DILF

 

Me llamo Cecilia y siempre siento estos impulsos, suerte de caprichos, que estimulan y acaparan mi atención hasta que no tengo más remedio que consagrarme a ellos. La naturaleza de mis impulsos varía; puede ser cualquier cosa, realmente, un determinado tema como el dibujo o la danza moderna. Puedo pasar días o semanas haciendo lo mismo, aprendo y exploro todo lo que hay por descubrir, hasta que conozco bien la materia. Casi la domino por completo y cuando alcanzo ese nivel, me detengo. Cierro el ciclo y necesito seguir con mi vida. Luego pasan los días, las semanas y los meses, hasta que siento una nueva necesidad; porque eso es lo que realmente siento, una necesidad incontenible. Entonces necesito dedicarme a algo, necesito invertir tiempo y energía en una actividad.

Pero estos períodos son pasajeros, siempre lo son.

Todos, excepto uno.

Todo comenzó cuando tenía dieciséis años. Lo recuerdo como si fuera ayer, como una epifanía. Lo visualizo vívidamente; los colores, los detalles, la sensación, como si fuera una fotografía. Una fotografía que muestra y cuenta mi historia.

Su nombre era Joel, tenía treinta y seis años y era el padre de Miranda, mi amiga. Nos conocíamos desde el primer curso, por lo que Joel había estado en mi vida desde hacía mucho tiempo, pero algo cambió ese día, surgió un impulso que no ha desaparecido después de tantos años.

Vino a casa directo del trabajo, con su traje, soltó su maletín, nos saludó en la cocina y colgó su chaqueta sobre una de las sillas. Fue muy amable, como de costumbre. Contó algunos chistes típicos de padre, que nos torturaron más de lo que nos divirtieron, mientras deseábamos que se detuviera.

De repente, empecé a imaginar que me besaba, que me tomaba en sus brazos, me empujaba contra la encimera de la cocina, me separaba las piernas y me penetraba. Su torso se presionaba contra mi cuerpo todo el tiempo y su pene palpitaba, latía y empujaba dentro de mí.

Había perdido mi virginidad hacía poco, fue hermoso y se sintió bien, pero entonces vi a Joel y su masculinidad; contemplé lo que tenía para ofrecer y lo que nuestros cuerpos podían hacer juntos. Cuando ese pensamiento pasó por mi cabeza, ya no pude dejarlo ir y no podía verle con otros ojos. Cuando sentí este impulso, empecé a detallar sus movimientos y no quería perderme de nada.

Observé sus manos, sus dedos, sus muñecas, sus antebrazos, su cuello, mejillas y nariz. Me fijé en él y estudié de cerca cada parte de su cuerpo sin perderlo de vista, para luego fantasear con el resto, con lo que no podía ver. Aquellos detalles que ocultaba bajo la camisa azul y los pantalones negros. Y, por último, pero no menos importante, las cosas que atesoraba en su mente. ¿Qué quería? ¿Alguna vez había tenido esos mismos pensamientos? ¿Cómo se sentiría? ¿Cuál sería su sabor?

Eso fue hace diez años y nunca pasó nada entre nosotros; no me arriesgué a perder mi amistad con Miranda por tener algo con él. Sin importar lo excitante que pudiera llegar a ser, nunca hice nada al respecto; claro que ni siquiera sé cómo reaccionaría ante mi propuesta, solo puedo soñarlo o imaginarlo.

Tengo veintiséis años y vivo sola. Estudio filosofía, estudios de género y escritura creativa. El deseo de estar con el padre de Miranda sigue allí, tan fuerte e intenso como al principio, pero ahora la diferencia es que no solo deseo a Joel, sino a todos los padres en general.

Me siento atraída hacia ellos y fascinada por ellos; es como un magnetismo que no puedo controlar, soy incapaz de mantenerme firme e ignorarlo. Me tienen comiendo de la palma de sus manos y no tengo poder sobre mí. Quiero estar con esos hombres; corrección, no quiero, lo necesito. No tengo otra opción y es lo que más deseo en el mundo. Esa fascinación, esa atracción, es demasiado intensa, potente y evidente, no hay duda al respecto. Estos individuos son mi propósito, son el tipo de hombre que anhelo, son los que despiertan mi lujuria más íntima, mi bestia y feminidad interior. Con ellos puedo ser yo misma, traen a flote mi verdadero ser: la mujer que da besos tan intensos como los que recibe, cuyo cuerpo exuda tanta lujuria como el cuerpo con que se encuentra.

Este sentimiento, esta visión clara, no aparece con otros hombres, por eso no me interesan los hombres jóvenes o de mi edad, sin importar que sean atractivos, apasionados o sensuales, con cuerpos masculinos y musculosos, atrevidos y directos, abiertos y divertidos; chicos buenos, sinceros y amables, que abran la puerta por mí o me compran regalos, de esos que prestan atención y se esfuerzan, hacen preguntas y se interesan.

Pueden ser todo eso o incluso mejores, pero si no son padres, no tiene sentido para mí. Si no son mayores que yo y con hijos, es imposible que me enamore, nunca sentiré ese chispazo y tampoco esperaré sentirlo. No los persigo porque no son los hombres por los que quiero ser amada y follada.

Es él, el papá, el DILF, por sus siglas en inglés. El papá con el que me gustaría hacerlo.

¿Por qué? Bueno, no se trata del físico necesariamente, es más bien por el hecho de saber que él está prohibido, que tiene experiencia en todos los aspectos posibles y que tiene confianza en sí mismo. Se preguntarán si esta fascinación tiene raíces freudianas en mi infancia, pueden especular y suponer todo lo que quieran, pero la razón carece de importancia para mí. Simplemente amo a esos hombres y así son las cosas, lo único que realmente deseo es estar con ellos. Ya no me pregunto por qué, sencillamente los veo y me siento atraída hacia ellos, les desnudo en mi mente y los siento en mi cuerpo lujurioso. Me siento a horcajadas sobre ellos a diario y dejo que me lo hagan duro hasta sentirse libres, los libero a través de sus fantasías y las mías.

Lo bueno de estos hombres es que casi nunca dicen que no, ¿quizás porque se sienten nostálgicos? Casi todos ellos desean estar con una mujer como yo, más que cualquier cosa en el mundo. Una mujer joven, excitada y disponible, que sabe exactamente lo que quiere y no se disculpa por disfrutar de su sexualidad, su libertad y deseo.

Hoy día, solo me motiva mi sexualidad y me dejo guiar por ella; estudio todo aquello que me parece interesante y hago lo que quiero, pero más que nada, tengo sexo. Me dejo follar por estos hombres expertos en satisfacer a una mujer. Me paso la vida follando y así gano experiencia, adquiero nuevas formas de pensar y me lleno de sensaciones nuevas. Estos hombres me enseñan muchas cosas, aprendo de sus vidas, sus vivencias y aspiraciones. También he aprendido a conocerme, lo que quiero y quién soy. Estoy en desarrollo y cada día me vuelvo más fuerte, porque hago lo que quiero y sigo mi propio camino sin desviarme.

Actualmente tengo muchos amantes; algunos los veo a diario, otros los veo de forma esporádica, a otros muy rara vez y a otros solo los he visto una vez en mi vida. Si es posible, me reúno con ellos en sus casas y a veces ellos vienen a la mía. Por alguna razón, prefiero que nos veamos en sus casas; quizás porque eso lo hace más excitante, porque son sus hogares, lugares nuevos y desconocidos para mí. Tal vez.

 

*

 

Leon tiene hijos de mi edad y Miranda sale con uno de ellos. Tiene barba, rasgo y patrón que la mayoría de los hombres de los que me enamoro comparten, aparte del hecho de que todos son padres y son hombres de mediana edad. Tiene el cabello oscuro y se lo peina hacia un lado, su nariz es recta y sus líneas de expresión marcadas, sus ojos son azules; no está tonificado, pero tampoco es gordo. Tiene un cuerpo de papá, con unos kilos de más, lo cual me parece sexi. Me encanta que su estómago se golpee contra mí cuando lo monto, mientras su pene se desliza lentamente en mi interior.

Me gusta esa posición en especial, suelo sentarme a horcajadas sobre él y lo provoco por un buen rato, como lo hice hace un par de días.

Deslicé mi cuerpo por su estómago y lo acaricié con mis nalgas, creando fricción, calor, sudor y placer. Sostuve su erección en mi mano, acariciándole con movimientos lentos y rápidos, alternativamente. Froté la punta de su pene, me humedecí los dedos y lo masturbé a medida que se tornaba cada vez más resbaloso ante mis ojos. Rocé mi vagina contra él y mantuve su erección muy cerca de mi entrada, sin dejar que me tocara por completo, sin dejar que me penetrara.

Casi pierde la cabeza cuando hice eso y me rogaba diciendo: «por favor, te lo suplico, necesito sentir tu apretada vagina alrededor de mi pene», y yo le respondía: «aún no, tienes que esperar y tener paciencia. Yo tengo el control». Pero él insistía y yo no le decía nada, solo seguía torturándolo. Siempre es igual.

Luego lo acaricié y dejé que se acercara cada vez más a mi ranura sin darle la satisfacción de entrar en mí, sin dejar que mi vagina envolviera su pene por completo. Quería que me penetrara, lo deseaba con todo mí ser y estaba muerta de ganas, pero disfrutaba viéndole como se retorcía, como crecía y se endurecía en mi mano. Casi podía ver la sangre bombeando a un ritmo constante dentro de él y verlo así me satisfacía inmensamente; su lujuria y mi poder, unidos a mis movimientos.

Yo era la que tomaba las decisiones en nuestra relación, él estaba bajo mi poder sexual y placentero. Gemía e intentaba tocarse el pene. Como siempre, llevaba puesto su anillo de bodas, aunque su esposa pasaba más tiempo fuera de casa que en ella. Yo seguía llevándole las manos detrás de la cabeza y él no se resistía, obedecía y esperaba por un instante mientras yo lo tentaba, acercándome cada vez más y llevándonos a ambos al límite hasta que ya no pude contenerme más y, con un movimiento suave, dejé que su pene entrara en mi vagina. Una vez dentro de mí, sentí que la fuerza de su miembro me invadía por completo. Leon me hizo el amor por mucho tiempo, ese hombre mayor y lujurioso.

Ahora necesito contarles sobre el día en que llamó su colega. Leon estaba sobre mí con su pene duro como una roca, dentro de mi vagina, su colega llamó y él contestó, hablaron brevemente mientras me follaba.

Me encantó y a él también.

 

*

 

Aaron acaba de divorciarse, es confiado, orgulloso y me folla como todo un rey, pero mi relación con Aaron es diferente a mi relación con Leon. Aaron no me deja tomar decisiones en cuanto a cómo y cuándo complacerle, la estructura de poder de esa relación es completamente diferente a la que tengo con Leon, aunque me encanta la relación que tengo con Leon, porque puedo tomar decisiones y él las acepta, también disfruto con esto. De hecho, tal vez lo disfrute más.

Aaron me toma sin piedad y con intensidad, se siente como una explosión.

Aaron tiene aproximadamente la misma edad que Leon, entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, pero él tiene un cuerpo atlético. Sus grandes pasiones —aparte de su empleo bien remunerado— son el tenis y trotar, y se le nota: tiene unos músculos definidos, especialmente en sus piernas y brazos, razón por la que es más fuerte y resiste más tiempo; cuando follamos, lo hacemos por bastante tiempo y digo follar porque eso es lo que hacemos, pero nunca es suficiente para ninguno de los dos, tenemos sexo una y otra vez en diferentes posiciones, porque así prolongamos la sensación de hormigueo y satisfacción, y así puedo disfrutar de su fuerza, su deseo, su pene y su cuerpo por más tiempo.

A Aaron le gusta hacerlo en lugares inusuales, no es el tipo de hombre que prefiere una cama, como Leon. Le gusta tomarme por sorpresa, como cuando estoy en frente del espejo del baño, vaciando el lavavajillas o a punto de irme de su casa. Entonces se acerca a mí, me ofrece una mirada profunda y penetrante, y ya sé lo viene a continuación. Mi vagina empieza a vibrar y arde en llamas, me siento caliente e indetenible.

Casi siempre me besa apasionadamente y aventura una mano entre mis piernas, sus dedos me penetran rápidamente y empieza a estimularme con intensidad. Sin importar si llevo pantalones o falda, él desliza la prenda por mi trasero lo suficiente para poder follarme hasta que los dos alcanzamos un éxtasis salvaje y descontrolado.

Me gusta más cuando lo hacemos en el baño. Normalmente entra, me levanta y me sienta en el lavamanos con mi espalda presionada contra el espejo del baño. Me desviste apresuradamente y empieza a lamer mi vagina. Si alguien sabe cómo dar sexo oral, ese es Aaron. Ah, lo hace tan bien, con movimientos placenteros y seguros. Desliza su lengua dentro de mi vagina y roza mi abertura, alternativamente.

Casi se siente demasiado bien. Yo separo las piernas tanto como puedo y él me acaricia los muslos, con la cabeza sumergida entre mis piernas. Le sujeto la cabeza y empujo su lengua, su nariz y sus labios cada vez más profundo dentro de mi vagina húmeda hasta que prácticamente vibro de deseo, un deseo puro y carnal. La sensación empieza cuando sus labios y su lengua tocan mi vagina con mimo y sigue creciendo en intensidad hasta dominar el resto de mi cuerpo. Luego incorpora los dedos de su mano derecha, como un preludio al pene que está a punto de penetrarme. Me estimula la vagina y enciende hasta la última gota de lujuria en mi interior mientras me acaricia con su mano firme. Sabe qué hacer y cómo hacerlo,

sin pronunciar una palabra. Nunca dice nada mientras me folla, solo se concentra en lo que hace y en satisfacernos a ambos; con él, las palabras están sobrevaloradas. Me folla y me hace sentir como la persona más hermosa, caliente y maravillosa del mundo, todo al mismo tiempo.

Luego me levanta y yo envuelvo su atlético cuerpo con mis piernas; normalmente nos lleva hasta el extremo opuesto del baño, me empuja contra la pared, desliza su pene dentro de mí y empieza a embestirme de nuevo.

Es tan satisfactorio sentir su cuerpo enorme, potente y musculoso sosteniéndome así, sentir su poder y su control sobre mí; el modo en que toma su erección, su miembro fuerte y anhelante y lo entierra dentro de mí. Toma lo que quiere y yo soy su objetivo, disfruta de mi vagina, de mi feminidad y de mis partes más dulces. Me desea tanto que no hay espacio para nada más, y nada más importa, porque en ese momento todo se reduce al sexo; nuestros movimientos y nuestras caricias significan todo. Me siento a merced de su poder y fuerza. Aaron es mayor, más grande y más confiado que yo, posee toda la experiencia y conocimiento y no teme en compartirlo conmigo al satisfacerme.

Mantengo mis piernas firmes alrededor de su cuerpo mientras el sudor resbala por nuestra piel, la intensidad de los movimientos es cada vez mayor, me embiste y su pene me invade. Es tan grande que siento como se expande mi interior, su masculinidad y mi lujuria me expanden. Mi excitación es cada vez mayor y mi creciente humedad es la señal inequívoca, mi deseo hace que me penetre a fondo. Él se apropia de mí, progresivamente, y no quiero que termine nunca. Casi siempre descansa la cabeza sobre mi hombro, me besa el cuello y siento su respiración pesada contra mi oído. Esto produce una descarga eléctrica en mi columna. Es un placer absoluto, una sensación de cosquilleo y tensión, y ya no quiero que su pene abandone mi vagina, dejándome vacía y deseando que regrese.

Unos minutos después, suele empujarme de frente contra el lavamanos y mis senos quedan aplastados contra la superficie, entonces me toma de pie por detrás, mientras mis senos se restriegan contra el borde del lavamanos. Yo me inclino y mantengo las piernas tan firmes y separadas como puedo para que pueda penetrarme una y otra vez. Me folla sin inhibiciones, sin piedad y en ese momento estoy más feliz y satisfecha que nunca.

Generalmente acabo en esa posición, alcanzo el clímax, mi meta final y mi triunfo mientras él sigue dentro de mí. Cuando su pene alcanza su máxima dureza y llega hasta mi punto más íntimo, mi orgasmo se libera como una ráfaga infernal que llena de espasmos cada músculo de mi cuerpo. Al acabar, siento que toda la energía del mundo se concentra en las profundidades de mi vagina, en el punto hacia donde apunta su pene; es un sentimiento mágico y fuerte.

Suele hacérmelo con más fuerza al sentir los espasmos de mi orgasmo; reúne lo que le queda de energía y la concentra en penetrarme profundamente, y allí es cuando Aaron acaba, comúnmente. Su orgasmo hace que el mundo desaparezca de nuestras mentes y deja a nuestros cuerpos vacíos y satisfechos. Una relación prohibida, dos bestias excitadas que no están satisfechas hasta que consumen toda su energía y su semen es una línea blanca sobre mi trasero, que se seca rápidamente.

 

*

 

Raphael es un viejo amigo de la familia, bombero y mucho más mayor que yo, incluso tiene nietos. Aunque tiene más de cincuenta años, no parece más mayor de cuarenta, es musculoso y grande. Se jacta de conservarse mejor, de una forma varonil, que el resto de los hombres de su edad, aunque eso no dice mucho de él. Su piel siempre está bronceada y en su cabello empiezan a asomarse reflejos grises, lo cual me parece sexi.

En muchas maneras, es un hombre prohibido que insiste en hacer lo correcto. Por eso me tomó tanto tiempo obtener lo que quería de Raphael, es decir, su pene entre mis muslos. Supe que sería mío en el instante en que lo conocí, pero dijo que no, que no podía hacerlo y que no era correcto. Pronto descubrí que se debía a sus inseguridades y a su deseo de seguir las convenciones sociales; pero no había duda de que me deseaba, solo que no se atrevía. Decidí que no me rendiría con él, así que seguí en contacto, le seguí escribiendo y esperando a que me respondiera. Y si respondía, siempre respondía. Poco a poco me di cuenta de que no era cuestión de no desearlo, por el contrario, muy en el fondo él lo deseaba más que nada en el mundo.

El que persevera, triunfa y al cabo de un tiempo, cedió. Pronto empezaron nuestros encuentros y todo empezó con los mensajes de texto. Al comienzo eran respuestas cortas, que siempre incluían una pregunta sobre cosas sencillas, nada sexual, pero pronto empezó a hacer comentarios y a insinuar que quería algo más, las mismas cosas que yo también deseaba y soñaba; las insinuaciones se hicieron progresivamente más significativas y los textos se hicieron más largos.

Finalmente, le escribí que quería que me follara, que mi vagina anhelaba un pene como el suyo, y le conté mi secreto, mi fetiche por hombres como él, padres. Fue un movimiento arriesgado, pero no oculto mis preferencias sexuales y no me importa discutir abiertamente lo que quiero, no tengo motivo para disculparme ni intento enmascarar mi auténtica lujuria por un grupo muy específico de hombres.

No obtuve ninguna respuesta y, por primera vez, dudé de mí misma. ¿Realmente malinterpreté sus señales? ¿Había antepuesto mi deseo al de otra persona, asumiendo que él me desearía, cuando en realidad solo pensaba en mi propia lujuria? Pasaron los días y finalmente me contestó, pero su respuesta no tenía nada que ver con mi mensaje anterior, era un mensaje normal y corriente en el que hacía una pregunta inofensiva. Unos mensajes de texto más tarde, escribió algo que me dio la certeza de que quería hacérmelo y explorar mi cuerpo tanto como yo quería explorar el suyo.

La primera vez, nos vimos en su casa: fui, vi y follé. Al final me marché, dejándolo arrepentido y deseoso; él tenía tanto derecho de sentir remordimiento como yo de sentir impulsos sexuales. Después de eso, me siguió escribiendo y me dijo que había encendido una llama en su interior, un fuego que no sabía que aún tenía. Rogó por más, me suplicó que lo dejara explorarme y satisfacerme de nuevo, me dijo que nuestros encuentros eran puro éxtasis y que no podía dejar de pensar en mí, aunque sabía que todo estaba mal.

Algún tiempo después, decidimos vernos de nuevo, nos encontramos y me folló. Una vez más, el sexo fue maravilloso; sus movimientos eran delicados y más que follarme, me hizo el amor. A medida que los encuentros eran más frecuentes, aprendió lo que debía hacer y lo que me gustaba; por ejemplo, me encantaba que alternara entre movimientos fuertes y suaves, y la variación. Raphael es como una combinación entre Leon y Aaron.

Actualmente, nos vemos cada vez que podemos. Tenemos sexo, lo beso en los labios y sigo adelante con mi vida, a arrojarme a los brazos del siguiente hombre, uno tan prohibido como Raphael.

Lo veo como alguien con un pene maravilloso que puede satisfacerme, mientras que mi familia lo ve como un buen amigo, como alguien que siempre hace lo correcto.

 

*

 

No quiero que mi vida cambie jamás, tengo lo que necesito para sentirme completa, tengo encuentros con hombres que admiro y con los que quiero estar. Ellos me brindan una sensación de éxtasis absoluto y un inmenso placer, responden a mi lujuria con sus cuerpos, con su presencia y sus personalidades. Los amo, amo lo que me hacen y cómo me hacen sentir. Nunca jamás quiero estar con nadie más que con estos padres.

¿Lastimo a alguien? ¿O a mí misma? Muchos piensan que sí, pero quiero dejar claro que no me hago daño y que asumo mi responsabilidad. Lo que ellos hagan es su problema, esta es la vida que quiero para mí, este es mi ideal de vida. Exploro hombres, exploro lo prohibido, tomo de ellos lo que quiero; y les sugiero que hagan lo mismo, arriésguense. Follen, si es lo que quieren. Si quieren estar con muchos hombres prohibidos, entonces háganlo, sin disculparse ni pedir permiso. Sigan sus deseos y sus impulsos,porque este es el mensaje que quiero transmitir al escribir esto. Por eso comparto las historias de estos hombres maravillosos, bien dotados y experimentados.

Leon, Aaron y Raphael son solo tres de mis amantes, tengo más, por supuesto. Lo único que tienen en común es que tienen hijos: DILFs. Creo que el atributo que más me atrae es su confianza, el hecho de que están seguros de sí mismos y yo, particularmente, prefiero la experiencia. Nunca tengo que preguntarme si podrán satisfacerme o no, porque han tenido sexo muchas veces y con diferentes mujeres, y esa experiencia —el hecho de que hayan estado con un montón de mujeres antes de mí— hace que mi vagina rebose de deseo por ellos.

Me encanta, me encanta el hecho de que esté prohibido, me encanta que las personas me digan que no es correcto. Me encanta que los roles hayan cambiado, que ellos sean de una generación y yo de otra y que los límites sean tan evidentes; que la edad siga siendo un gran obstáculo y que yo deba decidir entre lo que está bien y lo que está mal.

Arrojarme en sus brazos, sin conformarme con esas convenciones, es mi mayor alegría. Por eso tendré sexo con estos hombres tantas veces como quiera.

Y nunca me disculparé por ello.