—¿Qué tal va todo, cariño? ¿Mejor?
Estábamos los tres sentados alrededor de una pequeña mesa redonda que estaba situada en el centro del salón. El apartamento era de estilo inglés, un poco recargado y con alfombras incluso en el baño, pero tenía su encanto, y Judith le había dado su toque personal.
—Sí, creo que sí —le dije intentando obviar todas mis historias.
—¿Y la facultad? —me preguntó Judith con interés.
Ella sabía que escondía algo y por eso procuraba hacerme sentir cómoda. Lo veía en su mirada de «cuando quieras me lo cuentas». Esas palabras siempre las usaba con Antxon y conmigo. Jamás nos presionaba ni nos obligaba a explicarle nada. Éramos nosotros los que acabábamos abriéndonos a ella para saber su opinión. Era una mujer paciente, cariñosa y muy comprensible. No nos juzgaba y siempre tenía buenos consejos que ofrecerte.
—Muy bien; las notas, genial. Ya las visteis. Y he hecho muchos amigos. Incluso tengo un amigo que es youtuber y tiene quinientos mil seguidores, ¿no os lo he contado?
Ambos negaron con la cabeza sonriendo y les empecé a explicar lo del vídeo de los masáis, lo inteligente que era Hugo y todo lo relacionado con él. Ellos me iban haciendo preguntas e incluso buscamos el vídeo en mi móvil para verlo. De Hugo pasamos a Lea, de Lea a Natalia y de ella a Marco, mi jefe. Me preguntaron indirectamente si había algo entre nosotros dos y les respondí inmediatamente que no, aunque nos les negué que él me miraba con cierto interés.
—Si es que eres como tu padre, con una sola mirada eres capaz de hipnotizar a un chico, seguro. —Judith lo dijo en broma y con todo el cariño del mundo, pero yo no pude evitar pensar que quizá mi padre no era mi padre.
Borré ese pensamiento de un plumazo y continué charlando con ellos hasta que se hizo bastante tarde y decidimos que era hora de que volviera al loft de Marco. Tanto mi padre como Judith me pidieron que me quedara a dormir en su apartamento, pero le había dicho a Marco que regresaría allí. Debíamos madrugar y coger el avión de vuelta a Madrid.
La despedida fue difícil, cada vez lo era más, y los abracé como si no los fuera a ver nunca más. En un par de semanas se iban a París para pasar allí casi un año y volvieron a preguntarme si quería ir con ellos. París me atraía mucho porque era una ciudad que adoraba y de la que tenía recuerdos muy bonitos con ellos y con Antxon. Insistieron en que en verano los visitara, y accedí. Estaba segura de que yo también tendría ganas de volver a estar con ellos.
Mi padre me acompañó hasta la puerta del loft mientras Judith se quedó abajo haciendo una llamada.
—Este edificio no es como el nuestro, ¿verdad?
—El vuestro tiene un encanto que la modernidad no tendrá nunca —le dije pensando que me gustaba mucho la arquitectura inglesa del siglo XIX.
—La verdad es que sí...
Antes de llamar al timbre la puerta se abrió y apareció Marco con su sonrisa deslumbrante. En cuanto vio a mi padre, se puso más serio.
—Eh... Marco Sánchez —se presentó tendiéndole la mano a mi padre con mucha solemnidad.
Él le sonrió amablemente y le estrechó la mano con simpatía.
—Tenía ganas de conocerte, Marco. Encantado.
Marco se quedó un poco cortado y me hizo gracia verlo así.
—¿Quiere pasar? —acabó preguntando.
—No, no, gracias. Es tarde y Judith me espera abajo.
—Sí, claro.
—Quería darte las gracias por cuidar de Alexia —le dijo mi padre.
—Papá, sé cuidarme sola —le indiqué, divertida.
—Lo sé, lo sé.
—Sí, su hija es muy...
—Muy especial. —La frase la terminó mi padre mientras se miraban fijamente.
Supuse que quería saber qué tipo de hombre era Marco.
—No le quito la razón. Alexia es única —le dijo él más suelto.
—Os agradecería a los dos que dejarais de hablar de mí como si no estuviera presente.
Mi padre se puso a reír y nos abrazamos con ganas.
—Cuídate, cariño.
—Vosotros también. Te quiero.
—Y yo...
Mi padre empezó a bajar las escaleras y Marco y yo entramos en el loft mirándonos con una sonrisa.
—Te he notado un poco tenso, ¿no? —le pregunté para picarlo.
—¿Tenso yo? —Se señaló el pecho bizqueando y nos pusimos los dos a reír al mismo tiempo.
—Supongo que no dormías —le dije observando su vestimenta.
—He pensado que quizá tu padre querría subir.
—¿En serio?
—Es normal querer saber con quién anda su adorable niña.
—Sabe que eres mi jefe, no tiene de qué preocuparse.
—Bueno, eso no es garantía de nada. Podría ser un jefe manipulador que te quiere llevar al huerto y después si te he visto no me acuerdo. Te traigo a Londres, a mi loft, te digo cuatro cosas bonitas y te meto entre mis sábanas.
Lo miré con curiosidad.
—Si fuera así, me hubieras reclamado a tu lado con cualquier excusa absurda relacionada con el trabajo, en vez de dejarme estar con los míos, ¿no crees?
—Para ser casi menor de edad, eres muy lista, enana.
Ambos nos reímos de nuevo, nos sentamos en el sofá y nos descalzamos para estar más cómodos. Estaba realmente a gusto con él.
—¿Te apetece tomar algo?
—¿Tienes cerveza?
—¿Qué pregunta es esa? —Se levantó sonriendo y se fue a la cocina a por la bebida.
Justo en ese momento mi móvil sonó y al ver quién era me quedé perpleja. ¿Qué cojones quería esa ahora?
—¿Qué coño te pica llamando a estas horas?
—Sí... Thiago... Uf...
Se me paró el corazón unos segundos.
—Joder, Thiago, no pares...
Débora y él estaban... ¿estaban follando? ¿Y la muy cerda me había llamado para que me enterara?
No pude evitar seguir escuchando, cosa que no debería haber hecho, pero en ese momento no reaccioné.
—Sí, tú sí sabes dónde me gusta... Nadie como tú...
—¿Así? —le preguntó él.
¡Joder! No había ninguna duda, era su voz con ese tono ronco que lo caracterizaba.
—Sí..., sigue..., dime guarradas...
—Te voy a follar hasta que no puedas más...
Cerré los ojos unos segundos al imaginarlo desnudo cabalgando encima de ella. Dios, dolía horrores, pero me veía incapaz de soltar el teléfono.
—Tu cerveza...
Marco me miró extrañado al ver mi gesto de angustia.
—Te voy a follar hasta que...
Mi jefe cogió el teléfono de mi mano y no terminé de oír la frase.
—¿Quién es?
Nadie le respondió, por supuesto, pero abrió los ojos muy sorprendido y colgó inmediatamente.
—Alexia...
Me abrazó al instante y yo me refugié en sus brazos.
Joder, joder, una cosa era saber que podía liarse con otras o con Débora, y otra eso..., oírlo en plena faena. Qué hija de puta, esa tía quería joderme incluso mientras se lo follaba.
Marco me acunó en su cuerpo mientras yo no dejaba de pensar en lo que había escuchado: «Te voy a follar hasta que no puedas más...». Dolía demasiado.
—Muñeca, no le des más vueltas.
—No puedo evitarlo —repliqué con un hilo de voz.
—Solo te vas a hacer más daño. ¿Ha llamado ella?
—Sí...
Marco alzó mi barbilla con delicadeza para que lo mirara y se percató de que estaba reteniendo mis ganas de llorar.
Pasó su pulgar por mi mejilla acariciándome con suavidad.
—Puedes llorar, Alexia. Conmigo puedes.
—No se lo merece —dije con rabia.
No me entendía ni yo misma porque había sido yo quien lo había rechazado y quien lo había empujado a los brazos de su amiga, pero dolía igualmente, no podía evitarlo.
Joder, necesitaba que desapareciera esa sensación de asfixia que sentía en el pecho.
Me acerqué a Marco y él no se movió un ápice.
—Necesito olvidarlo.
—Alexia, no sé si esto es una buena idea...
No quería usar a Marco, ni siquiera vengarme, pero necesitaba desconectar y, en apenas unos segundos, vi la solución frente a mí.
Lo besé despacio, casi con temor porque pensé que volvería a pensar en Thiago, pero no fue así... Me gustó sentir su calidez, su respiración acelerada y me gustó que Marco se quedara inmóvil ante mi acercamiento. Otro habría corrido a meter la mano en mis braguitas.
Me separé un poco para observarlo y me encantó verlo tan comedido. Hubiera jurado que era más decidido, pero por lo visto algo lo frenaba. ¿Tal vez yo no le gustaba tanto y solo tonteaba conmigo? Cabía la posibilidad, y yo no me iba a quedar sin saberlo.
Volví a por sus labios y Marco los entreabrió para rozar su lengua con la mía. Fue delicado, suave y muy cuidadoso, como si temiera que yo me echara atrás en el último momento. Él sabía que yo amaba a otro, así que era lógico que anduviera con pies de plomo conmigo.
Una de mis manos subió por su duro pecho hasta su cuello y le acaricié la nuca mientras seguimos besándonos. Introduje mis manos por su pelo y entonces pareció darse cuenta de que lo estaba tocando porque sus manos se posaron en mi cintura y se acercó a mí como un imán a la vez que me besó con más pasión. Me pilló desprevenida, pero me excitó y le correspondí con ganas.
Marco me gustaba y me apetecía estar con él. Esa era la verdad. Por unos momentos olvidé aquella maldita llamada, la voz sensual de Thiago diciéndole aquellas palabras a Débora y la imagen mental que se había creado en mi mente con tanta nitidez.
—Alexia...
—¿Mmm?
Nos miramos fijamente unos segundos y él observó mis ojos.
—Me vuelves loco...
Nos besamos con deseo y empezamos a quitarnos la ropa mutuamente: mi camiseta, la suya, mis pantalones pitillo, sus tejanos... Nos quedamos en ropa interior, como si todavía nos costara dar un paso más.
Marco dejó de besarme unos segundos y me miró de arriba abajo con lujuria. Me gustó que empezara a descubrirse ante mí; sabía que era muy sexual.
Me recostó con cuidado en el sofá y se colocó encima de mí apoyando el peso de su cuerpo en uno de sus brazos mientras con su otra mano comenzó a acariciarme sin prisas. Me quitó la ropa interior con delicadeza, sin dejar de mirarme. Mis manos se juntaron en su cuello y disfruté de sus atenciones hasta que la caricia en mi muslo derecho pasó al izquierdo.
—No...
Marco me miró y retiró su mano de mi piel.
—¿No qué?
Estaba aturdido por el deseo y además mi negativa había sido poco firme, con lo cual era comprensible que Marco no entendiera qué le decía.
—No me toques ahí.
Marco observó mis ojos y sonrió con los suyos.
—Sé que tienes una cicatriz.
—¿Cómo lo sabes?
—Tienes unas piernas de infarto, Alexia, y a veces se te sube un poco la faldita en la oficina...
Me reí ante su confesión y Marco besó mis labios logrando que lo deseara todavía más. Su mano se saltó aquel trozo de piel y continuó hasta llegar al vértice. Uno de sus dedos tocó mi sexo y gemí en su boca inevitablemente. Estaba tan húmeda que resbaló hacia mi interior con facilidad.
—Alexia..., cómo estás...
—Lo sé...
Mis manos bajaron por su espalda hasta llegar a sus calzoncillos tipo bóxer y se los bajé por las piernas indicándole que quería más. Marco se deshizo de ellos en pocos segundos y se colocó un preservativo. Nos miramos fijamente y entró sin más preámbulos. Ambos lo deseábamos, y aquello era solo sexo, sin sentimientos de por medio.
—Joder... —gruñó cuando entró en mí.
—Marco... Sí...
Lo agarré con fuerza de las nalgas y él buscó mi punto de placer.
—Uf..., así me iré en nada —le dije apurada.
Marco sabía cómo poner a mil a una mujer, estaba clarísimo.
—Y yo contigo. No sabes cuántas veces he soñado estar dentro de ti...
Lo miré sorprendida, pero él volvió a besarme al mismo tiempo que empezó a empujar con más energía. Su dedo en mi clítoris me llevó al éxtasis en pocos segundos, y mi cuerpo explosionó en un orgasmo increíble que me hizo gritar de placer. Marco se corrió en cuanto terminé yo, como si lo tuviera controlado.
Nos miramos sonriendo y respirando con dificultad.
—Madre mía, Alexia, no sé tú, pero yo necesito dormir contigo...
Joder, eso era lo último que esperaba de él.