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THIAGO

 

 

Si algo adoraba de ella era su impulsividad y aquel modo de actuar imprevisible. No sabías por dónde saldría y era realmente como un soplo de aire fresco en un mundo donde casi todo estaba programado. Podía estar riendo escandalosamente y de repente preguntarte algo con un gesto tan grave que no podía evitar que se me escapara la risilla sin querer.

Simplemente era adorable y tenía claro que era la chica de mis sueños, ahora sí. Y me sudaba la polla, hablando en plata, lo que pensara mi padre y lo que dijera sobre esta relación. Porque estábamos empezando una relación. Yo con todos los sentidos puestos en ella, porque no quería que se me escapara de entre los dedos de nuevo. Por eso lo mejor era hacer las cosas despacio, aunque me moría por correr junto a ella.

Aquella noche no la iba a ver, ya que ella había quedado con Lea y Natalia para ver la cabalgata de los Reyes Magos. Así que Adri y yo habíamos decidido ir solos a cenar. Adri no quería agobiar a Lea acaparándola a todas horas y a mí me ocurría algo parecido con Alexia, aunque lo que deseaba realmente era pasar las veinticuatro horas a su lado.

Nuestro grupo de amigos se había desvanecido. Débora apenas me hablaba desde que la había rechazado claramente aquella noche tras tomarse esa droga. A Gala no queríamos verla ni en pintura, y Nacho seguía enfadado con todos. Así que nadie dijo nada y Adri y yo entendimos que aquella noche la íbamos a pasar juntos y solos, sin más compañía.

Al día siguiente Alexia comería en mi casa, así que ya nos encontraríamos allí. De repente, mis padres se habían vuelto íntimos de su madre y de su novio. No me molestaba, la verdad, quizá así mi padre se daría cuenta de que Alexia no era una niñata, sino alguien realmente especial.

Tenía pensado darle el regalo después de comer. La llevaría junto a la caseta de la piscina y se lo daría allí. ¿Le gustaría? Esperaba que sí porque me había partido los cuernos buscando algo diferente, algo original y que le entusiasmara de verdad. Y, de paso, le presentaría a Arya, que estaba seguro de que le iba a encantar.

—¿Dónde te apetece ir? —me preguntó Adri cuando bajó de su piso a las ocho de la tarde.

—Donde digas, ¿quieres ver la cabalgata?

—La verdad es que no, ¿y tú?

—A mí me da igual. ¿Vamos a picar algo por Malasaña?

—Sí, podríamos ir a Mar de Amores.

Cogimos el metro y en diez minutos llegamos al bar. Sus dueños preparaban las mejores tortillas de Madrid, de todo tipo. Escogimos algunas de ellas, le añadimos un par de tapas más y nos las tomamos junto a una buena Mahou. Estuvimos allí charlando con tranquilidad hasta que Lea le mandó un mensaje a Adri y él, claro, pasó olímpicamente de mí. Pensé que quizá Alexia podía estar pendiente del móvil así que le escribí por Instagram.

 

¿Qué tal, pequeña?

 

Justo en ese momento me llegó un mensaje de WhatsApp de Débora.

 

Estoy con tu chica tomando algo en La Taberna de Dios.

 

Fruncí el ceño y salí de la aplicación, pasaba de responder a sus provocaciones. Abrí Instagram de nuevo para ver si Alexia me había leído: pues sí, allí marcaba visto y estaba escribiendo en ese momento.

 

Picando algo con una amiga para llenar el estómago y no terminar besando a una farola medio borracha. Hemos disfrutado de la cabalgata como niñas. Chulísima. ¿Estabas por ahí? Me ha parecido ver tus botas, jajaja.

 

Sonreí al leerla. Ella siempre mantenía una distancia prudente a través de Instagram.

 

Era yo, fijo que era yo. ¿Te refieres al de la barba blanca y que saludaba a todo quisqui, verdad? Jajaja. Creo que he visto un paquete donde había escrito LA PROTECTORA y era enorme. Has sido buena, ¿ves?

 

Jajaja, muy buena y he pedido miles de cosas. ¿Quieres saberlas?

 

Volvió a llegarme un mensaje de Débora. Joder, qué pesada. Era una imagen y la abrí esperando cualquier tontería.

Alexia estaba en la barra de aquel bar junto a Lea, Natalia y dos personas más: Marco y otro tipo que desconocía. Justo en ese momento Alexia y Marco se estaban mirando y riendo muy juntitos.

Bueno, esa imagen no indicaba nada. Habrían coincidido en el bar, simplemente, y se estaban saludando.

 

Esas manitas.

 

Débora lo escribió con su particular mala hostia.

Agrandé la imagen y pude ver la mano de Marco en el interior de la camiseta de Alexia, tocando la piel de su espalda, con todas las intenciones del mundo. Miré durante unos segundos más sintiendo que algo me quemaba por dentro... ¿Celos? Joder, eran celos de verdad. Noté la garganta seca y ganas de decirle cuatro cosas al susodicho, pero inspiré más aire del habitual y solté un largo suspiro pensando que iba a confiar en ella.