17

 

 

 

 

Entrar en su habitación, abrazados, besándonos, acariciándonos... era como un sueño que había repetido miles de veces en mi cabeza.

No me dio tiempo a observar apenas nada. Una cama en el centro donde nos tendimos sin dejar de tocarnos y un ambiente cálido donde su aroma lo envolvía todo.

—Estás bonita aquí —dijo mirándome con una sonrisa sincera.

—Me gusta estar en tu cama. Huele a ti...

Sus labios me silenciaron de nuevo y nos besamos lánguidamente, como si ahora que estábamos en su cama no quisiéramos que aquello terminara.

Una de sus manos se introdujo por debajo de mi camiseta y me acarició con suavidad hasta encontrar mi sujetador. Pasó sus dedos por encima y sentí cómo mis pezones se ponían duros. Bajó la copa del sostén con cuidado y me acarició con tanta parsimonia que arqueé mi espalda pidiendo más.

—Alexia, Alexia... ¿Quieres volverme loco del todo?

Su voz en mi cuello me hizo cosquillas y su boca me fue dando pequeños besos mientras sus manos seguían con aquellas caricias. Su otra mano tiró de mi camiseta para quitármela y le ayudé para después buscar su boca.

—No..., déjame mirarte. —Sus ojos verdes se clavaron en los míos y seguidamente en mi cuerpo—. Llevo demasiados días recordándote y no sabía si era fruto de mi imaginación... Pero no, eres suave, eres perfecta...

Besó mi estómago desnudo mientras se desprendía de mi sujetador y gemí con suavidad cerrando los ojos. Lo que sentía con sus roces me superaba. Se deshizo de su camiseta con rapidez y me abrazó acariciando su piel con la mía. Una de sus manos bajó hasta mis tejanos y los desabrochó con maestría mirándome fijamente. Alzó una de sus cejas y nos sonreímos.

—Tienes un máster.

—¿Un máster? —preguntó riendo.

—En soltar los botones de los pantalones. —Escuché sus carcajadas roncas y lo miré alelada mientras me despojaba de los pantalones.

—Lo que tengo son muchas ganas de ti —replicó más serio introduciendo su mano en mis braguitas.

Llevaba toda la noche derritiéndome, pero en ese momento estaba tan húmeda que sus dos dedos resbalaron entre mis pliegues.

—Uf... Alexia...

Hundió su cabeza en mi cuello y deslizó dos dedos en mi interior. Gemí y él gruñó buscando mi boca de nuevo. Me lancé a por él y busqué su sexo. Al tocarlo, Thiago jadeó y apreté mi mano en su duro miembro. Le bajé la cremallera con las dos manos mientras él seguía quieto dentro de mí. En cuanto liberé su polla y la atrapé entre mis dedos, volvió a deslizar los suyos en mi interior con un ritmo mucho más marcado.

—Thiago...

—Alexia...

Sus labios bajaron hasta mi pecho y empezó a mordisquear mis pezones con suavidad. No podía con todo y empezaba a sentirme saturada de tanto placer, aunque a la vez quería más, mucho más. Me sentía al borde del orgasmo, pero no quería dejarme ir tan pronto.

—Vamos, Alexia, no te contengas... Te conozco...

No pensé en sus últimas palabras y me dejé llevar. Exploté en cinco segundos sintiendo el movimiento de sus dedos, las caricias en mi pecho y sus constantes jadeos al sentir la presión de mi mano en su sexo.

—Diosss —dije aliviada y mordiéndome el labio inferior.

—No voy a poder borrar la imagen de tu cara en la vida —dijo con una gravedad que me sorprendió.

Thiago era intenso, en todo. En sus palabras, en su forma de ser, de besarte, de mirarte.

Hubo una pausa forzosa para quitarse los pantalones y colocarse el preservativo, pero Thiago me atrajo hacia su cuerpo de nuevo y me coloqué encima de él. Nuestros sexos se rozaron y él cerró los ojos unos segundos. Estaba para comérselo entero y sentí algo dentro de mí que no supe reconocer.

—¿Estás bien? —preguntó al abrir sus ojos verdes.

—Perfectamente.

No quise decirle que... ¿qué? ¿Que tenía sentimientos por él?

«No pienses tanto, Alexia.»

Sus manos amasaron mis pechos con suavidad y yo acaricié su pene con delicadeza. Estaba más que preparado para mí, así que alcé un poco las caderas y la coloqué en la entrada mi sexo.

«¿Ya? No, todavía no. Me apetecía ver el deseo en sus ojos un poco más.»

—Thiago...

—¿Mmm?

—¿Cómo te gusta?

—¿El qué? —Su tono sensual me hizo sonreír con picardía.

—Despacio... Rapidito... Fuerte...

—¡Ah! ¿Se puede escoger...?

Nos reímos y me gustó esa confianza que se respiraba entre nosotros.

—Se puede escoger —contesté con seguridad.

—A ver..., déjame pens...

La introduje de golpe y Thiago entreabrió sus labios sorprendido por el placer. Lo miré con malicia y él se lamió los labios.

—Chica mala —susurró en un jadeo.

—Chico guapo —repliqué moviéndome de nuevo.

Ambos cerramos los ojos unos momentos para sentir con más fuerza aquel placer. Solté un suspiro y Thiago gimió flojito.

—Mejor de lo que recordaba...

—Mucho mejor —dije en sus labios.

Me besó de nuevo con pasión y a partir de ahí una vorágine de besos, caricias, lamidas, pellizcos, gemidos y jadeos acompañaron nuestros rítmicos movimientos hasta que Thiago quiso tomar el mando de la situación y me colocó debajo de él sin salir de mí.

—¿Fuerte? —preguntó con voz ronca.

—Fuerte —respondí loca de deseo.

Empezó a moverse despacio para ir acelerando sus embestidas. Se sostenía con uno de sus brazos mostrando todos los músculos y su otra mano estaba en mi cadera, dejando sus dedos marcados en mi piel. Mis manos estaban en su espalda acompañando sus movimientos.

—Nena..., eres especial...

Nos sonreímos antes de dejarnos llevar por el deseo y fundir nuestras bocas en un beso eterno. Sus caderas incrementaron el ritmo para llevarnos al clímax en pocos segundos. Nos corrimos casi al mismo tiempo: empecé yo gimiendo algo más fuerte y me siguió casi al momento. Fue increíble cómo se acoplaron nuestros jadeos, cómo nos tensamos a la vez y cómo nuestras pieles sintieron la misma electricidad.

«Dios... como nunca...», pensé.

No podía compararlo con nada, con nadie, ni siquiera con nuestra primera vez. Todo lo ocurrido entre nosotros había explosionado entre nuestros cuerpos.

Thiago salió despacio de mi cuerpo y se fue al baño para quitarse el preservativo. Yo me quedé en su cama, con los brazos por encima de mi cabeza, desmadejada y sintiendo un alivio infinito. ¿Qué era esa sensación tan placentera? Normalmente, después de follar me sentía a gusto, satisfecha, pero en ese momento estaba en una nube de algodón. Casi como si flotara. Sonreí al pensar que parecía que me había metido algo.

—¿De qué te ríes? —preguntó Thiago mirándome desde el quicio de la puerta.

Observé su cuerpo desnudo, no tenía desperdicio el chico. Estaba musculado, pero no de forma exagerada. Su vientre tenía tableta, aquello lo recordaba bien.

—Me siento genial. —Me incorporé apoyando el peso en mis codos y nos miramos con esa sonrisa especial—. ¿El baño, por favor?

—A mi derecha, la primera puerta.

—Gracias. —Me levanté sin importarme mi desnudez.

Ambos estábamos cómodos. Aparte de mi cicatriz, no me escondía de nada. Yo era esa que veía, ¿para qué fingir algo que no era? Incluso con él la cicatriz había dejado de tener importancia. Thiago no la había tocado en ningún momento y yo me había dado cuenta de ese detalle. Supuse que no quería arriesgarse a que me apartara o a que se me cortara el rollo. El ojazos estaba siempre en todo.

Pasé por su lado y él me dio un buen repaso con el que me sacó una carcajada.

—Que no me entere yo de que ese cuerpo pasa hambre... —Su tono bromista me hizo reír con más ganas y entré en el baño con una gran sonrisa.

Me miré en el espejo y me vi... distinta. ¿Por qué? Estar con Thiago me convertía en una persona mucho más positiva, como si él me insuflara el aire que a veces me faltaba.

Me aseé y regresé a su habitación. Toda nuestra ropa estaba bien colocada en una de las sillas y Thiago, sentado en su cama esperándome. Nos miramos sin parpadear y me acerqué a él como una gatita, despacio y con precaución.

—¿Vas a quedarte? —preguntó atrapando mi mano.

Me atrajo hacia él y me tumbé a su lado. Nos tapamos con su nórdico y ambos volvimos a sonreír.

—¿Quieres que me quede?

—Exijo que te quedes. —Su mano amasó mi pelo y acarició mi nuca.

Pensé en mi madre. Le había comentado que esa noche salía, pero no le había dicho nada de dormir fuera, por supuesto.

—¿Qué hora es?

Thiago miró hacia su derecha y un reloj nos indicó la hora.

—Las dos y media...

—Le mandaré un mensaje a mi madre. Mañana tendré que oírla, pero...

—Valdrá la pena —acabó la frase por mí y marcó su boca en la mía.

Cogí el móvil y escribí a mi madre un mensaje escueto.

 

Me quedo en casa de Lea a dormir.

 

La excusa ya la pensaría cuando la tuviera delante, eso si se dignaba a preguntarme algo, claro.

—Ya está. Total, para lo que nos vemos.

—¿Es tan... así?

—No, es peor.

Thiago me miró a los ojos y volví a sentir esa conexión con él.

—Me sorprendió cuando me dijiste que era una hija de puta.

—Nunca ha sido una madre para mí, ni antes ni ahora. Es recíproco, no te preocupes. Ella no sufre, si es eso lo que estás pensando.

—Joder, es difícil de entender.

—Sí, lo sé. No tiene nada que ver con mi padre. Él es adorable.

—Como tú...

Sus dedos acariciaban mi pelo y los míos reseguían su pecho desnudo. En esos momentos me sentí más cerca de él que de nadie, como si Thiago pudiera entender todos mis malos rollos. Me toqué la cicatriz al pensar en mi pasado y él se percató de mi gesto. Puso su mano encima de la mía y me tensé unos segundos.

—Alexia..., si compartes las cosas malas, todo es más llevadero.

Sí, tenía razón. Si cuentas tus penas, si explicas qué te ocurre, si sacas lo malo que hay en ti, todo se relativiza y parece que sea menos grave de lo que tú piensas o sientes. Y eso hice. Sin pensar en qué iba a ser de nosotros al día siguiente, le expliqué toda mi historia: la separación de mis padres, el rechazo de mi madre, mis numerosos viajes con mi padre, que era quien me criaba, cómo conocimos a Judith y Antxon, nuestras últimas Navidades... El puto accidente, mis operaciones en la pierna, su muerte, su jodida muerte, el vacío, las lágrimas, el dolor, la culpa que me separó de mi padre y Judith y mi llegada al piso de mi madre como si fuera un estorbo para ella.

Thiago me escuchó atento y fue haciendo alguna pregunta, pero procuró interrumpir poco. Sabía que me costaba hablar de mí, de mis cosas, y no quiso cortar el hilo de mi explicación.

Al terminar me abrazó y no dijo nada. Yo tampoco.

Nos dormimos así, abrazados, sintiendo la respiración del otro y sabiendo que estábamos donde queríamos estar. El uno junto al otro. No hablamos de nosotros, de lo que había pasado, de cómo íbamos a tratarnos o de lo que queríamos. Aquello quedaba en un segundo plano, en ese momento yo me abrí a él y él supo que le estaba regalando mucho más que una simple historia.

Le estaba dando parte de mí.

 

 

—Alexia, así me gusta verte.

—¿Antxon?

—¿Creías que había desaparecido? ¿Para siempre? ¿Por qué piensas eso constantemente? Estoy en tu cabeza, en tu mente, en tus pensamientos. Casi cada día.

—No, no es lo mismo...

—Alexia, deja de torturarte.

—No puedo. Te veo a mi lado, muerto. Debería haber sido yo...

—¿Por qué?

—Porque tú eras... único.

—¿Y tú, Alexia?

—No, no, no. —Volví mi cabeza varias veces negándolo.

—¿Acaso no lo eres?

—No, Antxon, no, no...

—Sí, hermanita, sí...

—No... —Sollocé al ver que Antxon se convertía en humo—. ¡No!

—Chis, Alexia...

Me desperté de golpe.

¿Dónde estaba? ¿Y Antxon? De repente sentí una mano acariciando mi cadera y me asusté.

—Nena, soy yo...

«Vale. Es Thiago.»

Respiré más tranquila. Puse mi mano encima de la suya.

—Thiago...

—¿Estás bien?

—Sí, sí...

—¿Eran pesadillas? —preguntó con cautela.

—Algo así —contesté volviéndome hacia él—. A veces parecen tan reales que cuando despierto dudo que haya sido un sueño.

—Has dicho su nombre...

Nos miramos a los ojos en la semioscuridad de su habitación.

—Sí, a veces hablo con él en sueños. Pensarás que estoy chalada —añadí inmediatamente.

—¿Por qué iba a pensar eso? Me parece muy normal que lo tengas tan presente. Fue como un hermano para ti.

—Sí, realmente sí.

—Dime..., ¿cómo era?

Sonreí al escuchar su pregunta.

—Te hubiera caído bien —concluí en pocos segundos—. Y tú le hubieras gustado, aunque te advierto que te habría mirado con lupa. Era peor que mi padre —dije soltando una risilla.

—Te controlaba —dijo sonriendo.

—Me protegía. Solo tenía dos años más que yo, pero era el señor prudencia. Siempre bromeábamos con eso porque yo era justo todo lo contrario.

—¿La señorita impulsiva?

—Muy impulsiva —contesté riendo.

—Es uno de tus muchos encantos, novata. —Me guiñó un ojo y fui a por sus labios instintivamente.

Thiago me correspondió con su aliento caliente y nuestros cuerpos desnudos reaccionaron al segundo, ávidos de alcanzar de nuevo otro de aquellos gloriosos orgasmos...

Thiago salió de mi cuerpo y ambos jadeamos fuerte.

—¡Dios!, me vas a matar...

Lo miré y me reí al escuchar sus palabras mientras un pensamiento fugaz recorría mi mente: «Podría enamorarme de ti...».

¿Perdona? ¿Yo había pensado eso?