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Está claro que cuando te dicen que no leas algo, que no comas algo o que no busques algo, haces todo lo contrario. Así que iba a encontrar ese sobre e iba a saber qué carajos había escrito mi madre años atrás. Estaba segura de que era una carta de amor para mi padre y quería ver si aquella mujer de hielo era capaz de sentir algo real por alguien.

Mi plan era muy sencillo. Dejaría pasar varios días, haciéndole creer a mi madre que no me importaba nada aquella carta y después la buscaría hasta encontrarla. Sabía que estaba en su habitación porque mi madre se había encerrado allí después de salir de mi cuarto y seguramente la habría guardado en alguno de sus muchos cajones.

Aquella noche soñé con sobres, con cartas y con la sensación de que mi madre seguiría jodiéndome toda su vida. Quizá debería apartarme de ella, pero de momento no deseaba irme de Madrid. ¿Y si le planteaba a mi padre la posibilidad de independizarme? Era un gasto más para él, pero con lo que le pagaba a mi madre tal vez tuviera más que suficiente.

No necesitaba un piso de lujo para mí sola, me conformaba con una habitación en un piso de estudiantes. Prefería soportar el olor de pies de una compañera que a mi madre. Y eso que últimamente la mujer estaba más relajada. Aquella idea debería rumiarla con calma para ver cómo se lo planteaba a mi padre en un próximo encuentro. Sabía que su ilusión era que regresara con ellos, pero yo no quería separarme de Lea, de Natalia o de Thiago y no quería cambiar de nuevo de universidad.

 

 

Aquella mañana de lunes Lea y yo estábamos más contentas de lo habitual para ser el primer día de la semana después de las vacaciones de Navidad. Los motivos tenían nombre y apellidos, claro. Y es que no era lo mismo ir a la facultad sabiendo que tu chico guapo estaría rondando por allí. Eso siempre alegra la vista y los ánimos.

—¿Cómo fue? —le pregunté a Lea una vez que nos acomodamos en el autobús.

—¿Ayer? Le hice un masaje que alucinó.

La miré alzando ambas cejas.

—¿Y eso? ¿El regalo?

—Claro, y le enseñé el centro de mi madre.

—Joder, Lea. ¿Y si te llegan a pillar?

—Mi madre no va nunca allí los domingos.

—Madre mía, tía —le dije pensando que le hubiera liado un buen pollo.

—Adri no se tragaba que sé hacer unos masajes de la hostia, así que fuimos al centro, se tumbó en una camilla...

—¿Con unas braguitas de papel? —pregunté entre sorprendida y divertida.

—Joder, no. Qué poco sexi eres. Sin nada, petarda, sin nada.

Abrí los ojos y me mordí el labio.

—Le puse una toalla en sus partes, nada más. A ver, que salimos juntos, ¿no?

—Ya...

—Total, que le hice un supermasaje con final feliz.

Me reí y ella me dio un codazo.

—No te rías, coño. El final fue que lo hicimos allí...

—¿En la camilla?

—En varios sitios...

—¡Vale! No necesito detalles. Por tu cara ya veo que cumplió tus expectativas.

—Ya te digo yo que sí —aseguró pasando su lengua por sus labios en plan lasciva.

Nos reímos de nuevo y cambiamos de tema porque las dos mujeres mayores que teníamos delante habían puesto la oreja. Ya hablaríamos con más calma.

En cuanto bajamos del autobús, vimos a Adri y él se volvió buscando a alguien: a Lea, claro. Sonrió al verla y vino hacia nosotras.

—¡Buenos días!

Cogió a Lea por la cintura y ella rio feliz.

—¿Qué tal, Adri? —le pregunté adelantándome para dejar que se dieran su beso matutino.

Mientras iba andando hacia la facultad, me acordé de que a primera hora nos tocaba clase con el profesor Carmelo. Sonreí al recordar todo aquel asunto del libro de la biblioteca que montó Thiago; parecía que hacía años de todo aquello y tan solo habían transcurrido tres meses.

Al levantar la vista vi a Nacho en la entrada charlando con otro tipo. Cruzamos nuestras miradas y él retiró la suya con pesar. Era pronto para que lo nuestro se normalizara, pero estaba segura de que a la larga Nacho acabaría aceptando que nos habían puteado a los dos y que yo había actuado sin ninguna maldad.

Alguien colocó su brazo por encima de mi hombro y me volví sorprendida.

—¡Max!

—¿Qué tal, guapísima?

Nos dimos dos besos con entusiasmo y nos dirigimos juntos hacia la cafetería. Todavía quedaban quince minutos para que diera comienzo la primera clase. Allí nos encontramos con Estrella, había regresado el día anterior de Barcelona y tenía ganas de empezar las clases y de que la pusiéramos al día de todo.

—Alexia...

Me volví despacio al reconocer la voz de Nacho.

—Hola —le dije observando su pelo bien peinado.

—¿Podemos hablar un segundo?

Joder, ¿lunes a primera hora? No podía decirle que no, así que me senté con él a una mesa cara a cara.

—Dime —le dije invitándolo a hablar.

—¿Estás con él? —preguntó directamente.

«No más mentiras, Alexia.»

—Estamos empezando.

—He estado pensando, ¿sabes? Me he puesto en tu lugar y creo que, en parte, puedo entenderte. Tú eres así, quiero decir que haces las cosas tal y como las sientes. Te hicieron creer que te había engañado.

—Me lo creí demasiado rápido, pero sí, caí de cuatro patas.

—Y después no había nada que os impidiera liaros a ti y a Thiago. Vale.

Parecía que estaba haciendo un resumen de algo que yo ya sabía bien.

—Y ahora parece que empezáis algo. De acuerdo, lo acepto. Pero voy a hacer un inciso, ¿te parece?

—Claro —le dije más relajada al ver que entendía la situación.

—Tú me sigues gustando. Mucho.

Lo miré preocupada porque esperaba que no me propusiera volver con él. Yo tenía claro que quería estar con su amigo.

—Supongo que un poco de competencia sana no le importará a Thiago —comentó sonriendo por primera vez.

—Nacho...

—No me digas nada. Solo quiero saber si podemos ser amigos.

¿Amigos? Aquello era nuevo para mí.

—Sí..., claro —dije titubeando.

Días atrás había estado echando pestes de mí y ahora... ¿quería ser mi amigo?

—Ya, ya sé que reaccioné como un idiota, pero es que... estaba dolido y muy jodido. Vine con ganas de verte y de estar contigo y me encontré todo ese circo. —Pasó una mano por su pelo rubio y me miró con cierta timidez—. Los dos hemos sido víctimas de Gala. No quiero que se salga con la suya. Necesito saber que podemos ser amigos.

Alcé ambas cejas, algo impresionada por ese giro.

—Me parece bien, aunque...

—Lo sé, estás con Thiago —dijo colocando su mano encima de la mía.

—Exacto —afirmé pensando en cómo retirar esa mano sin parecer una borde.

Se acercó un poco más a mí y sonrió de lado.

—Dile a Thiago que voy a seguir intentándolo.

Puse los ojos en blanco y me reí. Era un auténtico descarado.

—Si no se lo dices tú, se lo diré yo —añadió señalando con la cabeza hacia su derecha.

Volví la vista hacia allí y vi a Thiago mirándonos. Retiré mi mano de la suya y observé de nuevo a Nacho.

—No te pases, listillo —le dije bromeando.

Atrapó mi mano de nuevo y la besó como si fuera un caballero del siglo XIX.

—A sus órdenes, mi señora.

Reí, no pude evitarlo. Qué manera de hacer el tonto.

—Cuídate, Nacho...

—Cuídate, princesa...

Su tono de deseo lo conocía de sobra y me fui pensando que prefería estar de buenas con él, aunque esperaba que no confundiera las cosas.

Me fijé en que Thiago estaba charlando con los de su clase, concretamente con Luis, y pasé por su lado rozando su brazo. No se inmutó y pensé que ni se había dado cuenta.

—Perdona, novata. Sin tocar, ¿eh?

Me volví y vi ese rostro serio que tanto me gustaba.

—Perdona, pijo. Ha sido sin querer.

—A mí me ha parecido que me estabas buscando. —Dio un paso hacia mí y se quedó a pocos centímetros de mi cuerpo—. Y quien me busca al final me encuentra.

—Estoy temblando, Varela. Qué miedo —dije con socarronería.

—¿Te estás burlando, novata?

—¿Yo? Pobre de mí. No se me ocurriría jamás meterme con uno de cuarto.

Thiago mostró una especie de sonrisa, pero volvió a ponerse serio.

—¿Estaba usted ligando, Suil?

—¿Con el rubio? No, estábamos charlando.

Acercó su boca a la mía, pero justo un milímetro antes de llegar a ella se detuvo.

—Que no me entere yo, novata.

—¿O qué? —pregunté siguiéndole el juego.

—O tendré que tomar medidas drásticas, como por ejemplo hacerte el amor durante toda la noche...

—Cuando quieras —contesté retándolo.

Thiago se lamió los labios con rapidez y yo lo miré atontada.

—Hora de ir a clase, novata —dijo en un tono ronco que me puso la piel de gallina.

«Qué cabrón...»

—A las diez y media en el baño de chicas. Segunda planta.

Me fui de allí sin esperar su respuesta, pero yo notaba mis mejillas arder por el deseo que sentía en esos momentos. Era pensar en él dentro de mí y ponerme cardíaca.

 

 

A las diez y treinta minutos me dirigí hacia los baños con una sonrisa de picardía en mi cara. ¿Estaría Thiago allí o habría ignorado mi propuesta?

Al girar la esquina del pasillo lo vi apoyado en la pared mirando su móvil, simulando que no esperaba a nadie. Levantó la mirada y el deseo en sus ojos me nubló la mente unos segundos. ¿En serio iba a meterlo en el baño de chicas?

Tomé su mano al ver que no había nadie y entramos apoyando su cuerpo en la puerta.

—Creí que no vendrías, pijo.

—Yo he pensado lo mismo de ti, novata.

Sus labios rozaron mi cuello y apreté mi cuerpo contra el suyo.

—Nena...

—Me estás provocando —le dije con soltura.

Me cogió por la cintura y me recostó en su cuerpo.

—Puede entrar alguien.

—Va a entrar alguien —le repliqué riendo.

Era la hora del descanso y, aunque estábamos en la segunda planta, probablemente alguna chica iría a ese baño. Presioné de nuevo mi cuerpo contra el suyo.

—Eres muy mala...

Una de sus manos subió hasta mi nuca y me besó con delicadeza. Uf, esperaba algo más agresivo y aquello me desarmó. Entreabrí los labios y su lengua buscó la mía con ganas de saborearme. Dios, besaba tan bien...

—¡Uy! —oímos que alguien intentaba entrar desde el exterior.

—Señorita, estamos arreglando la puerta que se ha atrancado —dijo Thiago con voz grave.

Me aguanté la risa y él puso su mano en mi boca.

—En quince minutos estará arreglado —añadió igual de serio.

Joder, cómo me ponía esa seriedad...

—¡Ah, vale! Gracias —oímos que decía esa chica mientras se alejaba.

—Estás loco —le solté riendo cuando quitó la mano de mi boca.

—Por ti —replicó sin vacilar mirándome desde su altura.

Uf, me lo comía.

Enrosqué mis manos en su cuello y lo atraje hacia mí para seguir con aquel lánguido beso. Cuando nos separamos, nos miramos fijamente.

—Creo que hay un poquito de tensión sexual —dije sin bromear, notando su latente erección en mi estómago.

—Un poquito bastante.

—Tendremos que solucionarlo, ¿no crees?

—No quiero que creas que...

—Thiago, acabaremos haciéndolo en cualquier rincón.

Suspiró y nos miramos con una sonrisa de oreja a oreja. Era cierto. Nos deseábamos y a cada roce aquello iba a más.

—Sal tú primero —le dije separándome unos centímetros.

—No puedo. —Me señaló su entrepierna y vi cómo marcaba paquete.

—Qué incómodo, ¿no?

—Pues bastante.

Nos reímos los dos como dos críos. Me encantaba ese Thiago travieso. Cada vez que estábamos juntos descubría cosas nuevas en él y todas me gustaban... ¿demasiado? Qué más daba, no iba a detenerme a pensar si me estaba enamorando o no o si corría demasiado. Estaba harta de darle tantas vueltas a las cosas. Iba a disfrutar mi historia con Thiago porque nunca se sabía cuándo podía terminar.