3

 

 

 

 

Aquella tarde la madre de Lea le había dicho que no la necesitaba en el centro de estética y decidimos dar una vuelta por la ciudad para mirar algún vestido. Lea quería estar espectacular en fin de año, evidentemente para Adrián. Mi amiga del alma ya había preguntado a Natalia, Max y Adam si querían salir con nosotras. Todos habían dicho que sí y Max preguntó si se podía apuntar un primo suyo. Lea le dijo que no había problema, que cuantos más fuéramos mejor.

—Nos lo pasaremos genial, ya verás —me dijo mirando un vestido negro y vaporoso.

Estábamos en El Corte Inglés; a Lea le pirraba deambular por todas las plantas, especialmente por la de ropa.

—¿Natalia vendrá sola o con su compañero? —pregunté bromeando.

El compañero era Ignacio y desde que había entrado en la asesoría Natalia bebía los vientos por él. ¿Y él? Pues parecía que tenía para todas, pero que no se mojaba por ninguna. O eso decía Natalia.

Nos lo habíamos encontrado algún día de fiesta y Natalia y él se pasaban el rato charlando y tonteando, pero la cosa no avanzaba. Lea ya le hubiera tirado la caña más directamente y yo ya hubiera pasado de él. Pero Natalia no hacía ni una cosa ni otra. Suspiraba cuando hablaba de él y se moría por que Ignacio moviera ficha. Pero el muchacho, o mejor dicho el hombre, no tenía prisa.

—Vendrá suspirando de amor, eso seguro —respondió Lea risueña—. Por cierto, ayer estuve hablando con Estrella...

—¿Qué tal está? —le pregunté.

Estrella se había ido a Barcelona a pasar las fiestas con sus padres.

—Dice que muy bien, aunque nos echa de menos.

—¿A nosotras o a Gregorio?

Estrella había salido alguna que otra vez con el amigo de mi jefe en la empresa de exportación, donde yo iba un par de días a la semana para realizar todo tipo de traducciones.

—A nosotras, por supuesto. Por cierto, ¿qué tal don Marco?

La miré de reojo y sonreí.

—No ha intentado nada más, no te preocupes. Te lo hubiera dicho, petarda.

Mi jefe, Marco, me había propuesto salir una noche con él, cena incluida. Me negué por varias razones. La primera porque yo estaba con Nacho y la segunda porque era mi jefe. Además estaba la diferencia de edad, ocho años, que se dice pronto. No, no tenía prejuicios con el tema de la edad, pero lo veía demasiado hombre, es decir, que sabía demasiado de la vida y yo justo empezaba a vivir la mía.

La respuesta de Marco no fue la esperada: siguió insistiendo en salir conmigo. A veces pensaba que si hubiera salido con él y le hubiera demostrado que no acabaríamos en la cama, el tema se habría terminado ahí. Al decirle que no, había encendido su mecha y se lo pasaba genial provocándome y tonteando conmigo. Yo no le seguía el rollo y eso lo estimulaba más. En ocasiones bromeaba, pero en otras veía el deseo en sus ojos. No me preocupaba demasiado porque me respetaba y lo único que hacía era piropearme e intentar que cayera en sus redes.

—Si no estuviera enamorada de Adri, yo sí que le daría un buen repaso a ese tío.

Sonreí al pensar en Marco. Realmente tenía un buen cuerpo y entre nosotras a veces le llamábamos «el bombero». Estaba musculado, fuerte y tenía una espalda que no se terminaba nunca. De cara no era especialmente guapo, pero era atractivo y era de esas personas que cuando hablas con ellas las ves más guapas y no sabes explicar el porqué: ¿por sus expresiones?, ¿por sus gestos?, ¿por su manera de mirar? Ni idea, pero Marco lo sabía e iba por el mundo pisando fuerte.

Una de las chicas de traducción que estaba en plantilla me había resumido el historial de Marco en una frase: es un tío que no ha salido nunca con nadie. Mira, pensé, otro como yo. Quizá por eso había cierta conexión entre nosotros dos.

Desde el primer día nos habíamos llevado bien y yo pensaba que si no fuera por la edad podríamos haber sido buenos amigos. Pero ocho años son muchos y mientras yo pensaba en divertirme, él... él también, qué leches. Solté una risilla.

—A saber quién es el afortunado de tus sueños. —Lea sonrió al pasar por mi lado en busca de una pieza que conjuntara con una falda negra de tul.

—No me cortes el rollo —le dije sonriendo.

—Si es algo sexual, no te olvides de hacer un trío.

—¿Un trío?

—¿No has hecho nunca uno? —me preguntó yendo hacia el probador.

—Pues que yo sepa no —respondí en la cola.

Había siete probadores y todos llenos. En la cola había varias personas esperando y nos colocamos tras una pareja.

—Pues antes de morir debes probarlo. No hay nada como un dos por dos.

—Joder, Lea. No me lo habías explicado —le dije asombrada.

No tenía ni idea de que ella...

—Una vez.

La miré abriendo los ojos.

—¿Y cómo fue? —pregunté con curiosidad.

—Pues era verano, de eso hace un par de años, y conocí a un italiano guapísimo, pero que siempre iba acompañado de su amigo, que también estaba muy bueno, aunque no tanto.

—Joder...

—Ya te digo, antes de palmarla hay que hacer un trío.

El chico que estaba delante de nosotras en la cola se volvió un segundo para mirarnos y Lea le sonrió con descaro.

—Pues no te digo que no —le dije pensando en ello.

—Vale, ¿ahora mismo con quién harías uno?

—Uf, no sé..., tendría que pensarlo.

—A ver, niña, no hay que pensar demasiado. Escoges dos jamelgos y a divertirse.

¿Con quién? El primero que me vino a la cabeza fue Thiago. Mierda, no, Thiago no. Además Thiago con Nacho... No lo veía, pero... ¿Thiago con Marco? Mmm. ¿Y Nacho?

—¿Ya? —insistió Lea.

—Joder, no. No me metas prisa. Liarme con dos tíos a la vez no es como comprar ropa, hay que pensárselo bien, ¿eh?

Lea rio y aquel chico se volvió nuevamente para mirarme a mí.

—¿No crees? —le murmuré flojito al cotilla aquel.

El chico abrió los ojos sorprendido y se dio la vuelta sin decir nada. Lea y yo nos reímos por lo bajo.

—Te los digo yo —concluyó Lea muy segura.

—A ver, sorpréndeme, listilla.

—Thiago es uno, eso seguro.

Fruncí el ceño como si no fuera verdad.

—Y el segundo... o Marco o aquel modelo que te gusta tanto.

—¿Mariano DiVaio?

Me reí por su ocurrencia.

—¿Y Nacho? —le pregunté sorprendida de que me conociera tan bien.

—Es una fantasía, Alexia, y en las fantasías no suelen entrar las parejas. Bueno, y menos si la vas a compartir con Thiago. Los veo dándose de hostias en la cama por trincarte.

Me reí con ganas y ella se miró las uñas en plan chula.

—Apártate, macho, que Alexia es mía... No, no, déjame que me toca a mí meterle el churro... Vamos, una mierda de trío.

—¿Un trío? ¿Con quién?

Lea y yo dimos un pequeño salto al oír la voz de Thiago detrás de nosotras. Yo me quedé quieta intentando pensar con rapidez si habíamos dicho su nombre durante los últimos diez segundos. Joder, quizá nos había oído.

—¡Vaya! ¿Nos sigues? —le preguntó Lea volviéndose hacia él.

—¡Claro! No tengo nada mejor que hacer —respondió él con una ironía palpable.

Me di la vuelta y vi a Thiago con unos pantalones vaqueros en la mano. Lo miré a los ojos, que estaban clavados en mí.

—Todavía espero una respuesta —me dijo sin parpadear.

No le había contestado al mensaje. Seguía enfadada con él por sus comentarios hirientes: que si había muchas Alexias, que no era el centro del mundo, que si cuando crezcas hablamos...

—Ya la tienes delante —le dije igual de seca que él.

Lea nos miró alternativamente, pero no abrió la boca.

—¿Te parece normal? ¿Colgarme de esa manera? Me quedé preocupado.

Su tono era grave, pero había un matiz de queja que no me pasó desapercibido.

—¿Preocupado? Si te importara un poco, no me irías insultando de esa forma, ¿sabes? Así que no tires la piedra y escondas la mano, que eso se te da muy bien.

Thiago se lamió los labios y vi cómo las aletas de su nariz se ensanchaban para coger aire.

—Está bien —dictaminó serio.

Me volví hacia delante y noté la mirada de Lea clavada en mí. No entendía qué ocurría allí porque no se lo había comentado.

En cuanto entramos en el probador me acribilló a preguntas y no tuve más remedio que explicarle nuestro pique telefónico. Lea se quejó con razón de que no se lo hubiera explicado, pero entendió que si no me encontraba bien solo pensara en meterme en la cama.

—Y hoy no tenía ganas de cosas deprimentes.

—Y Thiago es una cosa deprimente —dijo ella bromeando.

—¡Os oigo! —exclamó él desde el probador de al lado.

Abrí los ojos exageradamente y Lea y yo nos pusimos a reír.

Mientras Lea iba probándose diferentes piezas, yo pensé en Thiago probándose aquellos vaqueros. En sus piernas largas. En su cuerpo perfecto. En su bóxer... ¡Basta!

—Esta me va pequeña —dijo Lea mirándose en el espejo—. ¿Por qué no sales y me coges la talla mediana?

—Anda, dame.

Salí con la camiseta en la mano y en ese momento Thiago salió del probador. Nos miramos y vi que tenía intención de decirme algo, pero mi móvil me salvó. O no, porque era mi madre.

—Dime.

—Esta noche tenemos una cena.

—Ni hablar —le dije con rotundidad.

—Solo es una cena. Después puedes marcharte con tu novio.

No le pensaba decir que Nacho se iba a Cádiz, no era de su incumbencia.

—Es en casa de los Varela.

¿Cómo? ¿Otra vez?

—¿Y a santo de qué? ¿Es que no podéis hacer negocios en el despacho? No pienso ir a casa de los Varela.

Thiago se volvió y me miró. Salimos los dos del pasillo del probador y yo me fui en busca de la camiseta de Lea.

—Sí vas a ir porque te recuerdo que quieres ese cuaderno.

«Qué cerda...»

—Ceno y me voy —le dije en el mismo tono borde.

—No hace falta más —me replicó ella antes de colgar.

¡Joder! ¿A qué venían tantas cenitas? Me iba a dar un puto colapso entre mi madre y Thiago, menuda mala suerte la mía. Podía negarme, pero entonces mi madre me fastidiaría más y yo quería recuperar mi libreta. No soportaba que la tuviera ella.

—Nos vemos esta noche... —oí que decía Thiago al pasar por mi lado y dirigirse hacia el mostrador para pagar.

Lo miré con desprecio. ¿Cómo podías desear y despreciar a alguien al mismo tiempo? Joder, no tenía ningunas ganas de verlo aquella noche y menos en su casa. Una cosa era en fin de año porque iríamos con más gente, pero en su casa... ¿Y si le decía a mi madre que se metiera la invitación por el culo? Me jodería yo y solo yo. A ella le importaba un pito tenerme o no a su lado. La única que saldría perdiendo sería yo porque no me devolvería mi libreta. Y para mí era importante recuperarla. Al cuarto día de estar ingresada le pedí a mi padre que me la trajera en su siguiente visita.

En ese cuaderno estaban plasmados mis sentimientos más íntimos...

 

Llevo cuatro días en el hospital y sigo sin entender qué nos ha ocurrido. Hemos tenido un accidente y Antxon ha muerto. A mi lado. En una postura irreconocible. Con un gesto de tensión en la cara y con los ojos cerrados como si no hubiera querido ver lo que tenía delante. Y lo que tenía delante era la muerte. La puta muerte. ¿Por qué Antxon? ¿Por qué no yo? Tenía toda la vida por delante.

A los dieciocho años no puede morir alguien, no es justo. Puedes sufrir, puedes agonizar de dolor, pero no morir. Y Antxon se ha ido. Lo han enterrado sin mí. No entiendo nada, no entiendo qué hago aquí, no entiendo por qué me muero de dolor por las noches, no entiendo por qué mi padre me mira como a una desconocida, no entiendo por qué Judith no ha venido... ¿Cree que ha sido culpa mía? Probablemente. Ella ha perdido a su hijo, y dicen que no hay nada peor que eso... Es algo que siempre decía mi padre y que he oído decir a muchas personas. Pero yo también he perdido a Antxon, a mi hermano, a mi amigo, a mi confidente y a la única persona que me comprendía a la perfección.

Con una simple mirada nos entendíamos. Y ya fue así desde el principio. No había dos «no hermanos» que se llevaran mejor que nosotros. Nuestros padres siempre lo decían mientras nos miraban maravillados. Antxon tenía dos años más que yo, pero siempre me trató como a una igual, incluso cuando la diferencia de edad se hacía más patente. Yo con dieciséis era una adolescente total y él con dieciocho empezaba a gozar de mucha más libertad. Pero aun así siempre me tenía presente.

Antxon era una persona increíble. Por eso mismo no comprendo este final. Jamás olvidaré su cara llena de sangre, sus ojos cerrados, su extraña postura y mi grito llamando a mi padre. Como si mi padre pudiera hacer algo. Porque... ¿no son los padres los que lo arreglan todo?