Prólogo

 

 

 

 

ROGAD A DIOS EN CARIDAD por su alma, que falleció el 28 de abril...

 

No podía dejar de llorar y no entendía por qué me encontraba en esa iglesia, en primera fila y ante una caja de madera con flores blancas.

Era la primera vez que vivía un momento parecido de alguien tan cercano porque de Antxon no me pude despedir ni llorar en su entierro.

No escuché nada de lo que dijo el capellán durante la celebración, ni una palabra. Mis pensamientos estaban recordando momentos que no volverían a repetirse jamás. Había sucedido todo tan rápido que no había podido hacerme a la idea. La muerte te atrapaba sin previo aviso y a los demás nos dejaba en un estado de shock hasta que éramos capaces de entender qué había ocurrido. No volverás a ver más a esa persona, ¿era posible? Lo era y no estaba en mis manos poder cambiar las cosas.

—Cariño... —Mi padre no dejó mi mano ni un segundo.

Lo miré agradecida por estar a mi lado. Él y Judith se encontraban en París y no habían dudado ni un segundo en dejarlo todo y regresar a Madrid.

La ceremonia había terminado, me dolían los ojos de tanto llorar y no sabía exactamente qué sentía en aquellos momentos. Tenía sentimientos encontrados y me costaba situarme, pero cuando vi a Leticia el único sentimiento que me dominó en ese instante fue la ira.

Me acerqué a ella a grandes pasos y me contuve porque estábamos en un entierro.

—Eres una hija de puta...

Leticia estaba con su madre y ninguna de las dos movió un pelo, aunque su progenitora me habló en un tono totalmente neutro:

—Te acompaño mucho en el sentimiento.

—De un modo u otro se acabará sabiendo que fuiste tú quien manipuló los frenos del coche de Adri —le solté a Leticia con furia antes de irme.

Estaba segura de que ella era la culpable.