25

 

 

 

 

—¿Llevas mucho rato despierta? —me preguntó Lea de repente.

La miré y le sonreí.

—Desde las seis de la mañana, más o menos.

—¿Qué pasó ayer?

—¿Te lo dijo Adri?

—Sí, me explicó que tú y Thiago habíais discutido en medio de la calle y que luego él lo llamó muy nervioso.

—¿No te explicó el porqué? —Lea negó con la cabeza—. Nos encontramos delante del dúplex de mi madre...

—¿Qué dices? —me cortó incorporándose en la cama.

—Lo que oyes. Seguía a su padre o algo así, y cuando me vio..., se lio parda, tía. Yo sabía que Joaquín iba a ir al dúplex, pero no pensé que llegaría tan pronto y cuando lo vi acercándose me volví para no tener que hacer el paripé. A los pocos segundos apareció Thiago cagándose en todo, claro.

—Joder...

Le expliqué con detalle todo lo que había ocurrido allí y que acabé diciéndole que éramos hermanos.

—Se me escapó y, cuando me di cuenta, ya no pude volver atrás.

—Menuda putada, era la peor manera de que se enterara —comentó Lea pensativa.

—Pues sí y, en parte, es culpa mía. Tal vez debería haber hablado con él mucho antes.

Lea resopló y negó con la cabeza.

—No empieces, Alexia, no empieces a cargarte las mierdas de tu madre. Tú decidiste que lo mejor era que nadie saliera dañado. ¿Sabes qué va a pasar ahora? Esto va a ser un puto drama en su casa. Cuando se entere su madre de todo esto, ¿qué crees que va a pasar?

—Lo sé, sé que es justamente eso lo que quería evitar, pero ahora... Ahora todo está peor.

—Bueno, mira la parte buena: dejará de perseguirte por los pasillos.

Suspiré cansada. Había perdido a Thiago para siempre, lo sabía. No quería tenerlo como hermano, tampoco era eso, pero debía asumir que lo nuestro era un imposible sin solución.

—¿Y la parte mala, Lea?

—La mala es que vais a sufrir los dos.

No había nadie más realista que ella.

—Alexia..., ¿te importa que lea esa carta?

Me extrañó que me preguntara aquello.

—¿Y eso?

—Sé que es algo íntimo, pero me gustaría ayudarte y, no sé..., necesito saber que tu madre dice la verdad. No me fio de ella.

—Ya, yo tampoco. Pero, si no es verdad, ¿qué sentido tendría esa carta?

Lea me miró fijamente.

—Putearte.

Parpadeé un par de veces, incrédula. No, mi madre no podía llegar a eso...

Cogí el neceser que Lea me había regalado y saqué la carta para dejársela leer.

—Parece antigua —comentó cogiéndola.

Me coloqué a su lado y la leí una vez más. Casi me la sabía de memoria, pero me aseguré de que las palabras que había en mi mente eran las mismas que había allí escritas. A veces una simple palabra podía cambiar el significado de todo.

 

Joaquín, no sé si te daré esta carta, pero necesito decírtelo.

Cariño, no puedo olvidarte. Por mucho que me lo repita y por mucho que mi voz interior me diga que es lo mejor para los dos, no puedo. Lo que siento por ti va más allá de la lógica de este mundo y estoy enamorada de ti. Desde el día que te vi, con tu traje de niño bueno, con tu pequeño bigote y con esos andares tan seguros, supe que eras el hombre de mi vida.

Pero tú estás casado y yo también... y no podemos estar juntos, lo entiendo perfectamente. Te casaste con Carmela porque era casi una necesidad para tu negocio y, además, tienes a tu bebé, a Thiago, con tan solo dos años, pero quiero que sepas que estoy embarazada y que creo que puede ser tuyo... Necesito que nos veamos donde siempre y hablemos de mi embarazo. Este niño será fruto de nuestro amor, pero los dos sabemos que no podemos estar juntos.

Tuya,

Álex

 

Lea señaló con el dedo unas palabras.

—Aquí dice «creo que puede ser tuyo».

Leí de nuevo aquello, y sí, era cierto.

—Pero aquí pone «este niño será fruto de nuestro amor».

—Pero no sabemos si tu padre es Joaquín; cuando escribió esto ni ella lo sabía. ¿Lo ves?

La miré unos segundos dando vueltas a su razonamiento. Era cierto, tal vez..., tal vez Joaquín no era mi padre, y tal vez mi madre había corrido más de la cuenta al pensar que yo era hija de su amante. No lo aseguraba al cien por cien en ningún momento.

—Entonces hay una pequeña esperanza, Lea...

—¡Sí, petarda! Hay que descubrir esto cuanto antes. Debéis saberlo, tanto tú como Thiago.

—Sí, tengo que hablar con mi padre, aunque no sé ni cómo planteárselo...

—Es difícil, Alexia, pero ¿no crees que tu padre está curado de espantos con tu madre? Te dejó en sus manos siendo un bebé, tía. Eso no es normal. ¡Ella no es normal!

Me reí al oírla porque eran mis propios pensamientos.

—Está de psiquiátrico, es verdad. Mi padre viene el viernes, así que hablaré con él.

—Oye..., ¿y el cumple de Adri?

—Uf...

—Piénsatelo —me dijo dándome un abrazo—. Solo piénsatelo.

 

 

Aquel jueves por la mañana quedé con Santi, el primo de Flor, para firmar el contrato y para que me entregara las llaves. Lea quiso acompañarme, pero no se lo permití. La obligué a ir a la universidad y a coger apuntes por las dos, aunque el curso no me preocupaba demasiado. La verdad era que estaba sacando muy buenas notas y que mi alto nivel en todos los idiomas estaba más que demostrado.

Cuando Santi me dio aquellas llaves me quité un peso de encima. Por fin libre, sin mi madre, sin sus malas caras y sin sus desprecios constantes. Vivir sola no iba a hacer que olvidara que mi madre me odiaba, pero, como mínimo, podría dormir a mi aire, con mis gritos, mis pesadillas y mis lágrimas. Era muy duro que tu propia madre te echara en cara todo aquello después de todo lo que había pasado con Antxon. Pero así era ella, una madre modélica donde las hubiera.

Al entrar en mi piso suspiré ilusionada. Quizá allí mi vida empezara a ir mejor... Las cosas no podían ir a peor, así que debía pensar en positivo. Sacaba de mi vida a la bruja de mi madre y en un futuro cercano también a Thiago. Yo iba a empezar de cero como había hecho muchas otras veces en diferentes países. Me sentí como entonces. Mi padre y yo dejábamos las maletas en la entrada de nuestra nueva vivienda y observábamos con curiosidad el piso, el apartamento o la casa que se convertiría en pocos días en nuestro hogar.

Miré a mi alrededor con una sonrisa.

El salón de ese piso estaba pintado de un color piedra y había simplemente un sofá gris de tres plazas, una mesa de madera de pino cerca del balcón y un mueble sencillo con un televisor bastante grande. En la parte de atrás estaba la cocina, totalmente integrada en el salón, ya que los muebles eran del mismo color piedra que la pared. Realmente el decorador había tenido buen gusto. El ventanal del salón, le daba un aire señorial y el balcón era lo suficientemente grande como para colocar una pequeña mesa y cuatro sillas. Ya me veía ahí haciendo unos gin-tonics con Lea y Natalia e incluso unos mojitos con Marco.

Sonreí y me dirigí al dormitorio. Era bastante grande y había una cama de matrimonio, un armario empotrado de cuatro puertas y una mesa de estudio con su correspondiente silla de despacho. La pared del cabezal era de un gris oscuro y el resto era todo blanco. Estaba claro que al decorador le iban los grises en todas sus tonalidades.

El baño era tipo suite y lo que más destacaba era la enorme ducha con su mampara totalmente transparente. Era sencillo pero moderno.

«Me encanta.»

Era mi hogar e iba a empezar con buen pie. Estaba hasta el moño de malos rollos. Así que cogí la maleta y comencé a dejar mis cosas por el piso. En una hora lo tuve todo listo.

«Bien, vamos bien.»

Me lo decía a mí misma porque durante ese rato dejé a un lado mi historia con Thiago. Me costaba dejar de pensar en él: ¿cómo estaría? ¿Qué habría ocurrido en su casa? ¿Estaría su madre destrozada? ¿O en cambio se lo estaría comiendo todo él solito tal como había hecho yo? ¿Debería ofrecerle mi apoyo? No, no; solo empeoraría las cosas.

Bajé al súper que tenía más cerca y donde sabía que encontraría de todo. Hice una buena compra y les pedí que me la llevaran a casa. Por la tarde la tendría ahí.

Miré el reloj y vi que se me había hecho demasiado tarde para ir a la facultad, así que me fui al piso para trabajar en el proyecto del profesor Peña. Las cosas debían seguir su curso. Thiago había hecho su parte y yo debía hacer lo mismo. Debíamos entregarle el pendrive al profesor el lunes de la próxima semana.

Me senté en aquella silla tan cómoda y sonreí contenta. Aquello era como un sueño hecho realidad. Me había independizado, mi padre se iba a hacer cargo de todo, y yo iba a demostrarle que podía confiar en mí. Tenía diecinueve años; y ya no era una cría.

Me puse música en el Iphone y sonó «Malamente» de Rosalía.

«Ese cristalito roto, yo sentí cómo crujía, antes de caerse al suelo, ya sabía que se rompía...»

Abrí el documento que me había pasado Thiago y le eché un vistazo. Había trabajado más de la cuenta y me había dejado a mí la parte más fácil. Así era él.

—¿Y esto?

Al final del documento había algo más:

 

Para Alexia, la chica más cobarde que he conocido jamás...

 

Hostia, la madre que lo parió.

 

...de Thiago, el que todo lo sabe:

Sé que escondes algo, sé que hay algo que no me cuentas. La chica que yo conocí no jodería esta relación por algo como lo de Apolo; sé que mientes. Sé que te has acostado con tu jefe por despecho, ¿lo hiciste después de oírme con Débora? Probablemente.

Quiero que tú también sepas algunas cosas: que yo sí me la follé por despecho, que cuando me la follé pensaba en ti, que ni Débora ni ninguna otra me llenan, que eres tú la que debería estar encima cabalgando lo que te pertenece. Pero no quieres y no entiendo el porqué. Solo sé que no estás siendo clara, que tus ojos dicen una cosa y tu boca otra muy distinta.

Eres complicada, siempre lo has sido, pero es uno de tus encantos, aunque... ahora hay algo más. Algo que llevas dentro, algo que no me vas a decir. Algo que sabré, Alexia, de un modo u otro.

No dejo de pensar en ti.

Tuyo,

Thiago

 

Joder...

Thiago lo intuía, no sabía por qué, pero lo intuía. El pendrive se lo había dado a Adri hacía dos días y entonces no sabía nada del lío que tenían mi madre y su padre. Podía entender perfectamente su cabreo: pensaba que le escondía algo y al final lo había descubierto. Y ese algo no era una cosa simplona, no. Su padre le ponía los cuernos a su madre con la mía. Casi nada.

Pero de todo lo escrito había algo que no dejaba de rondarme como un mosquito bien molesto: no dejo de pensar en ti... Uf, ¿qué hacer ante esas palabras?