La luz que entraba por las rendijas de la persiana me despertó. Thiago dormía plácidamente, con su cuerpo pegado a mi espalda, con su mano en mi muslo y con su respiración pausada cerca de mi nuca. Sonreí al pensar que habíamos pasado de casi ni hablarnos a estar así... ¿Era aquello una pequeña tregua de un día o duraría más tiempo? Nada impedía que estuviéramos juntos. Thiago no salía con nadie y yo iba a romper con Nacho en cuanto él pusiera los pies en Madrid.
«Pero, Alexia, hay más factores.»
Mi madre era uno de ellos. Si se enteraba de que andaba con Thiago, empezaría a tocarme los cojones de nuevo y no me devolvería el cuaderno, eso seguro. Tenía que conseguir sacarlo de esa maldita caja fuerte, pero no sabía cómo. Quizá si buscaba en su móvil podía encontrar la contraseña. Pero era una idea absurda porque mi madre no se separaba de su teléfono.
De todas formas, no hacía falta preocuparse por algo que todavía no sabía si sería un problema porque no estaba segura de qué quería Thiago de mí. ¿Era un simple rollo? ¿Quería que nos liáramos así de vez en cuando en plan «follamigos»? ¿Algo más serio? ¿Y yo? Porque hasta ayer no quería saber nada de él... y fíjate dónde me encontraba: en sus brazos, ni más ni menos.
El sonido de mi móvil me asustó y lo cogí antes de que despertara a Thiago.
—¿Sí? —Descolgué sin mirar quién era.
—Buenos días, muñeca.
¡Joder, era Marco!
Thiago me abrazó más fuerte y ronroneó en mi cuello.
—Eh..., hola... —atiné a decir, incómoda.
«Qué oportuno...»
—¿Duermes todavía? —me preguntó divertido.
—Más o menos, ayer salimos y eso...
Thiago pasó una de sus manos por mi vientre desnudo y sentí un fogonazo de calor.
—Es que estoy por tu barrio y quería invitarte a un café.
—¿Por mi barrio? No estoy en casa... Estoy en casa de una amiga.
—Vaya, tú te lo pierdes, muñeca.
Thiago besó mi hombro y cerré los ojos unos segundos al sentirlo.
—Otra vez será —le dije queriendo cortar ya aquella conversación.
—Te tomo la palabra, preciosa. Hasta otra...
—Hasta otra. Un beso...
—¿Un beso simple? ¿Uno doble o uno potente?
Me reí al escucharlo y Thiago me miró de reojo.
—Uno muy simple —respondí dejando de reír.
—Tómate un café doble, estás muy siesa.
Me dieron ganas de reír de nuevo, pero me aguanté.
—Hasta luego —me despedí antes de colgar.
Me volví hacia Thiago, que me miraba bastante serio.
—Era Marco.
—Ajá.
—Mi jefe en la empresa del profe.
—¿Un jefe que quiere algo contigo?
Su tono era totalmente neutro, así que me era imposible saber si lo decía por simple curiosidad o si estaba molesto.
—Bueno, tiene ocho años más que yo, aunque es un bala perdida. Ya sabes.
—Entiendo, ¿un Adonis?
Sonreí al recordar a D. G. A.
—Sí, algo así. Supongo que le gustan todas, y una de ellas soy yo. A pesar de eso, es un tipo majo.
Thiago me miró a los ojos fijamente.
—¿Y a ti?
—¿A mí qué? ¿Si me gusta? —Joder, qué preguntita...—. Es simpático y muy divertido, pero no es mi tipo. Además, es muy mayor.
—No es tan mayor —aseguró él.
Lo mismo había dicho Marco, pero yo sí veía mucha diferencia de edad entre los dieciocho y los veintiséis.
—Yo creo que sí, aunque no digas nunca de esta agua no beberé. En Tokio tenía una compañera que se enamoró de su profesor y le llevaba doce años. Y encima profe, ¿sabes? No veas qué marrón...
—Podrías enamorarte de tu jefe —comentó alzando sus cejas.
«Podría enamorarme de ti...»
—¿Te preocupa? —pregunté alejando esos pensamientos de mi mente.
—¿Debería?
—Hablar contigo es como resolver un jeroglífico, ¿sabes? Habla claro.
—Te temo.
Abrí los ojos al ver que lo decía en serio. Pasó una de sus manos por mi pelo y nos mantuvimos la mirada. Yo seguía pensando por qué decía eso de mí. Quizá porque...
—¿Porque soy una cría para ti?
—No, Alexia, no es por eso. Cuando quieres, eres más madura que yo, tienes las ideas muy claras y sabes lo que quieres en muchos aspectos de tu vida, pero en cuanto a relaciones... Me acojonas.
—¿Crees que no sabría llevar una relación?
Thiago miró hacia el techo y colocó una de sus manos bajo su cabeza.
—No lo sé.
—Ya. Quizá yo soy muy impulsiva, pero tú te pasas de prudente, ¿no crees?
—Me da miedo dejarme llevar contigo y que acabes destrozándome. Es simplemente eso.
—Simplemente eso, casi nada —repliqué picada.
¿De qué tenía pinta? ¿De devorahombres? Venga ya.
—Ponte en mi lugar —dijo mirándome.
Lo pensé durante unos segundos y no lo entendí. Él también podía hacerme daño a mí.
—¿Y si eres tú el que me rompe el corazón a mí? ¿Y si eres tú el que cae en brazos de tu amiga mientras yo te creo a ciegas? Fíjate en Nacho...
—No me compares con él, no tenemos nada que ver.
—¿Ah, no? Porque a simple vista sois muy parecidos: dos tíos buenos, con buen cuerpo y perseguidos por miles de tías.
—Sabes que no nos parecemos en nada.
—No lo tengo tan claro —comenté para picarlo.
—Si salgo con alguien soy fiel, puedes preguntarle a cualquiera. Nacho no. Somos muy distintos en ese y en otros aspectos.
Lo sabía, eran muy diferentes en cuanto a carácter y manera de actuar.
Salí de la cama y Thiago me observó mientras buscaba mi ropa.
—Mira, Thiago, mejor lo dejamos aquí. Yo no quiero obligarte a que me creas.
—Nena, no es eso...
Me coloqué mis braguitas y el sujetador y le señalé con el dedo.
—Sí lo es, tú estás acojonado y yo no quiero estar así con alguien. Y menos contigo.
—¿Conmigo?
—Ya me entiendes.
—No, no te entiendo.
Me puse los pantalones con rapidez y me calcé. Quería irme de allí cuanto antes. Aquella conversación me estaba agobiando porque veía que Thiago pasaba de mojarse conmigo.
«De puta madre.»
—Me refiero a que lo nuestro... lo nuestro no es una historia cualquiera.
Thiago ladeó la cabeza y me puse la camiseta con tan mala suerte que no encontraba el puto agujero por donde meter la cabeza.
—Mierda —farfullé enfadada.
—¿Te ayudo? —Thiago tiró de la prenda hacia arriba y me lo encontré de frente, desnudo, musculoso, guapísimo... y sujetando mi camiseta por encima de su cabeza.
—Dámela —le pedí, procurando no mirar ese cuerpazo.
—Cógela —dijo sabiendo que no llegaba.
—Thiago... —le advertí mosqueada.
—Mira —dijo señalando su sexo erguido.
Madre, madre mía... Me subieron todos los calores de repente.
—No puedes irte —susurró en un quejido irónico.
«Qué cabrón...»
—Poder puedo...
—Pero no quieres —terminó la frase por mí y nos miramos a los ojos con deseo—. Ven —me ordenó moviendo su dedo índice.
Negué con la cabeza mostrando el poco orgullo que me quedaba.
—¿No? Está bien... Entonces no tendrás camiseta.
Me cogió por la cintura y me atrajo hacia él, apretando su sexo contra mi abdomen.
La verdad era que me deshacía solo de sentirlo de esa forma junto a mí.
—¿Te irás así? ¿En sujetador? —me habló en mis labios y me miró con sus pupilas dilatadas por el deseo.
Estaba para comérselo, esa era la verdad, pero no quería ponérselo tan fácil. Me escurrí de entre sus brazos y cogí su camiseta que estaba colocada en la silla.
—Usaré la tuya —le dije sonriendo victoriosa.
Sonrió de medio lado y estuve a punto de lanzarme a por él, pero justo entonces sonó el timbre de la puerta exterior de su casa. Thiago me miró y frunció el ceño.
—Voy a ver quién es...
Se colocó los tejanos con rapidez, sin el bóxer, y puse los ojos en blanco al verlo salir con el torso desnudo y descalzo. ¡Dios!, cómo estaba el tío...
Lo seguí por curiosidad. ¿Y si eran sus padres? En teoría regresaban el 2 de enero, faltaban todavía varios días... y además ¿por qué iban a llamar ellos?
Thiago descolgó el videoportero y apareció una imagen de Débora junto a Gala y Felisa. ¿Y eso?
—¡Hola, Thiago! ¡Abre!
—Eh...
—Vamos, que te has dormido, como si lo viera. Son las doce de la mañana y habíamos quedado, ¿recuerdas?
—Sí, sí...
Thiago le dio a un botón y colgó el telefonillo. Entré en la habitación, recuperé mi camiseta y cogí mi pequeño bolso para irme de allí. Por lo visto, se nos había terminado el tiempo.
—Esto, Alexia...
Thiago estaba apoyado en la puerta de su habitación, como un jodido modelo, despeinado, a punto para hacerte el amor.
—¿Qué? —No quise mirarlo para que no viera que me fastidiaba mucho la aparición tan oportuna de sus amigas.
¿Y a qué venían? ¿A jugar a la Play con él? Sí, claro.
—Había quedado y no me acordaba.
—Genial, yo ya me iba.
Pasé por su lado casi sin mirarlo, pero me cogió del brazo para detenerme.
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—¿A mí? Nada.
Seguía con la vista al frente.
—Alexia, que nos conocemos...
—Perdona, pero no me... Apenas me conoces.
Sonó el timbre de su casa.
—Joder —gruñó por lo bajo—. Espérame un segundo, ¿vale?
Si me quedé allí fue para no cruzarme con aquellas arpías. No me apetecía nada ver sus miradas de desprecio, sabía qué pensarían: esta no ha tardado nada en follarse a otro. Y no, no era que me importara lo que pensaran, pero no quería liarla porque me tenían calentita.
Aunque no salí de la habitación, pegué la oreja a la puerta.
—¿Estabas durmiendo? —le preguntó Débora—. ¿O es que tienes compañía?
—¡Qué dices! —le replicó Thiago.
«Vale, gracias.»
—¿Y Adri? —preguntó Gala.
—Supongo que no tardará. Id pasando vosotras y yo me cambio en un momento.
¿Cambiarse? ¿Para qué?
—He traído el biquini blanco... —oí que decía Débora.
—¿El del tanga? —preguntó Felisa.
—Ese mismo, van a quedar unas fotos chulísimas. Gracias, cariño, por dejarme usar tu piscina.
Hubo un silencio durante el cual yo imaginé a Débora comiéndole la boca a Thiago. Ya tenía suficiente.
—De nada —contestó él—. Vamos, os acompaño y ahora voy yo...
Aproveché el momento para largarme de su casa, con un cabreo de los míos y pensando que mis preocupaciones sobre un incierto futuro con Thiago estaban resueltas.
A tomar por culo.