Capítulo Dos

En realidad, ese acento es ruso: todos sabemos eso acerca de nuestro poco sociable director. Y su lugar de nacimiento podría ser la razón por la que se ha dirigido a mí de una manera tan formal; he leído que en Rusia usan el usted y los patronímicos con frecuencia, tanto como una señal de respeto como para distinguir entre los cercanos y el resto.

«Señora Pack» es un equivalente decente en inglés, salvo que me hace sonar como si fuera la Señora Pac-Man: redonda y hambrienta de agujeros de donuts. Y nota al margen: ¿no tendría que haberse llamado ese juego Pac-Woman o Señora Pac? De hecho, gracias a Dios que no se llamaba Señora Pac: eso es peligrosamente cercano a mi nombre y ya se me han tomado el pelo lo suficiente por llamarme Fanny Pack.

Entonces, mi rostro palidece por completo.

Puede que nos haya escuchado a Ava y a mí. ¿Qué ha sido lo último que...?

De repente soy consciente de que él se cierne sobre mí con la mano extendida, como Nosferatu.

Debe de haber usado su velocidad vampírica sobrenatural para saltar desde detrás de su mesa y lanzarse hacia mí antes de que mi cerebro haya sido capaz de procesarlo.

Mierda. ¿Cuánto tiempo llevo aquí de pie, ignorando esa mano? ¿Y cómo diablos ha ocurrido esto? ¿Cómo es que Míster Morenazo Buenorro ha resultado ser Vlad el Empalador? Todos los rumores sobre este hombre omitían un detalle crítico: lo deliciosamente atractivo que es.

—¿Se encuentra usted bien? —pregunta el Empalador, con su acento haciéndose más marcado.

Argh, ahora me lo estoy comiendo con los ojos. Y sigo ignorando esa mano. Haciendo acopio de valor, extiendo el brazo y estrecho esa palma mucho, mucho más grande que la mía.

¡Santo estrógeno bendito!

Mi ritmo cardíaco se dispara y una sacudida de energía orgásmica se extiende por mi cuerpo, electrocutando un nido de mariposas furiosas que revoloteaban por mi estómago, antes de asentarse en algún lugar en el interior de mi bajo vientre.

¿Cuántas horas es socialmente apropiado sostener una mano así?

A regañadientes, aparto mis dedos de los suyos.

Él me está mirando desde ahí arriba, con una expresión completamente inescrutable. O es un jugador de póquer alucinante o este apretón de manos no le ha afectado en absoluto.

—Siéntese. —Hace un gesto hacia la silla frente a su escritorio, y para cuando me dejo caer en ella, él ya está en la suya. Es la silla modelo Embody de Herman Miller, la misma que tengo en casa, solo que la mía es azul mientras que la suya es negra.

Baja el volumen de la música con un pequeño control remoto.

—Tiene usted una gran reputación en Binary Birch, Sra. Pack.

¿Ah, sí? Ahora me entero. Y aunque eso fuese cierto, ¿cómo es posible que él lo sepa?

No me atrevo a preguntar, ya que eso podría ser algo tan suicida como corresponderle diciéndole que su reputación no es tan fulgurante.

—Gracias —tartamudeo antes de que el silencio se desvíe hacia un territorio incómodo—. Me encanta trabajar aquí. —Y por me encanta quiero decir que me resulta soportable. Pero, ¿qué es una mentira piadosa entre un monstruo y su presa?

Él me mira fijamente y yo siento como si me estuviese ahogando en las profundidades color lapislázuli de sus ojos.

—El proyecto que le he confiado es sumamente importante.

Muevo la cabeza hacia arriba y hacia abajo con tanta fuerza que casi me da un tirón cervical.

—El cliente, Belka, tendrá la ocasión de presentarle el producto final a los editores de la revista Cosmopolitan dentro de dos semanas. —Me mira como para verificar que yo soy consciente de lo qué es Cosmo, así que me ruborizo y asiento, por si acaso—. Es una enorme oportunidad. —Sus cejas oscuras se fruncen casi imperceptiblemente cuando termina añadiendo—: No podemos defraudar a Belka.

—Sí, señor. —Le hago un enérgico saludo militar.

Espera, ¿cómo? ¿Por qué voy y hago tal cosa?

Su cara no muestra ni un atisbo de encontrarlo divertido. Debe de estar acostumbrado a esa clase de gestos de cuando participó en las guerras napoleónicas y todo eso.

Él entrecruza los dedos.

—Soy consciente de que debe usted de tener en mente un completísimo plan de pruebas.

En realidad, lo que tengo en mente ahora mismo son mis ganas de chupar esos dedos largos y masculinos, pero me lo guardo para mí.

—Espero que me permita enriquecer su plan con algunos escenarios de prueba adicionales... que puede que se superpongan con los suyos. —Mete la mano en el cajón de su mesa y saca un par de hojas de papel sujetas con grapas.

Y es justo ahora cuando me doy cuenta de que, básicamente, me está diciendo cómo hacer mi trabajo, que sería como si yo le enseñase a él como se debe chupar sangre. ¿No está siendo demasiado friki del control?

Al cogerle los papeles, nuestros dedos se rozan por un segundo, enviando otra docena de julios de electricidad a mis regiones inferiores.

Me sonrojo y echo un vistazo a lo que tengo en la mano.

Mmm. Papel rosa. Un leve olor a perfume. Una bonita letra cursiva, de vez en cuando con la letra «i» adornada con un corazoncito. Esto ha tenido que preparárselo una mujer, y no ha sido Sandra, cuyo aroma recuerda más al del repollo hervido. Además, Sandra está obsesionada con la comunicación electrónica, a juzgar por toda esa constante propaganda de «Salva un árbol» en su firma de correo electrónico.

La punzada de los celos que de repente experimento es tanto algo fuera de tono como una locura.

Para evitar detenerme a pensar en ello, reviso rápidamente el contenido del papel... y mientras lo hago, siento que mi rubor se extiende hasta mis oídos y mi pecho, poniéndolos tan rojos como la remolacha.

Hay puntos como: «¿se ha conseguido llegar al orgasmo?» y «¿cuántas veces?»

Ya tengo el primero en mi plan de pruebas, pero no el segundo... lo cual, por supuesto, no es la fuente de mi confusión.

Es solo que siento que leer la palabra orgasmo en su presencia es algo perverso.

Y guarro.

Y que de alguna manera, al mismo tiempo, me pone.

Será mejor que salga de aquí con lo que sea que pase por ser la dignidad que me quede.

—Me aseguraré de, ejem... de utilizar esto... —Me abanico con los papeles— en mis pruebas.

Él se inclina debajo de su escritorio, saca algo y lo coloca allí encima, entre nosotros.

Yo miro esa cosa con la boca abierta.

Estrictamente hablando, es un maletín, pero solo al mismo nivel en que una bola de discoteca podría considerarse prima hermana de un globo terráqueo. Está cubierto de unos alegres topos y adornado con tantas piedrecitas brillantes de diferentes colores que una pensaría que un unicornio tan cuqui que suelta arco iris cuando se pede hubiese eyaculado sobre él.

Cuando miro más de cerca, me doy cuenta de que la mayoría de los estampados que yo creía lunares no son tales, sino unos dibujitos de pequeños penes y vaginas multicolores que alguien ha diseñado a mano con esmero.

Al menos espero que haya sido a mano.

El color de mis mejillas se dispara elevándose por encima del extremo rojo del espectro visible, irradiando tantos infrarrojos como un soplete de soldadura.

De una forma muy irritante, la cara de Vlad solo muestra el aspecto neutro y profesional que ha estado exhibiendo durante toda la reunión. Tal vez sea uno de los vampiros de Anne Rice: los más viejos se vuelven casi como si fueran de piedra con el tiempo.

—El hardware está aquí dentro —dice él.

Un híbrido entre hipo y risita se me escapa de la garganta.

Acaba de llamar hardware a una colección de consoladores, y probablemente no haya pretendido hacerlo a modo de broma.

—Perfecto. —Me pongo de pie de un salto y extiendo la mano hacia el maletín a la vez que él lo empuja hacia adelante.

Nuestros dedos se rozan y generan una sacudida eléctrica que bastaría para hacer funcionar todos esos juguetes durante una semana. Trago saliva y cojo el maletín de la mesa con un gesto brusco.

Pesa. Seguro que contiene algo más que unos cuantos consoladores, y quién sabe qué otras cosas.

Espero que la vagina de Dominika pueda con todo. Sin mencionar que enviar este «hardware» a la República Checa va a costarme una pequeña fortuna. Ojalá en DHL no me pregunte nadie qué contiene. De hecho, rezo para que nadie de la oficina me pregunte: «¿De qué va eso del maletín?» mientras vaya corriendo como una bala hasta el ascensor.

—Me ha encantado conocerle —le digo a Vlad y me preparo para empezar con el sprint.

—¿La veré en la reunión mensual de dentro de cinco minutos? —me pregunta él.

Casi se me cae mi equipaje con estampado genital.

En teoría, se supone que todos debemos asistir a la reunión mensual. Tiene el propósito de que nos hagamos una idea sobre en qué está trabajando el resto de Binary Birch, podamos identificar sinergias, y otras chorradas del universo empresarial. En la práctica, como trabajo desde casa, suelo conectarme esta reunión por teléfono y luego quitarle el sonido rápidamente mientras sigo haciendo mi trabajo real de hacer pruebas.

Una cosa sí sé: el Empalador es famoso por no asistir nunca tampoco a esta reunión en persona, y él no tiene la excusa de trabajar desde casa. Solo se conecta online y nunca dice una palabra, aunque hay gente que afirma haber recibido correos sobre algunos de los temas que se discuten en la reunión, dando a entender que en realidad sí que está escuchando... que es la razón por la cual todo el mundo exhibe siempre un comportamiento ejemplar.

Pero sin embargo, él ha dicho «la veré» y no «la oiré», así que por algún motivo esa tradición está a punto de romperse.

Por supuesto, ahora tendré que asistir a la reunión.

Con este maletín.

Oh, Dios, que me muera aquí mismo.

—Afirmativo —contesto después de una pausa, y lucho contra otro impulso de hacerle un saludo militar—. Hasta ahora.

Con un movimiento carente de gracia, me doy la vuelta y me dirijo a la puerta, ansiosa por escapar de la guarida y de su ocupante vampírico.

Cuando ya estoy extendiendo la mano hacia el pomo de la puerta, su voz me detiene.

—Por cierto, Señora Pack… —dice por detrás de mí, y por primera vez, detecto una pizca de emoción en su tono—. Debería saber algo. Yo no empalo a mis empleadas.