Thiago y yo habíamos decidido dormir juntos en el hotel. Él ya había avisado a los suyos de que quizá pasaba la noche con un amigo y yo le mandé un mensaje a mi madre después del primer asalto. No quería irme de su lado y me apetecía muchísimo dormir entre sus brazos, aunque mi progenitora me metiera la bronca al día siguiente por avisar tan tarde.
La luz de mi móvil me despertó. ¿Quién sería tan pronto? Estiré el brazo para cogerlo y leí el mensaje en la pantalla. Era Marco.
Hola, Alexia. ¿Cómo va por mi ciudad? Aquí todo el día escupen desde el cielo. Llevo chubasquero amarillo y botas azules, ¿me imaginas?
Sonreí al leerlo y al imaginarlo de aquella guisa. Estaba segura de que iba con sus tejanos ajustados con rotos en las rodillas y con alguna de aquellas camisetas que se pegaban a su cuerpo de bombero. Eso si no estaba semidesnudo a esas horas con alguna tipa en la cama porque la fama le precedía. A su lado, Nacho era un novato.
Dejé el teléfono y decidí contestarle más tarde. Thiago tenía mi brazo atrapado entre los suyos y no quería despertarlo. Volví mi rostro hacia él y observé cómo dormía. Era guapo de cojones y verlo tan relajado era todo un gustazo. Cerré los ojos y recordé mis tres orgasmos, casi nada. El primero había sido casi instantáneo, el segundo había sido mucho más pausado y el tercero me lo había dado con su boca en mi sexo... Madre mía...
—Estás pensando en mí. —Su voz ronca me sorprendió.
Abrí los ojos y lo vi sonriendo.
—¿Cómo lo sabes?
—Estabas casi gimiendo...
Me reí y buscó mi boca.
—Estás bonita...
—Me falta mi pintalabios —le dije bromeando y Thiago puso los ojos en blanco.
—No te falta nada... o quizá sí...
—¿Sí?
—Te falto yo...
Sus besos bajaron por mi cuello y su sexo se frotó contra mi pierna. Ahí estaba su erección saludándome de nuevo.
—¿Ya podrás? —le pregunté con ironía.
Su último orgasmo se lo había provocado con mi boca y sus palabras exactas fueron: «No puedo más, se me va a caer a trozos». Nos habíamos reído los dos a carcajada limpia tras decir aquello.
—Cuando uno duerme, se recupera, ¿no lo sabías?
—No sé yo...
Thiago se colocó entre mis piernas y besó mis pechos con esa delicadeza tan exquisita.
—Tendremos que comprobarlo —dijo hablando mientras recorría mi piel.
Dejó su sexo en la entrada del mío y empezó a frotarse en mi zona más delicada provocando calambres en mis piernas.
—Podría entrar sin problemas —susurró subiendo hacia mi boca.
—Pero no queremos un bebé tan pronto, ¿verdad?
Me miró a los ojos y sonrió ampliamente.
—¿No?
—Thiago, joder...
Se rio con ganas y me gustó sentirme así de cómoda con él, desnudos y riendo. Era algo mágico y distinto.
—Está bien, está bien —dijo aún con una risilla y cogiendo un preservativo de la mesilla de noche—. Esperaremos un poco.
Lo dejó a un lado sin ponérselo aún. Eso significaba que los preliminares se iban a alargar y yo me lamí los labios pensando que me encantaba que no fuera al grano. A Thiago le gustaba acariciarme, besarme, mordisquearme y lamerme por todos los rincones de mi cuerpo mientras yo me retorcía de placer.
—Thiago...
—Alexia..., eres deliciosa...
—Te necesito dentro...
—Sus deseos son órdenes...
Después de dos orgasmos más caímos rendidos en la cama y nos dormimos abrazados con una sonrisa en la cara hasta que el sol nos despertó avisándonos de que empezaba a ser tarde. Miré el móvil y vi que eran casi las once de la mañana. Mi chico seguía durmiendo a pata suelta, así que decidí darme una ducha y dejar que descansara.
Había sido una noche perfecta y no podía pedir más. El sexo con Thiago era auténtico, pero además dormir pegada a su cuerpo era como dormir entre algodones. Aquella noche apenas había tenido pesadillas y estaba claro que era por él. Parecía que Thiago calmaba esa parte negativa de mi mente, con lo cual podía descansar de verdad.
De todos modos, desde que había visto a mi padre una semana atrás, las noches cargadas de pesadillas se habían aligerado bastante. Quedar con él, así como charlar con Judith, me había quitado un peso de encima. Estaba segura de que a partir de ese momento las cosas mejorarían entre nosotros. Ellos habían olvidado mis desplantes y yo había entendido que mi padre había actuado en el pasado pensando en mi bienestar. ¿Podría haber dejado sola a Judith? ¿Qué clase de hombre hubiera sido? La que tenía un problema real era ella. Era su hijo el que se había muerto. Y sí, yo también estaba fatal, pero estaba totalmente cerrada a todo. Mi actitud era egoísta e infantil, pero no había sabido reaccionar de otra manera. Tenía un hermano al que adoraba y, de repente, me lo arrebataron...
—¿Dónde estará esa cabeza? —Thiago me sacó de mis pensamientos.
Había salido de la ducha y estaba envuelta en una toalla sentada en la taza del váter. Venía desnudo y no pude no darle un buen repaso.
—Necesito una ducha, no me mires así —me dijo riendo mientras me daba un beso suave en los labios.
—Estás tremendo —le dije con sinceridad.
Nos reímos y salí del baño para vestirme. A las doce debíamos dejar la habitación y no quería que tuviera que esperarme.
Thiago me miraba desde el quicio de la puerta del baño con la toalla atada a su cintura. Parecía un jodido dios griego y lo miré de reojo mientras terminaba de peinarme.
—¿Todo bien, Varela?
—Demasiado bien —respondió con voz ronca.
—Tenemos que irnos —le avisé sonriendo al oír aquel tono.
—Podríamos quedarnos aquí todo el día...
—Te recuerdo que esta tarde tienes un torneo de esos.
Puso cara de fastidio y entré en el baño para secarme el pelo. Aquella melena necesitaba un buen secado si no quería pillar una pulmonía. Cuando salí, Thiago estaba sentado en la silla, esperándome, y hablando por teléfono.
—Ya te he dicho que no... No es tan difícil de entender... Sí, claro... Mira, Débora, ya hablaremos.
Colgó y levantó la vista para mirarme.
—Era Débora. Quería quedar esta tarde para hablar conmigo.
Recordé la llamada telefónica que me había hecho y sus insinuaciones. No le había dicho nada a Thiago de todo aquello porque ni me había acordado, la verdad. Pero quizá era mejor no comentarlo porque temía que Débora acabara diciéndole lo de mi madre y su padre llevada por la rabia de saber que yo le había ido con el cuento a Thiago.
—¿Hablar sobre vosotros?
—Sí, dice que no quiere que estemos así.
—Y supongo que querrá...
No terminé la frase porque él ya sabía a qué me refería: querrá follarte de nuevo.
Thiago se acercó a mí y cogió mi rostro con sus dos manos.
—Me da igual lo que quiera, yo no quiero nada con ella. Solo quiero estar contigo. No necesito a nadie más, ¿entendido?
Afirmé con la cabeza. Le creía. Thiago no era de esos; yo sabía que era noble y leal.
—Confío en ti —le dije con sinceridad.
—Y yo en ti, a pesar de que Nacho quiera tenerte a su lado de nuevo.
Lo miré sorprendida. ¿Qué sabía él? Yo no le había dicho nada.
—Ayer nos vimos.
—¿Os visteis?
—Nos encontramos en el club de pádel y coincidimos en el vestuario al terminar el partido.
—¿Qué te dijo?
—Que lo iba a intentar contigo, aunque estuviéramos juntos. Quería que lo supiera, simplemente.
—Joder...
Qué raros eran los tíos...
—Y ¿qué le dijiste?
—¡Que gane el mejor!
Lo miré abriendo los ojos y Thiago empezó a reír. Le quise dar un empujón bromeando y me cogió de la cintura para apretarme contra él.
—¿Qué le iba a decir? Que eres mía, solo mía...
—Bueno, bueno, no te pases, que no soy de nadie...
Thiago sonrió y me miró más serio.
—Le dije que lo entendía y le pedí que jugara limpio, nada más.
Vamos, como yo con Débora cuando le dije que no hiciera trampas.
—Yo creo que al final se darán cuenta de que no tienen nada que hacer —sentencié muy segura.
Por fin estábamos juntos y sabíamos que queríamos estarlo.
—Y, si no, dos piedras —concluyó Thiago sonriendo—. ¿Nos veremos esta noche?
—¿Sales con Adri?
—Creo que sí, pero podrías chivarme por dónde vais a salir.
Nos reímos de nuevo y le dije en un murmullo que Lea, Natalia y yo habíamos quedado en tomar algo por La Latina, exactamente en Marte.
—De todos modos, estoy segura de que Adri lo sabe. Probablemente Lea se lo haya dejado caer.
—Hacen buena pareja —comentó pensativo.
—Sí, tienes razón.
Me miró a los ojos y me sonrió.
—Como tú y yo.
—¿Tú crees?
Me besó despacio y saboreé sus labios. Dios, me gustaba tanto besarlo como comer chocolate, y eso ya era decir mucho.
Salimos de la habitación cinco minutos antes de las doce y mientras Thiago dejaba la llave aproveché para responder algunos mensajes. Pero no contesté a Marco. No sabía bien qué decirle porque una cosa era tontear con él mientras estaba sola y otra hacerlo ahora que mi situación había cambiado. Sabía que Marco era así y que quizá me había enviado el mensaje porque de repente se había acordado de mí, pero eso no quitaba que yo pudiera coquetear con cualquiera.
¿Y D. G. A.? ¿No era un tonteo descarado y constante? Buf. Debería acabar aquello también. Si empezaba con Thiago algo serio, debía ser consecuente con mis actos, lo supiera mi chico o no. Porque podía seguir charlando con mi amigo Apolo sin que Thiago se enterara, pero no me parecía ni leal ni lógico. O estamos o no estamos.
¿Qué podía decirle a Apolo? He conocido a alguien... He empezado a salir con alguien... Joder, no me molaba un pelo, pero debía ser honesta conmigo y con él. D. G. A. me gustaba, sí, y me encantaba charlar con él, pero lo que sentía por Thiago era mucho más fuerte, era alguien real y no tenía la menor duda. Con Apolo... ni siquiera sabía si realmente era joven o si era un chico. Vale, sí, estaba segura de que era un tío, pero... yo quería estar con Thiago, y punto. Y las dos cosas no eran compatibles.
—Si un día te echo un cubo de agua encima no te asustes. —Thiago aparcó en una de las esquinas de mi calle y siguió hablando—. Es por el humo que sale de tu cabeza.
—Es que de vez en cuando pienso —le dije con retintín.
—Yo prefiero no pensar y dejarme llevar por mis instintos —gruñó bromeando mientras mordisqueaba mi labio inferior.
—Un poco troglodita sí eres —le dije riendo y buscando su boca.
—Es culpa tuya, sacas el animal que hay en mí...
—Excusas, excusas...
Nos besamos durante unos minutos con pocas ganas de separarnos, pero debíamos ir a comer y además él tenía que prepararse para jugar al pádel aquella tarde.
—Hasta luego, novata.
—Suerte, pijo —le dije cerrando la puerta.
Sentí su mirada en mi espalda y anduve contoneando las caderas exageradamente. Me reí sola y me volví para mirarlo. Sus ojos verdes cargados de deseo me traspasaron y me mordí el labio al tiempo que le guiñaba un ojo. Thiago negó con la cabeza y me sonrió. Estuve a punto de volver al coche, pero me obligué a seguir caminando porque de lo contrario aquella despedida podía alargarse varias horas más.
«Esta noche ya lo verás», me dije a mí misma pensando que estaba muy, muy colada por él.
Entré en el dúplex y no había nadie, tan solo una nota de mi madre en la nevera: «No duermo en casa».
«Muy bien, mamá, todo eso que me ahorro.»
Miré en la nevera y vi que mi progenitora había hecho la compra, pero que no había dejado nada preparado. No pasaba nada, yo me apañaba muy bien sola, así que decidí cocinar un arroz frito con verduras. Era una receta fácil que me había enseñado Natalia y a la que recurría a menudo.
¿Cómo estaría Natalia con su padre? Desde el jueves no había charlado con ella de ese tema. El día de la cabalgata había hablado casi exclusivamente de Ignacio. Era como si obviando el tema de su padre lograra pensar que todo aquello no había ocurrido, pero lo que yo temía era que se repitiera. En fin, tampoco quería parecer una pesada, pero una llamadita...
—¿Natalia?
—Hola, guapísima.
—¿Qué tal todo?
—Pues currando a tope toda la semana, pero con el incentivo del guaperas pululando por allí se soporta mucho mejor.
Nos reímos las dos.
—¿La cita genial, verdad?
Nos había dicho por WhatsApp que la salida del domingo con Ignacio había ido a las mil maravillas.
—¡Sí! Esta noche os cuento, ¿nos vemos, no? ¿O me llamas por algo?
—No, digo sí. Que sí, que nos vemos, y que te llamaba porque estaba haciendo arroz frito y me he acordado de ti.
Natalia rio de nuevo y yo sonreí pensando que si estaba así de feliz debía de ser porque las cosas en su casa iban bien.
—Las verduras blanditas, ya sabes, y las gambas también.
—Todo controlado, jefa.
—Pues te dejo que estoy ayudando a mi madre a cerrar.
—¿Tu madre bien? —pregunté aprovechando la coyuntura.
Tardó un par de segundos de más en responder, pero lo hizo con la misma alegría que antes.
—Sí, sí, todo bien. Un beso, petarda.
—Un beso. Hasta luego.
Colgué pensando que no lo tenía claro. No sabía por qué, pero mi intuición me decía que Natalia no era del todo sincera. ¿Sería capaz de escondernos que su padre maltrataba a su madre? ¿Y si era algo más habitual de lo que pensábamos? Joder, esperaba que no porque era un tema que me ponía los pelos de punta.