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—Lo vuestro es de novela —dijo Lea mientras escogía unos adornos para su árbol de Navidad en la sección de decoración de los grandes almacenes.

—De novela de terror —añadí yo—. ¿Y esta? —Le mostré una estrella con purpurina roja.

—No, mi madre la quiere dorada.

—Seguimos buscando.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de que alguien me miraba fijamente. Era Marco con una chica. Ella lo cogía de su brazo y él iba hablando sin parar. Vaya, vaya... Le sonreí y él me devolvió el gesto con un guiño. Seguidamente le dijo algo a aquella chica y vinieron hacia nosotras. Yo bajé la mirada hacia la estrella dorada que me mostraba Lea.

—Hola, guapas —nos dijo Marco con desparpajo.

—Hola, Marco —le saludamos mientras yo me fijaba en su acompañante un segundo.

Su mirada fija al frente me recordó a un amigo de Antxon que era ciego.

—¿De compras? —Ambas afirmamos con la cabeza—. Yo también, con Ana. Es mi hermana. Ana, te presento a Alexia y Lea.

—¿Alexia?, ¿la chica que trabaja contigo?

Su mirada al frente y sus ojos sin parpadear confirmaron que Ana no veía o que apenas tenía visión.

—La misma —dijo él mirándome con una sonrisa dibujada en su rostro.

—No sabía que tenías una hermana. —Le di dos besos a Ana y un aroma dulzón me envolvió.

Lea la saludó del mismo modo.

—La tengo escondida porque es demasiado guapa —comentó él bromeando mientras ella reía.

Se parecía bastante a él y, aunque no era guapa, sí resultaba atractiva, como Marco.

—Es un adulador, ya lo sabéis —replicó ella con cariño.

Marco sonrió a medias y me hizo gracia ver ese gesto en él. Normalmente era un tipo directo y descarado.

—¿Cómo van las fiestas? —me preguntó con interés.

—Bien, de compras y gastando más de lo que tenemos —respondí amable—. ¿Y tú?

—¿Yo? Contando los días para meterme contigo en cuanto regreses a la oficina.

—¡Marco! —le riñó Ana.

Me hizo sonrojar, lo reconozco. Qué tío...

—No le hagas caso —me dijo su hermana—. A veces pienso que es adoptado.

Lea y yo nos reímos y él chasqueó la lengua.

—Es el pequeño de la casa y por eso lo disculpamos —añadió ella con una bonita sonrisa.

—Tendré cuarenta años y seguiré siendo el pequeño —me dijo alzando sus cejas.

—Las ganas —le replicó Lea.

Puse los ojos en blanco y me reí.

—De todos modos, Ana, es culpa de Alexia —le dijo él más serio—. Si no fuera tan lista y tan guapa, no la echaría de menos.

Marco y yo nos miramos unos segundos fijamente hasta que su hermana le contestó.

—Alexia, aunque no lo creas, es un buen chico —me dijo Ana a mí en voz baja y me hizo reír.

Nos despedimos de ellos porque todos teníamos prisa. Salimos de El Corte Inglés con varias bolsas de ropa, con otra llena de motivos navideños y con mi cabeza dándole vueltas a Marco. Apenas sabía nada de él y haber conocido a su hermana me hacía verlo con otros ojos. Hasta entonces me parecía el típico tío guapo ligón, pero ahora... lo veía distinto, más humano. Y eso me gustaba.

 

 

Una vez en casa, me di una buena ducha y me vestí con la formalidad que requería la ocasión: me enfundé unos pantalones pitillos de color negro, una camisa de un rosa pálido y me hice la coleta para provocar a Thiago, esa era la verdad.

Esperé en mi habitación mientras charlaba con Nacho por WhatsApp. Ya había llegado a Cádiz, estaban instalados en un superhotelazo y habían visitado a algunos familiares. Allí tenía muchos primos y aquella misma noche saldrían de fiesta. Juerga andaluza, quién la pillara... Había pasado unos meses en Sevilla y recordaba la ciudad llena de color, de vida y de gente simpatiquísima.

Tras hablar con Nacho me fui en busca de D. G. A. Estaba enganchada a él, no podía negarlo.

 

¿Te vas fuera estos días?

 

Aquello era lo último que le había preguntado esa misma mañana.

 

No, me quedo en Madrid, ¿y tú?

 

Yo me quedo. Por cierto, vengo de El Corte Inglés de Callao y me ha parecido verte... ¿Traje rojo y barba blanca? Eres mi tipo, pero ¿no deberías hacer un poco de deporte?

 

Me reí mientras le escribía. Con D. G. A. olvidaba todos mis malos rollos y siempre se me dibujaba una sonrisa en la boca.

 

¡No fastidies!

 

Vaya, estaba en activo y ni me había dado cuenta.

 

Era yo. ¿Por qué no me has saludado? Te hubiera dado un beso picante (la barba pica de cojones).

 

Volví a reírme con ganas. Este Apolo...

 

Puedo imaginarlo, la próxima vez el beso te lo doy yo. ¿Disfrutando de las vacaciones?

 

Más que menos, aunque esta noche tengo cena familiar. Esto es un no parar.

 

Yo también tengo una cena, ahora mismo estoy esperando a mi madre para irnos. Un palo.

 

¿Un compromiso de esos aburridos?

 

Una cena de negocios, supongo.

 

¿Con unos anfitriones pesados y unos hijos pesados?

 

Pensé en Thiago... Pesado precisamente no era.

 

Los anfitriones son agradables; el hijo ya es harina de otro costal.

 

¿Rarito?

 

Me hizo gracia que estuviera tan interesado.

 

¿Te sale la vena cotilla?

 

Jajaja, me preocupa tu salud mental.

 

No te preocupes. Da la casualidad de que estudia en mi facultad y...

 

¿Qué le decía? No me apetecía hablarle de Thiago y de toda nuestra historia.

 

Y es un poco rarito, sí.

 

Lo mejor era dejarlo correr.

 

Oye, ¿y cómo es que haces una cena familiar si mañana es Nochebuena?

 

D. G. A. tardó unos segundos en contestar y me extrañó porque solía ser rápido escribiendo.

 

Vienen a cenar unos primos que se van mañana, aquí empezamos antes.

 

Unos tanto y otros tan poco... Pensé en mi padre y en Judith. Todavía no había respondido su carta. Debían de pensar que pasaba de ellos y lo cierto es que no era así... Quería hablar con mi padre.

 

Tengo que dejarte. Pásatelo muy bien con tus pre-Navidades.

 

Y tú con el rarito, peque.

 

Fijo que sí.

Busqué con prisas el número de mi padre. Papá. Iba a llamarlo, estaba decidido y quedaría con él...

—¡Alexia!

Miré el reloj. Faltaban todavía diez minutos.

—¿Qué?

—Nos vamos.

Di un portazo a mi habitación para que supiera que iba a la cena, pero no con ganas. Al bajar las escaleras la encontré junto a un tipo muy, muy alto, delgado y con cara de buena persona.

«Y este... ¿quién debe ser?»

—Gerardo, te presento a Alexia.

—Hola, Alexia. Soy uno de los socios del bufete.

—Y mi amante —añadió mi madre con frialdad.

La miré flipada. ¿Se había fumado algo, la mujer?

El tal Gerardo carraspeó un poco y me miró apurado. Joder, ¿qué era todo aquello?

—Viene a la cena —indicó ella pintándose los labios delante del espejo de la entrada.

—Sí —afirmó él como si me pidiera disculpas.

—Cuando te cases, si eso, me avisas cinco minutos antes —le dije molesta.

—Alexia, mi vida es mía.

—¿Y la mía también es tuya? —repliqué sin que me importara que aquel individuo se pudiera sentir incómodo.

—Coge algún tampón, ya veo por qué estás alteradita.

«Madre mía, madre mía...»

—¿Recuerdas la libretita? Es de papel, Alexia. Puede quemarse, mojarse o incluso se la puede comer un perro baboso y apestoso.

Fijé mi vista en aquel tipo, que nos miraba alternativamente y con cara de susto. Como para no asustarse ante aquella bruja. Lo raro era que él saliera con ella, tenía cara de buen tío. Opté por callar, no sé por qué, quizá porque aquel hombre me dio lástima.

Salir con mi madre, telita...

Por suerte, en el coche me senté detrás y no tuve que ver su cara de perro conduciendo. Durante el trayecto allí no habló nadie. Si aquellos dos salían, debían comunicarse sexualmente porque lo que era charlar, poco o nada. Dejé de pensar en eso antes de que me entraran ganas de vomitar.

Hasta que llegamos, mi mente estuvo concentrada en una sola persona. En Thiago. Tener que cenar en su casa, con ese mal rollo que había entre nosotros, no me apetecía nada. Por mucho que él me gustara. No me sentía con fuerzas para más piques, más puyitas y para más discusiones. Pensaba que las vacaciones de Navidad me irían bien para perderlo de vista, pero me daba la impresión de que me lo iba a encontrar hasta en la sopa.

El día anterior estaba en El Rincón y, vale, allí trabajaba su primo y era cierto que se llevaban bien, pero a veces pensaba que iba allí porque sabía que yo estaría tomando algo.

Esa misma tarde me lo había encontrado en El Corte Inglés a la misma hora y en la misma planta. ¿No era demasiada casualidad? Si no conociera a Lea como la palma de mi mano, hubiera pensado que ella le iba cascando por dónde andábamos las dos... ¡Joder, claro! Adri... Ellos estaban todo el santo día mandándose mensajes y Adri sabía cada paso que dábamos, casi seguro. ¿Adri le había dicho a Thiago que estábamos de compras en el centro comercial? Sonaba a película. ¿Para qué iba a venir Thiago? No tenía sentido. Si quería soltarme algún comentario borde, lo podía hacer a través de un mensaje.

En fin, en breve lo vería cenando con esos cubiertos inmaculados, en su casa inmaculada y con una familia inmaculada. Genial.

Se me presentaban unas fiestas de puta madre y empezábamos mal. ¿Y mañana? Era Nochebuena y no había pensado cómo montármelo. Quiero decir que no sabía si hacerme una buena cena para mí sola o pedir una simple pizza. Joder, qué penoso si lo pensaba bien.

Llegamos casi sin darme cuenta y antes de entrar inspiré con fuerza para hacerlo con la cabeza bien alta.

«Que no se diga, Alexia, que no se diga...», oí a Lea en mi cabeza, y sonreí.

Nada más entrar en la casa, los padres de Thiago nos recibieron con mucha amabilidad. Eché un vistazo por encima al salón y me gustó la decoración navideña. No era nada recargada y los motivos navideños eran bonitos. En el dúplex mi madre no había puesto absolutamente nada, cosa que en parte agradecía porque así en casa olvidaba por un momento en qué época del año estábamos. Llevaba mal las fiestas, estaba claro. Pero era porque sabía lo que me esperaba: nada.

—Hola, Alexia. —Carmela y Joaquín, los padres del ojazos, me saludaron con simpatía.

Mi madre les presentó a su socio, en mi cabeza socio-amante-follamigo-¿algo más? Era el primer hombre que conocía cercano a mi madre, y si además lo había subido al dúplex, debía de ser por algo.

Mientras ellos cuatro hablaban de tonterías como del frío que hacía o de lo bonito que estaba todo decorado, yo me acerqué de nuevo a las fotografías que había visto la primera vez. Y allí estaba Thiago, con su padre jugando al pádel, con su madre en una boda, con los dos en el jardín de su enorme casa...

—¿Ves algo que te guste, novata? —Su voz a mi espalda me asustó, pero no se lo demostré.

Me volví despacio y coloqué mi larga cola a un lado. Thiago miró mi mano y mi pelo.

—¿Algo que te guste a ti, pijo?