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Desperté bajo unos focos potentes de luz. ¿Estaba en un sueño?

—Alexia...

Oí a alguien como si estuviera tras un cristal. ¿Era Lea?

—¿Y Adri?

No respondió al instante y me temí lo peor.

—Ha tenido un accidente de coche, ¿verdad?

—No han podido salvarlo.

—No, no, no...

Lloré sintiendo que se me partía el corazón. ¿Era yo? ¿Quien se acercaba a mí acababa muerto en un accidente?

—¿Estoy maldita? —pregunté casi gritando.

—Alexia...

—¡Dime! ¿Lo estoy?

—No...

 

 

—No se preocupe, está soñando...

¿Aquella voz aguda me hablaba a mí?

Abrí los ojos de golpe, como si fuera la única manera de volver al mundo real.

—¿Lo ve? Ya la tenemos aquí.

Una enfermera con una nariz enorme me estaba mirando con simpatía tras sus gafas.

 

 

—Necesito ver a Natalia —le dije a Lea por quinta vez mientras salíamos del hospital.

—Alexia, necesitas descansar, no seas tan cabezota. La llamamos y mañana la vamos a ver. Lo entenderá perfectamente.

—No voy a poder descansar así, ya lo sabes.

—Lo tuyo es increíble, no obedeces ni a los médicos. Está bien, pasamos a verla un momento.

Lea abrió la puerta del taxi y le sonreí con cariño. Quería estar con Natalia, aunque solo fuese unos minutos, quería ver con mis propios ojos cómo estaba tras la muerte de su padre.

Por lo visto, Natalia había llamado a Lea para que acudiera a su casa ipso facto. Al entrar, Lea vio al padre de Natalia en el sofá con la cabeza hacia un lado, con los ojos abiertos y totalmente inmóvil. Su madre no dejaba de llorar en una esquina y Natalia tenía una escoba en la mano y el móvil en la otra cuando le abrió la puerta. Lea lo tuvo claro: nuestra amiga había terminado con la vida de su padre.

—¿Natalia? ¿Qué ha... pasado?

Ella no respondía. Estaba paralizada con la mirada fija en su padre.

—¿Natalia?

—No... no lo sé —acabó respondiendo ella.

Lea llamó a la ambulancia, no estaba segura de que el padre de Natalia estuviera muerto, pero, fuera lo que fuese, no podían quedarse las tres mirándolo y sin reaccionar.

Afortunadamente, la realidad fue otra y Natalia nos lo explicó en su habitación mientras su hermano se encargaba de todo.

—Mi madre y yo hemos bajado a coger cuatro cosas del súper. Cuando hemos entrado en casa he ido a la cocina para guardar la compra y de repente he oído a mi madre gritando como nunca. He pensado que mi padre estaba atacándola o algo parecido y he cogido la escoba, que era lo primero que tenía a mano.

Lea cogió la mano de Natalia y ella nos miró esperando que la juzgáramos, pero al ver que no era así continuó explicándonos lo que había sucedido.

—Cuando he visto a mi padre en el sofá, con la mirada fija y mi madre cogiendo su cabeza intentando que la mirara..., no he sabido qué hacer. No acababa de entender qué había sucedido y lo único que he sido capaz de hacer ha sido llamarte —dijo mirando a Lea.

—Es lógico, Natalia —le contestó ella—. Es una situación que no te esperas y cuesta de asimilar. Yo he llamado a Alexia y le he dado un susto de muerte. —Su otra mano cogió la mía.

Le hice un gesto indicándole que no pasaba nada.

—Los médicos han dicho que ese ataque al corazón era de esperar. Tanto beber y fumar, y con la edad que tenía —dijo Natalia casi para sí misma.

Ninguna de las dos le dijimos que lo sentíamos porque no era cierto. Aquel hombre había tenido el final que se merecía.

—¿Cómo estás tú? —le pregunté intentando cambiar de tema.

—¿Yo? Bien...

—No te culpes por nada —le dije con seguridad, sabiendo qué tipo de pensamientos habían pasado por la cabeza de Natalia.

Los mismos que los míos con mi madre. La odiaba, era cierto. En algunos momentos la hubiera tirado por las escaleras, pero de pensarlo a hacerlo... había un mundo. No era lo mismo, no. Y por ello Natalia no debía fustigarse.

—Una vez mi abuela me dijo que fuera con cuidado con lo que deseaba. —Natalia empezó a llorar y ambas la abrazamos sintiendo su pena.

Su padre no era digno de esas lágrimas, pero era lógico que Natalia llorara su muerte.

La dejamos descansando en su cama. Al despedirnos le repetimos mil veces que nos llamara si nos necesitaba, aunque su hermano estaba ahí y sabíamos que se apoyaría en él. Quedamos en que estaríamos cerca de ella en el entierro y que no la dejaríamos ni a sol ni a sombra.

—Alexia, tú también deberías descansar —me indicó Lea muy seria—. Siento haberte asustado —me dijo una vez más—. Soy muy impresionable y ver a su padre muerto...

—Nada, no pasa nada. Yo también siento haberte asustado.

Lea había ido al hospital tras decirle a Natalia lo que me había pasado. La pobre habría querido tener una doble en ese instante. Natalia la instó a irse, ya que su hermano acababa de llegar en ese momento y se hizo cargo de la situación.

—Joder, cuando Max me ha dicho que estabas inconsciente casi me da algo. Me vais a matar de un susto.

Nos dimos un abrazo sincero y nos separamos para dirigirnos a nuestras casas.

Una vez que estuve en el piso, me preparé una infusión y me duché para quitarme ese olor a hospital que llevaba encima. Después de beberme el poleo calentito me metí en la cama y cerré los ojos. Me costó dormirme porque, a pesar de que la gente que me rodeaba se preocupaba por mí, me seguía sintiendo sola.

Me faltaba mi padre, cada vez lo veía más claro. Si mi madre hubiera sido de otro modo...

En ese momento, como si supiera que pensaba en ella, apareció su nombre en mi teléfono: Alexia. Lo de «mamá» sobraba y lo había borrado.

—Estarás contenta —me acusó sin saludar.

—Si lo dices porque te he perdido de vista, muchísimo. Parezco Alicia en el país de las maravillas —respondí con una ironía palpable mientras me incorporaba en la cama.

—Ya sabes de qué hablo. De Joaquín.

¿Habían roto? ¿Había hablado Thiago con su padre por fin?

—¿Joaquín? No me suena de nada ese nombre. ¿Quién es? ¿Un nuevo cliente? ¿O le has puesto ese nombre a un nuevo gato?

Mi madre calló y yo me enorgullecí de mi temple. Podía haberle gritado como una loca diciéndole que era una hija de puta, pero ahí estaba yo, dominando la situación. Sabía que eso le jodería mucho más.

—Sí, mujer. Es el padre del chico que te follabas.

—¡Ah! Ya caigo. El hombre al que ya no te tiras, vale.

Lo dije para corroborar mis sospechas y por lo visto acerté de lleno.

—Si crees que vas a salir ganando en esta partida, lo llevas claro. Nunca pierdo.

«¡Que te den!», pensé.

—Fíjate, si pareces una de las pijas. ¿No serás la presidenta de ese club de chaladas?

Mi madre no tenía ni idea de qué le hablaba, pero me pareció una idea de lo más verosímil. Ellas y mi madre eran igual de imbéciles.

—No soy yo la que grito como una loca por las noches ni la que sigue llorando a un hermano postizo. ¿Qué tal en el piso? Tengo entendido que suben muchos chicos.

«Gilipollas...»

—No voy a explicarte mi vida, ya no eres nadie para mí. Y gracias por la llamada, me encanta saber que te has quedado sin amante. ¿Encontrarás otro? Lo dudo. A ver quién te aguanta a ti. Estoy segura de que, tras esos polvos, solo había un interés por parte de Joaquín. Pero vamos, no me sorprende. Papá también te dejó, ¿verdad?

—Me dejó por tu culpa.

¿Era por eso por lo que me odiaba tanto?

Mi madre colgó tan de repente que tuve que apartar el móvil de mi oído.

—Chica, qué susceptible —dije poniendo una mueca que me hizo reír.

Acabé durmiendo, pero las pesadillas cada vez eran más reales. A menudo veía en sueños a Thiago y Antxon, pero ahora también se había incorporado Adri y el susto de pensar que se había muerto.

Me levanté cansada y de mal humor, pero aguanté el tipo en la facultad. Parecía que todo el mundo estaba contento menos yo; menos yo y menos Thiago, porque él seguía con sus miradas de hielo.

Recibí su respuesta a mi mensaje en la segunda clase del día. Me sorprendió porque ya no esperaba ninguna réplica de su parte.

 

No tengo miedo de que me muerdan la lengua, no es venenosa. ¿Podemos decir lo mismo de la tuya?

 

«Qué ingenioso...»

Me había leído hacía horas, pero por lo visto no le había apetecido responder hasta entonces. Leí el mensaje con ganas de replicarle inmediatamente, pero decidí hacer lo mismo que él: ya le contestaría más tarde.

 

 

En el entierro del padre de Natalia, oficiado a primera hora de la tarde, estuvimos al lado de nuestra amiga, pero nos mantuvimos en un segundo plano, ya que estaban sus dos hermanos, con sus respectivas parejas, arropando a Natalia y a su madre en todo momento.

Me sorprendió ver a Ignacio cuando salimos de la iglesia, pero me agradó que estuviera ahí. Cuando cruzaron una mirada entre ellos, un brillo especial apareció en los ojos de Natalia. Él la miraba casi con devoción e intuí que de allí surgirían sentimientos reales entre ellos, si es que no los había ya. Dejar a tu mujer y emprender un nuevo viaje era complicado.

Afortunadamente, no tenían hijos y todo era mucho más sencillo. Los niños siempre eran los perjudicados; yo era un claro ejemplo. No había entendido jamás que mi madre no me quisiera y era un peso que no me quitaría en la vida. Por mucho que supiera que ella era mala persona no podía evitar querer tener una madre que me besara por las noches y que me arropara con alguna canción de esas que se inventaban las madres y que tanto adoraban sus hijos.

Había tenido a mi padre que me había querido por dos, pero hubiera sido menos duro tener una madre muerta que esa que tenía en vida. Después de todo lo que me había hecho con el tema de la carta, se atrevía a llamarme para acusarme de haber roto la relación con su amante. ¿Qué esperaba? Quizá creía que la temía, pero no era así, mi madre no tenía ni idea de lo fuerte que yo podía ser. Todos aquellos viajes con mi padre, conocer países lejanos y extraños, tratar con gente tan distinta, vivir otras culturas... me había convertido en una persona curtida, de mente abierta y muy segura. No me achantaría ante sus estúpidas amenazas, ni las de ella ni las de cualquier idiota. Podía llorar, pero era de rabia, nunca de miedo.

—Lea...

Ambas nos volvimos al oír que Adri la llamaba. Thiago estaba a su lado.

—Adri...

—¿Qué tal está Natalia?

Thiago y yo nos miramos un segundo, pero desviamos la mirada hacia el lado contrario.

—Está bastante bien, es fuerte —le contestó Lea.

—Alexia, ¿y tú? ¿Estás bien?

Me sorprendió la pregunta porque esa mañana ya me lo había preguntado.

—Sí, sí...

—Fue la impresión de pensar que estabas muerto —añadió Lea.

Thiago nos miraba atento y con el ceño fruncido. ¿No lo sabía? Era raro que Adri no se lo hubiera explicado todo porque hablaba por los codos y era su informador principal.

—Ayer llamé a Alexia cuando me encontré al padre de Natalia muerto y... ¿No le has dicho nada? —le preguntó Lea a Adri.

—No, quedamos en que... —titubeó él.

—En que no me diría nada —acabó Thiago con gravedad—. No quiero perder a Adri también.

Nuestros ojos se encontraron y por un momento me sentí la mala de la película. ¿Era así? ¿Era la malvada que lo separaba de sus amigos? Joder, ya no sabía qué pensar.

—Vale, lo entiendo, pero a ver... ¿Si a Alexia le pasa algo no se lo dirás? No creo que esa sea la solución. Ayer estuvo en el hospital y...

—¿En el hospital? —me preguntó Thiago.

—No fue nada —respondí de malas maneras.

Odiaba que me tuvieran lástima, y él lo sabía. Habíamos hablado largo y tendido de la herida de mi pierna y de cómo me hacía sentir esa jodida cicatriz. No me gustaban las miradas de pena. Durante mi hospitalización había tenido que ver demasiadas.

—No, porque Max te cogió antes de que tu cabeza diera con el suelo, lista —me replicó Lea un poco picada por todo.

—Bueno, estoy bien y ahora mismo es Natalia quien nos necesita —le dije intentando calmarla.

Que Thiago y Adri hubieran llegado al acuerdo de no hablar sobre mi persona le había molestado más a ella que a mí. En parte lo entendía. Los tíos son muy simples, tanto que a veces solucionan las cosas arrancándolas de cuajo. ¿Que esta mano me molesta? Pues me la corto. Vale, vale, es un decir, pero no voy desencaminada.