Llegó el final de la cena con más risas porque todos acabamos probando el postre de los demás.
—Esto es una bacanal en toda regla —dijo Adri riendo mientras metía su cuchara en mi mousse de chocolate.
—Yo creo que esta noche acabamos los cuatro enrollados —le dijo Thiago a Adri mientras colocaba una de sus manos en mi muslo derecho.
Oír sus palabras y sentir su mano ahí provocó una subida de temperatura de ¿cien grados?
Lea me miró unos segundos, pero ellos siguieron hablando de... de aquello.
—Pero ¿los cuatro juntos o cómo? —le preguntó Adri lamiendo su cuchara.
Lea debía de tener el tanga y la faldita desintegrados. Pensé que si la miraba de cintura para abajo me la encontraría desnuda por culpa de Adri. Lógicamente me entró la risa.
—Mírala, la novata se parte de risa. Yo creo que lo suyo será que primero yo me enrolle con Alexia y tú con Lea, ¿no? Después ya veremos.
Lea abrió los ojos y yo no podía parar de reír.
La mano de Thiago me dio un leve pellizco y lo miré frunciendo el ceño.
—¿Ese «después» significa que podemos ir a tu casa y montárnoslo allí los cuatro? —Joder con Adri, tenía la lengua suelta aquella noche.
—¿En la misma habitación? —le susurró Thiago lo suficientemente alto para que lo oyéramos.
En un instante nos vi. Sí, sí. Vi a Lea liándose con Adri y a su lado Thiago y yo en plena faena.
«¡Madre mía, vale, Alexia!»
—Eh..., dejad el tema, ¿vale? —les pedí más en serio.
—¡Fíjate! Si están aquí las chicas, creía que habíais ido al baño —nos dijo Thiago bromeando.
—Qué cabrones sois —les soltó Lea sabiendo que se habían vengado por nuestra broma de antes.
—¿Nosotros? No hemos hablado de medidas... todavía —le dijo Adri a Lea clavando sus ojos en ella.
¿Chispas? Allí había un fuego de los gordos. ¡Arde Madrid!, estuve a punto de decir, pero me callé. Aproveché que Thiago estaba mirándolos para robarle una de las frambuesas que acompañaban a su coulant de chocolate. Cuando me la iba a meter en la boca, Thiago me cogió de la mano y me la quitó con su boca. Sentí el calor en mis dedos y lo miré entre sorprendida y excitada. Me enseñó la frambuesa entre sus dientes e intentó hablar con ella, pero no entendí nada de lo que dijo y me reí. La cogió con sus dedos y me la mostró.
—Digo que si la quieres tendrás que cogerla.
Y dicho esto se la colocó de nuevo entre los dientes. Sonreí ante su descaro y le dije que no con la cabeza.
—Gallilla —lo dijo mal, pero entendí que me llamaba «gallina».
—Y tú eres un listo.
Alzó sus hombros como si no fuera verdad y me reí de nuevo. Este tío era la leche. Uno de sus dedos me indicó que me acercara y negué de nuevo con la cabeza.
—¡Venga, Alexia! Que no se diga —me animó Lea al darse cuenta de qué iba nuestra conversación de besugos.
La miré y nos reímos las dos. Menuda tontería llevábamos encima.
—Tu amiga está cagada —le dijo Adri para picarme—. No tiene nada que hacer contra mi amigo.
—Eso no te lo crees ni tú. Alexia tiene más huevos que muchos tíos, que lo sepas —se jactó ella, orgullosa de mí.
—Ya será menos...
Dejé de oírlos y me acerqué a Thiago bien despacio, calculando la distancia correcta para no tocar sus labios. Él ensanchó su sonrisa y me miró con deseo. Mi sexo palpitó al saberme tan cerca, pero solo tenía una orden en mi cabeza: coge la frambuesita y retírate... Re-tí-ra-te..., ¿sí? Es sencillo. Dale.
Era imposible, joder. Yo lo sabía, pero el alcohol había convertido mi cerebro en una gran masa de nubes. Vamos, que no pensaba con claridad porque era evidente que coger la frambuesa de sus dientes sin tocarlo era inviable.
Rocé la fruta y ladeé mi cabeza para atraparla. Rocé sus labios y no pude apartarme. Thiago eliminó ese centímetro que nos separaba y marcó su boca en la mía pasándome con su lengua aquella fruta. Al sentirme acariciada por su lengua caliente solté un leve gemido de placer. Thiago se separó y nos miramos con un deseo contenido. Mis ojos brillaban como los suyos y mi sexo pedía a gritos sentir de nuevo sus labios en los míos y más cosas...
«Alexia, piensa con sensatez.»
La misma historia de siempre. Mi cabeza decía qué me convenía, pero mi cuerpo iba por otro lado.
Mastiqué despacio la fruta, saboreándola y sin dejar de mirar a Thiago.
—Sabe a ti —le dije con ganas de picarlo.
Yo también sabía jugar fuerte. Su sonrisa se alargó y miró hacia el techo unos segundos para volver a por mis ojos.
—Y a ti —susurró apretando mi muslo con su mano.
Cogí otra de sus frambuesas con un movimiento rápido y se la pasé por delante de los labios. Thiago me miraba sonriendo.
—¿La quieres? —le pregunté coqueta.
Alzó una de sus cejas esperando mi propuesta. Ladeé mi cabeza y coloqué la baya en mi cuello, cerca de mi rostro.
—Ven a por ella...
Joder, jugaba con fuego y lo sabía, pero con él las cosas fluían y me veía incapaz de cortar aquello. Es más, me lo pasaba bien tonteando con Thiago, era divertido y tampoco íbamos a pasar de allí. Pero ¿no me estaba pasando de la raya? Quizá sí, pero no era consciente o no quería serlo. Estábamos de fiesta, los cuatro, bebiendo vino y echando unas risas. ¿Qué había de malo en ello? Solo era un coqueteo inocente.
Thiago se acercó con una lentitud exagerada y me mordí los labios al verlo dirigirse hacia mi cuello. Noté el calor que emanaba de su boca antes de que rozara con sus labios mi piel. Me besó despacio, como si quisiera grabar aquel momento en su cabeza tal y como estaba haciendo yo en la mía. Cerré los ojos unos segundos para sentirlo con más intensidad y suspiré cuando se separó de mí.
—¿Suspiráis, milady?
Nuestros ojos se enredaron de nuevo. Aquel verde me llegaba al alma y me moría por saber todo lo que escondían esas pupilas. De repente, sentí unas ganas inmensas de saberlo todo de él. ¿Y... eso? No reconocía aquellas sensaciones.
Parpadeé un par de veces y me separé un poco asustada por lo que Thiago provocaba en mí.
—Creo que voy al baño —le dije algo mareada por todo.
—¿Estás bien?
—Sí, sí.
Retiré mis piernas de encima de él y se levantó veloz para ofrecerme su mano y ayudarme a incorporarme.
—¿Os vais? —preguntó Lea de repente.
—¿Eh? No, no, voy al baño.
—Creía que ya nos dejabais plantados —soltó ella como si nada—. Te acompaño, que este vino es muy diurético.
—Recto y a la izquierda —nos indicó Thiago.
—Recto lo voy a poner yo —le murmuré a Lea yendo hacia los baños.
—¿Qué dices?
—Joder, que Thiago me tiene histérica.
—Sí, te he visto más tensa que yo cagando sin pestillo.
—¡Lea!
—¿Qué? Si es una polla, te folla, tía.
—¡Lea, por Dios!
Me detuve en seco para hacerla callar.
—O paras o me piro —le dije en serio.
—Vale, ya freno, petarda. Pero a ver, que yo me aclare. ¿Estás enfadada porque te busca o porque no quieres enrollarte con él?
Entré en el baño y la miré fijamente.
—¿Tú qué crees?
—Lo segundo. Hacéis una pareja tan cuqui...
—Joder, Lea, que esto es serio.
Me metí en el baño y ella esperó fuera.
—Tampoco exageres, que no ha pasado nada, ¿no? Tocar no es malo, hombre.
—No, claro.
—Novio no tienes, ¿verdad?
—Evidentemente, Nacho se puede ir a la mierda —le dije con contundencia.
Salí del baño y entró Lea.
—Pues ya está. Además, que solo nos estamos divirtiendo.
—¿Y tú con Adri?
—Si te lo cuento vas a subirte por las paredes.
—¿Por qué?
—Nos hemos metido mano... Mientras vosotros estabais a vuestro rollo, Adri ha colocado una de sus manos en mi pierna desnuda y... he visto a la virgen de los colores.
—¿Calores o colores? —le pregunté riendo.
—Yo qué sé. Voy más caliente que el palo de un churrero.
—¡Joder, Lea! Que hoy la liamos.
—Tú no sé, pero yo sí, petarda. Que voy a sufrir una combustión espontánea como ese chico no me solucione lo de ahí abajo.
No podía dejar de reír. Qué tía.
—Pues nada, supongo que querrás ir a tomar algo con ellos. Tendré que hacer el sacrificio...
Lea salió y soltó una buena carcajada.
Cuando regresamos del baño me fijé en que Adri y Thiago hablaban más bien serios y que cuando llegamos dejaron de charlar. Supuse que Adri le había comentado algo a Thiago de lo que había ocurrido con Lea y que quizá se sentía mal. Llevaba dos años con la lechuza y no debía de ser fácil tomar esa decisión. Pero estaba aquí con nosotras y nadie le había obligado a venir, así que Adri quizá debería analizar más sus actos que sus pensamientos.
De todos modos, al ver a Lea se le pasó rápidamente la seriedad porque no hacían más que decirse tonterías y reír. Thiago y yo mantuvimos las distancias y continuamos charlando de otras cosas. De vez en cuando mi cabeza me decía: si es que es Él, Alexia, ¿no lo ves?
—¡Chicos! ¿Tomamos una copa aquí o preferís ir a otro lado? —preguntó un Adrián de lo más contento.
Los miramos ambos un poco pasmados porque Lea y él estaban juntitos, pero no me refiero a uno al lado del otro, sino que Lea estaba en el regazo de Adri y estaban literalmente abrazados.
—Eh..., como queráis —les dije yo intercambiando una mirada con Lea, que me sonreía feliz.
¿Ya sabía dónde se estaba metiendo?
—Podríamos ir a Followers —sugirió Adri.
—Sí, ¿sabéis dónde es? —preguntó Thiago.
—Está cerca de aquí, ¿no? —contestó Lea.
—Sí, a un par de calles. Podemos ir andando.
Pedimos la cuenta, discutimos con ellos por no dejarnos pagar, salimos y nos dirigimos hacia aquel pub. Era un local más bien grande donde había una pista para bailar y una barra en forma de U bastante larga que siempre estaba llena de gente hablando y bebiendo.
Pedimos unos gin-tonics y, aunque había bebido un poco, me impresionaba mucho ver a Adri y a Lea cogidos por la cintura. Estuvimos los cuatro explicándonos anécdotas varias y riendo a carcajada limpia hasta que un chico nos interrumpió.
—Perdona —se dirigió a mí—. ¿Eres Alexia?
Joder, ¿otro del YouTube? No podía ser...
—Sí, soy yo. ¿Te conozco?
Los cuatro estábamos atentos a aquel chico alto, de unos veinte años y con un rostro agradable que me era conocido.
—Soy Pablo...
Mi cerebro hizo las conexiones oportunas y se me iluminó la bombilla. Sabía quién era.
—Pablo... —le dije observando bien su cara.
Sí, era él. Con dos años más, con un poco de barbita y con unas gafas que antes no llevaba.
—¿Qué tal estás? —me preguntó con cautela.
Di un par de pasos para separarme de ellos.
—Eh, bien. Bueno, ya sabes.
—Al verte..., al verte no he podido evitar venir a saludarte.
Era un tipo tranquilo, que hablaba más bien flojo y de forma muy educada.
—Ya... ¿Y tú qué tal?
—Bien, bien. Yo empecé ADE hace un año y me va muy bien.
—Yo he empezado Traducción este año y estoy encantada.
—¿En la Complutense?
—En On. —Esa era la manera en que los universitarios llamábamos al campus Madrid On.
—¡No me digas! Yo también voy allí.
—¡Vaya! Quizá nos hemos cruzado y ni nos hemos visto.
—Pues sí, aquello parece una selva.
Nos reímos los dos y recordé a Antxon y Pablo riendo a carcajada limpia por cualquier tontería.
Pablo era nuestro vecino en Madrid, vivía en la puerta de enfrente y desde el primer día hubo muy buen rollo entre ellos dos. Tenían la misma edad y la misma afición por las chicas. Desde que llegamos a Madrid hasta el día del accidente transcurrieron apenas dos semanas, pero Pablo pasó muchas horas con él.
—Oye, ya no hablamos nunca porque te perdí de vista, pero... a veces pienso en él.
Lo miré sintiendo que el corazón se me encogía.
—Si no hubiera ido a esa fiesta...
Era la fiesta de un grupo de amigos de Pablo y hacía días que Antxon hablaba de ella porque tenía ganas de hacer vida en la ciudad y estaba entusiasmado con la idea de instalarse definitivamente en Madrid con nosotros. La verdad era que el futuro parecía en aquellos momentos idílico.
—Pablo, la culpa no fue de nadie —le dije yo sorprendiéndome a mí misma.
—Ya.
Él lo sabía y yo lo sabía. No podíamos andar diciendo ¿y si...? ¿Y si no hubiera ido a la fiesta? ¿Y si hubiera salido cinco minutos antes? ¿Y si yo no lo hubiera acompañado? ¿Y si el coche hubiera estado en el garaje? ¿Y si ese camión hubiera hecho noche en cualquier motel de carretera? A saber. La vida estaba llena de casualidades y de miles de cosas que no podías controlar. Yo había terminado pensando que aquel había sido su destino.
Vi en los ojos de Pablo un brillo especial. ¿Iba a llorar? No, no..., porque si él lloraba yo podía acabar derramando un mar de lágrimas.
—Me alegro de haberte visto —dijo con voz trémula.
—Y yo. Y a ver si nos vemos por el campus —le dije intentando ser más fuerte que él.
—Dales recuerdos a tu padre y a Judith —me dijo más tranquilo.
—Sí, de tu parte. Y tú a tus padres.
Nos dimos dos besos con abrazo incluido por su parte y nos sonreímos al decirnos adiós. Lo vi irse e inspiré con fuerza. No dejaba de cruzarme con mi pasado, por mucho que quisiera mantenerlo a un lado.
En cuanto me reuní con los tres, Lea me acribilló a preguntas.
—¿Quién era? ¿Trabaja contigo o qué? La verdad es que me suena.
—No creo que te suene, era mi vecino hace un par de años.
Al ver que a Lea le cambiaba la cara, le advertí con la mirada que dejara el tema.