Tres años después...
O sea, si alguien me hubiera dicho que mi destino estaba junto al nuevo alcalde de Madrid, me lo habría creído. Por supuesto. Alguien como yo, con mi estilo, mi glamour y mi saber estar tenía que llegar bien alto.
Cuando miraba atrás, me entraba la risa. Pensar que me había roto los cuernos por conseguir a Nacho. En fin.
El tiempo lo pone todo en su lugar, y ahí estaba yo, de camino al piso de mi prometido. Había decidido prepararle una sorpresa a mi vuelta. Aunque antes pasé por La Perla para comprar un conjunto de seda. A mi chico le encanta el tacto de la seda y, aunque es un poco incómoda, me gusta hacer lo posible para que se cumplan sus deseos.
Justamente allí me encontré a Débora, a quien no veía desde hacía más de un año. Cuando Leticia se fue dejamos de vernos y de ser amigas. Me preguntó cómo me iba todo, y cuando le expliqué qué hacía en la tienda, arrugó la nariz.
—No deberías vestirte para un hombre, sea quien sea. Lo primero eres tú.
La miré detenidamente. ¿Se había metido algo? Quizá todavía se drogaba, porque Débora en aquellos tiempos era muy dada a probar de todo. Probablemente iba hasta el culo de pastillas de esas antidepresivas; quizá aún no había superado lo de Thiago. Siempre fue el amor de su vida, como Nacho fue el mío. Pero yo había logrado rehacer mi vida. Nacho se quedaba en un vago recuerdo que a veces usaba en mis fantasías sexuales, poco más.
Un día me lo crucé por Serrano, pero no quise saludarlo. Iba del brazo de una chica en la cual no me fijé porque mis ojos se quedaron clavados en aquel cuerpazo. O sea, que estaba muy guapo y eso. Siempre fue un tío guapo, pero verlo de repente me impresionó un poco. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció y me acordé de Alexia. Puta Alexia. Todavía sería mío si ella no se hubiera metido entre nosotros dos.
En fin. No podía quejarme, porque yo me codeaba con la jet set de Madrid junto a mi futuro marido, el próximo alcalde de la capital. Qué bien sonaba, ¿verdad? Estaba la mar de contenta.
Abrí la puerta del apartamento con una sonrisa en los labios que desapareció en cuanto oí esos gemidos.
—Así, preciosa, así...
¿Era... Ramón?
Lo has visto en películas, lo has leído en libros e incluso alguna que otra amiga te lo ha explicado, pero cuando abres la puerta y ves a tu futuro marido desnudo follándose a una de tus amigas..., es complicado explicar qué sientes.
Entorné la puerta con rapidez.
—Fóllame, Ramón... sí...
Apreté el bolso entre mis manos. O sea, ¿qué debía hacer? Pensé en mi madre, ¿qué me habría dicho? Probablemente me hubiera nombrado a Rousseau: «La mujer debe ser pasiva y débil. Las mujeres están hechas especialmente para complacer al hombre».
Salí del apartamento, me atusé bien el pelo en el ascensor y me repasé el pintalabios con esmero. Estaba perfecta. Me sonreí un par de veces al espejo; así mucho mejor.
Pero una sombra pasó por mis ojos y no la pude obviar. Me acordé de Débora en esos momentos. ¿Qué me habría dicho ella?
Hay gente que pasa por la vida de puntillas y hay gente que la vive al completo: se cae, la pifia, se vuelve a caer y la vuelve a pifiar. Hasta que un buen día alguien a quien quieres de verdad te abre los ojos.
En mi vida ese alguien fue Thiago.
Yo siempre había tenido un físico espectacular y, a pesar de que diréis que eso es una ventaja, para mí fue el pozo de mis inseguridades. Siempre tenía la necesidad de estar impecable, de no comer más de la cuenta, de que aquel tanga mostrara un culo perfecto... Era bastante agobiante, y a ratos me sentía harta de mí misma, porque realmente era yo la que fijaba esos objetivos.
Todo eso me hacía sentir insegura y en muchas ocasiones pensaba que veían en mí a una tía buena y tonta, con lo cual acababa atacando antes de dejar que me conocieran en realidad. Era más sencillo ser una superficial y esconder mis sentimientos.
Con Leticia y Gala me sentía cómoda porque eran las chicas perfectas para no profundizar demasiado en nada. Además, me alentaban a luchar por Thiago, de quien creía que estaba enamorada. Él solo fue aquel chico del que quise engancharme para no tener que sufrir. La idea era tener un novio guapo, un novio con un buen futuro y un novio con quien casarme y tener hijos.
¡Madre mía!, cuando lo pienso ahora me dan arcadas.
Afortunadamente, Thiago fue mucho más y logró sacarme de ese letargo con sus simples palabras. Sabía que me quería, a pesar de las putadas que yo les había hecho a él y a Alexia, y sabía que lo que decía era muy cierto. Yo no era una simple cara bonita; podía conseguir lo que me propusiera en la vida, con mi propio esfuerzo y sin depender de nadie.
Terminé mis estudios de Farmacia con muy buena nota y durante estos tres años he dedicado mi tiempo libre a cosas más... ¿productivas?
Empecé a ir con mis amigas de la facultad y una de ellas me descubrió un nuevo mundo. Marta era una de los muchos voluntarios de una ONG que luchaba contra la desigualdad y la pobreza de nuestro país. Esa ONG intervenía en varios centros educativos de Madrid, y cuando empecé a trabajar con ellos, me sentí por primera vez bien. Siempre le digo a Marta que estos niños me dan más a mí que yo a ellos.
Evidentemente, he cambiado y no soy la niña de papá que decía a todo que sí. Tuve discusiones fuertes con mi padre, pero mi madre siempre estuvo a mi lado porque tiene el mismo buen fondo que yo. Gracias a ella, he podido ser fiel a mis ideas; si no hubiera podido hacerlo, quizá hubiera terminado marchándome de casa. Por dinero no hubiera claudicado, ya no.
El dinero tiene otro sentido en mi vida y creo que lo despilfarramos sin saber que hay gente que no puede ni comprar una barra de pan.
Días atrás vi a Gala en La Perla. Lógicamente, yo pasaba de esa tienda y de la ropa extracara que venden en ella, pero entré porque vi en su cara ciertos rasgos de preocupación. No éramos amigas, pero siempre te queda el recuerdo de lo que fuimos.
Me dejó muy flipada cuando me contó que salía con Ramón Feligrés... Menudo capullo estaba hecho el tío con lo joven que era. Ella me explicaba orgullosa que iban a casarse en menos de un año y que había entrado para comprar ropa interior de seda porque a él le gustaba. No eran necesario tantos detalles, pero Gala era así.
Le dije muy seriamente que no debía claudicar a sus deseos de esa forma, pero creo que no me tomó en serio. Lástima porque, a veces, abriendo bien los oídos, tu vida podía tomar otro rumbo y mejorar.
Me arrepentía de muchas cosas, por supuesto, pero había logrado encauzar mi energía en algo positivo. Las putadas que le hice a Alexia en su día me sabían a hierro quemado, más ahora que antes. ¿En qué me había convertido? Sabía que ella me había perdonado porque habíamos tropezado un par de veces y me había saludado con mucha amabilidad. ¿Me perdonaría yo a mí misma? Era complicado saber que habías hecho cosas tan feas...
Los mensajes, las llamadas, lo de Nacho... Joder, lo de Nacho tampoco fue cualquier cosa. Aunque a él también se le había pasado el enfado con rapidez.
—Pero buenooo, ¿quién hay debajo de esas trencitas?
—¡Nacho!
Nos dimos un fuerte abrazo y nos reímos de la alegría.
—¿Cómo va eso, Débora?
—Princesa, eso solo te lo digo a ti.
—¿Seguro?
—No ha habido otra princesa en mi vida, Sandra.
A ver, ¿qué le iba a decir? Estaba en su cama, acababa de echar el polvo del siglo con ella y estaba tan relajado que no quería irme de casa de sus padres.
Era la primera chica que me interesaba en serio desde... desde Alexia. Después de aquella ruptura no conocí a nadie con quien realmente quisiera salir en serio, así que había dedicado esos tres años a practicar, ya me entendéis. Con este cuerpo que Dios me ha dado no iba a defender el celibato. Eso sí que hubiera sido pecado.
La realidad era que Alexia me dejó tocado y que me costó volver a entregarme de esa forma, pero con Sandra... Sandra me ponía a mil dentro y fuera de la cama. Es una tía con carácter, con dos pares de cojones y eso que tiene cuatro años menos que yo.
¿Cómo la conocí? Estoy trabajando a media jornada en una escuela concertada como profesor y ella empezó allí las prácticas de educación infantil. Cuando la vi..., joder, mis propios alumnos me dijeron que cerrara la boca porque se me caía la baba. Y no es que sea una tía tipo Débora, no. Es guapa, por supuesto, y tiene unos ojos que se comen el mundo. Cuando habla gesticula tanto que parece que te va a caer una hostia de un momento a otro. Cuando escuchas su voz... Madre de Dios bendito... Tiene una voz dulce que no le pega nada. El contraste es acojonante, en serio.
Con la tontería, llevamos unos meses saliendo y me tiene loco. A nuestros amigos les cae muy bien, en especial a Alexia. A pesar de su edad, Sandra se ha acoplado muy bien a nuestro grupo y con Alexia se pasan el rato riendo. A veces pienso que se ríen de mí, pero me da igual, me encanta ver a Sandra reír.
—Es un encanto. —Alexia siempre la piropea delante de mí.
—Lo es —le confirmé viendo cómo bailaba con Lea en Marte.
—¿Cuándo vas a dar algún pasito?
—¿De qué hablas?
—De Sandra, ¿de qué va a ser?
—¿Te ha dicho algo? —pregunté entornando los ojos.
—No, pero te veo pillado por ella, y ella no lo sabe.
—¿Y tú por qué lo sabes?
—Porque nos conocemos.
Nos miramos ambos y nos sonreímos. Alexia se había convertido en una de mis mejores amigas. Todos teníamos claro que Thiago y ella eran una pareja consolidada e impenetrable. Ninguno de los dos temía una traición, confiaban el uno en el otro y se amaban por encima de todo. Tal y como debía ser, claro.
—Vale, me has pillado. Me tiene cogido por los huevos.
—Lo que significa que estás in love.
—Dicho así no suena tan mal, ¿no crees?
Nos reímos y Thiago se unió a nosotros.
—¿Ligando con mi chica?
—Tu chica es muy pesada, Thiago.
—¿Porque te ha comentado su teoría de que estás enamorado hasta las trancas de esa niña?
—No es una niña —me quejé.
Thiago me puso su mano en la frente.
—Tío, no lo has negado. ¿Lo estás?
—¿Qué le pasa a este? —preguntó entonces Lea.
Mierda, el secreto iba a durar dos segundos.
—Que está embarazado —respondió Alexia riendo.
Lea empezó a reírse con ganas y supuse que usaban algún tipo de lenguaje femenino que yo no entendía.
—A callar todos. Quiero decírselo yo, no hace falta que se entere por un grupo de hienas.
—¿Nos ha llamado llenas? —preguntó Alexia.
—Llenas de amooor... —Lea y ella empezaron a reír de nuevo y me fui de allí poniendo los ojos en blanco.
Cuando se juntaban las dos, podía darte un ataque de risa en menos que canta un gallo.
Miraba a mis amigos y no podía hacer más que sonreír. Habíamos pasado muchas cosas juntos, algunas muy divertidas y otras no tanto.
Recordé la muerte del padre de Natalia, después la muerte de la madre de Alexia, mi accidente de coche... Pero todo aquello quedaba bastante lejos.
Mis dos amigas estaban geniales, salían con sus respectivos chicos y eran felices. No podía pedir más.
¿Y yo? Ideal de la muerte, ¿no me veis?
Adri y yo seguíamos juntos y muy enamorados, aunque cada uno en su casa, eso sí. Por eso, a la que podíamos hacíamos alguna escapada y nos pasábamos todo el fin de semana metidos en la cama. No nos sobraba el dinero, así que no íbamos de hotel tan a menudo como hubiéramos querido, pero en cuanto teníamos algo ahorrado buscábamos alguna oferta para poder pasar el fin de semana juntos.
Adri estaba trabajando en la recepción de un hotel. Evidentemente era algo temporal, pero no se nos caían los anillos. Sabíamos que el mercado laboral estaba jodido, así que, mientras, aprovechaba para ir echando currículos a diestro y siniestro.
Yo ayudaba a mi madre en el centro cuando podía y hacía de guía turística para una agencia de viajes situada en el centro. Me pirraba ese curro y me lo pasaba superbién con los guiris. Me tiraba horas parloteando y ellos me escuchaban como si fuera Beyoncé. Bueno, quizá no tan impresionados, pero alguno que otro intentaba ligar conmigo, sin lograrlo, claro.
—Pues esta tarde había un par de chicos que se parecían a Nick Bateman.
Adri y yo estábamos en uno de esos hoteles con encanto, abrazados en el balcón y mirando las estrellas.
—Todos se parecen a Nick, Lea —replicó riendo.
Mi chico estaba curado de espantos. Sabía que el modelo era mi amor platónico, pero que jamás superaría al amor que yo sentía por él.
—Todos, todos... ¿Qué quieres que hagamos mañana?
—Pues a las once dejamos la habitación y a las doce podrías acompañarme a llevar un currículo.
—¿Mañana domingo?
—Sí, es una chica que tiene su propia empresa y necesita un traductor.
—Una mujer, querrás decir.
—No, no. Una chica joven, de unos veintidós...
—¿Como yo? —exclamé asombrada.
¿Quién era esa tía? ¿Superwoman?
—Vaya, pues sí. Como tú.
—¿Y qué más?
—¿Qué más?
—¿Cómo se llama? ¿Cómo es? ¡Esas cosas!
No soy celosa, pero más vale prevenir...
—Eh... Elsa, y es alta, morena y joven. Mañana la conocemos, ¿te parece?
—Sí, sí. Te acompaño.
Adri soltó una risilla, pero la ignoré. Repito: no soy celosa.
Al día siguiente, después de otra noche fabulosa con mi chico, nos fuimos hacia el barrio de La Latina. El edificio en el que entramos era bastante nuevo y subimos las escaleras hasta el primer piso.
No soy celosa, pero estaba un poco nerviosa. ¿Y si esa chica era la mismísima Shakira?
«No digas tonterías. ¿Dónde está esa Lea segura y decidida?»
—Ánimo, tú puedes —le dije en un susurro al oído.
Adri me miró y me desarmó. Si es que lo adoraba...
Nos abrió la puerta una mujer mayor, con muchas arruguitas y con una sonrisa de oreja a oreja. Eso sí, con un pelazo que ya quisiera yo a su edad.
«Vaya, Shakira ha envejecido bastante...»
—¿Adrián? Pasa, pasa...
Pensé que aquella mujer sería la abuela de la chica empresaria y seguí a Adri sin darle más importancia.
—Al fondo, a la derecha —le indicó ella con una sonrisa.
—¿Te espero aquí? —pregunté observando aquel salón tan moderno.
Estaba segura de que aquella abuelita no vivía allí porque no había ni un tapete de ganchillo. ¿Sería otra ayudante?
—No, no, ven conmigo.
El pasillo no era muy largo porque solo había tres puertas. La primera era la de la cocina y la segunda la del baño. Lógicamente, lo supe porque estaban totalmente abiertas.
Cuando llegamos a la tercera puerta, Adri dio un par de golpes, pero nadie respondió. Nos miramos y alcé los hombros.
—A ver si está echando la siesta —lo dije en serio, pero Adri se rio.
Alcé las cejas y le indiqué que se callara con el índice en mis labios.
¿Estaba tonto o qué? Si lo oía la tal Elsa...
—Hablando de siestas...
Adri abrió la puerta y yo mi boca al ver aquella habitación de matrimonio. ¿Dónde estaba el despacho que esperaba ver?
—¿Qué...?
Adri entró y me señaló la cama. ¿Qué había encima? ¿Una foto? ¡Una foto de Nick Bateman! La cogí al vuelo y confirmé que era el modelazo. Sin pensarlo le di la vuelta. ¿Y si estaba firmada por él? «Rubia, esta es mi manera de decirte que adoro tus rarezas porque no sé qué le ves al tío este, la verdad. Pero me encantas, te quiero y... ¿compartimos piso?» Parpadeé un par de veces antes de volver a leer sus últimas palabas. ¿Compartimos piso?
Literalmente me tiré a sus brazos y caímos en la cama entre risas.
—¡Sííí!
La tal Elsa no existía, claro. Adri y Natalia se habían confabulado para darme esa sorpresa. El piso era de una tía abuela de mi amiga que lo alquilaba a un buen precio. No era una mansión, pero era nuestro primer nido de amor.
—¿Te ha gustado el piso de mi tía? —Esa era Natalia al cabo de media hora.
—¡Me ha encantado, petarda!
Acompañé a mi madre al cementerio porque me lo pidió casi de rodillas. No me parecía lógico que, tras la muerte de mi padre, mi madre siguiera fingiendo, pero era lo que llevaba haciendo durante estos tres años largos. No iba cada semana, ni siquiera cada mes, pero sí cada dos o tres meses para poner flores frescas.
—¿Qué dirán sus hermanas si ven que no voy nunca?
—Mamá, da igual lo que digan ellas. Tienes la razón de tu parte.
Mi madre fruncía el ceño y acababa negando con la cabeza, como si yo no fuera capaz de entenderla. Y tal vez era así porque no comprendía por qué se preocupaba por «el qué dirán». Mi padre no se había comportado bien con ella, ¿no había bastante con eso?
Yo había ido en contadas ocasiones, creo que esta era la cuarta. No tenía ninguna necesidad de ver su lápida ni de hablar con él. Mi mente había hecho una especie de reset con mi padre y procuraba hablar lo mínimo de él con nadie.
Incluso con Ignacio.
A mi chico acabé explicándole todo el percal, pero tampoco le di detalles. No me gustaba esa gente que se jactaba de sus desgracias, y yo no quería ser una de ellas.
Igna me apoyó en todo y supo estar siempre a la altura porque no se ha inmiscuido nunca en este tema. Creo que entiende perfectamente que es un tema doloroso y que aquel dicho de «muerto el perro se acabó la rabia» no es cierto. Vivir una historia como esta te deja tocada, quieras o no.
Igna también llevaba una buena mochila con lo de su exmujer porque, aunque se divorciaron y nosotros empezamos a salir juntos, ella seguía dependiendo de él para todo. Al no tener familia en Madrid, Igna se vio obligado moralmente a estar pendiente de ella, hasta que se dio cuenta de que sus intenciones eran otras. Por lo visto, ella seguía enamorada de él y le propuso empezar de cero y hacer las cosas bien. Igna lo tenía claro: con quien quería mantener una relación era conmigo. Dejaron de verse y ella continuó al acecho hasta que se dio por vencida y la perdimos de vista.
El camino no ha sido fácil, pero aquí estamos juntos e igual de enamorados que el primer día.
—¿Qué dice Lea? —me preguntó mientras caminábamos por Gran Vía.
—¡Le ha encantado el piso! Y se ha quedado alucinada.
—Pues yo también tengo una sorpresa.
Lo miré entornando los ojos. Habíamos hablado muchas veces del mismo tema y le había dicho que no. Igna vivía solo y quería compartir piso conmigo, pero yo no veía el momento. A ver, me quedaba varias noches con él, pero no era lo mismo. Mi propia madre me animaba a independizarme de ella diciéndome que se encontraba muy bien, pero no me atrevía a dar el paso.
—No, no tiene nada que ver con el piso.
—¿Entonces?
—Hace una semana hice una entrevista para un puesto en el bufete de abogados Martínez...
—¿Y?
—Y me han llamado. ¡El puesto es mío!
Salté a sus brazos y dimos varias vueltas en medio de la calle.
—¡Qué bien! ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Quería darte una sorpresa. Bueno, allí trabaja uno de mis primos y me dijo que tenía muchas posibilidades.
—Vas a ser un superabogado —le dije con cariño.
—Ahora podríamos empezar a hacer planes...
Sonreí porque Igna tenía muchísimas ganas de vivir en pareja conmigo y eso me halagaba. Además, yo había dejado al calvo hacía unos meses porque me habían ofrecido un puesto mucho mejor en una empresa de publicidad. Estaba encantada de la vida y mi sueldo había mejorado notablemente.
La verdad era que a mí también me apetecía vivir con él... ¿A qué esperaba? Mi madre estaba mucho mejor y se pasaba las horas en el súper, aquello era su vida. Sin pensarlo, en aquel mismo momento tomé la decisión.
—Pues sí —le dije decidida.
—¿Sí qué?
—Quiero hacer planes contigo.
Igna abrió mucho los ojos.
—¿¿¿En serio???
—Sí, pero no me montes una performance como la que hizo Thiago. Con una cama llena de pétalos me conformo.
Igna me volvió a abrazar y nos reímos los dos antes de darnos un beso de película. Alguien carraspeó a nuestro lado.
—Buenas tardes...
¿Era el padre de Alexia? Nos separamos unos segundos y vimos a Emilio y Judith señalando el coche en el que estábamos apoyados.
—Es nuestro coche —dijo él con una sonrisilla.
—¡Uy! Perdona, Emilio —me dijo la amiga de Alexia con las mejillas encendidas.
Judith y yo nos reímos porque parecía que los habíamos pillado en un momento clave. La pareja se apartó del vehículo y nos despedimos.
Subimos al coche después de acomodar a Laila en su silla.
—¿Estás bien, cariño?
—Tí.
Judith se sentó a mi lado y nos miramos con cariño. Di un último vistazo a Laila antes de arrancar para asegurarme de que todo estaba en su sitio. No es que tuviera miedo, pero siempre era mejor prevenir.
—Vamos, que nos esperan —dijo Judith señalando mi móvil.
Sonreí porque no había visto padre que adorara más a su pequeña. Tampoco era algo tan extraño porque Laila era un encanto. Ahora mismo tenía poco más de un año y podía engatusarte con esos ojos verdes.
En momentos como ese, recordaba a Alexia, a mi exmujer. Seguía sin entender cómo no había adorado a su pequeña desde el primer día. Era tan sencillo amar a nuestra hija. Siempre había sido una niña adorable, con ganas de aprender y muy curiosa. El único momento complicado que recuerdo con ella fue después del accidente de Antxon. A veces me pregunto qué habría ocurrido si no la hubiera dejado con su madre. Alexia y yo también lo hemos hablado en alguna ocasión y siempre acaba diciendo lo mismo: no hubiera conocido a Thiago.
Estaba claro que mi hija le amaba, pero sufría por ella porque temía que el padre de Thiago se entrometiera en su relación. Pero por lo visto Alexia y Thiago tenían claros sus sentimientos y nadie había podido con ellos.
Al principio pensé que estaba enamorada de Marco, pero después entendí que él sí bebía los vientos por ella, pero que mi hija no sentía lo mismo. Afortunadamente, Marco se retiró con dignidad y en nada lo vimos del brazo de Beatriz. Me alegré mucho por él porque es un buen muchacho.
—¿En qué piensas tanto? —me preguntó Judith mientras aparcaba frente a LOFT.
—¿Cómo sabes que estoy pensando?
—Porque mueves los labios como si hablaras contigo mismo.
Judith me imitó y solté una carcajada.
—¡Mami! —gritó Laila.
Nos volvimos y vimos a Alexia charlando con Marco en la puerta de entrada del edificio.
—¡Mami!
Judith y yo nos sonreímos y salimos del coche.
—¡Laila! —exclamó Alexia al verla.
—¡Mami!
Alexia la abrazó y le dio un sonoro beso.
—Mami no está, pero tienes a papi —le dijo pasándole la niña a Marco.
—Creo que tiene ganas de ver a Beatriz —les dije sonriendo.
—¡¡¡Mami!!!
Nos volvimos todos hacia el otro de la calle, sorprendidos ante el grito de Laila, y tras ver el cartel publicitario donde Beatriz posaba en ropa interior, nos reímos.
—Joder, qué susto, enana —le dijo Marco sonriendo—. Mami está en Londres, pero mañana la tenemos aquí. Gracias por cuidar de ella —nos dijo a los dos.
—Ya sabes que nos encanta estar con este bomboncito —comentó Judith con cariño.
Los padres de Marco eran muy mayores y su hermana se había ido a vivir a Valencia, así que de vez en cuando nos pedía el favor de cuidar a la niña. Beatriz no viajaba mucho, pero cuando era imprescindible Marco nos llamaba para saber si podíamos echarle una mano con Laila.
—Os tomo la palabra —replicó Marco con una sonrisa.
Conocer a Beatriz y tener a Laila era lo mejor que me había pasado en la vida. En algunos momentos crees que tu vida es una mierda, que nada vale la pena, que se va todo a tomar por saco..., pero, de repente, te despiertas un día y todo ha cambiado. Y entonces conoces a la mujer de tu vida y tienes una niña preciosa con ella que te llena de una manera inexplicable.
Vale, si me dices tres años atrás que Laila iba a estar en mis brazos durmiendo como lo está haciendo ahora, me habría reído en tu cara. Pero os aseguro que esto de ser padre es una puta pasada. Aunque tenga sueño, aunque el sexo no sea tan habitual, aunque haya cambiado la juerga por los pañales, vale la pena.
Y curiosamente los que me ayudaban con el tema de la niña eran los padres de Alexia, la chica de la que había estado tan pillado que pensé que no volvería a sentir lo mismo por nadie.
En aquella época sabía que ella estaba colada por su amigo Thiago, pero me costó entender que a partir de su reconciliación yo iba a ser un personaje secundario en su historia. Esa niña me había calado, y aunque le había dicho a ella que no pasaba nada, sí pasaba.
Pensaba en ella, quería verla, me apetecía llamarla y un millón de cosas más. Eso solo podía significar una cosa: que me había enamorado de Alexia. ¿Qué hacer ante esos sentimientos? Podía apartarme de ella, dejar que fuera feliz y comportarme como el amigo que le había dicho que iba a ser. Y eso hice.
Yo no podía demostrarle mis sentimientos y seguía siendo ante ella aquel tipo chulesco e irónico que tanto la hacía reír. Pero la verdad era que me la hubiera comido a besos cada vez que sonreía para mí.
Jodido, jodido.
Verla con Thiago, riendo y besándolo, me quemaba por dentro. Había sido bien idiota por haberme colado por ella, pero había ocurrido casi sin darme cuenta. ¿Hablaba con ella? ¿Lo dejaba correr? ¿Se me pasaría con el tiempo? ¿Y si era ella la chica con la que quería algo serio? ¿Quería algo en serio? ¿En serio? Acababa riendo por los miles de tonterías que pasaban por mi cabeza. Pero la cuestión era grave: ¿Qué podía hacer? No puedes obligar a alguien a que te quiera.
Por suerte, escogí el camino correcto, porque con el tiempo aquellos sentimientos se esfumaron y además conservé su amistad. De vez en cuando salía con su grupo de amigos y también logré que entre Thiago y yo hubiera muy buen rollo. Las cosas del pasado se quedan en el pasado.
Y fue en una noche de esas en la que conocí a mi chica, a Beatriz, al amor de mi vida, que me tiene loco de cojones. Si es que está tremenda y además es... perfecta.
Me la presentó Adri, el chico de Lea, ya que trabajaron juntos en el pub de un colega. Nada más verla me quedé impresionado porque es guapísima, pero además tiene chispa, es divertida y un poco descarada. Uf... Aquella noche me tuvo como una moto y tuve que contenerme varias veces porque esos labios rojos me llamaban a gritos.
E hice bien, porque más tarde me comentó que no soportaba a los tíos que querían besarla el primer día, ya que le daba la impresión de que solo se fijaban en su físico. A ver, es que está muy buena; por algo es modelo. Pero los astros quisieron que aquel día mi mente estuviera muy lúcida y la acompañé a casa entre carcajadas y poco más.
Nos enamoramos aquel día. Los dos. Y a los pocos meses tuvimos claro que queríamos vivir juntos.
Laila vino de sorpresa, pero ¿qué mejor sorpresa que esa? Desde el minuto uno los dos lo celebramos, nos besamos, hicimos el amor y nos dijimos el uno al otro que seríamos los mejores padres del mundo.
Sí, podéis decirlo: soy muy feliz.
Cuando salimos con Alexia y los demás siempre acabo diciéndole lo mismo a Adri:
—Tío, ya lo sabes...
—Sí, sí. Marco me lo has dicho miles de veces en estos tres años.
—Pues te lo repito: pídeme lo que quieras.
Adri acababa riendo porque siempre le decía que gracias a él había conocido a la mujer de mi vida.
A Lea le había encantado la sorpresa que había organizado con la ayuda de Natalia. Alexia también había puesto su granito de arena, pero Natalia fue quien me pasó el contacto de su tía para poder alquilar aquel piso.
No era un gran piso, pero para los dos era más que suficiente. Mi trabajo en la recepción era durillo porque a veces los turnos eran jodidos, pero pagaban bien y no me podía quejar tal y como estaban las cosas. Éramos jóvenes y estaba seguro de que ya encontraría algo mejor. Si algo había aprendido al lado de Lea, era a ser positivo y a echarle huevos a la vida. Como Thiago o Nacho.
Mi mejor amigo vivía con su chica desde hacía tres años y les iba de puta madre. Y Nacho, el soltero de oro del grupo, se había decidido a declararle amor eterno a Sandra.
¿Por qué yo no? Siempre había pensado que cuando me marchara de casa sería para irme a vivir con colegas o incluso solo. Lo de vivir en pareja lo veía muy lejano, pero en ese momento era lo que más me apetecía. Quería levantarme por las mañanas y tener a Lea a mi lado. Quería ver de cerca sus locuras y quería no perderme nada con ella. Supongo que eso es el amor en mayúsculas, porque a veces crees que estás enamorado y más tarde te das cuenta de que estabas equivocado.
Como yo con Leticia.
Aún ahora me cuesta entenderlo, me cuesta verme con ella y me cuesta muchísimo comprender a ese Adri sumiso que no levantaba cabeza a su lado. Lea, con mucho tacto, siempre me comenta que Leticia usaba el maltrato psicológico conmigo y creo que es verdad. ¿Es raro que maltraten a un chico? Puede parecerlo, pero quizá es más común de lo que se cree.
—Adri, a veces no nos damos cuenta de que quien está a nuestro lado es alguien muy tóxico.
—Estuve dos años con ella, Lea.
—El tiempo da igual. Yo tuve una amiga muy amiga, lo éramos desde los cinco años y ¿sabes qué hizo a los quince? Intentar enrollarse con mi novio.
—¿Quién era ese novio?
—Esa no es la cuestión ahora. —Ladeó la cabeza y me hizo reír.
—O sea, que no era tan amiga.
—Pues más bien no. Estuve diez años con ella, Adri.
—Ya... Pero sin sexo, ¿no?
Soltamos los dos una buena carcajada y seguimos hablando de mis inseguridades. De vez en cuando pensaba en Leticia y me autoflagelaba.
Leticia ejercía un poder sobre mí que no era normal: no me dejaba salir con Thiago, no le gustaba que charlara con otras chicas, no soportaba que tuviera amigas... Todo lo hacía bajo la idea del amor, pero eso no era amor ni era nada.
Cuando lo pienso detenidamente, veo que yo mismo fui haciéndome pequeño ante ella, fui aceptando todas sus normas para no discutir, fui claudicando en todo y normalizando situaciones que salían de toda lógica. Thiago me había dado algún toque en alguna ocasión, pero no le hice caso. ¿Por qué? Estaba totalmente cegado por esa chica con carácter, guapísima y que parecía tan enamorada de mí.
Ahora sé que Leticia solo se quería a ella misma. Dudo que jamás encuentre el amor.
Seis años más tarde...
¡Dios! No lo soporto. Me veo gorda, desfigurada, tengo manchas en el bigote y no llego a los zapatos. Puto embarazo. No entiendo por qué no hice caso a mi primer impulso: abortar. Pero claro, Unai insistió tanto en que aquella criatura iba a unirnos más y no sé qué otras historias, que al final cedí. En mala hora.
A Unai, mi marido, lo conocí en una fiesta en San Sebastián. Llevaba en la ciudad casi un año y una amiga común nos presentó. No me costó nada conquistarlo porque cuando quiero soy como un corderito. La edad te da una experiencia que no tienes a los veinte, y me dije a mí misma que no iba a repetir los mismos errores del pasado, como confiar en mis amigas o ser tan transparente con mis intenciones.
Todo aquello que sucedió con la imbécil de Alexia y con su amiga Lea me sirvió para aprender mucho. Mi madre me desterró a aquel pueblo en el que estuve casi un año entero. Por poco no me muero allí encerrada, pero aproveché el tiempo para estudiar un máster que me llevó directamente a Pamplona, a cubrir una baja por maternidad en una escuela privada.
Mi perfil era el que buscaban en esa escuela y me quedé allí unos años más hasta que tuve algunos problemas con la directora. Ella pensaba que quería quitarle el puesto y no andaba equivocada. Pero no me salió bien la jugada, así que decidí irme a San Sebastián. Se acercaba el Festival Internacional del Cine y tal vez pudiera codearme con algún famoso.
Unai no era famoso, pero era el futuro heredero de una gran empresa textil de la zona, así que poseía coches, casas y mucho dinero. Yo a menos no iba a ir. Venía de una buena casa y, aunque no tenía una estrecha relación con mi familia, seguíamos dando una imagen de unidad y respeto.
Por supuesto nuestra boda fue de película y, aunque yo sabía que Unai quería más mi apellido que otra cosa, a mí también me convenía casarme con él.
Evidentemente, dejé de trabajar y me dediqué al ocio, a la diversión y al placer. Pero todo lo bueno se acaba y mi querida suegra empezó a insistir en que le diéramos un nieto. Unai, que siempre acaba obedeciendo a su madre, me enredó de tal manera que aquí me tenéis, embarazada y sin ganas de ser mamá.
Solo de pensarlo... Porque Unai no habló de todo esto que estoy soportando ni de lo que nos va a venir después: lloriqueos, pañales, malos olores, sueño, biberones y un largo etcétera al que no le veo la gracia por ningún lado. A veces pensaba en la madre de Alexia y me sentía muy identificada con ella...
—Leticia, querida —me había dicho—, no dejes que te digan qué debes o no debes hacer. Mírame a mí, con una hija como esa porque al tozudo de mi exmarido se le metió entre ceja y ceja que íbamos a ser muy felices con esa criatura. Todavía recuerdo el embarazo como la peor época de mi vida: no podía ponerme mi ropa y parecía que mis pies no querían entrar en ningún zapato. Eso por no hablarte de los mareos, las náuseas y el malestar que sentía durante todo el santo día. Perdí todo mi atractivo en pocos meses, Emilio empezó a acariciarme la barriga y hablar con ella como si yo no existiera. Me ponía nerviosa, pero aguanté el tipo porque yo quería a mi marido.
Aquel día la madre de Alexia me miró como si yo fuera su hija y vi un odio profundo en sus ojos.
—Espero que se dé cuenta algún día de todo lo que perdí por su culpa.
¿Se refería a su exmarido?
—Nunca más volví a tener esa cintura.
Dicen que las historias se repiten, pero yo no iba a dejar que me saliera una niña tan malcriada y descarada. Tenía claro que mi hija iba a seguir mis órdenes al pie de la letra, no quería una hija problemática ni demasiados quebraderos de cabeza. Creo que ya estoy sacrificando bastante.
Lo último que sabía de Alexia era que ya no vivía con Thiago. Lógico, ¿quién aguanta a una tía como esa?
Habían pasado casi diez años desde que había conocido a Alexia y uno desde que yo me había ido a Viena.
A veces, me daba por recordar aquellos tiempos en la universidad y no podía evitar sonreír.
Cuando vi por primera vez a Alexia. Cuando la seguí por la biblioteca y le ofrecí aquel libro para, seguidamente, desaparecer. Cuando le dije a Luis que le prestara el libro. Cuando la miraba de reojo en la cafetería...
Todo quedaba muy lejos, pero aquel principio nos marcó. Pasamos muchas cosas durante ese curso y nos peleamos en demasiadas ocasiones, pero parecía que el mundo se había confabulado para jodernos: Débora, Leticia, su madre e incluso a mi padre le pareció precipitado que nos fuéramos a vivir juntos. Y quizá tenía razón.
El primer año en su piso fue como una luna de miel. Nos pasábamos los días besándonos, tocándonos, en la cama... Yo trabajaba por libre y ella seguía estudiando por las mañanas y trabajando en LOFT por las tardes. Los fines de semana eran nuestros al completo y los disfrutábamos al cien por cien.
Todo fue bien, Alexia terminó la carrera y continuó en la empresa con un nuevo contrato a tiempo completo. Nos convertimos en la típica pareja que se despide con un beso por la mañana, que se llama a mediodía para saber cómo está y que por la noche preparan la cena juntos y se van a dormir no muy tarde porque hay que madrugar. ¿Demasiado rutinario? Quizá.
Alexia en ese momento conoció a David, un empresario barcelonés que le ofreció un puesto que no pudo rechazar. ¿El inconveniente? Debía viajar frecuentemente. Ambos teníamos claro que aquello no nos iba a separar, muchas parejas viven de ese modo por cuestión de trabajo. Pero no fue nuestro caso. Nos echábamos de menos, nos faltaba tocarnos, añorábamos demasiadas cosas y empezamos a discutir por nimiedades. Eran discusiones telefónicas que acabaron convirtiéndose en peleas que podían durar días.
Alexia tiene mucho temperamento y yo no me quedo corto. Fueron días complicados y durante aquel año nuestra relación empezó a irse a pique. Nos veíamos muy poco y solíamos acabar discutiendo, incluso después de hacer el amor. Era algo que se nos escapaba de las manos. Por mucho que yo pensara «Esta vez no vamos a pelearnos», acababa sucediendo y acababa maldiciendo mis huesos cuando la veía irse en el aeropuerto.
«La perderás, la acabarás perdiendo...»
Me lo repetí en muchas ocasiones, pero la pasión está por encima de la razón y a Alexia y a mí nos sobraba pasión. No sabíamos canalizarla bien y al final nos explotó en las manos.
Durante ese año se me ocurrió presentarme al concurso para ser traductor de español en la ONU. Creo que lo hice más para distraerme que por otra cosa porque jamás pensé que acabaría logrando un puesto en Viena. Aquella decisión fue la guinda del pastel en nuestra relación; Alexia se enfadó porque no se lo había comentado. Y tenía razón, era algo que debería haberle explicado en su momento, pero no me apeteció porque siempre estábamos a la guerra y cuando estábamos tranquilos no quería poner más carne en el asador.
Me equivoqué y aquel fue el detonante.
—Entonces, ¿vas a irte a Viena?
—Sí.
—¿Y nuestro piso?
—Querrás decir mi piso porque apenas estás por aquí.
Sí, mis sentimientos estaban a flor de piel y sentía que la había perdido. Me sentía culpable por no saber llevar una relación a distancia, a pesar de que quería a Alexia más que a nada en el mundo. Ese amor era el que no me dejaba ser más paciente, más comprensivo o más tranquilo. La quería para mí, a todas horas y solo obtenía de ella unas migajas.
—¡Joder! Lo decidimos los dos, ¿recuerdas?
—Perfectamente.
—No voy a dejar de trabajar porque tú...
—Dilo, dilo.
—No voy a ser nunca esa mujer que cocina y se queda en casa.
—Creo que nunca te he pedido eso.
—Entonces, ¡¿qué coño quieres?!
Tras su primer grito venían los míos y ya no había vuelta atrás. Habíamos llegado a un punto en que terminar gritando era lo habitual. Y fue ese día cuando me di cuenta de que no podíamos seguir así. ¿Gritarnos de ese modo constantemente? ¿Estar siempre peleándonos? No, no quería que acabáramos odiándonos. Todavía podíamos ser simplemente... amigos. Joder. Me dolía el puto corazón solo de pensarlo.
—Que lo dejemos, Alexia.
Mi chica me miró abriendo mucho los ojos. No se lo creía.
—Creo... que necesitamos separarnos. Esto... esto no funciona. Lo estás viendo tú también, pero te aferras a lo nuestro porque...
«Porque me quieres.»
Sabía que me amaba como yo a ella, pero las cosas no habían salido como habíamos planeado.
—Porque soy gilipollas —respondió rabiosa.
Su maleta estaba sin deshacer, así que le fue tan fácil como cogerla e irse dando uno de sus famosos portazos.
Yo me fui a Viena y ella continuó viajando por el mundo, pero no perdimos el contacto. Ella tenía veintisiete años en ese momento y yo treinta y uno, así que ya no éramos unos críos.
Al cabo de un mes me mandó un mensaje.
¿Cómo estás?
Sin saludos ni florituras. Así era ella.
Sobrevivo. ¿Y tú?
Siempre habíamos sido sinceros.
En proceso de analizar qué ha pasado después de pasar por la etapa del cabreo y del lloriqueo.
¿Alguna conclusión?
No sabemos estar separados.
Hay muchas parejas que viven en esta dinámica.
Nosotros no somos de esas parejas.
Ambos entendimos que habíamos puesto por delante la lógica y la razón en nuestra relación y que nosotros no funcionábamos así. No era ni mejor ni peor, sino distinto.
Coincidimos en no dar ningún paso, así que continuamos cada uno por nuestro lado durante casi un año hasta que coincidimos en Madrid, precisamente en la boda de Lea y Adri.
El día de la boda estaba nervioso por verla y sentía en la boca del estómago una extraña sensación. ¿Y si sus ojos no me decían lo mismo? ¿Y si era cierto que todo había terminado? ¿Y si Alexia se había dado cuenta de que así era feliz? Ella siempre había viajado por el mundo y yo sabía que era un poco como volver a sus orígenes. En sus mensajes me explicaba entusiasmada algunas anécdotas con las que acabábamos riendo con ganas. Y esas risas..., esas risas eran las que habíamos ido eliminando en nuestros últimos días juntos.
Me dije a mí mismo que aquel día me debía centrar en el novio; Adri era mi mejor amigo y debía dejar mis historias a un lado.
Cuando me reencontré con él, todo fueron risas, chistes tontos y palmaditas. En el juzgado estaba ya histérico e intenté entretenerlo explicándole mi vida en Viena.
—No te gires, Alexia está entrando.
Me volví al momento. ¡Dios...! Nuestros ojos se encontraron y no pude dejar de mirarla. Estaba más guapa que nunca y mi corazón dio un salto en mi pecho. Ella no sé, pero yo seguía amándola con locura.
—Thiago, cierra la boca —murmuró Adri entre risas.
Sonreí de medio lado y Alexia me devolvió el gesto. Madre mía, ¿cómo había podido dejar que se fuera de mi lado? ¿Y quién era ese tío que iba con ella?
—Es un primo de Lea, no te preocupes. Está casado y con hijos —me informó mi mejor amigo.
—Sigo pillado por ella —le confesé.
—¿Te crees que no lo sabemos todos?
Miré a Adri juntando las cejas. ¿Cómo?
—En el grupo hablamos mucho de vosotros. Lea es su mejor amiga, ¿te acuerdas?
—¿Ha dicho ella que estoy pillado?
—No, no. Pero nos preguntáis si estáis solos, si tenéis pareja...
Cierto, yo se lo había preguntado directamente a Adri sabiendo que tenía información de primera mano. Alexia y yo jamás nos habíamos preguntado nada sobre nuestra vida sexual.
La mía, en casi un año, había sido nula. Una vez había estado a punto de liarme con una compañera, pero mi cuerpo no respondía, así que lo dejé estar antes de tener que arrepentirme.
—¿Así que a ella también le interesa mi vida?
—¿Acaso lo dudabas? —Adri me miró sonriendo—. Hoy podría ser un buen día para una bonita reconciliación.
Sí... podría ser un buen día.
Estaba muy nerviosa, me fallaba el pulso y no sabía cómo iba a reaccionar al verlo. Habíamos pasado casi un año separados y solo tenía una cosa clara: quería estar con Thiago.
Vale, sí, nos había ido bien estar un tiempo alejados, pero necesitaba decirle todo lo que sentía por él.
Lo había echado tanto de menos que cada vez me costaba más entender cómo habíamos llegado a ese punto. Sin darnos cuenta, nuestras vidas se habían ido separando de tal forma que lo único que hacíamos era echarnos en cara esa separación.
Con lo fácil que hubiera sido sentarnos, hablar y buscar una solución. Nos queríamos y eso era lo importante. ¿Por qué habíamos antepuesto otros temas a nuestra relación? Tal vez necesitábamos equivocarnos de vez en cuando para valorar lo que teníamos y lo que realmente valía la pena.
Cuando lo vi en el juzgado, junto a Adri, y vi sus ojos verdes clavados en los míos supe que podíamos arreglarlo. Que todo estaba en nuestras manos.
En aquella boda, que fue preciosa y donde Lea estaba más radiante que nunca, Thiago y yo nos buscamos constantemente. Nuestros ojos se cruzaban cada cinco minutos y acabamos coqueteando de forma descarada entre nosotros.
Donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos...
Y así fue. Acabamos pasando la velada juntos, riendo, bailando y acercándonos hasta que salimos al balcón del restaurante y nos quedamos en silencio mirando las estrellas.
Me volví hacia él y observé su perfil. Estaba tan guapo como siempre. ¿Me atrevería a decirle lo que me rondaba por la cabeza?
«Ahora o nunca.»
—¿Me miras así por algo? —preguntó mirándome fijamente.
—Sí..., quería decirte una cosa.
—Yo también quería hablar contigo.
Mierda... ¿Y si él quería todo lo contrario? ¿Cerrarlo todo? ¿Dejar el piso para siempre, por ejemplo?
«Quien no arriesga no gana...»
—Thiago, he pensado en dejar el trabajo, regresar a Madrid y...
—¿Y me incluyes a mí en esos planes? —preguntó cortándome.
—Sé que estás en Viena y que tu trabajo es importante. No voy a decirte que lo dejes...
—Es solo un trabajo, Alexia.
Sonreí al oír sus palabras. Entendía perfectamente qué quería decir y tenía toda la razón del mundo. Había miles de trabajos, ¿por qué esa manía a encasillarnos tanto? ¿Por qué pensábamos que ese trabajo era nuestra vida?
—Podemos encontrar otro trabajo sin problemas —dijo en un susurro—. Pero no encontraré a nadie como tú.
Me mordí los labios y estuve a punto de llorar; Thiago quería lo mismo que yo. Hasta ese momento temía que no fuera así, que quizá estar en Viena era su sueño y que yo había quedado en un segundo plano, a pesar de todo.
Sus labios se acercaron a los míos y retuve el aire.
—Respira, novata...
Nos reímos ambos hasta que volvió a por mi boca y nos besamos lentamente como si fuera la primera vez.
Su mano buscó mi cintura y pegamos nuestros cuerpos con ímpetu. Sentí una oleada de calor que me hizo gemir en su boca. Hasta ese día había estado a dos velas, porque tío que se me acercaba tío que rechazaba. No me sentía preparada para meter en mi cama a cualquiera.
—¿Regresamos a nuestro hogar? —preguntó mientras nos besábamos.
Y eso hicimos, volver para quedarnos, para empezar de nuevo e intentar no caer en el mismo error.
—Alexia... —Lea estaba en nuestro piso porque habíamos decidido hacer una cena los cuatro.
Thiago y yo, tras su boda, habíamos seguido nuestros impulsos y a las dos semanas estábamos juntos de nuevo viviendo en Madrid.
—Dime.
Los chicos cocinaban y nosotras estábamos colocando los cubiertos.
—Es que no aguanto más...
La miré detenidamente. Desde que había llegado estaba nerviosa, pero lo achaqué a su manera de ser. A veces parecía un muñeco saltarín, yendo de un lado a otro y parloteando continuamente.
—¿Qué pasa?
—Mira... —Cogió algo del bolso y me enseñó una prueba de embarazo.
—¡Tía!
—Chis... Adri no lo sabe.
—¿Y por qué? —pregunté en un murmullo.
—¿Porque solo llevamos dos años casados?
—¡Ay, qué guay! Voy a ser tía...
—¡Alexia!
Me reí por lo bajini, pero ella estaba muy seria.
—¿Es que él no quiere? ¿Te ha dicho eso alguna vez? —pregunté preocupada.
—No, no es eso...
No pude evitar pensar en mi madre.
Aún me costaba entender que mi propia madre hubiera sido la artífice, junto a Leticia, de todas aquellas putadas. Al final solo me quedaba pensar en ella como alguien realmente tóxico.
Pero no dejaba de preguntarme el porqué. Ahora que estaba muerta no tendría las respuestas exactas, aunque hablar con mi padre me ayudó a entender que no siempre hay que buscar una razón.
—Ella era así, Alexia —me dijo—. No le des más vueltas.
—Pero, papá, dejó que Leticia usara aquellas fotos de Antxon para hacerme daño, le dio un montón de información privada, cosas que había leído en mi diario...
—Tu madre era complicada y no era buena persona, podemos decirlo así de claro. Tal vez saber que estaba enferma incrementó su amargura, porque dudo que fuera feliz alguna vez.
Y quizá ese había sido el detonante porque el primer año que estuve con ella me ignoró y, en cambio, el resto del tiempo solo intentó dañarme. ¿Tendría algo que ver con ese aneurisma en su cerebro? Justo antes de que yo empezara la carrera, los médicos le descubrieron eso en el cerebro. En los informes que había encontrado en el dúplex había podido saber que el médico le recomendaba no tocarlo, ya que estaba situado en un lugar de difícil acceso.
—No sé, papá. No lo sabré jamás.
Podía haber miles de razones: no me había querido nunca, ni estando embarazada; creía que yo era la culpable de su separación, ya que mi padre fue quien la dejó al ver cómo me trataba; era una amargada porque estaba enferma; disfrutaba haciendo daño a la gente... Podían incluso ser todas esas razones a la vez.
Podíamos teorizar, pero la verdad solo la sabía ella y ya no estaba. No la echaba de menos, pero sí que pensaba en mi madre en algún que otro momento. Lloré por ella en el entierro porque sentí pena, a pesar de que no la quería. Sentí pena por lo que ya no íbamos a tener, pero ahora estoy convencida de que no hubiéramos tenido jamás una buena relación. Las relaciones se crean desde la base y mi madre había decidido por las dos desde el principio. Estando embarazada ya me había rechazado. ¿No es un poco extraño?
—¿Está mi chica en Valencia o en Bali tomando el sol con un mojito en las manos? —Thiago me abrazó por la cintura y acercó mi espalda a su pecho.
Sonreí porque hay cosas que no cambian y una de ellas era que mi cabeza seguía divagando por donde quería, logrando que desconectara totalmente de mi entorno. Lea y Adri se habían ido hacía media hora y Thiago y yo nos pusimos a recoger un poco el salón.
—Pensaba en Lea y en su embarazo.
—¡Ha sido toda una sorpresa!
—Sí, ella estaba asustada, y Adri casi nos rompe la silla del salto de alegría que ha dado.
—A ver, es que solo a Lea se le ocurre ponerle la prueba de embarazo en el plato del postre.
Nos reímos los dos al recordar la escena.
—Pues yo creo que es mejor decir las cosas así, sin rodeos.
—Mmm...
—¿No crees? —pregunté volviéndome para ver sus ojos verdes.
—Así... ¿es mejor decirte que estás muy buena?
Solté una risotada.
—¿Que tu culo me pone a mil? ¿Que te quiero con locura? ¿Que eres la niña de mis ojos? ¿Que no puedo vivir sin ti?
No podía parar de reír mientras Thiago iba soltando aquellas preguntas.
—Sí, mucho mejor... —respondí aún riendo.
—¡Oye!
—¿Qué? —pregunté aturdida ante su exclamación.
Me levantó un poco la camiseta, bajó hasta mi vientre y puso la oreja pegada a mi piel. Solté otra risilla.
—¿Qué haces, loco?
—Creo que ahí hay una pequeña Alexia que me está llamando.
Me reí de nuevo.
—Deja de decir tonterías.
—¿No te gustaría? —Clavó sus ojos en los míos.
—Sabes que sí, que me encantaría...
—Chis... Creo que la enana me dice algo... ¿Qué? ¡Ah, claro!
—¿Te ha dicho que estás mal de la cabeza?
Thiago me acarició el vientre y fue subiendo por encima de mi camiseta hasta mostrarme... ¿un anillo?
—¿Quieres casarte conmigo?
¿Qué...?
Me mordí los labios y mi cabeza empezó a ir a su bola: ¿casarme? ¿Tener hijos? ¿No corríamos demasiado? Solo hacía dos años que estábamos juntos..., pero antes habíamos estado casi ocho a...
¿Dónde estaba esa Alexia impulsiva?
Salté a sus brazos y le dije que sí gritando y riendo.
—¡¡¡Sííí!!!
Nos besamos con desespero, ambos sabíamos que queríamos estar juntos por encima de todo, que nos amábamos con locura y que pasaríamos algunos baches, pero juntos, siempre juntos.
—Nena... Quiero que lo primero que hagas cuando te despiertes el resto de tu vida sea besarme.
¿Podía haber mejor elección?