—De mayor quiero ser como tú. —Lea me señaló con el dedo y las dos reímos.
El miércoles estábamos en el bar de la facultad a primera hora de la mañana y le acababa de explicar mi cita con Javi.
—Ayer cenaste con el abogado empresario y esta noche con el bombero. Qué ritmo llevamos, ¿eh?
El sonido de mi móvil nos interrumpió y cuando vi que era Flor respondí al momento.
—¡Hola, Flor!
—¡Hola, Alexia! ¿Qué tal?
—Bien, a punto de entrar en clase.
—Vale, escúchame bien. He hablado con mi primo, con Santi, y ya me ha localizado un piso en tu barrio.
—¡Qué bien!
—Te envío el enlace por WhatsApp y lo miras. Si te interesa, me lo dices y te paso su número. En la web verás el precio y todas las características.
—Genial, muchas gracias. Ahora mismo le echo un vistazo. ¡Hasta luego!
—Perfecto. ¡Hasta otra!
Al segundo estábamos Lea y yo mirando las fotos de aquel piso a través de mi móvil, pero no pudimos verlas bien porque debíamos entrar en clase. En cuanto el profesor empezó a hablar, volvimos a mirar la web a través del ordenador y le dimos un repaso silencioso a las fotos. Era un piso de una habitación doble, con un baño de medidas nada despreciables. Nada más entrar había un salón comedor con un gran ventanal que daba a un balcón y una cocina renovada y abierta al salón. Así, a simple vista, estaba muy bien y la situación era perfecta porque estaba a un par de calles del dúplex.
—Petarda, el precio está de puta madre —murmuró Lea.
—Sí, creo que este podría ser el piso ideal. No necesito más.
—Dile que sí y vamos a verlo esta tarde.
Le mandé un mensaje a Flor indicándole que me interesaba y me pasó los datos de su primo para que me pusiera en contacto con él. Aquella misma tarde quedamos para hacer la visita.
Fue amor a primera vista y le dije que sí sabiendo que aquel era el piso perfecto para mí: un segundo con ascensor, pequeño, bien amueblado y cerca de las casas de mis dos amigas. No podía pedir más. Hablamos de firmar el contrato al día siguiente y así el jueves ya tendría las llaves del piso.
En cuanto llegué a casa le dejé una nota a mi madre indicándole el precio del piso y las condiciones. Finalicé aquella breve explicación diciéndole que no había negociación posible y que el jueves mismo me iría de allí.
Seguidamente fui colocando mi ropa y mis cosas en mi maleta. Era definitivo: me iba de esa casa y me sentía la mar de feliz con la idea de perder de vista a mi madre. Por fin.
Me sonó el móvil y respondí entusiasmada al ver que era mi padre.
—¿Papá?
—Hola, cariño, ¿cómo va eso?
—Genial. ¡Me voy a vivir sola!
—Por eso mismo te llamo... Acabo de hablar con tu madre.
—¿Qué te parece?
—Eh..., bien, bien. Si es lo que tú quieres...
—No te veo muy convencido —comenté arrugando la frente.
—En un par de días nos vamos a París, al final las cosas se han acelerado un poco. Ya sabes lo loco que es mi trabajo. Tenía la pequeña esperanza de que quisieras venir con nosotros a la ciudad del amor.
Nos quedamos en silencio unos segundos. Realmente era algo en lo que había pensado, sobre todo los días que había pasado con ellos dos.
—Pero entiendo que tienes tu vida en Madrid y que no puedo entrometerme demasiado...
—Papá, lo que tú pienses es importante para mí, pero es verdad que tengo mi vida aquí y que, de momento, quiero quedarme en Madrid. Me gusta mucho esta facultad, tengo muchos amigos y no quiero separarme de Lea y de Natalia.
—Es que te echo de menos.
—Lo sé, yo también os echo de menos. Mucho.
—¿Qué te parece si pasamos a verte antes de instalarnos en París? Hacemos una parada en Madrid y nos enseñas tu piso... ¿Ya has visto algo que te guste?
—¡Sí! Esta misma tarde he visto uno que me ha encantado. Mañana firmo el contrato.
—¿Ya? ¿Lo sabe tu madre?
—No, todavía no...
—A ver, explícamelo todo...
Y eso hice. Le describí con pelos y señales cómo era el piso, le pasé el enlace a su correo y le indiqué el precio y los meses que había que pagar como fianza. El piso era del primo de Flor y estaba prácticamente nuevo.
—La verdad es que es bonito.
—¿A que sí? Espero que ella no ponga ningún impedimento.
Podía volver a amenazarla con lo de su lío con el padre de Thiago, pero sabía que mi madre era un hueso duro de roer. De ahí que fuera tan buena abogada.
—No te preocupes por eso, cariño. Yo me haré cargo del piso.
—¿En serio?
Joder, aquello sí que era una buena noticia.
Estuvimos charlando un rato más hasta que lo llamó su secretaria para asistir a una reunión. Cuando colgué estaba supercontenta. Esta vez mi madre no podría joderme y terminé de hacer la maleta canturreando por mi habitación. Además, vería a mi padre en un par de días, y eso siempre me subía el ánimo.
—¿No corres demasiado? —Mi madre me interrumpió mirándome con gravedad desde el quicio de la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Ahora no quieres que me vaya?
—Se pasa de precio.
—¡Y una mierda! Se ajusta al precio que me dijiste —le gruñí cabreada por su poca palabra.
—Te di un precio aproximado, pero he hablado con tu padre y deberá ser algo menos.
Si mi padre hubiera estado delante, le habría dado un sonoro beso por otorgarme en ese momento el poder de mandarla a la mierda sin problemas.
—¿Así que es caro?
—Sí, deberás seguir buscando.
—Pues no me sale del coño, fíjate tú.
Mi madre sacaba lo peor de mí, eso era evidente.
—Cuando hables como Dios manda, me lo dices.
Se volvió con intención de irse.
—Si no accedes, ahora mismo llamaré a Thiago.
Se giró y me miró con frialdad.
—No serás capaz.
Marqué el número de Thiago y le mostré la pantalla: «Thiago, móvil». Sus ojos se convirtieron en dos líneas finas. Si hubiera podido, me hubiera desintegrado con esa mirada.
—Está bien —concluyó viendo que yo iba en serio.
Colgué justo en el mismo momento en que Thiago descolgó, así que no hizo falta decirle nada. Mejor.
—Tendrás ese piso —acabó diciendo.
—Lo tendré, claro que lo tendré. —Di un paso hacia ella—. ¿Y sabes por qué? Porque acabo de hablar con mi padre y él se hará cargo de todo. Mi padre, ese padre que me quiere, que me adora y que me ha criado cuando tú estabas... muy ocupada con tu vida. Mamá.
Me miró alzando su barbilla, en un gesto arrogante.
—Así que puedes meterte tu dinero por donde te quepa y a ver si se pudre.
—¡Alexia!
—No eres nadie, ¿te enteras? Nadie para mí. Me da igual si estás viva o muerta, me da igual si un día te sientes tan sola que no sabes qué hacer con tu mierda de vida. Te odio.
Me salió del alma y ella se dio cuenta perfectamente.
—Es recíproco —dijo con rapidez.
—Sí, pero aquí salgo ganando yo, abogada de pacotilla. Yo te pierdo de vista y tú solo pierdes dinero.
Cerré la puerta de un portazo y no le di opción a réplica.
Dios, no podía con mi madre. La odiaba de veras. No me gustaba tener aquellos sentimientos, pero era inevitable. Ella misma había ido alimentando ese odio. Claro que era recíproco, lo tenía muy claro. Pero yo tenía muchas razones para no soportarla: me había abandonado, jamás me había dado cariño, no me había querido en su vida, me había aceptado en su casa a cambio de dinero y... lo de Thiago. Joder, ¿no era para que me diera asco como mínimo?
Terminé de recoger todas mis cosas y cuando lo tuve todo listo me senté en la cama y observé mi habitación. Seguía igual que el primer día, con aquellos muebles sin gracia, aunque yo la había ido decorando a mi manera. Ahora, sin mi rastro, volvía a parecer una habitación de hospital y recordé cómo me había sentido al llegar.
Busqué en mi cuaderno los pensamientos de aquellos primeros días y se me encogió el corazón...
Me da la impresión de que nadie me quiere en su vida. Ellos me han echado de su vida y mi madre me ha recogido a cambio de dinero. Me ha metido en una habitación totalmente blanca. Una habitación para locas, he pensado al verla. Al principio no he querido ni deshacer la maleta. ¿Qué hacía yo allí? Me iba a consumir en esa casa con esa madre que sabía que me odiaba desde pequeña. ¿Cómo había podido hacerme eso mi padre? No entiendo qué hago aquí, no quiero estar con ella.
Si no he terminado loca con lo de Antxon, lo voy a hacer ahora metida en esta mierda de habitación...
Había cambiado mucho todo, afortunadamente.
En ese momento me llegó un mensaje. Creí que sería Marco recordándome que pasaría por mi casa a las nueve. Pero me equivoqué; era Thiago.
Me llamas y cuelgas. ¿A qué juegas?
Quería que escucharas cómo follo con otro, pero al final lo he pensado mejor.
Estaba muy molesta con él. En cuanto se había enterado de que me había acostado con Marco, se había cabreado de verdad. ¿No había hecho él lo mismo? ¿O es que él sí podía tirarse a Débora y yo no podía hacer lo mismo con Marco?
Qué fácil es decir tonterías por WhatsApp.
¿Lo dices por ti?
Lo digo porque a la cara no le echas tantos huevos. Te callas y te escondes en tu móvil, tonteando con a saber qué nueva víctima, porque, si todavía sigues con tu jefe, será todo un récord para ti.
Me subió la sangre a la cabeza y me levanté de la cama de golpe.
—¡Gilipollas! —grité enfadada de verdad.
¿Lo ves? Eres una cobarde.
No tienes ni idea de nada, ni me conoces. Si me callo es para no montarte un numerito de dos pares de cojones en medio de la facultad. No me gusta hacer el paripé como a ti y a tus amigas.
Lo que tú digas. No vuelvas a llamarme.
Cuando quería, podía ser muy idiota. Pero debía pensar con claridad porque eso significaba una cosa: Thiago empezaba a dar los primeros pasos para olvidarse de mí. Había pasado de perseguirme a insultarme, a no querer saber nada de mí y a ignorarme. Y por muy contradictorio que pudiera parecer para mi corazón, era lo que realmente yo quería.
Se abrió la puerta de repente y mi madre lanzó al suelo con desprecio un par de libros míos que tenía en el salón.
—No te dejes nada —me escupió con rabia—. Y si te vas esta noche, mucho mejor para todos. Tengo visita.
¿Visita? Supuse que se refería al padre de Thiago.
—¿Me estás echando? —le pregunté furiosa.
—Allá tú. Si ves a Joaquín desnudo paseando por aquí, no es mi problema.
La tía no se escondía de nada, no tenía ni pizca de vergüenza.
—Tranquila, antes prefiero dormir en la calle. —Cogí la maleta y pasé por su lado al salir de mi habitación—. Tendrás noticias de papá —la amenacé convencida de que mi padre le echaría la bronca por eso.
—Tú tendrás noticias mías, Alexia. Pronto, muy pronto. —Su tono de voz de ultratumba me provocó un escalofrío y pasé de seguir discutiendo con ella.
No valía la pena. Mi madre quedaba atrás y yo iba a empezar de cero en mi piso. Debía quedarme con aquello, pero ¿dónde iba a dormir esa noche?