40

 

 

 

 

Las tres habíamos optado por ir a La Taberna de Dios por ser el lugar más cercano que conocíamos. Estábamos hambrientas y no queríamos cruzar medio Madrid para ir a La Latina, ya iríamos más tarde a tomar algo.

Cuando entramos en el local alucinamos con la de gente que había, pero esa noche era lo normal. Así que nos hicimos un hueco en la barra y pedimos tres cervezas y unas tapas. Charlamos por los codos, como si hiciera mucho que no nos veíamos. Teníamos ese espíritu infantil que nos hacía disfrutar al máximo de la cabalgata de Reyes. Era la segunda vez que íbamos juntas a verla y ya lo habíamos instaurado como una tradición.

Al poco entró Marco acompañado de un amigo y nos vino a saludar con su habitual simpatía.

—Joder, qué pequeño es el mundo —murmuró Lea con sorna, y yo le di un codazo con poco disimulo.

—Fíjate, si está aquí mi muñeca preferida. —Marco me cogió de la cintura y me dio dos besos con sonido incorporado.

¿Había bebido? Eso parecía porque estaba más suelto de lo normal.

—Mi primo, Rafa. —Nos lo presentó a las tres y continuó charlando—: Venimos de una comida familiar, ya sabes, vino y más vino. Y creo que estamos un poco pedo los dos.

Me reí por su sinceridad y Marco se acercó peligrosamente a mí.

—Alexia, cuando ríes me dejas ciego.

—¿Ciego? Ciego el que vas a pillar como sigas bebiendo.

—Si es que esa boca de piñón siempre pintada me tiene muy tonto.

Su mano se coló por debajo de mi camiseta y me acarició la espalda con todo su descaro.

—Marco, esa mano... —le avisé sin enfadarme.

Él no era de los que te metían mano sin más, supuse que el alcohol lo desinhibía más de la cuenta.

—¿Qué mano? ¿Qué mano? —preguntó bromeando.

Cogí su mano y la retiré sin problemas.

—Alexia, Alexia, tú y yo tenemos que hablar muy en serio. Te lo digo de verdad.

Me miró fijamente y sonreí ante sus palabras.

—Marco, Marco, no sabes tú nada.

—Marco, nos esperan —le dijo el primo dándole un golpecito en el hombro.

—Joder con la familia, ni ligar uno puede —musitó mirándome.

Me hizo reír porque estaba gracioso con ese medio punto que llevaba. Y guapo, estaba muy guapo con una camisa de niño bueno, él siempre usaba camisetas más bien apretaditas que marcaban su cuerpo de diez.

—Nos vemos luego, muñeca.

—Por supuesto —le dije sabiendo que sería algo improbable.

—Y si no, a la vuelta de Londres tú y yo —dijo señalándonos a ambos con una amplia sonrisa.

Aquella noche era nuestra, nada de chicos, aunque Lea se intercambió mensajes con Adri y yo no pude evitar responder a D. G. A. cuando vi una notificación suya de Instagram. Me había dejado con la palabra en la boca, pero pensé que quizá tenía lío. Aquella noche era especial: preparar regalos, los niños, la cabalgata...

Lea y Natalia comentaron que el primo estaba para hacerle un buen favor. Yo apenas me había fijado, pero por lo visto ellas sí.

—A ese tío lo tienes comiendo de tu mano en cuanto quieras —me comentó Natalia refiriéndose a Marco.

—¿Marco? Ese debe de tener una agenda de tías más larga que un día sin pan. ¿No ves cómo mira? Parece un león a punto de comerte.

—A mí no me ha mirado así —añadió Natalia, erre que erre.

—Le molas, Alexia. Está más claro que menos. Otra cosa es que tú pases de él, y más ahora.

—Es mayor, joder, muy mayor...

Y además en mi cabeza solo cabía un nombre: Thiago.

—Ya estamos con los prejuicios tontos —me cortó Lea con un gesto de mano—. Ese tío podría enseñarte cuatro cosas, es divertido y está para mojar pan.

—Bueno, ya, dejemos el temita. A mí no me interesa —les aclaré.

—Eso es otra cosa —volvió a intervenir Natalia con una sonrisa de picardía—. Y yo porque tengo a Ignacio en mente, que si no quizá le pedía un hijo.

Nos reímos las tres y seguimos charlando de nuestras cosas con un entusiasmo incrementado por la tercera cerveza.

—Joder, petardas —dijo Lea de repente—. Están aquí las víboras.

Natalia y yo arrugamos el ceño sin entenderla.

—Gala, Débora y dos más. No os giréis, pero están en una mesa bastante cerca de la barra.

Vaya, menuda casualidad. Nuestras archienemigas en el mismo jodido local. Natalia y yo no hicimos caso y nos volvimos para verlas bien. Me daba igual si se daban por enteradas. Eran ellas las que tendrían que ir con la cabeza gacha, sobre todo Gala. Pero para nada. En ese momento cruzamos nuestras miradas y ella me sonrió con malicia. Hija de su madre. No tenía vergüenza, la muy zorra. Después de lo que había liado y seguía con su pose altiva y orgullosa. No entendía esa manera de actuar porque una podía cagarla y hacer cosas que no debería en nombre del amor. Pero lo de Gala no era normal.

—Deberíamos putearla de alguna manera —insistió Lea.

Yo le había dicho que dejara el tema porque no valía la pena. ¿Ponernos a su nivel? ¿Para qué? Ese tipo de personas no cambian y por mucho que hagas no sirve de nada.

—De momento Nacho no quiere saber nada de ella, con eso ya le basta —le repliqué yo.

—¿Cómo lo sabes? —me preguntó Natalia.

—Thiago me lo comentó. El grupito de pijos se ha ido a tomar por saco y cada uno va por su lado. Gala la ha jodido bien, pero no solo a mí, sino también a sus amigos. Supongo que Débora también está molesta porque eso la separa de su querido Thiago.

—Que se joda, menuda lagarta está hecha —concluyó Lea.

En ese momento Débora se levantó, se acercó a la barra y se colocó a mi lado. Mira que había sitio...

—¿Qué? ¿Nueva víctima?

Me volví hacia ella y quedamos cara a cara. Era guapa de verdad, una de esas chicas que echan para atrás a muchos tíos por ser demasiado guapa.

—No creo que seas tan poco inteligente como finges ser —le repliqué sin miedo.

—Lo digo por el que te metía mano hace unos minutos. ¿Sabe Thiago que tienes esos amigos tan tocones?

—Lo que sí sabe es que las que eran sus amigas ya no lo son. ¿Por qué será?

—Alexia, qué ilusa eres. ¿Crees que tantos años de amistad y de sexo esporádico van a desaparecer sin más? ¿Crees que Leticia va a dejar que Adri se vaya con una rubia cualquiera?

—Creo que no sabes perder.

—Y yo que no nos conoces a ninguna de las tres. —Su mirada amenazante podía dar miedo, pero a mí no me asustaba. Por el contrario, conseguía que la adrenalina corriera por mi cuerpo con más ímpetu.

—Sois muy predecibles. Tres tías con dinero, extramaquilladas y con medio cerebro. ¿Qué hay que conocer? ¿Que sois unas amargadas? ¿Que sin trampas no ganáis? Dile a Gala que yo he perdido a Nacho, pero que ella ha perdido al chico de su vida.

Acercó unos centímetros su rostro al mío y no me moví. ¿Yo, dar un paso atrás? ¡Ja!

—Que corra el aire, huele a mierda —le escupí con mucha ironía.

—Quien ríe el último ríe mejor.

—Realmente pensaba que dabas para más. Menuda frase. ¿Ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? ¿O quieres que le diga algo a Thiago de tu parte?

—Cuando Leticia venga, ya hablaremos.

—Llama a Thiago y se lo cuentas. ¡Ah, no! Que no os habláis.

Sabía que Lea y Natalia estaban pendientes de nuestra charla, aunque con el ruido ambiental dudaba que lo escucharan todo.

—No es para ti, él lo sabe y tú también. Thiago necesita una mujer, no una niña que va liándose con todos a su antojo.

—No hables por él, porque no tienes ni idea.

—En eso te equivocas, lo conozco mucho mejor que tú. Desde hace años.

—Como si son siglos, chata. Vive tu vida, ¿puedes?

Me miró con ira, pero no dijo nada más porque yo ya estaba dándole la espalda. Conversación terminada. Aquello era un puto bucle y podía no acabar nunca. Lo último que quería era pasarme la noche discutiendo con aquella víbora.

—¿Qué? —me preguntó Lea muy interesada.

—Nada, es imbécil la pobre. Más de lo que pensaba...

Les expliqué por encima nuestra charlita y Lea arrugó la frente cuando nombré a Leticia.

—¿Lo ves? Esa tía es el mismísimo demonio.

—Hasta verano no regresa y queda medio año. Se le habrá pasado, digo yo —le dije quitándole hierro al asunto.

—A ver, Lea, igual exageras con esa tía, ¿no?

—Tú es que no la has visto en acción —contestó Lea muy segura buscando mi apoyo con su mirada.

—Sí, vale, es verdad. Leticia es de las que da grima, pero está en Helsinki, ¿recuerdas?

—Ya, ya, pero aun así esas amenazas no me gustan un pelo.

—No seas tan pesimista, Lea —insistí por su salud mental.

No podía pasarse los siguientes seis meses pensando en la vuelta de Leticia. Lo lógico sería que todo aquello se enfriara y que ella aceptara que Adri se había enamorado de otra persona. Punto.

Dejamos de hablar de aquellas y nos entusiasmamos con el tema de los regalos de Reyes. Ellas explicaron lo que habían comprado a sus familiares y yo les conté con todo lujo de detalles el regalo que le había preparado a Thiago. Era el único que iba a hacer. Bueno, lo que les había comprado a mi padre y Judith ya lo sabían.

Lea le había comprado a Adrián una camisa de lino preciosa y un vale de un masaje relajante que realizaría ella misma. Nos reímos mucho porque le preguntamos si se lo haría en el salón de belleza de su madre y respondió tan tranquila que sí. A su madre le iba a dar algo...

A pesar de que apurábamos ya la tercera Mahou, no se me pasó por alto que Natalia no nombrara en ningún momento a su padre. Supuse que seguía dolida con todo lo que había ocurrido en su casa y que había pasado mucho de comprarle nada.

En ese momento sonó mi teléfono: papá.

Lo cogí con rapidez y salí del local bajo la mirada de perplejidad de mis amigas.

—¿Papá? ¡Hola!

Habíamos hablado en fin de año, habían pasado solo cinco días, pero tenía muchas ganas de saber de él.

—¡Hola, cariño! ¿Ya has visto a los Reyes?

Nos reímos los dos porque él sabía mejor que nadie lo mucho que disfrutaba viendo la cabalgata.

—Sí, ha sido una pasada —le dije aún riendo—. ¿Qué tal por Londres? ¿Cómo está Judith?

—Está muy bien, con muchas ganas de verte. Y Londres mojado, como siempre...

Nos reímos de nuevo y me encantó esa sensación de conexión que tenía con él. Parecía que sí, que las cosas se ponían en su lugar.

—¿Y tú?

—Yo muy bien, papá. Disfrutando de las vacaciones y esperando que los Reyes me traigan muchas cosas.

Bueno..., muchas no serían. ¿Quizá ninguna? En fin, no podía quejarme: tenía a Lea, a Natalia, a Thiago... Podía ser igual de feliz sin esos regalos.

—Pues de eso quería hablarte. Tengo un regalo para ti y te lo quería dar en mano porque me da miedo que se pierda por el camino.

Me quedé muda unos segundos hasta que mi padre me interpeló:

—¿Alexia?

—¿Qué es? —pregunté ilusionada.

—Siempre te han gustado las sorpresas, ¿verdad?

—Sí, sabes que sí.

—Tengo un vuelo para mañana a Madrid. Llegaría a las siete de la tarde...

—¿En serio? —pregunté aturullada.

—Si tú quieres, sí. A mí me encantaría darte el regalo y ver si te gusta o si lo tengo que cambiar...

Me reí porque mi padre jamás había tenido que cambiar uno de sus regalos: siempre acertaba conmigo.

—Pues me encantará verte —le dije de corazón.

Me puse nerviosa al pensar que había llegado el momento, pero las ganas me podían más. Oí suspirar a mi padre y sonreí.

—Pues nos vemos mañana, cariño. Me muero por abrazarte.

—Y yo, papá.

—Llegaré sobre las siete. ¿Dónde podemos vernos?

Evidentemente, en el dúplex no era posible.

—¿Dónde te vas a alojar?

—Estaré en el Gran Meliá...

—¿Pues te espero en la cafetería del hotel hacia las ocho?

—Perfecto, cariño. Podríamos cenar juntos —sugirió mi padre con cautela.

—Hecho —le confirmé excitada.

En pocas horas lo vería, lo abrazaría... Uf. Notaba la sangre correr por mis venas de la emoción. Joder, era mi padre, el que me había criado, el que siempre había estado a mi lado, el que me había convertido en esa persona fuerte y decidida...

Lo quería, mucho.