24

 

 

 

 

—¿Natalia?

Justo al salir del portal recibí su llamada y respondí mientras iba andando hacia el final de la calle.

—¿Te pillo mal?

—No, no. He quedado para cenar con Thiago... y con Lea y Adri. Ya sabes.

—Sí, algo me ha dicho en un mensaje. Estaba loca de contenta.

—¡Oye! ¿Y tú qué tal con don Guaperas?

Aquella tarde, después del trabajo, Ignacio y ella habían quedado para tomar algo juntos.

—Uf..., ha ido genial, la verdad. Yo estaba nerviosa, pero a los cinco minutos se me ha pasado. Es un tío de lo más divertido y no veas cómo mira...

—¿Te hacía ojitos?

—Nos hacíamos ojitos. Creo que aquel mensaje le llamó la atención. Hemos estado un par de horas juntos y no hemos dejado de tontear. ¡Es tan... guapo!

—Guapo es un rato, eso es verdad...

—Me ha dicho que podríamos quedar otro día con más tiempo.

—¡Ole! Eso es que quiere conocerte, y en cuanto te conozca, ¡zas!, ya es tuyo.

Natalia rio y yo con ella.

Divisé el coche de Thiago aparcado en una zona de carga y descarga.

—¿Mañana en el bar como siempre? —preguntó feliz.

—Allí nos vemos a las siete. Te dejo, que me espera Thiago.

—Dale un beso de mi parte.

—Otro para ti, petarda.

Abrí la puerta del coche y Thiago me miró sonriendo.

—Buenas noches, señorita Suil.

—Buenas noches, señor Varela.

Cerré la puerta y al volverme lo pillé mirándome las piernas.

—Son solo unas piernas —le dije chasqueando los dedos frente a sus ojos.

—No, perdona. Son tus piernas.

—Ah, menos mal que no son las del vecino. No podría con toda esa pelusa...

Nos reímos a la vez y Thiago se acercó a mí para darme otro beso de esos castos en la mejilla. Empezaban a gustarme también...

Arrancó el coche y se incorporó al tráfico con soltura. Charlamos como dos amigos de toda la vida, sin incomodidades ni palabras forzadas. Estábamos a gusto. Acabamos hablando de Lea y Adri y me reconoció que Leticia no le gustaba para su amigo, pero que siempre lo había respetado.

Adri y Lea nos esperaban ya en casa de Thiago. Adri tenía una llave y entre los dos estaban acabando de preparar la cena que Thiago había encargado en uno de sus restaurantes favoritos.

—Así que de cocinar nada, ¿no? —le dije con retintín.

—No quería arriesgarme —contestó alzando sus cejas un par de veces.

Había pedido unas tablas de embutidos, quesos y foie con tostadas. De segundo, la especialidad de la casa: medallones de solomillo con peras caramelizadas.

Nos sentamos los cuatro y disfrutamos de la cena mientras no dejamos de charlar de todo y de nada. Thiago estaba a mi lado y de vez en cuando me rozaba como quien no quiere la cosa. Por dentro me reía porque estaba segura de que era a propósito. Pero yo me hacía la sueca y no le daba coba.

Cayó solo una botella de vino porque no quisimos abusar del alcohol, pero no paramos de reír hasta que mi móvil sonó. Era Natalia de nuevo. ¿Se habría equivocado?

—Petarda, ¿qué pasa?

Tras unos segundos de silencio escuché un llanto desconsolado.

—¡Natalia! —Miré a Lea, quien a su vez se levantó de la silla con rapidez.

—Lo siento...

¿Qué sentía? ¿Qué cojones había pasado?

—Natalia, cariño. —Me levanté también y les di la espalda a los chicos, quienes nos miraban preocupados—. ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo?

De repente vi el rostro de Antxon ensangrentado y tuve que cerrar los ojos para quitarme esa visión de la cabeza.

—Yo, sí... Es mi madre...

—¿Tu madre?

—Necesito que vengáis, Alexia. Solas.

Vale, sin problemas.

—¿Estás en casa?

—Sí...

Le indiqué con la cabeza a Lea que nos teníamos que ir.

—¿Necesitas una ambulancia o algo? —pregunté por si acaso.

—No lo sé... Tiene sangre y no entiendo lo que dice.

Joder, joder.

—¿Está consciente?

—Sí...

—Vale, tranquila. En diez minutos estamos allí.

La oí llorar de nuevo y le dije que se calmara. Colgó llorando y me quemó algo por dentro.

—Nos vamos, Lea. La madre de Natalia está herida y delirando o algo así, y Natalia solo llora.

—Hostia puta... —murmuró mi amiga con la mano en la frente.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Thiago intranquilo.

—No lo sé —le dije nerviosa—. Solo lloraba y lloraba, joder...

—Os llevo —comentó Thiago con rotundidad.

—Me ha pedido que vayamos solas —le dije mirándolo a los ojos.

—No pasa nada, os dejamos ahí y nos vamos.

—Gracias...

Nos fuimos de allí como alma que lleva el diablo. Lea hablaba por los codos haciendo mil elucubraciones sobre lo que podía haber sucedido. Yo, en cambio, iba en absoluto silencio, absorta en mis propios pensamientos.

Me temía lo peor.

Thiago colocó su mano en mi muslo y me miró un segundo mientras conducía.

—Tranquila, Alexia, ya verás como todo irá bien.

Su tono calmado me dio confianza y por unos segundos deseé que tuviera razón. Yo siempre me imaginaba lo peor y, por lo visto, Thiago no era como yo.

En cuanto llegamos, Lea y yo bajamos del coche con rapidez y nos despedimos de ellos con un simple adiós. Lo entendían, por supuesto. La situación era delicada.

Llamamos al tercero A, el piso de Natalia, y nos abrió de inmediato. Unos minutos antes le había mandado un mensaje diciéndole que ya llegábamos, solas.

Lea y yo subimos por las escaleras, casi dando saltos, porque el ascensor no funcionaba. Al llegar arriba Natalia nos abrió con los ojos abotargados, las mejillas rojas y el labio inferior hinchado y con una herida abierta. Peor aspecto imposible, pero lo primero era saber cómo estaba su madre.

—¿Y tu madre? —pregunté entrando en su piso.

¿Había habido un terremoto y no nos habíamos enterado? Estaba todo revuelto, las sillas del salón mal puestas, los cojines por el suelo, algunos libros caídos y su madre tumbada en el sofá. ¿Qué cojones era todo aquello?

—Está mejor...

Lea y ella se abrazaron y yo me acerqué a su madre. Tenía una bolsa de hielo colocada en su frente.

—Trini...

—Hola... Natalia, te he dicho que no era necesario molestar a nadie.

—No es molestia, ¿qué ha pasado? —le pregunté con rapidez.

—Nada, nada —respondió ella un poco seca.

Miré a Natalia y negó con la cabeza. Observé de nuevo a su madre y pude apreciar sangre en el cuello de su camisa.

—¿Tiene una herida en el cuello?

Trini frunció el ceño.

—No es nada, de verdad. Natalia se ha puesto nerviosa y por eso os ha llamado.

Natalia no era una histérica.

—Mamá, estabas como ida y no sabías lo que decías.

—Ha sido del golpe, ya está.

—¿Se ha caído? —pregunté intentando saber qué había pasado.

—Sí, eso mismo —contestó su madre.

Natalia me miró con tristeza. No me lo creía.

—Te ayudamos a recoger esto —comentó Lea empezando a poner las cosas en su sitio.

—¿Ha sido tu padre? —le susurré a Natalia.

Ella respondió afirmativamente con un solo movimiento de cabeza.

Hijo de puta. Si es que lo sabía..., al final había acabado zurrando a su madre. Mierda de adultos. Si me pillaba a mí, lo iba a llevar crudo, porque era capaz de clavarle un cuchillo en sus partes nobles. Cabrón. Más le valía no aparecer por ahí en esos momentos porque me hervía la sangre, sobre todo al fijarme en la cara de Natalia. Ver a tu madre hecha un trapo por culpa de tu padre tenía que ser muy duro.

Ayudamos a Natalia, le preparamos un té a su madre y le dijimos a nuestra amiga si quería charlar un rato, pero ella prefirió quedarse al lado de su madre. Lógico, muy lógico. Quedamos en vernos al día siguiente, en el bar, como siempre.

—Si necesitas algo, sea lo que sea y a la hora que sea, no dudes en llamarme. Tendré el móvil a mano —le dije al oído antes de irnos.

Natalia me lo agradeció con una mirada y yo, por unos segundos, me sentí como si la abandonara a su suerte. ¿Qué ocurriría cuando regresara su padre? ¿Habría más palos? ¿Más represalias? Joder... Sabía de mil historias de malos tratos, pero que el cabrón del maltratador fuera el padre de una de tus mejores amigas... era espantoso. Me costaba entenderlo, la verdad. Mi madre era una bruja con escoba incluida, pero aquello era peor. Usar la violencia para... ¿para qué? Para someter a alguien que estaba en inferioridad de condiciones físicas. Era para decirle al cabrón del padre de Natalia que se metiera con alguien como él. Qué fácil era pegarle a una mujer y qué poco decía eso de los hombres, por llamarlos de alguna manera. No eran ni hombres ni eran nada. Eran unos mierdas.

 

 

Al día siguiente me levanté con un mal rollo increíble al recordar lo sucedido. No había tenido pesadillas porque me había pasado media noche despierta, mirando el móvil cada dos por tres. ¿Y si Natalia me necesitaba?

Thiago me mandó un mensaje y, nada más responderle, me llamó. Estuvimos diez minutos largos hablando del tema y me sentí respaldada por él, pero seguía sintiendo ese nudo en el estómago. No me iba a quitar esa sensación en días, lo sabía.

Lea y yo hablamos a primera hora para saber si alguna de las dos había recibido noticias de Natalia. Nada.

A mediodía nos mandó un mensaje diciéndonos que su madre estaba mejor y que por la tarde nos veíamos donde siempre. Se me hizo el día interminable porque necesitaba hablar con ella, saber cómo estaba, entender la situación, aunque mucho temía que aquello era incomprensible.

—¿Tú crees que nos lo explicará todo? —Lea estaba asustada, como si aquello la superara.

Eso me ponía más nerviosa porque Lea era una tía decidida, sin miedos.

—No sé, deberíamos dejar que hable... Supongo que no es fácil.

Nuestra amiga no nos había dicho más porque estaba su madre delante y no quiso dejarla sola. Lea y yo nos habíamos montado nuestras propias historias, pero la verdad solo la sabía Natalia.

—¿Te fijaste en su labio? —preguntó reticente.

—Sí, tenía un buen golpe. Quizá se interpuso entre ellos y acabó recibiendo.

Lea ahogó un gemido y yo miré hacia la puerta. Era Natalia.

—Hola, chicas...

—Natalia... —Yo cogí su mano y Lea la abrazó.

—¿Cómo estás? —murmuró Lea en su cuello.

—Bien...

Imposible estar bien, por supuesto.

—Gracias por venir... Sé que estabais con Thiago y Adri...

—No pasa nada —dictaminé yo muy segura.

Lo primero era lo primero.

—Para eso estamos las amigas, petarda —dijo Lea sentándose.

Natalia se colocó entre las dos y nos miró alternativamente antes de empezar su versión de los hechos.

Su padre había ido a tomar algo con un representante de la tienda de comestibles y habían acabado bebiendo demasiadas cervezas. Se le acabó el efectivo en su cartera y quiso pagar con la tarjeta, pero resultó que estaba caducada. Pilló un cabreo de los suyos y subió a su casa gritando y diciéndole a su madre que era una descuidada. Su madre se encaró porque la tarjeta era cosa de él, no iba a estar ella pendiente de todo lo suyo. Y su padre la golpeó. Era la primera vez y Natalia se asustó tanto que se interpuso entre ellos y empujó a su padre. Él, furioso, le devolvió el empujón y ella trastabilló y se dio de cara contra una de las paredes. De ahí ese moretón en su labio inferior.

—¿Y qué va a hacer tu madre? —preguntó Lea muy seria.

—Nada, ya visteis que no quiere ni decirlo.

—¿Nada? —Mi tono agudo indicó que estaba flipando.

¿Cómo que nada? ¿Iba a dejar que esto se quedara ahí? ¿No sabía Trini que aquello volvería a ocurrir? Otro día regresaría de nuevo borracho o simplemente de mal humor porque no le salían los números de la tienda y volvería a zurrarla. Y cada vez sería peor. Eso lo sabía todo el mundo, joder. ¿Por qué hacía ver su madre que no pasaba nada?

—Alexia, es cosa de mi madre.

—Y tuya —le dije cortante.

No estaba en absoluto de acuerdo con aquella postura.

Sus ojos me miraron con tristeza, pero no podía estar de su lado si opinaba como su madre. Lo sentía mucho.

—Os agradezco en el alma que vinierais ayer porque estaba histérica con todo aquello, pero ahora necesito que sigáis a mi lado y que no nos juzguéis.

Joder...

—Entiendo que es difícil comprenderlo, pero cada uno sabe lo que se cuece en su casa y de momento no... no voy a hacer nada.

—Vale, Natalia, lo entendemos —dijo Lea mientras yo me quemaba por dentro—. Pero ¿y si se repite?

—No... no volverá a suceder.

¿Y ella qué sabía? Era una manera muy tonta de autoengañarse.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo estaré pendiente.

¿Pendiente? ¿Las veinticuatro horas? Era imposible.

—Evitaremos situaciones conflictivas...

Mandaba huevos la cosa. Daba igual lo pendientes que estuvieran, aquel cabrón acabaría apaleando de nuevo a su mujer. Era siempre lo mismo en todos los lados.

El año anterior en el instituto habíamos trabajado en profundidad este tema con una profesora. Ella misma había sido maltratada por su marido, un tipo joven y guapo. Nos dejó bien claro que cuando se traspasan ciertas barreras es imposible volver atrás. Estos hombres machistas se creen superiores a las mujeres y, además, son incapaces de afrontar sus propias frustraciones. ¿Resultado? El perfil del padre de Natalia.

Aquella profesora me marcó y nos puso sobre aviso.

—Un tipo maltratador no vendrá el primer día y os dará una bofetada u os dirá «Cariño, no te pongas esa falda que es muy corta». No, chicos. Al principio son tan agradables como cualquiera, por eso debéis estar bien atentos a algunas señales. Nada de tú eres solo para mí; nada de no quiero que salgas con tus amigas porque te quiero mucho. Eso no es amor.

Algunas de sus charlas se me quedaron muy grabadas dentro porque veía algunas de aquellas actitudes en gente de mi edad. ¡Joder, en gente de catorce, quince o dieciséis años! ¿Cómo era posible? Y lo peor era que algunas chicas aceptaban con gusto sentirse tan controladas: «Me vigila el móvil porque me quiere, me controla dónde estoy porque está enamorado de mí, quiere siempre salir conmigo porque no puede estar sin mí...». ¿Perdona?

—Chicos... —Aquella profesora siempre sonreía, a pesar de la seriedad del tema y de que había vivido el maltrato en sus propias carnes—. Tened claro que eso no es amor, eso es puro control. Amor es confiar, es libertad, es querer compartir amistades, es dar y recibir por igual...

Costaba creer que todavía hubiera tanto energúmeno suelto en el siglo XXI. Nosotras debíamos pararle los pies. No quería meterme en la vida de Natalia, pero esto no podía quedar así.