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Lea y yo llegamos al aeropuerto una hora antes de lo previsto. Estábamos un poco nerviosas y nos pisábamos al hablar. La verdad era que Lea estaba al borde de un ataque de nervios. Antes de venir a recogerme se había cambiado de modelito unas cinco veces y se había maquillado de mil formas.

—Lea. —Cogí sus manos pensando que debía ser yo la que la relajara—. Adri quiere estar contigo, tranquila.

—¿Y si durante el trayecto en avión se lo ha pensado mejor?

—¿Y si le han salido tetas como a nosotras?

Lea me dio un codazo y nos reímos.

—Lo sé, estoy superplasta —se quejó mirando el cartel donde anunciaban las llegadas.

—A ver, que te entiendo, pero no te preocupes. Adri ha subido al avión con las ideas claras.

—Son cuatro horas...

—Cuatro horas que habrá estado charlando con Thiago o durmiendo, a saber.

—A veces en cuatro horas puede cambiar el mundo.

Le di una colleja y se quejó.

—¿Dónde está mi amiga? Esa Lea positiva que todo lo ve de color de rosa... Sal de ese cuerpo —le dije haciendo un gesto con la mano.

Lea se descojonó y yo acabé riendo con ella.

—No sé qué haría sin ti —dijo cogiéndome del cuello.

—Estarías tope aburrida, lo sé.

Nos miramos con cariño y me plantó un beso en la mejilla. A partir de ahí Lea se calmó un poco y charlamos de Natalia e Ignacio. Las dos estábamos seguras de que aquellos dos terminarían juntos después de la noche del sábado.

—¿Vamos? —le dije a Lea mirando el reloj.

—¡Uy! Sí. —Se levantó de un saltito y nos dirigimos hacia la zona de llegada del vuelo de Helsinki.

A los diez minutos los vimos aparecer, con una sonrisa y charlando entre ellos. ¿Estarían también nerviosos? Dios, qué guapo me pareció Thiago con sus tejanos rotos, su camiseta ajustada y su cazadora gris. Clavó su mirada en la mía y nos sonreímos.

Ahí estaba mi chico... ¿Mi chico? Esto..., mi amigo, mi amigo...

—Rubia... —Adri cogió a Lea nada más verla y se fundieron en un abrazo de esos de película.

Thiago se adelantó hacia mí y me dio dos besos suaves.

—Hola, novata...

—Hola, pijo...

Nos reímos con nuestros rostros muy cerca el uno del otro y nos miramos con complicidad.

—¿Me has echado de menos? —preguntó con naturalidad mientras su brazo rodeaba mi espalda.

—No he tenido tiempo entre fiestas y resacas...

Me miró alzando sus cejas y entornó sus ojos verdes.

—Qué mal mientes, pequeña.

Me reí al oírlo y me vino a la cabeza D. G. A. porque siempre me llamaba así.

—En eso te doy la razón, me cuesta mentir, aunque cada día lo hago mejor. Fíjate, ¿eh? —Él me miró con atención y me aguanté la risa antes de hablar—. Eres muy muy feo, Thiago.

Soltó una de sus risillas. Me encantaba verlo así.

—Vale, pues ahora fíjate en mí —comentó señalando su cara—. Alexia, no me gustas nada porque no eres lista, ni divertida y además tu cuerpo es... es de infarto, nena.

Nos reímos los dos por sus palabras. En ese momento Adri se acercó para saludarme con su mano entrelazada con la de mi amiga... Qué ilusión verlos así...

—¿Nos vamos? —preguntó Adri.

—¿No os apetece pasar por casa y eso? —preguntó Lea.

—Yo tengo hambre —respondió Adri mirándola a los ojos directamente.

Sonreí al ver que Lea se sonrojaba. No saqué el móvil para hacerle una foto porque se hubiera cabreado, pero grabé aquel momento en mi mente para recordarlo después.

Cuando nos dirigíamos hacia la salida, Thiago me susurró en el oído:

—Yo sí te he echado de menos.

Su mano buscó la mía y nos cogimos como si fuera lo más normal entre nosotros. Mientras caminábamos, su dedo pulgar iba acariciando mi palma y sentía cosquillitas ahí y en mi estómago. ¿Cómo podía ser que un simple gesto como ese me hiciera tocar el cielo?

Decidimos ir a Malasaña, concretamente a Pintores, un local muy de moda que estaba en una de aquellas calles estrechas. Era un bar no muy grande, pero muy bien distribuido, con mesas y sillas de colores, con una barra de madera blanca bastante larga y con un constante movimiento de camareros.

Como era pronto, todavía había algunas mesas libres, pero en menos de una hora sería imposible sentarse, y entonces la gente se apelotonaría en la barra para disfrutar de sus deliciosos pinchos y tomar cerveza artesana. Nos pedimos una cualquiera y varias tapas porque ellos venían hambrientos.

—La comida del avión no vale nada —comentó Adri sonriendo a Lea.

—Si quieres, puedes darme un bocadito —soltó ella tan pincha.

Thiago y yo nos miramos y creo que pensamos lo mismo: aquellos dos necesitaban intimidad urgentemente.

—¿Nos buscamos un plan B? —me preguntó Thiago en un susurro.

—¿Como qué?

—No sé, algo en plan amigos. Como subir a tu habitación y jugar al parchís.

Solté una buena risotada, y Lea y Adri me miraron sorprendidos.

—Perdón, perdón —les dije aguantándome la risa—. Ha sido culpa de él. —Señalé a Thiago y él negó con la cabeza.

—A mí no me miréis, ya sabéis que yo no cuento chistes.

Thiago y yo nos miramos y reí de nuevo al recordar su propuesta. Qué tío...

—Si lo sé, te digo que juguemos a otra cosa...

—¿Al teto? —pregunté divertida.

—Pues ya sabes quién se agacha —replicó alzando sus cejas un par de veces.

—Nunca se sabe...

—¡No me fastidies! ¿Te ha crecido mientras yo estaba fuera?

Me quedé pasmada al oírlo y empecé a llorar de la risa. ¿Dónde estaba el Thiago serio y formalito que yo conocía?

Lea y Adri ya pasaban completamente de nosotros e iban a su rollo, lógicamente. Así que Thiago no se cortó un pelo y acercó su silla a la mía.

—No sabes lo que daría por oírte reír así siempre. —Su voz grave se coló en mi ropa interior y dejé de reír de golpe para quedarme prendada de sus ojos verdes.

—Eres un liante, amigo —le dije con retintín.

Sonrió de medio lado y no pude evitar mirar sus labios. Eran tan apetecibles...

—¿Quién está mirando mi boca? ¿Quién es aquí la que provoca?

—Estoy estudiando tus labios de bizcocho, solo eso.

—¿De bizcocho? —preguntó alargando su sonrisa.

—Esponjosos, suaves, apetecibles...

—¿Has dicho apetecibles?

—No, he dicho sensibles.

Nos reímos los dos de nuevo. Menuda tontería llevábamos encima...

—¿Los dejamos solos y nos vamos? —preguntó Thiago tras aquellas risotadas.

—Sí, creo que será lo mejor.

Adri y Lea estaban en su mundo y nosotros en el nuestro. Thiago carraspeó antes de hablar y los miró con seriedad.

—Perdón, parejita. —Adri y Lea se volvieron hacia él sonriéndole—. Alexia y yo os vamos a dejar un poco de intimidad y esas cosas...

—Ya, ya —dijo Adri con cierta ironía.

—Qué majos son, ¿verdad? —comentó Lea riendo y mirándome a mí.

—Lo sabemos, lo sabemos —le repliqué yo de cachondeo.

—Pago yo, recuerda —le dijo Adri a Thiago más serio.

—Qué pesado eres —contestó él poniendo los ojos en blanco—. Hasta mañana, pa-re-ji-ta.

Thiago puso su mano donde la espalda pierde su nombre y salimos de allí sin rumbo fijo.

—¿Quieres ir a algún sitio en especial? —preguntó colocándose a mi lado.

—Estarás cansado...

—¿Me estás echando? —me cortó al momento, y me reí.

—No, qué va...

—Pues te cuento. Me pasé el día de ayer encerrado en ese hotel gris, estaba que me subía por las paredes. Por la noche estuve charlando hasta las tantas con Adri porque estaba bastante tocado con lo de Leticia. Y hoy nos hemos levantado casi a mediodía y hemos cogido el avión. No estoy cansado, pero tengo ganas de estar a solas contigo, charlar y verte sonreír.

Le cogí del brazo entusiasmada con sus palabras.

—Pues tú mandas.

—¿Qué te apetece?

—¿Tomamos algo en un sitio más tranquilo?

Me apetecía acurrucarme en sus brazos, charlar con él hasta que amaneciera y besarlo cada cinco segundos. Pero éramos solo amigos, habíamos quedado en eso.

—Perfecto, conozco un lugar donde la música es suave y se puede hablar sin gritar. Personal, ¿lo conoces?

—Ni idea.

—A veces va algún famoso por allí...

—¿Un bar de pijos? —me quejé.

—Es que tu amigo es un pijo, ¿recuerdas? —preguntó bromeando.

—Pues no suelo tener amigos pijos, que lo sepas.

—¿Soy una excepción?

—Probablemente —musité.

Thiago se rio y yo le saqué la lengua.

—Pues me gusta ser tu excepción —sentenció mirándome—. Por cierto, tienes mayonesa en la comisura de los labios...

—¿Qué? —pregunté cortada.

Thiago paró y me observó los labios con mirada de investigador.

—Sí..., aquí...

Su dedo señaló a mi derecha y cuando quise darme cuenta su boca estaba junto a la mía. Uf.

—Y aquí también...

Posó sus labios en los míos y me besó despacio, con mucha suavidad, mientras sus manos atrapaban mi cintura para acercarme a él.

—Nena...

—Thiago...

—Lo siento, me moría por besarte un poquito.

Lo cogí de la nuca y acaricié su pelo sin poder contenerme.

—Te entiendo perfectamente —le dije sonriendo en sus labios.

Se acercó de nuevo y me besó introduciendo su lengua en busca de la mía. Un fogonazo recorrió todo mi cuerpo cuando nuestras lenguas chocaron y empezaron a juguetear entre ellas. Sus brazos me apretaron contra su cuerpo duro y solté un gemido al notarlo tan cerca. Era algo que se escapaba de mi control, realmente lo deseaba y no era consciente de cuánto.

Pero no era cuestión de montar un numerito en medio de la calle, así que nos separamos ambos a la vez, para coger aire, sin dejar de mirarnos a los ojos. Queríamos lo mismo, era evidente, pero ¿nos convenía? Habíamos dicho que necesitábamos ir despacio, y acostarnos a la primera de cambio no era precisamente ir despacio.

Inesperadamente, fui yo la que puso un poco de cordura.

—Deberíamos dejarlo aquí.

—Deberíamos —repitió apretando un poco sus dedos en mi cadera.

—Tú lo sabes, yo lo sé. Y los astros lo saben.

—Lo sabe demasiada gente —comentó divertido.

—Exacto. No podemos fingir y después nos arrepentiremos.

—Bueno, eso de arrepentirnos...

Reímos los dos ante su comentario.

—Ya me entiendes. Lo hablamos el martes y estamos a jueves. Han pasado dos días...

Thiago me miró serio y acabó suspirando mientras se separaba de mi cuerpo.

—Joder, ¿has madurado mientras he estado fuera?

Solté una buena carcajada porque no le faltaba razón. ¿Dónde estaba mi yo más impulsivo y alocado? Estaba supeditado a que yo quería realmente que las cosas salieran bien con Thiago. Otra cagada más y ya serían demasiadas en nuestra corta historia, que parecía que no avanzaba.

—He madurado mucho —respondí alzando la barbilla con dignidad.

—Dios, cómo me pone verte así...

Lo miré pasmada y Thiago se puso a reír de nuevo.

—Por cierto —me habló en el oído y me puso la piel de gallina—, todavía pienso en lo que hicimos por teléfono, a-mi-ga.

Tragué saliva al recordarlo: su mano en su sexo, masturbándose, gimiendo, corriéndose...

—Joder, Thiago, así no se puede —me quejé haciendo un mohín.

Me sonrió con picardía y me abrazó de nuevo.

—Está bien, vamos a ser buenos, aunque me cueste un dolor de...

—De cabeza —le corté inmediatamente—. De cabeza.

Risas y más risas..., y no pude sentirme mejor, entre sus brazos, notando cómo vibraba su pecho al reír, sintiendo el calor de su cuerpo, viendo el cariño que expresaba con ese gesto... Dios, me encantaba Thiago, mucho.

Entramos en Personal charlando de la facultad, faltaba poco para volver a las clases y debíamos entregar trabajos y realizar varias exposiciones ante el profesor y el resto de compañeros. Thiago me iba explicando sus primeras experiencias en la universidad y me hacía reír continuamente. Según él, la primera vez que expuso un trabajo tuvo que salir del aula porque le entraron unas ganas tremendas de mear, no podía aguantarse y hubiera sido un poco fuerte manchar los pantalones delante de ciento ochenta personas.

—Si se lo cuentas a alguien, te las verás conmigo —me amenazó sonriendo—. No lo sabe nadie.

Cerré la boca con una cremallera invisible justo en el mismo momento en que el camarero nos tomó nota.

—Un par de margaritas. —Miré a Thiago sorprendida—. ¿Te gusta?

—Sí, sí.

Observé mi alrededor y a la gente sentada en esos sofás blancos; nadie bebía cerveza, la mayoría tomaba cócteles de diferentes colores que contrastaban con la blancura de aquel lugar. La luz era tenue y eso le daba cierto encanto, pero estaba segura de que a la luz del día aquello parecía más un hospital que un pub. En fin, Pijolandia era así.

Debía reconocer, eso sí, que la música estaba bien y que era un local donde podías charlar tranquilamente recostado en sus cómodos asientos.

—¿Ya has hecho tu análisis?

Mis ojos buscaron los suyos, burlones.

—Muy blanco —le dije con sinceridad—. Soy más de colores, pero podré sobrellevarlo.

El camarero nos sirvió las copas con la sal en el borde y una rodaja de limón. La verdad era que tenía buena pinta, aunque no había probado uno de aquellos en mi vida. Sabía que llevaba tequila, zumo de lima o de limón y algo más, pero había dicho que me gustaba por no parecer una mojigata.

Cogimos la copa, brindamos al aire y probé aquel mejunje. Thiago me miraba fijamente y yo dejé la copa pensando que estaba muy rico. Lo apuntaría en mi lista de bebidas preferidas.

—¿Está a tu gusto o un poco fuerte?

—Está buenísimo —respondí con un entusiasmo que lo hizo reír.

«Tú ve riendo así, que voy a terminar enamorándome de ti...»

¿Perdona? ¿Había dicho yo eso?