¿Por qué mi vida no podía ser un remanso de paz? ¿Por qué me daba la impresión de que todo me salía mal? ¿Era culpa mía? En parte sí.
Gala y Débora me habían querido putear y se lo había puesto bien fácil. Habían logrado un dos por uno porque habían conseguido que no quisiera saber nada ni de Nacho ni de Thiago. Se habían salido con la suya, pero me daba igual. Tenía clara una cosa: no quería mezclarme más con esa gente.
Lo sentía por Adri, aunque no entendía por qué iba con ese grupito. Era el mejor amigo de Thiago, vale, pero ni era de su clase social ni sus padres tenían el mismo poder adquisitivo. La verdad era que me gustaba que Adri fuera el mejor amigo de Thiago porque eso significaba que al ojazos le daban igual todas esas tonterías de las clases sociales. Pero ahora ya no importaba nada de eso.
Iba a dejar de ver a Thiago, de tontear con él, de mirarlo en la facultad y no iba a quedar más con él. Ahora a quien no le convenía alguien como él era a mí. Iba a tardar días en quitarme esa maldita imagen de mi cabeza, esa imagen donde lo veía morrearse a escasos pasos de mí con su amiguita. Joder, que habíamos estado toda la noche tonteando y que me había ido de su casa aquel día por lo mismo, por Débora. Por esa cabrona...
Estaba rodeada de cabronas, la primera mi madre.
¿Cómo se atrevía a amenazarme de ese modo? Iba a recuperar ese cuaderno, lo tenía clarísimo. No me sentía orgullosa de haber usado esa información sobre Gerardo, pero no me había dado tregua. Estaba ya hasta el moño de sus imposiciones y no iba ir a casa de los Varela, ya no. Lo último que quería era cenar con Thiago y su familia. Eso se había terminado también. Mi madre ya no tenía con qué amenazarme, y si quería echarme de casa, que lo hiciera. Ella también dejaría de recibir la sustanciosa paga que le pasaba mi padre.
Me sentía más fuerte frente a mi madre gracias a mi padre, era evidente. Saber que lo tenía a un paso de mí, saber que habíamos empezado a recuperar nuestra relación me daba el valor suficiente para encararme con ella. Si ella no tenía pudor en usar sus armas, yo tampoco lo iba a tener. No le debía nada, no la quería y no sentía que estaba traicionando a alguien de mi sangre.
Ella no era nadie para mí.
Joder, al pensar aquello me asusté un poco de mí misma. ¿Sería como ella? ¿Fría? ¿Una hija desnaturalizada? «No... no, Alexia.» Ella nunca se había comportado como una madre, no podía quererla, simplemente. Una madre no lo es porque lo diga un papel, una madre lo es porque daría la vida por ti, porque te ama por encima de todo, por encima de su trabajo, de sus pasiones, de su propia vida... Es un amor incondicional, algo de lo que mi madre no tenía ni idea. Solo hacía falta ver cuál era su vida sentimental: folleteo y poco más. Y ahora encima con un hombre casado, que parecía que no había roto un plato en su vida y que le hablaba con cierto miedo. Quizá lo que ella necesitaba era simplemente eso: sentir el poder en sus manos. El poder y el prestigio que le ofrecía ser una abogada de renombre. ¿Y dónde quedaba el amor?
—Alexia, las señoritas bien no se relamen los labios. —La voz grave de mi progenitora me era muy desagradable a tan corta edad.
Estábamos en el despacho de mi madre, donde estaba todo limpísimo e impecable. Una mesa de roble enorme nos separaba. Yo estaba sentada en una de aquellas sillas tan blanditas que a mis seis años me quedaba enorme. Bajo mis pies había una alfombra de pelo corto de un gris oscuro.
Su mirada de hielo se clavaba en la mía mientras saboreaba una piruleta de corazón que me había dado su secretaria dos minutos antes. Lógicamente, me relamía del gustito.
No dije nada. Procuré seguir a lo mío sin hacer ruido, pero salivaba, era incontrolable.
—¡Alexia! —Me asustó cuando me gritó y la piruleta salió volando de mi mano ante mis sorprendidos ojos al verla caer en aquella alfombra.
Solo tenía seis años, pero sabía lo que se me venía encima, así que cerré los ojos con fuerza. Como si de aquel modo pudiera desaparecer de allí.
Papá... papá...
—¡Dios, niña! ¿Qué te pasa en esas manos de cerdo que tienes?
Oí que se levantaba y escondí mi cara para no verla. Sabía que no me pegaría porque no lo había hecho nunca, no se hubiera atrevido. Pero eran sus ojos de bruja lo que más temía yo. Podía pasarme después varias noches sin dormir bien porque la veía delante de mí con esa mirada e incluso susurrando mi nombre con un aliento helado en mi oreja.
En cada encuentro ocurría algo y al final le dije a mi padre que no quería volver a verla. Tampoco hacíamos mucho más que estar en su despacho, yo mirándolo todo, callada y en esa silla mientras ella trabajaba en el ordenador. De vez en cuando me miraba con poca simpatía y volvía a lo suyo después de decirme que en breve terminaba eso y me llevaría a tomar un batido. Batido de diez minutos, por supuesto.
Dejé de recordar aquellos malos momentos y me centré en lo bueno: mi padre y mis amigas. Había quedado con Lea y Natalia aquella misma tarde, así que aproveché para descansar en mi habitación hasta que el despertador me avisó de que era hora de darme otra ducha.
—¿Quién empieza? —pregunté sonriendo—. Adam, ¿me pones otro botellín de agua?
Habíamos quedado la tarde del primer día del año para charlar sobre nosotras, aunque estuviéramos de resaca y muertas de sueño. Sabíamos que aquella tarde El Rincón estaba abierto.
—Tú misma. —Lea me señaló y les expliqué por encima qué había ocurrido, obviando algunos detalles.
No quería que Lea y Natalia supieran que estaba mal.
—Parecéis el perro y el ratón...
—El gato —corté a Lea riendo.
—Ya me has entendido —contestó mirándome fijamente.
—Entonces, ¿se ha terminado? ¿Para siempre, has dicho?
—Decidido. —Me crucé de brazos mientras ambas me miraban con interés.
—Ya, hasta la próxima —comentó Lea.
—No habrá próxima. No quiero saber nada de todos ellos, Adri incluido. Lo siento, Lea, pero se terminaron las citas a cuatro.
Me miró sin parpadear. Era extraña en ella tanta seriedad.
—Gracias, Adam —le dije cuando me sirvió el agua.
—Te entiendo perfectamente. Esas hijas de perra se merecen una buena lección —dictaminó Lea con gravedad.
—¿Estás pensando algo? —pregunté sonriendo.
—Algo se me ocurrirá. Dame tiempo.
—Lo que te hicieron con Nacho no tiene nombre. Es alucinante —añadió Natalia.
—Lo sé, pero yo consentí que se salieran con la suya...
—Alexia, yo hubiera hecho lo mismo —me cortó Natalia, muy segura.
—Claro, ¿quién iba a pensar que era todo un embolado? Menudas arpías —escupió Lea cabreada.
—Bueno, ¿y vosotras qué tal?
—Pues si te cuento lo mío, también tiene tela... —empezó Lea.
—¿Y eso? —pregunté extrañada.
—Lo llamó Leticia.
—¿En serio? ¿A esas horas?
—A esas horas, la muy jodida lo tuvo colgado al teléfono durante casi una hora...
—Joder, ¿y qué hiciste? —pregunté cogiendo la botella de agua.
Estaba seca. Mierda de resaca.
—Pues estuve con Natalia y los demás. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarme a su lado mientras charlaba con ella? Quizá hubiera terminado vomitando.
—Ya... ¿Y qué te dijo Adri? —seguí preguntando.
—Pues eso, que quería charlar con él y poco más. No me dio detalles ni yo se los pedí.
—Le dijo a Leticia que iría a Helsinki —añadió Natalia con entusiasmo.
—¿Y qué dijo ella?
—A Leticia le encantó la idea, claro. Supongo que no se lo espera.
—Bueno..., a ver cómo se lo toma la lechuza —comenté pensando que Leticia era peor que Gala y Débora juntas, y eso ya era decir.
—Y el resto de la noche fue bien. Bailamos, nos besamos a escondidas como dos fugitivos y me acompañó a casa como un buen caballero.
—Ya veo, ¿así no hubo mete saca? —Me reí y ellas rieron conmigo.
—Nada. Cero. Abstinencia total. —Lea puso los ojos en blanco y seguimos riendo.
A ver, no era que Lea se tirara a todo tío que se le pusiera por delante, pero la situación de Adri estaba alargando demasiado aquel tema.
—Aunque... —Lea se acercó a nosotras y bajó el tono de voz.
Nosotras hicimos lo propio.
—¿Qué? —susurró Natalia.
—Debe gastar una talla XXXL, no veas...
Soltamos las tres una carcajada y la conversación discurrió en los mismos términos un ratito más: medidas, funcionalidades, nombres varios y más risas.
Después le tocó el turno a Natalia y nos comentó que la noche había ido bien, sin ningún sobresalto. Lea ya lo sabía porque habían pasado la noche juntas, y por eso también le preguntó por su madre. Nos comentó sin explayarse demasiado que Trini estaba bien, que su padre no había hecho nada más y que parecía que todo volvía a la normalidad. La miré con escepticismo, pero ella ignoró mi mirada. Supongo que quería creer que todo iba a ir bien, ¿y quién no?
Natalia se retiró pronto porque el día siguiente era un martes laboral y tenía que estar en la oficina a primera hora, cosa que no le molestaba demasiado porque se reencontraría con Ignacio. No sabía nada de él desde el viernes y ella no quiso decirle ni mu porque pensaba que el próximo paso lo tenía que dar él.
Lea estaba mirando el móvil cuando regresé del baño y me observó con una cara que no supe descifrar.
—Se van mañana.
—¿De quién hablas?
—De Adri y Thiago. Se van mañana a Helsinki.
—¡Anda! ¿Ya?
En ese momento no pensé en Thiago, solo en Lea y en sus sentimientos. Si yo fuera ella, estaría bastante nerviosa. De ese viaje dependía el poder estar por fin con Adri.
—Me acaba de llamar mientras estabas en el baño. Han encontrado un vuelo de última hora y con un precio muy bueno. Se van por la tarde.
—Supongo que irás... —le dije pensando que yo también debería ir, pero no por Thiago, sino por ella.
Joder, pero ya estábamos de nuevo. Me había jurado que evitaría a Thiago a toda costa, pero ¿qué debía hacer? ¿Pasar también de Lea? Yo era su mejor amiga y sabía que cuando Adri cogiera aquel avión ella necesitaría mi hombro. La conocía a la perfección.
—Sí, claro.
Nos miramos sin decir nada, pero ambas pensábamos lo mismo. Ella, que me necesitaba a su lado, y yo, que sabía que me necesitaba.
—Iré —asentí con firmeza.
—¿Sí? —Estiró su mano y cogió la mía—. Si crees que no...
—Lo primero eres tú y punto.
Lea me miró con cariño y sonreímos las dos. Estábamos para eso, ¿no? Para lo bueno y para lo malo. Y yo a Lea le debía mucho, porque sin ella quizá seguiría en mi submundo deprimente.
Me fui a casa pensando que todo me llevaba a él. Lea estaba enamorada de su mejor amigo, no iba a ser tan fácil evitarlo.
Me sonó el móvil al entrar en mi habitación. Era Thiago. Tan sencillo como no cogerlo, ¿verdad?
—¿Qué?
—Alexia, necesito hablar contigo.
Dejé pasar unos segundos para pensar en mi respuesta. ¿Teníamos algo de lo que hablar?
—Ya nos lo dijimos todo.
—No —negó con una rotundidad que me sorprendió. Thiago solía ser más suave—. Hablaste tú, solo tú, y no dejaste que yo me explicara.
—Yo creo que sí te explicaste, pero no te creí.
—Alexia, te han puteado y no entiendo cómo han podido llegar a ese punto. Tú estás cabreada, Nacho está muy cabreado y yo me siento un gilipollas.
—Todo eso es lo que han hecho TUS amigas...
—Lo sé —respondió cortándome—. Y no hay excusa posible. Yo también estoy enfadado con ellas, si es lo que esperabas.
—No, Thiago, no espero nada, ¿sabes? En fin de año me demostraste que no eres de fiar.
—Débora se tomó un éxtasis. Me besó y me tocó un par de veces la polla. ¿Y sabes qué? Me dio bastante pena.
¿Un éxtasis? ¿La polla? Resoplé al imaginarme a Débora yendo a saco con Thiago.
—No la besé, me separé en cuanto pude, pero volvió a por mí hasta que me la quité de encima. Es Débora, y yo... Quizá debería haberle dado un buen empujón, pero no reaccioné así. Castígame por eso si quieres, por no tirarla al suelo o darle una hostia. Pero no la besé, ni quise besarla, ni me gusta ni me excita ni nada. ¿Lo entiendes?
Me quedé en silencio analizando sus palabras. Parecía sincero, pero...
—Alexia, entiendo tu postura. Entiendo que te jodiera, puedo ponerme en tu piel. Es más, ya lo he hecho cuando te he visto con Nacho. Sí, me fastidiaba, pero me autoconvencía pensando que tú no eras para mí, pero ahora...
¿Ahora qué?
—Siento cosas, Alexia...
—¿Cosas? ¿Qué son cosas? —le pregunté nerviosa por lo que oía.
Lo último que me esperaba era que me dijera todo aquello, la verdad. Y quería creerlo, juro que sí, pero estaba acojonada. No quería sufrir más por él.
—Por teléfono no... Mañana nos vamos a Helsinki, ¿podemos vernos cuando regrese?
—Déjame pensarlo —le dije un poco atolondrada por todo.
Se suponía que estaba mosqueada con él, pero cuando lo oía hablar de aquel modo y suplicarme una cita, podía con toda mi mala leche. No le dije que nos veríamos en el aeropuerto, tampoco pensé en ello. En mi cabeza daba vueltas a sus palabras. «Siento cosas, Alexia...» ¿Qué significaba realmente aquello?
Dediqué la mañana a hacer algunas compras. Quería regalarle algo chulo a mi padre, así que recorrí varias tiendas hasta que encontré el regalo perfecto. Un álbum de viaje de Mr. Wonderful: Vamos a perdernos en algún lugar. Sabía que entre Judith y él lo personalizarían y era una manera de decirles que quería saber de ellos en un futuro.
Salí contentísima con mi paquete, pero me cambió el gesto cuando vi a Gala y Débora mirando ropa interior en una tienda. Entré como un tornado, sin mirar si golpeaba a la gente y con un solo objetivo: Gala.
—Eres una hija de puta —le solté tan cerca de su rostro que se echó hacia atrás impresionada.
—¡Eh! ¡Eh! Las peleas callejeras con las de tu clase —me dijo Débora metiéndose en medio.
—Sois unas mentirosas amargadas —le gruñí a Gala por encima del hombro de aquella víbora.
—¡Sí, claro! Cada uno se cree lo que quiere.
Miré fijamente a Débora y su mirada triunfante me puso a mil.
—Tienes razón. No te vayas a creer que Thiago quiere algo serio contigo —le gruñí con asco—. Más que nada porque el otro día me lo dijo en su cama. ¿Qué día era? ¡Ah, sí! El día que apareciste como una perra salida con tu biquini... ¿Te sirvió de algo? ¡Vaya, creo que no!
—¿Hablas de ese Thiago con el que me lie ayer? —Acercó su rostro al mío sin miedo.
Daba la impresión de que nos íbamos a zurrar, pero no era esa mi intención. No iba a pelearme a hostias por un tío, ni por uno ni por dos, en ese caso.
—Sí, de ese mismo que te rechazó después de que le metieras mano. ¿Qué pasa? ¿Que no sabes calentar a un tío? Porque mira que son simplones...
Hice diana. Débora me confirmó que las palabras de Thiago eran ciertas.
—Y tú, retrete con patas. —Señalé a Gala, y ella me miró asustada—. Te vas a arrepentir de haberte metido entre Nacho y yo. Estás avisada.