Tanto Adri como Thiago se habían puesto en contacto con nosotras. Adri había llamado a Lea nada más aterrizar mientras que Thiago me había escrito un mensaje divertido donde me decía que había llegado bien.
Lea estaba nerviosa y por eso habíamos decidido pasar aquel miércoles juntas. Ellos regresaban el jueves, era un viaje rápido, pero de él dependía la felicidad de Lea con Adri. Llevaba tiempo esperando ese momento, así que era muy lógico que estuviera inquieta.
—Verás como todo irá bien, petarda. —Intenté animarla, porque a medida que pasaba el día y no sabíamos nada de Adri, Lea iba desmoralizándose.
No era cuestión de agobiarlo ni de irle preguntando cada cinco minutos cómo iba la cosa con Leticia. Habían llegado el miércoles por la noche tras cuatro horas de vuelo y se habían instalado en un hotel cercano al mismo aeropuerto de Helsinki. Al día siguiente Adri había quedado con Leticia. Ella se había pedido el día de fiesta para poder pasarlo con él, desconocedora de la verdadera razón de que Adri viajara a Finlandia.
Yo imaginaba que, en ese mismo momento, a las siete de la tarde en España y las ocho en Helsinki, estaría casi todo hablado. Suponía que ella habría intentado convencer a Adri, pero esperaba que él no sucumbiera a las palabras de la lechuza. Afortunadamente estaba Thiago con él y le serviría de apoyo cuando todo aquello hubiera terminado.
Thiago y yo no nos dijimos nada más porque no queríamos meternos en medio de aquella historia. Adri quería ser él mismo el que más tarde le contara todo a Lea, así que optamos por no preguntarle nada al acompañante.
—Esto es peor que un parto —se quejó Lea cogiendo su café.
Estábamos en la terraza de una cafetería al lado de una buena estufa exterior.
—Vamos, no seas exagerada. Mañana lo tienes aquí y se terminó la clandestinidad.
—¿Tú crees que ella lo dejará irse sin más?
—No lo secuestrará, digo yo. Además, Thiago está con él.
Las dos nos miramos pensando lo mismo: Leticia era mucha Leticia. Todavía recordábamos el episodio en el bar de la facultad cuando me dijo que yo era igual que mi madre. ¿De dónde cojones habría sacado toda esa información? Con dinero se podía lograr todo, pero ¿a tanto había llegado aquella tipa?
—Tengo ganas de que llegue mañana.
—En unas horas lo tienes aquí.
—Los tenemos —comentó alzando las cejas significativamente.
Sonreí ante sus palabras. La verdad era que tenía ganas de ver a Thiago, de pasar un rato con él y de charlar de todo y de nada... como amigos, claro, claro.
—Fíjate quién anda por ahí...
Lea se volvió sin disimulo alguno y vio a Ignacio. Salía de un centro de reproducción asistida y seguidamente lo hizo una chica de menor estatura, delgada y mona de cara. Lea y yo los observamos sin ningún pudor. Charlaron entre ellos, ella rio divertida y él le colocó bien uno de sus mechones. Oh, oh... Y entonces, como si hubiera detectado nuestras miradas láser, nos miró a las dos. Volvió la vista hacia su acompañante y le dio un abrazo y un beso en la mejilla al despedirse. ¿Quién era esa chica? ¿Y qué hacían los dos en ese centro?
Ignacio trasteó con su móvil sin moverse del sitio mientras aquella chica andaba calle arriba. Cuando ella dobló la esquina, vino a saludarnos.
—Hola, no estaba seguro de que fuerais vosotras.
Nos dio los dos besos de rigor y le invitamos a acompañarnos. Nos dijo que tenía prisa, pero que le apetecía tomarse un café calentito. Se sentó y nos comentó que había ido a ese centro con su hermana mayor, Mireia.
No le preguntamos nada para no ser indiscretas, pero entendimos que su hermana podía estar recibiendo tratamiento para poder tener hijos. No lo conocíamos tanto como para inmiscuirnos en su vida. Aquella era su hermana, eso era lo único que necesitábamos saber.
Nos preguntó por Natalia y estuvimos charlando media hora larga. El tipo era simpático y entendía que nuestra amiga estuviera tan tonta con él porque además era muy guapo y no era un crío de esos que no saben qué hacer o qué decir. Antes de irse se abrió un poco más a nosotras.
—Esto..., quería preguntaros algo —comentó pasándose una mano por la nuca.
Lo miré atenta mientras Lea seguía con los ojos a un par de tíos que pasaban por allí.
—Es sobre Natalia... ¿Está bien?
—¿A qué te refieres? —pregunté yo rápidamente.
Lea centró en él toda su atención al oírlo.
—No sé, la mayoría de las veces está contenta, alegre, pero de vez en cuando se queda mirando fijamente un punto en la nada y da la impresión de que su cabeza está en otro mundo.
—Eh... Quizá sueña contigo —replicó Lea sonriendo.
—No, no es eso. Su gesto es casi de... miedo.
—¿Miedo? —Pensé inmediatamente en el padre de Natalia.
—¿Estás seguro? —le preguntó Lea incrédula.
La verdad era que nosotras no la habíamos visto con esa mirada ausente.
—No ocurre siempre, pero sí de vez en cuando.
—Ya. Puede ser por el jefe ese que tiene —dijo Lea mirándome a mí.
Las dos sabíamos que probablemente ese no era el motivo, pero Ignacio se rio y confirmó que podía ser una buena razón. Luego se despidió de nosotras dejándonos con una sonrisa amarga en la boca.
—¿Crees que es por lo de su padre? —me preguntó Lea con cautela.
—No tengo ni idea, pero si Ignacio se ha percatado de que está rara, es porque lo está. Pero ya sabemos que ella no quiere ni oír hablar de malos tratos.
—Natalia necesita un buen polvo para despejarse un poco.
—Ignacio me gusta para ella. Espero que sea algo más que un simple polvo —comenté con sinceridad.
—Sí, a mí también me gusta. Los de veintiséis tienen su puntito.
—Sí, y es tierno ver cómo se preocupa por su hermana.
—¿Ha dicho que tenía otra hermana más?
—Sí, una tal María, menor que él. Estás en la luna, petarda.
—Estoy agilipollada, es verdad. —Lea miró el móvil por enésima vez aquella tarde.
—¿Nada?
—Todavía no hemos parido... Oh, oh... Mira a las tres.
—¿A las tres? —le pregunté molesta.
Natalia y ella últimamente usaban esos términos para indicar posiciones y yo no me enteraba de lo que decían.
—A mi derecha, guapa —me indicó con un gesto de cabeza—. Y disimula.
Era Nacho, solo, con una bolsa de una tienda de marca en una mano y el móvil en la otra. No nos había visto porque toda su atención estaba centrada en la pequeña pantalla.
—Voy a saludarlo. —Me levanté por impulso.
—¿Estás segura?
—No, pero voy a intentarlo.
Sabía que Nacho seguía enfadado conmigo, era lógico. Solo habían pasado dos días desde que se había enterado de todo lo ocurrido entre Thiago y yo. Y encima me había encontrado en su casa.
—Nacho. —Levantó la vista sorprendido y me miró frunciendo el ceño.
—No quiero hablar contigo. —Dio un paso para seguir su camino, pero me coloqué delante de él.
—Oye, solo quería que supieras que lo siento mucho. Fui muy idiota al creerlas, pero...
—Te morías por estar con Thiago, Alexia. No lo niegues.
Me mordí el labio unos segundos. ¿Hasta dónde era necesario ser sincera a estas alturas?
—No es verdad, no es eso. Para mí Thiago no...
—Alexia, ¿te habías acostado antes con él?
Lo entendí, pero quise salirme por la tangente con una pregunta absurda.
—¿Estando contigo?
—No, antes.
Nos miramos fijamente y no quise mentirle. En teoría no tenía por qué saberlo, pero preferí ser sincera.
—Sí. Nos acostamos una vez.
—No me lo dijiste —me acusó enfadado—. Lo intuía, pero quise creer que si estabas conmigo era por algo.
—Sí, era porque estaba segura de que Thiago y yo no nos íbamos a entender.
—¿Y ahora sí? —preguntó con sorna.
—No estamos juntos —le dije insegura, porque tampoco nos habíamos alejado el uno del otro. Al contrario, queríamos empezar desde cero.
—Ya. Hasta que vuelvas a liarte con él.
—Lo siento, de veras. Cuando vi aquel mensaje no dudé en que era verdad y se me nubló la razón. Me cabreé muchísimo y quise verte cara a cara para decírtelo.
—Deberías tener más cuidado con lo que haces. No estaba enamorado de ti, Alexia, pero podría haber sido el caso. No puedes hacer siempre lo que se te antoja sin pensar en los demás. —Me habló como si él fuera un adulto y yo una simple niña que ha hecho una trastada, y me sentí pequeña en ese momento—. ¿Sabes qué imagen das? La de la típica tía buena que va jodiendo al personal a su paso, sin miramientos, sin empatizar con nadie. Eso pareces.
Me señaló con el dedo y di un paso atrás, dolida por sus palabras.
—A ver lo que tardas en mandar a tomar por culo a Thiago y en romperle a él el corazón.
—Oye, no te pases. Si tu amiga Gala no se hubiera metido entre nosotros...
—Sí, está claro que Gala la ha cagado. Tanto que no quiero verla ni en pintura. Pero no te equivoques, tú no eres mucho mejor que ella.
Se largó de allí sin darme opción a réplica y me quedé mirando su espalda mientras se alejaba. Joder, ¿tenía razón Nacho? ¿Hacía las cosas sin pensar? No... Intentaba hacer las cosas bien, aunque muchas veces se escapaban de mi control. Pensé en ese momento en la noche de fin de año y en lo desastrosa que fue. Si hubiera hablado con Thiago en vez de ponerme a beber como una cosaca quizá no habría terminado la noche así de mal. Y hubiera disfrutado de Thiago.
Volví junto a Lea y me senté en la silla, dejando ir un largo suspiro.
—¿Mal rollo?
—¿Crees que voy a mi bola? ¿Que no pienso en los demás? ¿Que uso a los tíos a mi antojo?
—¿Qué dices? —gruñó Lea arrugando la nariz.
Dejé caer mis brazos a ambos lados de la silla en un gesto de derrota.
—Eso opina Nacho de mí. ¿Tendré alguna tara, Lea? Te lo digo en serio. No bromeo.
Me miró con más frialdad.
—A ver, Alexia, en serio. Gala nos la metió doblada, a todos, porque tuvo los santos cojones de ir contándolo por ahí. Tú, a partir de ahí, pensaste que era mejor hablar con Nacho cuando lo vieras. Es verdad que la fama de Nacho le precede y eso no se puede borrar de un día para otro, quiero decir que eso es culpa de él, no tuya, ¿me explico?
Asentí con la cabeza y Lea continuó con su discurso.
—Entonces... tú ya tenías claro que lo vuestro se había terminado y Thiago también lo creía así. Y los planetas se alinearon para que nos emborracháramos las tres el día de Navidad. Tú le mandas ese mensaje calentito, él te llama, tonteáis los dos y al día siguiente salimos los cuatro. ¿Fue así?
—Tal cual —dije sonriendo como una tonta al recordar todo aquello.
—Y al salir los cuatro, pues pasó lo que tenía que pasar, que acabasteis el uno en brazos del otro y dándole al pistón en su casa. ¿Conclusión? Chica, disfruta de lo que te da la vida y deja de darle vueltas a los malos rollos. Nacho está cabreado, es normal, pero no te eches la culpa porque, de todos, eres la que menos culpa tiene.
—Se nota que eres mi mejor amiga —comenté de mejor humor.
—Se nota que tú te comes demasiado la cabeza. A Nacho se le pasará y, si no, dos piedras. Petarda, la vida es así.
—Pues a ver si te aplicas el cuento con lo de Adri.
—Joder, para un rato que no pienso en él —dijo tirándome una patata chip encima.
—Estás colada...
—No, perdona, estoy enamorada, que es peor.
Nos reímos las dos hasta que vimos el nombre de Thiago en mi móvil.
—Cógelo —me instó Lea con prisas.
—¿Thiago?
—Hola, amiga del alma.
Me reí y Lea alzó sus cejas.
—Hola, pijo. ¿Estás ya con Adri?
—Qué va... —Negué a Lea con la cabeza, y esta se recostó en su silla haciendo un mohín—. Espero que no tarde mucho o me veo cenando solo en este hotel lleno de empresarios que me miran de reojo.
—Te mirarán porque eres joven y guapo —le dije riendo.
—O porque no pinto nada aquí.
—¿No has salido del hotel?
—Pues no, le he dicho a Adri que lo esperaría aquí. Como no sabíamos cuánto duraría la charla... Se ha ido a media mañana y fíjate qué hora es. No sé si llamarlo o qué hacer.
—¿Me estás pidiendo consejo, amigo?
—Otra cosa te pediría —musitó por lo bajini y nos reímos los dos—. No me hagas caso, que desvarío. Creo que me conozco los nombres de todos los trabajadores del hotel.
—Eso es ser un buen amigo —le dije orgullosa de él. Otro se hubiera ido por la ciudad a hacer turismo.
—¿Qué tal Lea?
—Nerviosa —respondí mirándola, y ella negó con la cabeza—. Dice que no, pero está histérica. ¿Quieres hablar con ella? —Lea abrió los ojos entusiasmada.
—Claro, pásamela.
Lea casi me arrebató el teléfono y acribilló a preguntas a Thiago.
—Hola, Thiago. ¿Qué tal? ¿Cómo estáis? ¿Adri te ha dicho algo? ¿Está bien? Joder, dime...
Sonreí ante su apuro. Estaba segura de que Adri estaba tardando tanto porque quería hacer las cosas bien después de dos años de relación con la lechuza. Era muy normal. Además, lo lógico era que ella no se lo pusiera fácil y que intentara que Adri se fuera a Madrid con un millón de dudas.
—Sí... Sí, lo intento... Gracias... ¿En serio? —Lea se rio a carcajada limpia y me gustó ver que Thiago podía hacerla reír de aquel modo—. Vale... Muchas gracias, solete. Te paso a tu querida amiga.
Me dio el teléfono, más contenta que unas castañuelas.
—¿Le has ofrecido sexo del bueno? —pregunté casi sin pensar.
Thiago se rio con ganas y yo acabé riendo también al darme cuenta de lo que le había dicho. Ese filtro mental...
—Le he dicho que Adri tenía muchas ganas de que llegara mañana, de estar en Madrid y de bajar del avión para verla.
—Vaya, qué mono, ¿no? —comenté con ternura.
Lea asintió con la cabeza adivinando de qué hablábamos.
—Yo también tengo ganas de que llegue mañana. —Su tono ronco me llegó como una oleada de calor y bajé la vista para que Lea no viera el deseo en mis ojos.
—Ya...
—Y de llegar a Madrid —susurró provocándome un cosquilleo.
—De bajar del avión... —musité tragando saliva.
—De verte.
Nos quedamos en silencio, oyendo nuestras respiraciones.
—Alexia..., estoy en mi habitación, ¿sabes?
Me lamí los labios nerviosa. No, no, por favor, si seguía por ahí me iba a dar un colapso.
—Acabo de ducharme, llevo una toalla atada a la cintura y nada más porque en este jodido hotel hace un calor de mil demonios... —Su tono grave me llevó hasta esa habitación.
De repente Lea se levantó y me indicó con el dedo que se iba al baño.
—Thiago, joder —gemí quejosa.
—Solo quería que lo supieras.
«Qué cabrón.»
—Estoy un poco aburrido y no sé qué hacer con esto que tengo entre mis manos...
Madre mía, madre mía... No podía tener sexo telefónico con él en una terraza en el centro de Madrid. Ni hablar.
—Pues podrías ponerle solución pensando en alguna amiga —le dije en un susurro.
Muy bien, Alexia, muy bien, ¿dónde queda ese «ni hablar»?
—Sí... Tienes razón, podría imaginarla sentada, encima de mí, a horcajadas y cabalgando encima de mi polla. Uf..., sí...
A tomar por culo con todo.
Sabía que se estaba tocando, podía oír sus leves gemidos mientras me hablaba y en ese momento mis braguitas quedaron totalmente empapadas. Junté una pierna contra la otra y apreté aguantándome las ganas de tocarme yo también.
—Seguro que te lo haría despacito y poco a poco iría incrementando el ritmo hasta correrse contigo dentro...
—Tu voz... Me tienes loco, Alexia... Joder...
Se estaba masturbando con ganas, podía oírlo perfectamente.
—¿Vas a correrte dentro de mí? Thiago..., dámelo...
—Hostia..., sí..., nena...
Cerré los ojos con fuerza cuando gritó mi nombre mientras se corría. Joder, podía verlo perfectamente con su mano en su miembro y pensando en mí mientras tenía ese orgasmo. Sentí mis mejillas rojas, mi cuerpo estaba que ardía y solo pensaba en que no sé qué hubiera dado por estar en ese momento con él. Me dolía y todo de las ganas que tenía.
Diosss...