LETICIA
No soportaba ver a Adrián como un perro tras aquella rubia. Ni siquiera para su cumpleaños había podido convencerlo de que esa chica no le convenía. Adrián era un hueso duro de roer cuando se le metía algo en la cabeza, y yo empezaba a estar harta de ver cómo perdía el tiempo con ella. ¿No se daba cuenta de que esa tía no era más que una perdedora?
Le había enviado algunos mensajes, uno de ellos con un bicho incluido, pero no se daba por enterada. O no tenía miedo o era tonta, probablemente lo segundo. Quizá debería usar alguno de los trucos que sabía que había utilizado mi madre para asustar a alguna de las amantes de mi padre.
Él era un calzonazos y no sabía quitárselas de encima, así que era mi madre quien se encargaba de hacerlo cuando ya llevaban demasiados meses calentándole la cama. Mi madre siempre decía que había tías que habían nacido para follar y otras para ser la esposa de alguien importante.
Estaba claro en qué grupo me situaba yo y en cuál se situaba Lea. No había color.
Yo siempre me había fijado en mi madre y para mí era un modelo que seguir.
Me encantó cuando le mandó unas flores a una de las amantes de mi padre. Era alérgica al polen y casi la manda al otro barrio.
También fue muy divertido cuando le jodió los frenos del coche a la vecina. Hacía unos meses que se tiraba a mi padre y mi madre empezaba a estar harta de ver su cara de estirada. Su coche se estrelló contra uno de los árboles de la urbanización y acabaron vendiendo la casa.
Bueno, Lea no era alérgica a nada que yo supiera. Tampoco tenía coche, aunque sí conducía. Pero podía buscar sus puntos débiles, eso era lo que había aprendido de mi madre. ¿Y cuáles eran? Adrián era uno, pero no iba a dañar a mi propio chico, por supuesto. Otros podían ser Natalia o Alexia, no lo iba a descartar como posibilidad.
Adrián había tomado una mala decisión y, la verdad, me cogió por sorpresa que decidiera dejarme. Supuse que aquella chica le había comido la cabeza porque estaba distinto.
Pero conozco a mi chico como la palma de mi mano y sé que, en cuanto me ponga a tiro, volverá a mí.