—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. Alexia, ¿puedes dejar de preguntar?
Me reí porque era la tercera vez que le preguntaba lo mismo a Thiago.
Era viernes, estábamos en su coche y habíamos quedado aquella noche para salir juntos en plan parejita.
—Es que no me fío, pijo. A ver si vamos a ir a uno de esos restaurantes donde tienes que coger el tenedor como si fuera un bicho.
—¿Un bicho? —Me miró un segundo sonriendo y continuó concentrado en la carretera.
—Sí, como si te diera cosa tocar el tenedor o cualquier cubierto. Me pone enferma cuando mi madre hace eso.
Thiago rio con ganas y yo sonreí divertida.
En ese momento pensé en la carta que había encontrado en mi armario; la verdad es que no me había acordado de ella en toda la semana, y es que con Thiago en mi cabeza las veinticuatro horas del día tenía suficiente. Estaba feliz con él y no necesitaba mucho más. Incluso las pesadillas eran algo más ligeras y menos repetitivas.
Thiago se dirigió hacia el Barrio de las Letras y entró en el aparcamiento de un hotel.
—Vaya, vaya, ¿me llevas al huerto?
Soltamos los dos una buena carcajada y me miró de reojo.
—Este hotel tiene un restaurante con una carta de comida italiana exquisita.
—Pero ¿en plan finolis? —le pregunté pensando que no me apetecía nada cenar entre estirados. Para eso ya tenía a mi madre.
—No —respondió riendo—. Es un hotel boutique, muy pequeño, pero especialistas en ese tipo de comida. Ya verás.
Salimos del coche para subir por unas escaleras estrechas que nos condujeron hacia un pequeño vestíbulo donde había una mujer tras una mesa de hierro forjado.
—Buenas noches —dijo aquella mujer—. ¿Tienen reserva?
—Sí, a nombre de Thiago Varela.
—Señor Varela, ahora mismo les preparo todo. Pueden pasar al restaurante. El maître los acompañará a su mesa. Que lo disfruten.
—Gracias —dijimos ambos a la vez.
Thiago me cogió de la mano y me guio hacia una puerta antigua con cristalera. Todo el decorado era de estilo vintage y le daba un toque moderno y actual.
Cuando entramos, me sorprendió la poca luz que había en el restaurante. La iluminación era muy tenue, como si quisieran dar la máxima intimidad a las parejas del salón, porque estaba claro que allí solo había parejas.
El maître, muy amablemente, nos asignó una mesa en una de las esquinas y nos sentamos. No era un tipo estirado, sino más bien todo lo contrario y nos hizo sentir muy a gusto.
Thiago y yo nos sonreímos y, mientras él miraba la carta, yo eché un rápido vistazo al local. Paredes pintadas en colores suaves y sin cuadros, pero con unos pequeños apliques de luz que incrementaban esa sensación de calidez. Los manteles eran de punto de color gris claro y la vajilla blanca. Todo muy armónico y relajante.
—Es un hotel solo para adultos.
Miré a Thiago y fruncí el ceño.
—Quiero decir que no dejan entrar a niños.
—¿Y si quieres comer en el restaurante tampoco?
Thiago sonrió de lado.
—Solo puedes comer o cenar en el restaurante si estás alojado en él.
Vaya... Pues sí que me había llevado al huerto.
—¿Tenemos habitación? —pregunté con picardía.
—La doscientos quince.
—¿Y la vamos a usar? —pregunté aguantándome la risa.
—Todavía es pronto, ¿verdad?
Lo dijo tan serio que durante unos segundos dudé que lo pensara realmente.
—A ver, es pronto para según qué. Es pronto para que te presente a mi padre en plan formal, es pronto para que te llame novio o es pronto para tener hijos. Pero no es pronto para...
—¿Para? —preguntó alzando una ceja.
Se estaba divirtiendo a mi costa. Le indiqué con el dedo que se acercara.
—Para que entres en mí y me hagas gemir como una loca. —Mi voz ronca provocó que Thiago se lamiera los labios.
—Alexia —dijo en tono de advertencia mientras se echaba hacia atrás.
Me reí con ganas. Él me tomaba el pelo y yo lo provocaba.
—Eres un bicho —dijo riendo también.
—Lo sé.
Leí la carta con atención y me sorprendió la variedad que había; no sabía qué elegir.
—¿Qué me recomiendas? —le pregunté.
—No lo sé, es la primera vez que vengo...
Nos miramos a los ojos fijamente. No sé por qué yo había sacado la conclusión de que Thiago ya había estado allí, con otra chica, claro.
—Busqué el sitio ideal por internet, me apetecía ir a un sitio bonito contigo.
En ese momento el camarero nos interrumpió y nos tomó nota. Yo pedí unos fusilli alla norma y Thiago unos penne rigate all´arrabiata. Coincidimos en pedir un vino chianti, que acompañaba perfectamente a la salsa de tomate de nuestros platos. Cuando nos lo sirvieron, brindamos con él y comimos disfrutando de aquellos platos deliciosos.
La cena fue genial y la charla aún mejor, porque con Thiago se podía hablar de cualquier tema. Parecía que sabía de todo y que de todo tenía su propia opinión. También hubo muchas risas al final de la noche cuando la botella de vino estuvo casi vacía. Pedimos el postre y casi sin darnos cuenta habíamos terminado de cenar. Las horas parecían volar a su lado.
No hubo discusión sobre quién pagaba porque ya me había avisado antes de que la idea era suya y que quería invitarme. Me dejé querer un poquito y no me puse pesada con el tema. Tras pagar nos miramos como si escondiéramos algo.
—¿Una copa? —me preguntó con gravedad.
Negué con la cabeza.
—¿Un cigarro?
—Tampoco.
—¿Te apetece algo en concreto?
Me mordí el labio inferior y lo miré con sensualidad. Él puso los ojos en blanco y me reí.
—Vale, creo que lo intuyo —comentó alzando sus cejas—. ¿Vamos?
Nos cogimos de la mano y entramos en el ascensor que nos llevó hasta la segunda planta. Los pasillos eran muy estrechos y había pocas habitaciones por planta.
Thiago sacó una llave magnética y abrió la puerta. La habitación seguía con aquella decoración cálida y con esas luces tenues. En el centro había una enorme cama con una colcha gris de figuras geométricas acompañada de dos mesillas de noche bastante modernas y de diferentes alturas. A un lado había un gran ventanal que daba a un pequeño balcón y al otro lado, un armario y una puerta que daba al baño. Todo muy sencillo, pero muy limpio.
Thiago cogió mi cintura y me miró a los ojos.
—Tenía ganas de estar contigo a solas.
—Algo he notado estos días.
Cada vez que nos tocábamos sentía su erección pidiendo a gritos ser liberada.
—Eso es culpa tuya. Estás demasiado buena.
Me reí con ganas al oírlo hablar de aquel modo. Thiago solía ser más comedido.
—No sabía si querrías, pero me conformo con tumbarme en esa cama y besarte con tranquilidad, sin miradas y sin pensar en nadie más que en nosotros dos.
Uf...
—Ha sido una idea genial porque yo también me moría por estar contigo así..., sin que nadie nos moleste.
Thiago empezó a subir por mi cintura acariciando mi piel. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo y él sonrió.
—Qué sensible.
—Son tus manos.
—¿En serio? Veamos...
Me desabrochó el sujetador con maestría y sentí el doble placer de notar mis pechos liberados y de saber que me iba a acariciar en breve. La yema de sus dedos fue subiendo hasta alcanzar mis pezones y los rozó con una suavidad extrema. Sabía cómo hacerlo y apreté mis piernas al sentir aquel placer que sacudía mi cuerpo lentamente.
Thiago no dejaba de observar mis ojos, como si quisiera estudiar cada una de mis reacciones.
Con cuidado me quitó la camiseta y luego deslizó los tirantes del sujetador con delicadeza y lo dejó caer al suelo. Miró mis pechos como si fuera la primera vez que los veía y me mordí el labio pensando que lo deseaba más que a nada. Bajó su rostro hasta la altura de mi pecho izquierdo y me besó despacio, saboreándome y provocando que mi placer aumentara con cada caricia.
—Sabes dulce —dijo rozando su boca en mi vientre.
Me quedé sin respiración al sentirlo por aquella zona.
—Respira, Alexia —comentó con sorna.
Pero es que no podía: sus dedos estaban en el botón de mi pantalón negro y ajustado. Clic... y sin dificultades bajó la cremallera.
—¿Braguitas rosas?
—Es un tanga, va a juego con el sujetador.
No era mi conjunto de ropa interior más sexi, pero era muy provocador porque la parte trasera del tanga era de un encaje muy suave que resaltaba la redondez de mis glúteos.
—Me pones a mil —gruñó mientras veía cómo yo misma me quitaba los pantalones.
Thiago se había sacado la camiseta y las botas y se había quedado en tejanos. Le desabroché el primer botón y lo miré sonriendo.
—Ahora pareces Grey.
—¿El de las sombras? —preguntó sonriendo.
—El mismo. ¿Vas a azotarme? —le pregunté poniendo morritos.
Me acercó a su cuerpo con un solo movimiento y solté un gemido. Me miraba con sus ojos verdes cargados de deseo.
—Deja de provocarme o...
—¿O? —pregunté juguetona.
Bajó sus manos hacia mi culo y me acarició con delicadeza.
—Joder... Tengo que verte.
Me volví con cierta brusquedad.
—No te muevas —me ordenó desde atrás—. Dios, Alexia, estás sexi de cojones...
Me salió una risilla.
—¿Te ríes, eh?
—Me río porque veo que te gusta mi trasero.
—Si solo fuera eso —dijo dando una vuelta a mi alrededor mirándome de arriba abajo—. Creo que voy a comerte entera...
Otro de esos escalofríos recorrió mi cuerpo.
—No voy a dejar ningún rincón por explorar...
Su dedo pasó por uno de mis pezones erectos y sopló en él para después mirar el brillo de mis ojos.
—Creo que te gusta, Alexia.
—Sí —le dije con contundencia.
—Y a mí me encanta tu seguridad, tu entereza, tu fuerza. Eres única... Y estás preciosa, casi desnuda, para mí...
—Solo para ti —le dije mirándolo a los ojos fijamente.
Se quedó a mi espalda y se quitó sus tejanos. Pegó su cuerpo al mío y sentí lo duro que estaba, madre mía... Ninguno de los dos íbamos a durar más de cinco minutos como siguiéramos calentándonos de aquel modo. Era curioso lo mojada que estaba sin que apenas me hubiera tocado.
—Quiero hacértelo muchas veces —susurró con voz áspera en mi oído—. Así que primero déjame que sea un poco bestia.
¿Bestia? Uf. Me temblaron las piernas porque no me lo imaginaba: siempre tan tranquilo, tan formal, tan...
Sus dedos separaron el tanga de mi piel y de repente tocaron mi sexo con maestría.
—Nena..., cómo estás...
¿Cómo iba a estar? Si lo raro era que no hubiera tenido ya un orgasmo.
—Mírame...
Volví mi rostro y empezamos a besarnos mientras sus dedos entraban y salían de mí. El placer iba creciendo y estaba segura de que estallaría en sus dedos. Demasiados días esperando aquello...
—Quiero que te corras conmigo, ¿estamos?
Con una rapidez increíble se colocó el preservativo y apartó el tanga hacia un lado para dejar su sexo en la entrada del mío. Dejó caer la tira del tanga y empujó mi espalda para que me agachara un poco y colocara mis manos en el borde de la cama. Estaba toda expuesta y me moría por sentirlo de una vez.
—Tenerte así, Alexia... Es un sueño...
—¿Erótico? —le pregunté cargada de deseo.
—Muy erótico...
Entró de golpe, sin avisar y ambos gemimos al mismo tiempo.
—Dios...
Su sexo se deslizó dentro del mío, que lo acogió atrapándolo.
—¿Suave? ¿Fuerte?
Sonreí en mi interior, pero respondí rápidamente.
—Muy fuerte.
Tenía ganas de follar, no de hacer el amor.
—Hostia, Alexia...
La sacó despacio y volvió a embestirme con fuerza. Y a partir de ahí su ritmo fue aumentando de velocidad y nuestros gemidos también.
Thiago tiró de mi pelo y me dio un pequeño azote en una de mis nalgas con lo que logró que mi orgasmo acabara llegando sin mi permiso. Empezó en la punta de mis pies y me recorrió el cuerpo hasta explotar en mi epicentro provocando que mi sexo se contrajera varias veces. Él lo notó y aceleró al máximo para correrse después de mí con mi nombre en sus labios.
—Dios, Alexia...