—¿Cariño?
—Papá...
—¡¡¡Felicidades!!! —me gritaron al unísono Judith y mi padre.
—¡Gracias! —exclamé entre risas.
Mi padre me llamó a primera hora y estuvimos charlando media hora larga. Después se puso Judith y me encantó conversar con ella de nuevo. Los sentía tan cerca que me daban ganas de coger un vuelo y plantarme en Londres para verlos, pero no podía ser. Las cosas debían hacerse con calma y bien. Paso a paso, como decía mi padre. Nos despedimos con mil besos y con la promesa de vernos pronto.
Más tarde decidí ir a la oficina de correos para recoger el regalo de Marco. Cuando me entregaron ese sobre, lo miré con una sonrisa. Últimamente mi vida estaba rodeada de cartitas y sobres. Lo rasgué con cuidado y cuando vi un billete de avión para Londres aluciné muchísimo. ¿Y esto? Iba acompañado de una pequeña nota, claro: «¡Felicidades, muñeca de diecinueve años! Ahí va mi regalo. Es una invitación para que vengas a Londres unos días. Sí, sé que tienes clase y blablablá, pero solo serán unos días. Ya ves las fechas, el avión sale el domingo y la vuelta es para el viernes. ¿Qué son seis días con tu amigo-jefe-compañero-guapo? Jajaja. En fin, si no vienes, lo entenderé perfectamente. Y si vienes, te juro que me subo a la noria esa contigo, aunque lo haga con los huevos de corbata. Que pases un cumpleaños muy feliz. Tuyo, Marco».
Madre mía... Se le había ido mucho la pinza, ¿no? ¿Irme a Londres? ¿A su loft? No, no, vamos..., no era necesario ni pensarlo.
¡Hola, loco! Muchas gracias por tu regalazo, pero no puedo ir por varias razones. Si quieres a la vuelta hablamos y eso... De todos modos, mil gracias y un besazo
No me leyó en ese momento y casi que lo agradecí porque era todo un poco raro y violento. A su vuelta le diría que estaba con Thiago, pero a través de mensajitos tampoco me parecía lo más correcto, aunque yo a Marco no le debía ninguna explicación. ¿Quizá mi jefe era así con todas? No, no lo creía. ¿Iba regalando billetes de avión como si fueran caramelos? Probablemente no, lo que significaba que yo le gustaba más de lo normal...
No salía de una y me metía en otra.
¡Pequeña, muchísimas felicidades! Espero que disfrutes a tope de tu día. ¿Puedo darte mi regalo?
Jajaja, gracias Apolo. ¡Adelante!
He hablado con mi tía, la pelirroja que echa las cartas, y me ha dicho que en nada te conoceré..., así que si no te importa te lo daré en mano...
Joder, joder. Más líos en mi cabeza. Debía hablar con Apolo un día de estos... ¿Por qué me costaba tanto coger el toro por los cuernos? Porque sabía que lo acabaría perdiendo.
Genial, entonces me espero mordiéndome las uñas, jajaja.
Y así pasé toda la mañana: pensando que debía hablar con Marco, con Apolo y con Thiago. Y no podía retrasarlo mucho más, o al final lo acabaría jodiendo todo.
En fin, aquel sábado día 20 de enero era mi cumpleaños y debía dedicarlo a mimarme un poco. Me di un baño de espuma y seguidamente me preparé para la gran fiesta sorpresa.
Estaba todo bien planeado. La fiesta era en casa de Thiago porque sus padres estaban fuera el fin de semana, como mi madre..., qué casualidad.
Había quedado con Natalia y estaba nerviosa porque sabía que estaban todos esperándome en casa de Thiago. Durante el trayecto charlamos de todo un poco, pero cuando quise hablar sobre el tema de su padre ella se cerró en banda. ¿Por qué? ¿Qué pasaba realmente en su casa? No iba a parar hasta averiguarlo, no quería mirar hacia otro lado. No podía hacerle eso a mi amiga.
Antes de llegar a casa de Thiago, Natalia me tapó los ojos con un lazo de raso, indicándome que era parte de la sorpresa. Ella sabía que a Lea se le había ido la lengua, pero seguimos el plan al pie de la letra. Se lo habían currado mucho y no quería que se llevaran una desilusión. Así que llegué a las puertas de su casa, cogida del brazo de Natalia y riendo de verdad porque parecía un pato que no sabía por dónde andaba.
—Ya hemos llegado, Alexia.
—A ver, ¿dónde estoy?
—Dame un segundo.
Natalia me soltó y solté una risilla al notar ese silencio extraño.
—¡Feliz cumpleaños!
Sonreí ampliamente y me quité la venda para verlos a todos a mi alrededor: Lea, Natalia, Thiago, Adrián, Estrella, Adam, Ivone y Max. Se acercaron a mí entre felicitaciones y risas. Estaba feliz, muy feliz. Thiago se quedó el último y cuando le tocó a él me lancé a sus brazos riendo y comiéndomelo a besos.
Alguien puso la música bien alta y empezaron a bailotear por ahí mientras yo saboreaba los labios de mi chico. Mi chico... Uf.
—Felicidades, novata —susurró en mi boca.
—Gracias, pijo. Creía que tenías un torneo.
—No había torneo, pero tú ya lo sabías. —Me miró fijamente y ambos nos reímos.
Thiago empezaba a conocerme y sabía que me costaba un mundo mentir y fingir.
—Yo solo sé que eres único —le repliqué besándolo de nuevo.
La fiesta fue genial.
Estuvimos en el salón. Habían retirado un poco los muebles para dejar un espacio donde colocar la mesa sobre la cual había varias bandejas con diversos bocaditos. Comimos de pie, hablando entre nosotros sin parar y brindando cada dos por tres. La música en un tono más bajo no dejó de sonar y las risas eran continuas.
Los miré a todos, a cada uno de ellos, pensando que no sabían lo feliz que me sentía al tenerlos ahí el día de mi cumpleaños. Era algo que no olvidaría, una simple fiesta que no había tenido nunca. Era mágico para mí.
—¿Esa cabeza no descansa?
Thiago me abrazó por la cintura y yo apoyé mi cabeza en su hombro.
—Solo pensaba que me encanta todo esto.
—Sabíamos que te gustaría.
Me volví para ver sus bonitos ojos verdes.
—¿No pensaste que quizá no me gustaban las fiestas sorpresas?
—No conozco a nadie que le gusten más las sorpresas.
Nos reímos ambos y sus labios rozaron los míos.
—Y aún hay más...
—¿Más?
—Los regalos...
Lea me separó de Thiago.
—¡Los regalos, chicos!
Volvió a liarse parda y me dieron una caja que abrí con rapidez.
—¿Qué será? —preguntó Natalia.
La miré sonriendo y terminé de quitar el papel de regalo. Era un vestido de marca que había visto en Serrano, carísimo pero precioso. Uno de aquellos caprichos que no te compras porque te sabe mal.
—Os habéis pasado... ¡Gracias!
Nos abrazamos todos haciendo el tonto y nos separamos entre risas. Les di las gracias uno a uno mientras Thiago y Adri nos servían una copa.
—¿Te ha gustado? —Thiago me dio la bebida.
—Mucho. Lea sabía que ese vestido me encanta.
—A ver cuándo te lo veo puesto... —Su mano acarició mi cintura y mi temperatura subió unos cuantos grados.
—Si quieres, después...
—Después lo que querré es quitártelo —gruñó con voz ronca.
—Como no pares de provocarme, seré yo quien te desnude a mordiscos, Varela.
—Y falta mi regalo...
—¿Otro? —pregunté en serio.
—Este es solo mío.
Casi sin darme cuenta me colocó una pulsera en mi muñeca.
—Vaya...
Era una pulsera de piel rosa que daba tres vueltas. ¿Había algo escrito?
—Está personalizada, conozco al hijo del dueño y me ha hecho el favor...
Lo miré con una sonrisa condescendiente.
—De Pijolandia, ¿eh?
Thiago rio y yo leí lo que había escrito: «Aquí empieza nuestra historia, A&T».
No hizo falta decir nada, con una sola mirada nos entendíamos perfectamente.
La noche transcurrió fantásticamente bien. Tomamos aquella copa, recogimos entre todos y de ahí nos fuimos a Magic. Aquel sábado celebraban la fiesta de los noventa y nos apetecía escuchar ese tipo de música. Bailamos todos como descosidos, bebimos un par de copas más y a las cuatro de la mañana decidimos retirarnos en taxi. No hubo problema alguno, excepto que Max pilló una buena cogorza y Thiago lo tuvo que acompañar hasta la puerta de su piso mientras Natalia y yo esperábamos en el taxi.
—¿Te lo has pasado bien? —me preguntó Natalia cogiendo mi mano.
—Mucho, ¿y tú?
Su ojo estaba mejor, pero todavía quedaban restos del golpe. La miré pensando que estaba segura de que Natalia nos mentía sobre ese tema. Con el alcohol en mis venas lo tenía clarísimo.
—Sí, ha sido un cumpleaños muy divertido. Max es la leche.
—Lo es. Me ha gustado que también quisiera venir.
—Le dijo a Lea que no quería perdérselo por nada del mundo. Estrella también es muy agradable.
—Sí, es muy maja. Y tu ojo ¿qué tal?
Yo seguía en mis trece.
Natalia se tocó con cuidado y me miró sonriendo.
—Mejor, ya está casi curado.
—Natalia, ¿ha sido tu padre?
Ella abrió los ojos impresionada y, no sabría decir por qué, supe que había dado en el clavo.
—¿Qué dices? —preguntó desviando su mirada hacia el portal de Max.
Thiago acababa de salir de allí.
—Natalia, no puedes seguir así...
—Alexia, no sabes qué dices. Has bebido demasiado...
—Soy muy cabezota, ya lo sabes —le dije intentando acercarme a ella.
No sabía cómo hacerlo. ¿Cómo le dices a tu amiga que crees que te miente en un tema tan delicado?
—Ya estoy. —Thiago entró en el taxi con su bonita sonrisa—. Madre mía, Max me ha dicho que vive en el cuarto y resulta que es el quinto. Joder...
—¿En serio? —le preguntó Natalia riendo.
La miré unos segundos. Tema zanjado, estaba claro.
Llegamos al piso de Natalia y Thiago la acompañó hasta la puerta, asegurándose de que entraba sin problemas a su casa. De ahí nos fuimos a la de Thiago cogidos de la mano y con miradas cargadas de intenciones. Ambos teníamos muchas ganas de estar solos, juntos, besándonos y haciéndonos el amor...
Nada más entrar en su casa, me cogió en volandas y me besó con pasión apoyándome en una de las paredes.
—Nena, me paso todo el día pensando en ti...
Nos sonreímos y seguimos con aquellos besos desesperados. Teníamos ganas de dejarnos llevar y eso hicimos. La ropa desapareció en un instante. Thiago se colocó el preservativo con rapidez, mis piernas se enroscaron en su cintura mientras sus manos cogían mis nalgas y su sexo entró de una estocada en el mío. Eché mi cabeza hacia atrás y él gruñó palabras ininteligibles con esa voz ronca que me volvía loca. Su ritmo ágil provocó que sintiera el principio de mi orgasmo y no quise reprimirme, prefería disfrutarlo y dejarme llevar.
—Vamos, nena, dámelo...
—Thiago..., ya...
Con él era así, en pocos segundos sentía que todo el deseo acumulado se unía en una gran ola de placer que recorría mi cuerpo de los pies a la cabeza.
—Dios... Sí... Thiago...
Sus gemidos se fundieron con los míos mientras sentía aquel explosivo orgasmo que me dejó casi sin respiración.
Madre mía, podía engancharme fácilmente a esto...