Luces de Navidad de todos los colores, escaparates decorados con guirnaldas, gente cargada con bolsas de diferentes tamaños, árboles de Navidad con bolas de colores y Papá Noel y su barriga falsa dando caramelos a una multitud de niños que sonreían felices.
Aquel escenario se repetía en todas las ciudades del mundo: en Nueva York, Tokio, Londres, París, Roma... y, cómo no, también en Madrid.
Había decidido dedicar aquella tarde a pasear en lugar de esconderme. Quería empaparme de la felicidad de los demás y era fácil hacerlo paseando por las calles de la ciudad. Empecé por Serrano, donde las tiendas más exclusivas recibían a los clientes con unos villancicos en un tono suave. Alcé la cabeza para ver las luces que colgaban por toda la vía. Había miles de circunferencias de diferentes colores y le daban un aire mágico a la calle. Realmente era bonito y valía la pena verlo.
—Mira, si es la amiguita de Nacho...
Me volví al oír la voz de Gala. Iba bien acompañada: su amiga Felisa, la del pelo azul, y Débora, la lagarta que se follaba a Thiago.
—Fíjate, sí —contestó Débora mirándome con una falsa sonrisa.
Me di la vuelta dejando claro de esa manera que pasaba de ellas, pero las tenía detrás y subieron el volumen de su voz para que las oyera.
—Oye, Alexia, ¿ya se ha ido Nacho? —No me gustaba nada el tonito de Gala, pero seguí ignorándolas.
—¿No se despidió de ti? —le preguntó Débora con una risilla.
—¡Ah, sí! Es verdad, que el viernes pasó por mi casa.
Tensé mi cuerpo al escucharlas. ¿De nuevo más mentiras?
—Nacho le va a durar menos que un telediario. Esta no tiene ni idea de con quién anda —añadió Débora.
—Pues el viernes con esa camisa de cuadros y esos pantalones vaqueros estaba de muerte. Se lo quité todo en un santiamén. Tenía prisa, ¿sabes? Me dijo que tenía que recoger unas bolsas para su madre o algo así.
¡Joder! A mí me había dicho lo mismo... E iba vestido de aquella forma. Alexia, eso no quería decir nada porque se podía haber cruzado con él, simplemente.
—¿Y te ha escrito de nuevo? —preguntó Débora malmetiendo.
—Casi cada día —comentó ella orgullosa.
Me detuve de repente y la miré de frente.
—¿A ti qué te pasa? —le inquirí cabreada.
Me puso el móvil delante y lo vi todo. Nacho, su foto y un mensaje:
Preciosa, quiero que te pongas aquel conjunto rojo con lazos de seda. Ya te puedes ir preparando porque voy a darte duro y por detrás. Como el viernes...
Miré a Gala y ella alzó las cejas.
—No es un tipo de una sola mujer —me soltó con gravedad.
En sus ojos vi una sombra de dolor. Nacho le importaba de verdad. A partir de aquel momento pasaría a ser el cabrón de Nacho, porque estaba claro que me la había metido doblada.
—Hay más mensajes, por si quieres asegurarte.
Me dio el móvil sin miedo y deslicé mi dedo por la pantalla para leer por encima alguno más. Eran todos del mismo tipo. Le pasé el móvil nerviosa, no quería leer nada más. Nacho había roto con ella, pero habían vuelto a liarse. Qué cojones, joder... Este se iba a enterar.
—Te lo dije, ellos no son para ti —añadió Gala cogiendo su móvil.
Las tres me miraban sonriendo y con un aire triunfal. Le hubiera dado una hostia a cada una por mirarme así, pero ¿para qué? Si lo pensaba bien, me habían hecho un gran favor desenmascarando a Nacho, pero la verdad era que en aquel momento sentía hervir mi sangre.
Me fui de allí sin decir nada y con un único pensamiento: qué cabrón, qué cabrón... ¿Cómo podía ser tan falso? ¡Joder! Y eso que me habían avisado... Estaba claro que era una pardilla a quien se le podía engañar con facilidad, pero es que una cosa era echar miraditas a Thiago y la otra follarse a Gala. ¿Por qué fingía Nacho? Si quería irse con otras, era tan simple como decirme «se acabó». ¡Uf! Menuda mierda. Llamé a mi mejor amiga al segundo.
—¿Lea?
—¡Hola, petarda!
Oí risas, gente hablando y algunos niños chillando.
—Esto es una casa de locos, espera que entro en mi habitación.
Se hizo el silencio y dudé en contarle lo que había descubierto. En unas horas Lea y su familia celebrarían la Nochebuena y no quería amargarla con mis problemas.
—¿Qué dices? ¿Dónde andas?
—Estoy paseando por Serrano.
—¡Cómprame algo! Con un bolsito de Loewe me conformo.
Nos reímos las dos.
—Si quieres, te pillo dos.
—Si insistes —añadió entre risas.
—Solo te llamaba para desearte una buena noche, sé que luego ni oirás el teléfono.
—Gracias, petarda. Aún estás a tiempo...
—Que no, pesada. Estaré bien. Mi madre cena en casa y supongo que hará algo especial.
Mentira.
—Está bien, pues mándame un mensajito si te aburres, ¿vale?
—Tranquila, tengo el nuevo libro de Elísabet Benavent, así que voy a estar muy bien acompañada.
Nos despedimos porque su madre la reclamó en la cocina y yo colgué sintiendo la humedad en mis ojos. No quería llorar, pero me moría de ganas; me escocían los ojos y me sentía como una gran perdedora.
Aquella noche era una mierda ya de por sí, pero solo faltaba saber que Nacho me ponía los cuernos y encima con su ex.
De repente, mi frente chocó con algo y no supe qué era hasta que vi a... Marco, mi jefe.
—¡Alexia! ¿Estás bien?
Dejó las bolsas a ambos lados y me miró preocupado mientras yo me frotaba la frente. ¿De qué estaba hecho su pecho? ¿De piedra?
—Lo siento, he salido disparado de la tienda y no te he visto...
—Tranquilo, sobreviviré.
Nos sonreímos y él miró mi frente.
—A ver... Creo que voy a tener que llevarte a mi piso, curarte la herida y después darte un beso.
Lo miré alucinada.
—Eso hacen en las pelis, ¿no? —Soltó una carcajada ronca y me hizo reír.
—Creo que suele ser al revés. Ellas curan a los tipos duros.
—Estoy durito, eso es verdad. —Se dio un par de palmadas en el pecho y seguí riendo.
—He pensado que llevabas chaleco antibalas.
—Es genético —dijo guiñándome un ojo—. ¿De compras?
—Más bien paseando. Ya veo que tú vas cargado.
—Joder, sí. Estoy hasta las pelotas —se quejó arrugando la frente.
—Es lo que toca, pero es chulo ver las caras de felicidad cuando das el regalo, ¿verdad?
Recordé a Antxon en sus últimas Navidades. Yo le había regalado un reloj que había visto en París y del que estaba enamorado. Era carísimo, pero por una vez mi padre aceptó que gastara más dinero de la cuenta. Su cara de alegría se quedó grabada para siempre en mi memoria.
—Sí, eso si no tienes una tía tocapelotas que te hace cambiar cada año los regalos y una abuela borde que te dice que tienes el gusto en el puto culo.
Me reí y él sonrió con picardía.
—Con el buen gusto que tienes tú —dije riendo.
—Eso es muy cierto, obsérvate a ti misma...
Sus ojos me miraron con sensualidad y yo me dejé querer un poquito pensando que Nacho se podía ir a la China y no regresar.
—No seas liante —le dije coqueta.
—Eres tú la que me tiene enredado en esos ojos de gata, muñeca...
Nos reímos de nuevo y él continuó tonteando.
—¿Una cena navideña? Solos. Sin besos. Te lo prometo.
Era un jodido descarado, pero me hacía reír.
—Marco, eres mi jefe, eso lo primerito. Y me llevas ocho años, ocho —le dije con los dedos de mi mano.
—A ver, soy tu jefe entre comillas, porque ni estás en plantilla, ni cobras un euro ni nada parecido. Así que podríamos decir que no soy tu jefe, de momento. Y lo de los años... ¿Qué pasa? ¿Que naciste en el siglo pasado?
Me hizo reír de nuevo.
—¿Que nos llevamos ocho añitos? ¡Eso no es nada! Además, tú pareces mayor, y perdona que te lo diga, que ya sé que las tías sois muy susceptibles con el rollo de la edad.
Es que era la leche. Era una risa tras otra con él. En la empresa ya era así de dicharachero y por eso todas bebían los vientos por él. Pero en la calle era aún más gracioso.
—Está bien —le dije pensando que pasar un buen rato con él no me iría mal.
Un poco de diversión ya tocaba.
—¿Lo dices en serio? —Me miró de reojo y reí.
—Muy en serio. ¿Después de fiestas?
—Hecho, que estos días estoy tan liado que no sé ni dónde tengo la cabeza.
—Pues nos vemos —le dije sonriendo—. Dale recuerdos a tu hermana de mi parte.
—De tus partes...
Se acercó a mí y me dio dos besos demasiado cerca de mis labios. Lo miré alzando las cejas y él levantó las manos como si fuera un inocente a quien no debes disparar. Puse los ojos en blanco y sonrió.
—Te llamo, muñeca.
—Vale, pero deja de decir «muñeca» —le pedí mientras seguía mi camino.
—Te llamo, nena —soltó medio riendo.
Nena... Nena...
Thiago regresó a mi cabeza, como en muchas otras ocasiones. ¿Por qué pensaba tanto en él? Estaba como enganchada. Nuestra historia no estaba terminada, pero la noche anterior me había dejado bien claro cuál era su decisión para conmigo. Le había pedido disculpas, las había aceptado y a seguir con nuestras vidas. Nada más que decir. Estaba en todo su derecho, por supuesto, pero me seguía fastidiando.
Debía quitármelo de la cabeza de una vez por todas.
Cogí el metro para dirigirme al centro y continuar mi paseo por allí. Me apetecía ir a la Plaza Mayor y verla llena de lucecitas. Mi ánimo había bajado de nivel: lo de Nacho no me lo esperaba y, aunque no estaba enamorada de él, creía que lo nuestro podía llegar a ser algo más serio. Le escribí un mensaje diciéndole que se podía ir a la puta mierda, pero lo borré al segundo. Quería ver su cara de póquer cuando se lo dijera. No se lo iba a poner tan fácil. Le mandé otro mensaje muy distinto:
Nacho, voy a estar sin móvil varios días porque mi madre ha tenido problemas con el suyo y le dejo el mío. Nos vemos a la vuelta. Feliz Navidad (Cabrón).
Lo de cabrón lo borré, claro, pero es que me salía solo.
Menudo regalo de Navidad.
Eran ya las ocho de la tarde y se notaba en el ambiente que aquella noche tocaba cena familiar. Se veía mucha menos gente por la calle y muchas personas iban con prisa, buscando regalos de última hora.
Yo los tenía todos a buen recaudo. Bueno, en realidad, «todos» eran tres y en ese momento, visto lo visto, solo entregaría dos.
A Lea le había comprado un conjunto de lencería fina que sabía que le encantaría. Siempre babeaba ante el escaparate, pero nunca se compraba nada porque picaba un poco. Estaba segura de que Natalia y yo tendríamos que convencerla para que no se dejara puesta aquella ropa interior más de un día.
A Natalia le había cogido unos zapatos con un tacón de diez centímetros, ni más ni menos. Era una apasionada de los tacones de aguja y, encima, sabía llevarlos con estilo. Eran de un rojo oscuro, con una pequeña estrella plateada en la parte posterior. Sabía que le gustarían porque el rojo era su color preferido.
Al entrar en la Plaza Mayor me sonó el móvil. Era el cabrón de Nacho y no respondí. No quería discutir aquello por teléfono y no tenía ganas de fingir. Ya me estaba aguantando bastante las ganas de mandarlo a tomar por saco. Le di al botón derecho de mi Iphone para dejar de oírlo, pero a los dos minutos sonó de nuevo.
Joder, qué plasta.
Pero no era Nacho, era un número desconocido y pasé de cogerlo pensando que podía ser él de nuevo con otro móvil. Lo que sí hice fue abrir Instagram al ver que tenía una notificación de D. G. A.
¿Qué tal tu cena? ¿El rarito se comportó? Tengo un mensaje para ti.
Sonreí al leerlo y me detuve en medio de la plaza para responderle.
Se comportó, que ya es. ¿Qué mensaje? ¿Feliz Navidad? Si es que soy adivina...
Llevaba casi cuatro meses escribiéndome con él y parecía que lo conocía desde hacía años. Recordaba todas sus anécdotas, sus comentarios, sus gustos, sus manías... Era curioso cómo podías conectar con alguien sin tan siquiera haberle visto nunca el rostro. Solo esperaba no llevarme un desengaño con él. Y no porque no fuera guapo, sino porque fuera alguien mucho más mayor o una tía o las dos cosas.
Mira en Stories...
Vaya, parecía que estaba esperando mi respuesta.
Busqué su perfil y le di a su historia. Era un vídeo... donde salían sus pies andando, enfundados en unas botas negras, y su voz distorsionada por algún tipo de filtro...
—Feliz Navidad, pequeña. Esta noche podríamos charlar un rato, ¿te parece?
Joder..., qué impresión. Ver que era real, ver que ese vídeo era solo para mí...
Vi las imágenes un par de veces más fijándome en los detalles. Vaqueros oscuros con un roto debajo de la rodilla. Botas negras de cordones muy normales, sin nada que destacar. Y justo en ese vídeo estaba andando por la Plaza Mayor... como yo en ese momento. Sonreí ante la coincidencia. Y pensé en hacer lo mismo que él, aunque con mi voz. ¿Por qué Apolo había usado ese filtro? La verdad era que mucha gente hacía vídeos cambiando la voz, pero me hubiera gustado saber cómo sonaba la suya.
Me grabé andando por aquel pavimento y hablé también en un tono muy bajo.
—Feliz Navidad, Apolo. Te espero esta noche con la boca llena de polvorones.
Lo subí a Stories pensando que mis amistades creerían que estaba un poco pirada, pero me daba igual. No sabían quién era Apolo ni qué significaba aquel mensaje.
Él respondió enseguida:
Esa voz... ¿Seguro que no nos conocemos?
Me reí porque hablando en susurros era complicado reconocer mi voz.
Esas piernas... Yo sí creo que no te conozco. Jajaja.
¿Algo que decir? Mis piernas son únicas, jajaja.
Eres alto. Eso está clarísimo. Y usas un cuarenta y cuatro de pie, mínimo.
45.
Jajaja, ¿ves? Y eres joven, eso también. No he visto a ningún viejo con los pantalones rotos de ese modo.
Pues yo tengo una tía de unos ¿50? que los lleva aún más rotos. Eso sí, fuma marihuana, se tiñe el pelo de naranja chillón, te echa las cartas en cuanto te descuidas y dice más palabrotas que yo.
Jajaja, seguro que tu tía me encanta. No recurras a ella para saber cosas de mí, listo.
Ya lo he hecho. Me dijo que no tenía nada que hacer contigo.
¿Y eso?
Pregunté realmente interesada porque D. G. A. siempre lograba tenerme muy pendiente de sus conversaciones.
Me dijo que eres lesbiana, tiene menos puntería que una escopeta de feria.
Jajaja, ¿a ver si lo voy a ser y no me he dado cuenta?
Yo te echo un guante, para que veas qué majo soy.
¿Me vas a presentar a una amiga lesbiana para que lo compruebe?
No dejaba de reír, aunque procuraba hacerlo disimuladamente porque estaba en medio de la plaza.
Te voy a dar un beso que te voy a dejar sin respiración.
Sentí que algo subía por mi estómago hasta mi cabeza para después ir directamente hacia mi sexo. Uf. Entre nosotros el tema sexo era escaso, pero cuando decía cosas así...