9

 

 

 

 

—Alexia, ¿el zumo lo quieres de melocotón? —me preguntó Adam desde la barra.

Era viernes por la tarde y en El Rincón había poca gente.

—Sí, gracias.

Había quedado con Lea y Natalia a las siete y eran poco más de las seis. Había bajado antes porque Adam me había mandado un mensaje un poco misterioso:

 

Alexia, necesito hablar contigo.

 

¿Va todo bien?

 

Sí, sí, pero necesito un consejillo.

 

Adam se sentó enfrente y me acercó el zumo.

—Bueno, tú dirás —le dije un poco preocupada por él.

Seguía saliendo con Ivone y se les veía muy bien.

—Esto... es un tema delicado —dijo en un tono de voz mucho más bajo.

Estaba preparada para todo: que había tenido un gatillazo con su chica, que me hablara de alguna de sus ideas estrafalarias o que quisiera que le ayudara a buscar un regalo para Ivone.

—Soy toda oídos.

—Es sobre Thiago...

Fruncí el ceño porque no esperaba que fuera a hacer de intermediario. Ya habíamos hablado de aquello y a Adam le había quedado muy claro que yo no quería que se metiera entre nosotros dos.

—A ver, no sobre él, pero sí tiene relación con él. —Adam se pasó una de las manos por la frente, nervioso.

—¿Le pasa algo? —pregunté, temerosa de que me diera alguna mala noticia. Siempre acababa poniéndome en lo peor: quizá estaba enfermo...

—No, bueno, aparte de lo tuyo, no. Es sobre su padre.

Abrí los ojos unos segundos, muy sorprendida.

—¿Le pasa... algo a su padre? —pregunté despacio mientras pensaba con rapidez.

¿Sabía algo Adam? No me habría extrañado porque mi madre y el padre de Thiago habían tenido poco cuidado en algunas ocasiones. Yo misma los había pillado en medio de la calle abrazados como dos tortolitos.

—Eh..., esto es difícil, ¿vale? Y primero quiero que me asegures que no va a salir de aquí. Ni una palabra a Lea ni a Natalia.

—Tranquilo, puedes confiar en mí. Lo sabes.

No era la primera vez que me hacía alguna confidencia y mi boca siempre había estado sellada. Si alguien confiaba en mí, lo mínimo que podía hacer era ser leal.

—El otro día, por la tarde... decidí ir a Serrano para dar un vistazo a una pulsera que a Ivone le gustó mucho, una de Uno de 50 que... Bueno, eso da igual.

—Sí, sí, al grano, Adam.

Le solía ocurrir: se iba por las ramas con una facilidad asombrosa.

—Pues estaba mirando el escaparate cuando oí a una mujer reír algo más fuerte de lo normal y cuando me volví vi que la acompañaba el padre de Thiago.

Me mordí los labios esperando su siguiente afirmación: era tu madre.

—Los estuve observando y no vi nada fuera de lo normal. Iban charlando y riendo entre ellos, pero cuando entraron en un hotel..., até cabos.

Se quedó mirándome fijamente, esperando que yo sacara la misma conclusión.

—¿Quién era ella? —le pregunté directamente, extrañada de que no me hubiera dicho que era mi madre.

«Quizá no la conocía...»

—Ella estaba de espaldas y no la vi bien, pero a mi tío sí. Era él, segurísimo.

Me crucé de brazos, me recosté en la silla y lo miré pensativa. ¿Debía decirle algo? Si Adam se lo explicaba a Thiago o a alguno de sus familiares, la podía liar bien gorda.

—Creo que aquello de «piensa mal y acertarás» no es siempre cierto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó arrugando la frente y la nariz.

—Que quizá simplemente entraron a ese hotel para tomar un café en el bar. Los hoteles de Serrano suelen tener ese tipo de clientes, y es raro que una pareja entre a media tarde para... ya sabes, para coger una habitación y liarse, ¿no crees?

—Ya...

—Además, si solo los viste charlar y no observaste ningún gesto extraño. Que él la tocara o algo así...

—No, no, nada de eso. Tienes razón.

—Mira, yo hace poco quedé con mi padre en el bar de un hotel y ni siquiera vi su habitación. ¿Me entiendes?

—Sí, claro. Alguien podría haber pensado lo mismo que yo. Joder, mira que soy malpensado...

—No, Adam, está bien que te preocupes por los tuyos. Yo quizá también hubiera pensado lo mismo. A veces nos montamos películas y después no es nada de lo que habíamos imaginado.

—Vaya..., en parte me quitas un peso de encima. Estaba un poco intranquilo con todo esto. Suerte que has despejado mis dudas. Tienes razón, seguro que era una clienta y que solo entraron para tomar algo en el bar del hotel.

—Seguro que sí —le confirmé con una sonrisa falsa mientras él regresaba a su puesto de trabajo después de darme las gracias.

Lo último que le faltaba a Thiago en esos momentos era saber que su padre era un cerdo de mucho cuidado y que su amante era mi madre. Sí, siempre acababa pensando en él porque realmente me importaba, porque el amor es eso: querer que el otro esté bien por encima de tu propio interés.

—¿Zumo de melocotón? —Lea se sentó de repente a mi lado.

—¡Joder, Lea! Qué susto. Mañana cojo un avión, ¿recuerdas? No quiero irme con resaca.

—¡Ah, sí! Que te vas al superloft del bombero. Llévate condones, en cantidades ingentes.

La miré alzando las cejas.

—Muchos, «cantidades ingentes» quiere decir muchos —me aclaró levantando ambas manos.

—Ya sé lo que significa.

—Vale, vale, como a veces te lías con los idiomas...

—¿Qué dices?

—¡Uy! No, con quien te lías es con tanto tío pululando a tu alrededor. Thiago, Marco y el pijo ese... ¿Javier?

—Javi —le aclaré con una mueca.

—Javi, que también es mayorcito —dijo carraspeando.

—¿Y a mí qué? Javi no es nadie...

—Ese quiere tema, te lo digo yo, que soy una especialista en oler a esos tipos.

—No estoy para historias, Lea —le dije pensando en Thiago y en cómo lo había dejado tirado en la calle la noche anterior.

—Por eso te vas a Londres con tu jefe.

Puse los ojos en blanco y ella se rio.

—Me voy porque su ayudante no puede ir, y además porque así me despejo un poco.

Lea me miró fijamente: me estaba analizando las ojeras como si fuera una arqueóloga ante una pieza de museo.

—Duermes mal de nuevo, vuelves a tener pesadillas.

—Nunca he dejado de tenerlas —le indiqué molesta.

—Cuando estabas con Thiago, te veía mucho mejor.

Era cierto, durante el tiempo que había estado con él habían menguado mis malos sueños.

—No estuvimos ni veinte días juntos, Lea. Y quizá estaba bien porque vi a mi padre.

En parte era así, pero estaba claro que durante aquellos días había dormido mucho mejor, todo lo contrario de lo que me ocurría ahora.

—Si tú lo dices —añadió mirándose las uñas.

—Vale, es verdad. Lo de Thiago me ha jodido mucho.

Podía decirle media verdad. Lea me miró de nuevo.

—Pero no quieres solucionarlo, a pesar de que va tras de ti como un perro. ¿Has pensado cómo se siente él?

La observé unos segundos largos.

—¿Has hablado con Adri?

—Cada día hablo con él —contestó saliéndose por la tangente.

—Ya sabes a qué me refiero, Lea.

Todo el mundo procuraba no entrometerse en la relación entre Thiago y yo, todos excepto mi mejor amiga.

—Eh... Bueno, hemos estado hablando hace un rato y me ha comentado algo de... de lo de ayer.

—¿El qué?

—¡Hola, petardas! —Natalia nos saludó antes de sentarse—. ¿Y esas caras?

—Pues nada, aquí tu amiga Lea, que se mete donde no la llaman.

—Ni caso, Natalia, solo es que he hablado con Adri y me ha explicado que Thiago fue ayer a casa de Alexia hacia las cuatro de la mañana para rogarle que volviera con él.

—¿En serio? —preguntó Natalia mirándome a mí.

Resoplé ante el resumen de Lea porque tal como lo había dicho parecía que yo era la mala de la película.

—Algo así —respondí escueta.

—Joder, a Thiago le ha dado fuerte, ¿eh? —comentó Natalia sin saber que sus palabras me agobiaban aún más.

—Pero Alexia no siente lo mismo, ¿verdad? —El tono irónico de Lea era palpable.

—Tú misma lo has dicho —respondí del mismo modo.

—Pues nada, oye, borrón y cuenta nueva, ¿no? —dijo mirándome fijamente a los ojos.

—Eso es, y os agradecería que dejáramos el tema. ¿Es posible? —les dije mirándolas alternativamente.

—Vale, vale. ¿Hablamos de mi abogado? —nos preguntó Natalia entusiasmada.

Cambiamos de tema al momento y Natalia nos puso al día sobre Ignacio. La había llamado aquella misma mañana y se habían pasado más de una hora charlando por teléfono entre risillas y bromas varias. Habían salido juntos en diversas ocasiones y parecía que la cosa marchaba bien porque, según Natalia, el abogado solo tenía ojos para ella en la oficina y la buscaba constantemente. ¿La única pega? Que el chico no parecía muy dispuesto a formalizar aquella relación. Nosotras le decíamos a Natalia que no tuviera prisa porque ese tipo de hombres estaban acostumbrados a ir a la suya. Cuanto más espacio le dejara, mejor.

En ese momento sonó el teléfono de Natalia y todas vimos en la pequeña pantalla que era su madre. Ella dudó antes de cogerlo, como si le diera miedo lo que tuviera que decirle.

—Hola... Eh... Sí, sí... Lo recuerdo. Sí, mamá. Adiós.

Cuando colgó, Lea y yo la miramos con interés.

—Era mi madre, mañana tengo que acompañarla al médico a primera hora.

—¿Y eso? —le preguntó Lea.

—El otro día se cayó por las escaleras y se rompió una costilla.

Clavé mi mirada en ella pensando que últimamente su madre tenía demasiados «accidentes».

—No es nada, está bien —nos dijo quitándole importancia.

—Vaya, así que esta noche nos quedamos todas en casa —dijo Lea resignada.

—¡Es verdad! Tú te vas con el jefe, ¿no? —me preguntó Natalia entusiasmada y cambiando de tema radicalmente.

—Sí, y podré ver a mi padre —respondí aún dándole vueltas al tema de la madre de Natalia—. Este mediodía lo he llamado y él y Judith se han puesto supercontentos al saber que vuelvo otra vez a Londres.

—No nos quejemos, que por lo menos en esta ocasión nos avisa —le dijo Lea a Natalia en un tono sarcástico.

—Anda, petarda, no seas rencorosa —le indiqué sabiendo que aquello le había dolido.

Que tu mejor amiga se largue de repente, sin decirte nada, y que encima se quede sin móvil durante unas horas porque lo ha estrellado contra el duro plástico de un asiento del aeropuerto era para molestarse, la verdad.

Cuando regresé de Londres, Lea, un poco enfadada, me lo echó en cara. Ya había contactado con ella desde allí y habíamos hablado sobre Thiago y mi decisión de dejarlo para siempre, pero hasta que no volví no me echó en cara que la hubiera dejado tan preocupada. Lea me recordó que ella me iba a apoyar en todo, pero me hizo jurar que no volvería a hacerla sufrir de esa forma.

Y yo me prometí que no se repetiría.