos de ese modo, como si jugáramos con la fina arena, pero la realidad era que aquel contacto no tenía nada de juego.

«Mientras yo aquí estoy velando por sacarte lo que te está matando...»

Sentí su mirada en mí, pero me obligué a no levantar la vista porque no quería ir más allá. Aquello ya era bastante...

«Cada día esperándote, imaginándome tus besos, pero los desperdicias con él. Ando todo el tiempo esperando...»

Retiré mi mano y justo en ese momento llegó el camarero. Me repetí varias veces mentalmente que no quería hacer las cosas mal. Una cosa era el jueguecito entre Thiago y yo, y otra cosa era aquello. Aquello se había puesto serio en dos segundos y ese roce había provocado en mí más sensaciones que una sesión de sexo con Nacho. Joder, ¿qué coño me pasaba con Thiago?

En cuanto pedimos al camarero, me repasé los labios con ayuda de mi pequeño espejo. Había estrenado un pintalabios, regalo de Lea, y me quedaba divino ese color rosa suave.

—¿Siempre los llevas así? —me preguntó Thiago.

Me estaba mirando con su bonita sonrisa.

—¿Pintados? Sí, me gusta. Es como una pieza más de ropa. En casa también los llevo pintados siempre.

—Siempre no —dijo con rapidez.

Vale, cuando nos acostamos en mi casa iba completamente desmaquillada. Y por la mañana también.

—Casi siempre —dije con retintín.

—Estos me gustan porque no manchan —dijo con naturalidad.

Lo miré alzando las cejas y ambos nos reímos porque había parecido que hablaba como una chica. Sabía que se refería a que ese pintalabios era permanente y no manchabas al besar, pero había sonado muy gracioso en sus labios.

—Si quieres, ya te lo pasaré —le dije entre risas.

—Según cómo me lo pases no me importará —soltó con su habitual rapidez.

—No sabes tú nada, pijito —repliqué sonriendo.

—Novata, yo sé poco a tu lado.

Nos miramos con esa intensidad que ya era habitual.

—¿A qué te refieres? —pregunté con cautela.

Cambió de idioma y me habló en italiano. Estaba segura de que sabía lo mucho que me gustaba la sonoridad de esa lengua.

—En algunos momentos pienso que eres una cría de dieciocho años y en otros me doy cuenta de que estoy ante una chica fuerte, madura y con las cosas muy claras. Esa mezcla tuya es...

Se lamió los labios y yo tragué el nudo que tenía en la garganta. Sus palabras me dejaron descolocada y sentí que el techo de aquel local caía encima de mí a plomo. ¿Qué estaba haciendo Thiago? ¿Es que quería que me enamorara de él?

—Es fascinante —concluyó en italiano.

«Madre mía, madre mía...»

El camarero nos interrumpió para servirnos las bebidas y Adri nos explicó cómo era la comida en aquel restaurante. El precio era decente porque no servían platos de alta cocina, pero se comía bien y las raciones eran abundantes. Y no mentía. Cuando nos trajeron los platos los compartimos entre los cuatro y Lea y yo alabamos el buen gusto de nuestros acompañantes. Estaba todo riquísimo, y yo, que soy de buen comer, lo disfruté como una niña ante un buen dulce.

La cena fue genial, para qué mentir. Se percibía el buen rollo entre los cuatro: se notaba que entre Adri y Lea había algo especial, se notaba que ellos eran íntimos, igual que nosotras, y se notaba que Thiago y yo manteníamos las distancias con mucho temple, pero con ganas de acercarnos.

Charlamos como descosidos de mil temas y nos reímos muchísimo porque tanto Lea como Thiago eran bastante payasos. Cayeron un par de botellas de vino y al final de la noche la chispa del alcohol nos hizo reír más de la cuenta y estar más relajados. Tanto, que yo estiré mis piernas enfundadas en unos tejanos encima de las de Thiago, como si fuera lo más normal del mundo.

Ay, Alexia...