55

 

 

 

 

—Oye, Thiago, me equivoqué —comenté más seria, intentando retomar aquella conversación—. Pero quiero que sepas que había decidido decírtelo y que entonces apareció en escena la carta de mi madre y... ya sabes...

—Te creo, pero me dolió mucho que fueras tú precisamente quien no me lo dijera.

—Puedo imaginarlo. No lo hice para fastidiarte, sino todo lo contrario. Fui egoísta porque no quería verte sufrir.

—Sabía que no era solo por lo de Instagram, sabía que había algo más, pero jamás hubiera pensado que era... eso.

Le costaba verbalizarlo y lo entendía perfectamente. No era sencillo asimilar que tu padre le ponía los cuernos a tu madre.

—Comprendo tu enfado, yo me habría subido por las paredes.

—Tú me habrías dejado tuerto con tus gritos y me habrías mandado a la hoguera. —Su tono bromista me hizo sonreír, pero no iba muy desencaminado.

—Pero también te habría acabado perdonando —tanteé con precaución.

—Yo te perdoné aquella misma noche, Alexia. Estaba realmente ido, pero sobre todo era por mi padre, por sus mentiras, por su doble vida y por mi madre. Y tú fuiste la primera que pillé por delante.

—Pero me lo merecía, debería haber confiado en ti. Siempre me ha costado confiar en la gente..., excepto en Apolo.

Ambos soltamos una risilla. No habíamos tenido oportunidad de hablar de todo aquel embrollo.

—¿Cuándo supiste que yo era la Protectora? —le pregunté entornando los ojos.

—Exactamente no sé cuándo, pero empecé a sospecharlo cuando dormimos juntos y tuviste pesadillas. La cagué, yo también la cagué, pero no quería perder esa relación que teníamos. Tú estabas con Nacho y, a través de esas conversaciones, sentía que también eras un poco mía. Cuando volvimos a estar juntos, decidí explicártelo todo...

—Con tu tía, la pelirroja, cobarde.

Nos reímos y continuamos charlando.

—Pensé que así sería más sencillo, además me apetecía que la conocieras.

—Los dos hemos aprendido que es mejor hablar que callar.

—Aunque duela —añadió él.

—Es mejor no guardar este tipo de secretos.

—Los secretos de Alexia —dijo alzando ambas cejas un par de veces.

Nos reímos los dos al recordar aquellas largas charlas entre la Protectora y Apolo.

—Era muy divertido —concluí pensando en ello.

—Yo me quedé pillado por ti. En el mundo real y en el virtual, qué curioso.

Hablaba en pasado, pero no quería dramatizar. Lo tenía delante y parecía que podíamos empezar a charlar con cierta normalidad. Si nos despedíamos con un simple adiós y sin ironías de por medio, ya podía estar contenta.

—Llegó un momento en que me moría por conocerte, pero estaba cagada. ¿Y si eras un abuelo?

—En cambio, yo sabía que eras guapa, no me preguntes por qué.

Nos reímos de nuevo y seguimos charlando sin darnos cuenta de que era tarde. Me acompañó de nuevo hasta la sala.

—Gracias por todo, Thiago —le dije antes de entrar en aquella estancia.

Su mano cogió la mía y un largo escalofrío recorrió mi cuerpo. Lo deseaba como a nadie y sentía unas ganas exageradas de besarlo. Su dedo pulgar dibujó un círculo en la palma de mi mano y recordé en pocos segundos qué sentía al estar en sus brazos. Mi cuerpo se tensó ante el cosquilleo que noté en mi sexo y me separé un poco de él, temiendo aquella sensación.

Nos despedimos apresuradamente y me volví para verlo marchar. Él hizo lo mismo y me sonrió. ¿Era eso lo que nos quedaba? Mejor eso que nada, pero me sabía a muy poco. El enfado se había esfumado por arte de magia y ahora mis sentimientos afloraban. Lo deseaba, lo quería a mi lado y me costaba entender que estaba con otra chica. Pero no me quedaba otra opción, no puedes obligar a alguien a estar contigo.

Después de cenar con mi padre me fui al piso, me di una buena ducha y, aunque el sofá era muy incómodo, me dormí en él a los pocos minutos con un libro en las manos.

—¿Sí?

—Alexia...

Me desperté de golpe al oír la voz desesperada de Adri al otro lado del teléfono.

—¿Qué?

—Es Lea.

Miré la hora: las tres de la mañana.

—¿Qué le pasa? —pregunté incorporándome de un salto.

Tuve que aguantarme en el sofá porque se me iba la cabeza.

—Joder, Adri. ¿Dónde estás?

—Estoy en el aparcamiento de Magic. Ella llevaba las llaves de mi coche y se ha largado sin decir nada.

—¿Y eso?

Joder, ¿me llamaba porque se habían peleado?

—He besado a Leticia y...

—¡Hostia, Adri!

—No, no es lo que piensas. Luego te lo explico. Lea va muy borracha y no sé si ha tomado algo más...

—¿Algo más?

—¿Coca? —preguntó como si yo tuviera que saberlo.

Puse el manos libres y fui hacia la habitación como un rayo para cambiarme de ropa.

—¿Ha dicho adónde iba?

—No he podido ni hablar con ella...

¡Mierda!, Lea cuando quería era más impulsiva que yo.

«Como le pase algo...»

Evidentemente, tras colgar a Adri, llamé a Lea, pero no contestó al teléfono. Era raro que a mí no me lo cogiera y quise pensar en positivo: estará conduciendo. Con ella no quería ponerme en lo peor porque entonces lo único que haría sería llorar y no podría ayudarla.

Nada más salir del piso vi el coche de Thiago. ¿Qué coño...? Me acerqué para mirar dentro y lo vi sentado en el sitio del conductor, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. ¿Dormía?

Di un par de golpes en el cristal, pero no se movió. Me puse nerviosa o, más bien dicho, histérica porque nerviosa ya había salido de mi casa.

—¡Thiago! —Di un fuerte golpe en el cristal y abrió los ojos.

Me quité un buen peso de encima al ver que abría la puerta y que estaba bien.

—¿Qué haces aquí?

—Eh..., quería hablar contigo —respondió adormilado.

—¿A estas horas?

—Hacer un par de horas que estoy aquí —dijo mirando el reloj.

—Me crecen los enanos, joder. Thiago, me ha llamado Adri porque Lea ha pillado su coche y se ha ido no sabemos adónde. Va muy borracha, tenemos que encontrarla. —Subí a su coche y cerré dando un portazo—. Déjame pensar —dije pinzando el puente de la nariz.

—¿Hay algún lugar donde le guste ir en especial o algo así?

Lo miré pensando. No, que yo supiera.

—Supongo que la has llamado —sugirió con cautela pasándome su teléfono.

—Voy a probar otra vez —dije temblando porque no sabía por dónde empezar a buscarla.

Thiago acarició mi otra mano mientras yo llamaba a mi mejor amiga. ¿Dónde coño estaba?

—¿A... lexia?

—¡Lea! ¿Dónde estás?

—No sééé...

—Vale, ¿estás conduciendo?

Oí la música de la radio y supuse que estaba en el coche.

—El muy hijo de puta se ha liado con ella.

—Lea, cariño...

—La lechuza se ha salido con la suya y se han morreado en mi cara de desgraciada, porque soy una desgraciada, ¿lo sabes? Estoy seca, vacía, muerta. No tengo nada.

—Lea, seguro que ha sido un malentendido.

—No. Lo he visto con mis ojos y ahora ya da igual. ¡Eh, tú, hijo de puta! Joderrr... La peña no sabe conducir.

—Lea, aparca el coche, dime dónde estás y voy a recogerte. No puedes conducir en ese estado.

—Naaa..., la coca lo soluciona todo. Ahora mismo iba pensando en pillar un gramo de esos. Me he ido llorando al baño y había tres chicas metiéndose una raya. Les he dado veinte euros y me han dejado una para mí. Al final he estornudado y a tomar por saco el polvo ese —dijo soltando una carcajada.

Uf, me estaba costando un mundo mantener el tipo y no pegarle un buen grito, pero no era la solución; y no quería que me colgara. En ese estado, no sabía cómo podía reaccionar.

Thiago accionó el altavoz en mi móvil y yo lo miré extrañada.

—Lea, soy Thiago. ¿Qué ha pasado, rubia?

—¡Que tu amigo el morenito es un puto cerdo!

—Oye, rubia, ¿puede ser que Leticia llevara justo la misma máscara que tú?

—¿Eh?

—¿No ibas con una máscara negra con unos flecos de purpurina roja?

—Sí...

Yo lo miré flipada, ¿había estado en la fiesta? Thiago me señaló su móvil con el dedo. Vale, había estado hablando con Adri mientras yo lo hacía con Lea.

—Pues creo que Leticia llevaba la misma máscara, probablemente sabía cuál ibas a llevar tú y ha querido putearte. Adri, al tenerla delante, ha pensado que eras tú y ella se ha tirado encima de él. Cuando Adri se ha dado cuenta, se ha separado de ella, pero ya te habías ido.

—¡Joder! ¡Será puta!

Todo su enfado se focalizó en Leticia y empezó a soltar una retahíla de tacos. Pero no dejó de conducir, y eso era lo que me estaba poniendo histérica.

—Rubia, no deberías conducir...

—¡Imbécil! —Oímos cómo apretaba el claxon y Thiago y yo nos miramos asustados.

Nos temíamos lo peor y a mí me vinieron a la cabeza las imágenes de mi accidente.

—Lea, por favor, dime dónde estás...

—El cartel ese dice que estoy cerca del Bernabéu...

—Vale, aparca donde puedas —le indicó Thiago—. En cinco minutos estamos ahí.

—No, no, ya sé volver...

De repente oímos que subía el volumen de su radio. Sonaba «Usted» de Juan Magán y Mala Rodríguez.

—¡Alexia! Que no podrán con nosotras, ¡esta va por la lechuza! ¡Yujuuu!

—Lea, escucha...

Y pasó...

Oímos un bocinazo y un grito de Lea, seguido de un ruido muy fuerte.

—¿Lea?

¡Dios...! No... no...

Mi amiga no contestaba al otro lado del teléfono, pero seguíamos oyendo la música aquella a todo volumen.

—¡¡¡Leaaa!!!