MARCO
Giré mi cabeza al ver la luz que venía del baño. ¿Qué hora era? Las seis de la mañana y volvía a llover. Puto Londres.
Oí la cisterna y recordé que aquella noche había dormido acompañado. ¿Laury? Algo así, no estaba seguro. Llevaba un ritmo exagerado y a ese paso las inglesas esas me iban a dejar chupado.
La espectacular rubia que había conocido la noche anterior entró en la habitación y me habló en un perfecto español.
—¿Despierto? —preguntó señalando mi erección matutina.
—Eso parece.
¿Laury o Laura? No lo recordaba bien, y la resaca no ayudaba mucho, la verdad.
Cerré los ojos y coloqué mi brazo encima de mi cara maldiciendo mi resaca. Aquella chica se acercó y me acarició el miembro con suavidad. Cogí su mano y la retiré de mi sexo, no me apetecía en aquel momento con aquel dolor de cabeza que aumentaba por momentos.
—¿Estás seguro?
—Sí, gracias. Necesito una ducha, simplemente.
Busqué sus ojos esperando decepción, pero solo encontré indiferencia. Se vistió sin decir nada más y se despidió con un «Ya me llamarás». No la iba a llamar. No solía repetir para evitar problemas y porque ninguna me gustaba tanto como para ir más allá..., excepto ella.
Alexia...
Alexia, la niña de dieciocho años que trabajaba con nosotros en la empresa. No sabía qué cojones me pasaba, pero desde el primer día que me había topado con ella en las oficinas algo dentro de mí había cambiado.
Al principio pensé que era culpa de la novedad, de que estaba muy buena y de que encima era lista y simpática. La suma de todo eso hacía que Alexia me la pusiera dura más veces de lo normal. ¿Qué debía hacer? Tirármela y quedarme satisfecho. Pero no, Alexia no era una tipa cualquiera y yo quedaba excluido de sus posibles ligues. No me lo había dicho directamente, pero se reía cuando la piropeaba o cuando intentaba ligar con ella. No había nada que hacer, y eso..., joder, eso me ponía más a tono.
Que una chica se te resista... le da un morbito a la cosa.
La había invitado a cenar, pero no encontrábamos el momento. Tenía claro que a mi vuelta de Londres tenía que lograr salir con ella una noche, sí o sí. Y no era una cuestión sexual. Alexia me había ido calando poco a poco con su manera de reír, sus comentarios sobre lo que había visto viajando por el mundo con su padre y, sobre todo, me había calado con esa mirada limpia y sincera que tenía. Recordaba todavía lo que pensé el primer día al clavar mis ojos en los suyos: «La hostia en verso, qué ojos...».
Lo jodido era que siempre estaba rodeada de moscones, y así era complicado. El último día que quise estar con ella a solas apareció un amigo suyo que la miraba como si fuera un bollo delicioso. Estaba claro que a Alexia le gustaba el chico en cuestión, pero también la había pillado mirándome a mí alguna que otra vez. Así que no estaba todo decidido. Sabía que yo le divertía y tenía que jugar esa baza.
Empezaba a creer que debía pensar en mis dieciocho años para llegar hasta ella. ¿Qué me gustaba a mí a esa edad? Bueno, mejor pensar en los veinte o veintiuno porque ellas siempre iban más adelantadas que nosotros.
El tonteo. Eso me molaba. Las miraditas, los juegos de palabras, los mensajitos...
Claro, ya lo tenía.
Le mandaría un mensaje diciéndole que pensaba en ella, pero en plan informal y divertido. ¿Me respondería? Estaba casi seguro de que sí, aunque lo que me diría..., de eso ya no estaba tan seguro.
Alexia... Alexia... ¿Qué tenía esa chica para estar pensando en ella después de pasar una noche de sexo desenfrenado con una rubia espectacular?
«Estás jodido, Marco, muy jodido...»