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Te echo de menos.

 

D. G. A. me había escrito un par de mensajes reclamando mi atención, pero mi cabeza no estaba para historias. Cuando leí su último mensaje, me supo mal y le respondí con pocas ganas mientras comía una ensalada de lechuga y atún, porque no había mucho más en la nevera.

 

Perdona, Apolo, tengo mil cosas en la cabeza.

 

¿Sonaba un poco seca? Sí, sí, lo sabía, pero lo de Nacho me había dejado muy mal cuerpo y el mal rollo con Thiago no había ayudado en nada.

 

Stories.

 

Miré inmediatamente en su Stories y sonreí abiertamente cuando vi un collage de muchas fotos de diferentes países rodeando un «¿viajamos juntos?». Vaya..., era realmente un detalle. Le había comentado alguna que otra vez que echaba de menos ir dando tumbos por el mundo.

 

Cuando quieras.

 

Le respondí mucho más animada.

 

Te tomo la palabra, pequeña. No me falles.

 

Leí aquel «no me falles» varias veces. ¿Y si le fallaba? Porque esto iba a más, era evidente. Y al final querríamos conocernos. ¿Y si entonces se iba todo al garete? ¿Y si él quería algo y yo no? ¿O al revés? Joder.

 

Lo intentaré.

 

Contesté con esos pensamientos en mi cabeza.

 

Alexia, no puedo esperar.

 

Joder, era un mensaje de WhatsApp de Thiago. Salí de Instagram para responderle.

 

Estoy debajo de tu casa.

 

¿Lo decía en serio? Miré la hora, preocupada. No, mi madre jamás aparecía a esas horas por el dúplex.

 

Baja, por favor.

 

Cinco minutos.

 

Respondí mientras me lavaba los dientes y me pintaba los labios de un rosa muy clarito.

Thiago estaba apoyado en la pared del edificio y al verme dio un par de pasos para acercarse.

—Mejor damos un paseo —le indiqué empezando a andar.

No quería que por una mala alineación de los astros a mi madre se le ocurriese ir al dúplex a por algo. Últimamente sus horarios no eran muy regulares.

—Tú dirás —le dije sin mirarlo.

—Lo que te dije ayer por teléfono...

Sabía que me estaba mirando, pero no le devolví el gesto. No quería caer en sus redes como una tonta redomada, y si lo miraba..., si lo miraba, estaba perdida. Sus ojos verdes me dejaban hipnotizada.

—Alexia. —Cogió mi brazo y me obligó a detenerme, pero me deshice de su mano.

Seguíamos estando demasiado cerca de mi casa.

—Nena —me reclamó alcanzándome de nuevo—. Necesito hablar contigo de todo esto antes de irme.

«Nena...»

—Te escucho —le aclaré levantando la cabeza muy digna.

—No la besé, Alexia, no te miento. Solo que no reaccioné con brusquedad porque era ella. Y después me preocupé por su comportamiento, es verdad. Quizá sea un gilipollas, pero la conozco desde que éramos unos críos y quería saber qué cojones le ocurría para actuar de ese modo tan... descarado. Le pedí un agua, estaba deshidratada por la mierda esa. Se la bebió y salimos a la terraza para que tomara un poco el aire. Allí estaban Gala y Felisa y se quedó con ellas. No la vi más.

Lo miré unos segundos y seguimos andando.

—Y te busqué, Alexia, pero no te vi. Creí que estabas con Lea, pero resultó que te encontré con un tío que quería besarte.

«Sí... Roque...»

—Es verdad, no te di las gracias por quitarme a ese tipo de encima.

—Ni por llevarte a casa.

—Cierto, gracias de nuevo.

—¿Y ya está?

Llegamos al final de la calle y giramos la esquina. Nos detuvimos cerca de la pared y lo miré a los ojos.

—No, claro que no. Gracias también por un fin de año de mierda. Cuando te vi besándola, me quemó algo por dentro y me dolió, ¿sabes? Mucho. Tanto que tuve que irme de allí porque le hubiera arrancado la cabellera a ella y a ti te hubiera cortado los huevos. Me fui al baño y Lea vino detrás porque también te vio y también pensó lo mismo que yo. —Me señalé al pecho enfadada al recordarlo—. Nos tomamos un par de chupitos antes de volver con vosotros y ver que seguías con ella charlando en la barra. ¿Qué crees que pensé?

—Que quería estar con ella.

—Tú mismo. Y después desapareciste, con Débora, claro.

—Pero me fui contigo, Alexia. Te llevé a mi casa.

—¿Y? ¿Cómo sabía yo que no te la habías follado en los baños?

Thiago frunció el ceño como si hubiera dicho una barbaridad.

—Vale, ¿crees en serio que sería capaz? ¿De verdad piensas que después de cenar juntos y de coquetear sería capaz de liarme con otra?

—No es otra, Thiago. Es Débora.

—Voy a ser duro y quizá no te guste escuchar esto. Débora solo me ha atraído sexualmente, solo hemos follado y te lo estoy diciendo todo en pasado. No me liaría con ella estando con alguien, ¿lo entiendes?

—No estás con nadie —dictaminé cruzándome de brazos.

Thiago se amasó el pelo, nervioso ante mi negativa a comprender su postura.

—Joder, Alexia, ya me entiendes. Yo...

Nos miramos fijamente a los ojos y vi un brillo especial en sus ojos.

—Sé que entre nosotros es todo complicado, pero yo siento que eres especial y... yo siento algo por ti...

Mi corazón dio un vuelco y me mordí el labio al oír sus palabras. Madre mía, iba a volverme loca con tanto vaivén en mi vida.

—Dime algo —me pidió en un quejido colocando sus manos en mi cintura para acercarme a él.

Apoyé mi frente en su pecho. Era una lucha perdida de antemano. Yo también quería estar con él, pero... había tantas cosas en nuestra contra que me daba la impresión de que otra más como aquella y acabaría con el corazón hecho trizas. Mis sentimientos por él iban a más y, consecuentemente, mi sufrimiento también.

—Thiago —susurré sin tener claro qué decirle—. No quiero volver a pasar por lo de Antxon y tú... Me da la impresión de que contigo...

—Nena, no... No voy a hacerte daño. Antes me daría de hostias —dijo abrazándome.

—Cuando no es una cosa, es otra —me quejé en un tono más suave.

Thiago cogió aire antes de hablar.

—Está bien, tienes razón. Vamos a hacer las cosas como es debido...

¿De qué hablaba? Lo miré a los ojos esperando a que siguiera.

—Empecemos de cero. Tú y yo.

—¿De cero?

—Sí, parece que hemos comenzado la casa por el tejado. ¿No lo ves? Empecemos de nuevo, como amigos.

Arrugué la frente ante su proposición.

—Y como amigo tuyo que soy desde ya me gustaría salir contigo a tomar una cerveza cuando vuelva de Helsinki, ¿te parece?

Sonreímos ambos porque en el fondo era lo que queríamos: seguir viéndonos, aunque fuera como amigos.

—Hecho —contesté más relajada.

«Las cosas de palacio van despacio», pensé. Mejor así. Si me hubiera pedido algo más serio, probablemente me habría negado, no me sentía preparada para dejarme llevar con él. El miedo a sufrir tenía atrapados mis sentimientos. Prefería no querer a llorar con el corazón roto. Y sabía que él podía partírmelo en dos.

—Tengo que irme, en un par de horas nos vamos al aeropuerto.

—Lo sé, he quedado con Lea.

Me miró sorprendido.

—Creí que no vendrías...

—No iba a ir por ti, Thiago —preferí ser sincera—. Voy a ir por Lea.

—Bueno, la cuestión es que me dirás adiós.

—No sé, no sé...

Nos sonreímos con picardía los dos.

—¿Te acompaño? —preguntó refiriéndose a mi casa.

—No, te acompaño yo. ¿Has venido en coche?

—Sí, está ahí mismo —contestó mirando hacia su derecha.

—Oye... ¿Has hablado con Nacho?

Sabía que lo nuestro estaba terminado, pero eso no implicaba que dejara de preocuparme por él. Tarde o temprano hablaría con él.

—Lo he intentado, pero de momento no lo he conseguido. Está muy cabreado.

—Ya imagino —le dije empezando a andar hacia su coche.

—Si yo fuera él, estaría subiéndome por las paredes.

—Supongo que tú tampoco me perdonarías —dije entendiendo la postura de Nacho.

—¿Tú quieres que Nacho te perdone? —preguntó en un tono más grave.

Lo miré a los ojos para que supiera que no le mentía.

—No, Thiago, no quiero volver con él. Si tú y yo acabamos juntos fue porque yo también lo deseaba. De todos modos, cuando algo se rompe, es complicado que todo vuelva a su sitio.

—Sí, supongo que sí. Nacho no quiere saber nada de nadie. Me siento fatal porque ha perdido a su chica y a sus amigos. Y yo soy uno de los que lo ha traicionado.

—Thiago, nos dejamos llevar, y los dos pensábamos que él... que él se había acostado con Gala. Ellas nos mintieron a todos sin ningún pudor. La primera culpable soy yo por creerlas, porque yo sí sé que me tienen cruzada.

—Supongo que se aprovecharon de las circunstancias, de la fama de Nacho, de que él no estaba... Aunque según Débora no esperaban que tú y yo nos liáramos.

—¿Lo sabe?

—Nacho habló con ellas dos y les echó en cara todo lo que habían provocado con sus putadas. Les dijo que no quería saber nada más de ellas y que Gala se podía morir un rato.

—En la facultad hablaré con él, quiera o no. Quiero pedirle disculpas.

Llegamos a su coche y Thiago se apoyó en él.

—Ojalá el tiempo borre todo esto —dijo en un tono suave—. Pero creo que Nacho no me lo va a perdonar jamás.

—Ya, yo si fuera él no te perdonaría. —¿Una amiga o colega liándose con mi chico? Ya puedes correr, muchacha...—. Y a mí tampoco, no te creas. Pero soy cabezona.

—Mucho. —Alzó sus cejas y nos reímos—. Es parte de tu encanto.

Entrelazó sus dedos con los míos y nos miramos serios.

—Señorita Suil, la veo dentro de un rato.

—Señor Varela, no llegue tarde.

Me dio un beso suave en la mejilla y aproveché para aspirar su aroma. Thiago... Thiago...

 

 

Lea me pasó a buscar puntual como un reloj inglés. Durante el trayecto le expliqué el último episodio con Thiago. Realmente aquella historia parecía un culebrón y Lea no salía de su asombro.

—Entonces, ¿solos sois amiguitos o amigos de esos con derecho a roce?

—Solo amigos.

—¿Y es lo que quieres? —me preguntó ella con su mirada inquisitiva.

—Es lo que quiero —puntualicé segura.

—Me gustará ver cómo os comportáis como amigos —me pinchó sonriendo.

—Pues como tú y Adri hasta ahora.

—Ya... Sin sexo.

—Exacto.

—Y cuando os dé el calentón, ¿qué haréis?

La miré divertida.

—Tendremos que aguantarnos las ganas, como vosotros. ¿Todavía nada...? —le pregunté metiendo mi dedo índice en el puño cerrado de mi otra mano en un gesto obsceno para picarla.

Me dio un manotazo y fingió un enfado que no sentía.

—Qué serda eres, no me pongas los dientes largos.

—Tú los llevas largos desde que viste al morenito y te imaginaste qué talla gastaba.

Nos reímos las dos; las medidas de Adri eran carne de cañón para bromear.

—Cuando llegue el momento, igual me da un gatillazo de esos.

—¡A ti no puede darte un gatillazo! —exclamé riendo.

Íbamos en el autobús e intentábamos hablar flojo para que no se nos oyera, pero a veces subíamos el volumen de nuestra conversación sin darnos cuenta.

—Eso lo dirás tú. Imagina que de repente veo eso tan grande mirándome y me da un yuyu.

No podía parar de reír: me la imaginé en la situación, con los ojos bien abiertos y la boca desencajada.

—En peores plazas habrás toreado. Anda que...

—Sí, sí, tú ríete. No lo tengo yo tan claro.

—¿Tienes miedo de que no te entre? —le pregunté más en serio.

Lea me miró unos segundos pensativa.

—No creo, ¿no?

Nos echamos a reír las dos de nuevo. Si es que éramos tal para cual. Eran esos pequeños momentos de risas al unísono los que me hacían sentir más cerca de ella que nunca. Mi mejor amiga. Era algo que todo el mundo había tenido a edades muy tempranas, ¿verdad? No era mi caso, para mí era algo bastante reciente. Y cuando sentía esa complicidad con ella, con unas risas, con unas miradas, con un simple comentario... Era algo que me llenaba tanto que pensaba que no quería separarme de ella jamás.

—Oye, Lea...

—¿Qué?

—Que te quiero mucho.

Lea me miró con los ojos bien abiertos y vi cierto brillo de emoción en ellos.

—Y yo, petarda. Pero no me hagas llorar, jodida, que en cinco minutos veo al morenito.

—Como no te lo digo nunca.

Lea me abrazó y nos apretamos mutuamente hasta que nos dio la risa de nuevo.

Dios, ¡la quería muchísimo!