Capítulo Nueve

Entro como una tromba en el baño y me quedo mirando al espejo.

Por supuesto. La ceja que había dibujado antes es apenas una sombra de sí misma, y vuelvo a tener esa mezcla de expresiones de curiosidad, sospecha y escepticismo reinando en mi rostro.

Uf. ¿Podría este día haber ido a peor?

Durante todo el tiempo que he estado charlando con él, debe de haber estado mirando esa ceja. No es de extrañar que sonriera de vez en cuando. Debe de haber estado muriéndose de la risa por dentro.

Saco a Mi Tesssoro y hago un pedido de lápiz de cejas indeleble, polvos para las cejas y tatuajes temporales de cejas. Hasta tiro la casa por la ventana encargando unos pequeños postizos de auténtico pelo humano para las cejas, esperando que alguna de todas esas cosas pueda hacer que vuelva a sentirme persona.

Cuando se me pasa un poquito la vergüenza, reviso mi correo del trabajo.

Bandeja de entrada vacía.

Nunca antes había tenido cero correos electrónicos. Incluso en mi primer día en Binary Birch, me esperaba un mensaje de bienvenida, así como algo de RRHH y de Sandra.

Hablando de Sandra, la llamo.

—Se supone que debes estar descansando —dice a modo de saludo.

—¿Sí? —¿Acaba de decirme eso con tono severo?

—Me acaba de llamar el Sr. Chortsky. Se ha expresado con total claridad.

Siento que estoy a punto de que se me trague la tierra.

—¿Te ha explicado por qué?

—¿Explicarme a mí algo el Sr. Chortsky?

Esta vez, percibo decididamente un tonillo de mosqueo... ojalá que hacia el Empalador y no hacia mí.

—Mira, Sandra, con respecto a las pruebas que estaba...

—Y eso es otra cosa. —Su tono es seco—. No debemos hablar sobre el Proyecto Belka ni sobre ningún otro tipo de tema de trabajo hasta que hayas descansado, y cuando lo hayas hecho, quiere que nuestras interacciones se lleven a cabo cara a cara.

Cada vez más y más raro... a menos que estén planeando echarme, claro está. Creo que a la gente normalmente se la despide cara a cara.

—¿Hay alguna otra cosa con la que pueda ayudarte? ¿Algún otro proyecto en el que pueda trabajar? —pregunto con desesperación—. Estar aburrida no me ayudará a descansar.

Sandra suspira.

—¿Y tu aplicación? Siempre puedes trabajar en eso. Cuanto más limpio sea el código, mayor será la posibilidad de que impresione a la gente.

¿Será eso una pista? ¿Necesito preparar un currículum y usar esa aplicación como muestra?

—¿Enviaste el enlace de mi código al departamento de desarrollo? —pregunto, buscando más pistas sobre mi destino.

—En cuanto me lo diste —responde ella.

—¿Y?

—Todavía no he tenido noticias suyas. Estoy segura de que el equipo de desarrollo lo revisará a su debido tiempo.

A menos que esté despedida.

—Vale, gracias, Sandra. ¿Qué tal si me paso por la oficina mañana, después de haber descansado el resto del día de hoy?

—¿Eso es en lo que habéis quedado con el Sr. Chortsky?

—Él no me ha definido los límites exactos de la palabra «descanso», si eso es lo que quieres decir.

Ella suelta otro suspiro.

—Vale. Mientras hayas descansado para entonces, mañana estaré libre a las once. ¿Te va bien?

—Sí. Nos vemos entonces —digo y cuelgo antes de que pueda cambiar de opinión.

Después de almorzar y darle de comer a Mona, decido hacer lo que Sandra me ha dicho: comprobar el repositorio de control del código fuente de mi aplicación.

Allí me espera una sorpresa.

Por primera vez, alguien está colaborando conmigo en el proyecto.

El primer mensaje es un informe de error.

De hecho, es más que eso. Es una crítica no solicitada de la aplicación en su conjunto, chorreante de malicia.

Una aplicación pintoresca. No está mal para alguien que no haya escrito código antes. Para tu información, si apuntas con la aplicación al rostro de un personaje animado, la aplicación no devuelve el mismo personaje como resultado. O sea, por ejemplo, lo he utilizado con el Pato Lucas, y la aplicación ha decidido que a quien se parece más es al Pato Donald. Si lo piensas de forma lógica, a quién más se parece el Pato Lucas es al Pato Lucas.

Mmm. Descargo una imagen del Pato Lucas en mi móvil del trabajo y apunto mi aplicación hacia él usando mi Tesssoro. Es verdad: la aplicación dice que se parece a Donald en vez de a sí mismo.

Así que este es un error legítimo, especialmente si uno se olvida por un instante de que la aplicación se creó para que la usara la gente, no los personajes animados. Al menos, un pato se parece a un pato. Si la aplicación afirmase que el Pato Donald se parece a Bugs Bunny, eso sería peor.

Compruebo el nombre del cooperador usuario: alias de usuario CrazyOops. No tiene imagen de perfil, pero solo con ese nombre me puedo hacer una idea de quién se trata. La primera mitad debe referirse a (You drive me) crazy y la segunda mitad a Oops! ... I did it again, y las dos son canciones de Britney Spears.

Me apostaría el higadillo de Mona que esta usuaria también se llama Britney. Igual que Britney Archibald. Debe de haber estado muriéndose por encontrar algún error en mi código y poder vengarse por los numerosos defectos que yo encontré en el suyo.

Oye, al menos eso quiere decir que el departamento de desarrollo ha recibido el correo electrónico de Sandra y que algunos de ellos están mirando mi código. Quizás los demás sean menos parciales. De hecho, ya veo un par de mensajes más.

Primero, sin embargo, me guardo la dirección IP de CrazyOops. Si ha creado otras cuentas para seguir machacando la aplicación, sabré que se tratará de ella.

Sorprendentemente, el siguiente mensaje no es un informe de error. En lugar de eso, alguien ha encontrado el motivo por el cual la aplicación estaba haciendo eso de lo que Britney se quejaba y lo ha arreglado.

Santo código binario. ¿Quién será este misterioso bienhechor?

Su nombre de usuario es Fantasma, y la imagen del perfil es la del Fantasma de la ópera, con su cara medio oculta por una máscara.

No es mucho de donde tirar. Tal vez él o ella sea alguien a quien le gusten los clásicos… pero eso puede aplicarse a un montón de gente.

Dejando a un lado el misterio de su identidad, leo su siguiente mensaje.

No es ningún informe de error ni ninguna modificación: solo un mensaje directo. Y uno bien largo. En él, Fantasma sugiere una amplia gama de funciones interesantes y divertidas para la aplicación e incluye referencias a proyectos y bibliotecas de código abierto que puedo usar para implementar dichas funciones con relativa facilidad.

Además, Fantasma sugiere una serie de mejoras que «prepararían la aplicación para un uso más generalizado». El problema que le llama la atención es que mi base de datos de imágenes de usuarios sea pública en este momento, lo que generará preocupaciones acerca de la privacidad en los usuarios más paranoicos. También sobre eso Fantasma sugiere referencias que puedo usar para hacer que arreglarlo me resulte más sencillo.

Vuelvo a comprobar su IP: No es la misma que la de Britney, pero eso ya podría habérmelo figurado por su tono más positivo y porque ella jamás terminaría un mensaje tal como ha hecho Fantasma:

Tu código es elegante. Creo que tienes talento para esto. No te rindas y llegarás lejos.

Aunque no tengo idea de quién es Fantasma, tiene que ser alguien del equipo de desarrollo, lo que me llena de orgullo.

Además, ahora pillo lo de su nombre de usuario. Quienquiera que sea, están actuando como un mentor, igual que el Fantasma de la Ópera hizo con Christine.

Solo espero que este Fantasma no sea deforme ni que haya desarrollado una oscura obsesión conmigo. Nota para mí misma: no llames al Fantasma «Ángel del Software» y mantente atenta por si descubres un maniquí vestido de novia que se parezca a ti.

Sonriendo, escribo un mensaje de agradecimiento al Fantasma del Código y paso el resto del día familiarizándome con todas las fuentes que me ha proporcionado.

Mientras trabajo, siento que me estoy convirtiendo en una programadora, o al menos en una con más aplomo.

Cuando se me cansan los ojos, cierro sesión y me hago la cena para mí misma y para mi gruñona cobaya. Después de eso, me vuelvo a poner los guantes y la máscara N95 para poder deshacerme de mi única ceja restante. Logro hacerlo sin que la sustancia tóxica entre en mis ojos, boca, oídos ni ningún otro orificio.

Ya sin cejas, miro mi pálido rostro en el espejo. Parece que me hayan dado quimioterapia, pero aun así estoy mejor que cuando solo tenía una ceja.

Demasiado tarde, caigo en la cuenta de que mis compras de cejas no van a llegarme a tiempo para mi reunión con Sandra. Bueno, pues entonces solo me las pintaré y me aseguraré de irlas repasando cuando me haga falta.

Una vez he decidido eso, me preparo para irme a la cama y me acuesto.

Cuando llego a la oficina a la mañana siguiente, Sandra y yo nos apoderamos de la sala de reuniones más cercana a su cubículo. Parece incómoda, exactamente como imagino que estaría si estuviera a punto de despedirme.

Mierda. ¿Será eso?

—Así que —dice, entrecruzando los dedos.

Me preparo.

—¿Sí?

—¿Cómo estás?

—Lista para trabajar en algo —digo, haciendo todo lo posible por no sonar a insubordinada.

Ella se remueve en su asiento.

—Las órdenes de arriba son que solo debes trabajar en el Proyecto Belka.

Levanto la zona de mi piel donde he dibujado una de las cejas.

—¿Entonces simplemente reanudo mi trabajo en eso?

Sandra se aclara la garganta.

—No hasta que te consideren descansada.

—¿No parezco descansada? —Saco un espejito y me aseguro de que no tengo bolsas debajo de los ojos… y de que las cejas aún están en su lugar.

Ella mira furtivamente más o menos en dirección de la oficina del Empalador.

—No soy yo quien debe decidirlo.

—Entiendo. —Mis dedos tamborilean sobre la mesa—. Así que déjame ver si lo entiendo: no puedo trabajar en ninguna otra cosa aparte del proyecto que está detenido hasta que esté milagrosamente descansada. Y para colmo, si queremos hablar de dicho proyecto, ¿tiene que ser cara a cara?

Ella asiente.

—Lamento que hayas acabado viniendo hasta aquí para nada. De hecho, esperaba que tuvieras alguna actualización para mí.

Ah. Puede que esté algo irritada porque yo haya terminado interactuando directamente con su jefe. No es consciente de que eso fue un accidente.

Suspiro.

—No he tenido ninguna intención de criticarte a ti.

Ella me dirige una leve sonrisa.

—Lo sé. Lamento de nuevo haberte metido en este lío en primer lugar. Quería a la mejor de los míos en el proyecto y...

—Oh, no te preocupes. Y gracias por pasarles mi código a los demás. Ya he recibido algunos comentarios.

—Eso es genial —dice ella—. ¿De quién?

—Tenían alias de usuario. Pero tal vez tú lo sepas... ¿Hay alguien en la oficina a quien le guste un poquito más de la cuenta el Fantasma de la ópera?

Ella se acaricia la barbilla.

—¿Tal vez Rose, de contabilidad?

Rose debe de rondar los 90 años, así que si es ella, ¡bravo por la señora!

—Mi suposición es que se trata de alguien del departamento de desarrollo —le digo a Sandra.

Ella frunce el ceño.

—No se me ocurre nadie.

—De acuerdo, gracias. —Me levanto—. Si eso es todo, voy a tomarme un té y me iré a casa.

—Buena idea —dice ella—. Mis órdenes oficiales para ti son que descanses.

—Vale. —Le hago el mismo saludo militar formal que le hice al Empalador, pero esta vez a modo de broma.

Ella sonríe, y cuando salimos de la sala, me dice:

—Mi consejo no oficial es que sigas mejorando tus habilidades de creación de códigos.

¿Es esa otra pista sobre mi destino? Casi se lo pregunto directamente, pero no quiero ponerla en un aprieto.

Cuando llego a la sala de descanso, cojo un paquete de manzanilla y vierto agua caliente en una taza.

Antes de que pueda sumergir la bolsita en el agua, siento una presencia entrar en la pequeña habitación, creando una perturbación de la Fuerza que hace que mi sentido arácnido se estremezca.

Cuando miro hacia arriba, un par de ojos color lapislázuli capturan mi mirada, haciendo que mi estómago baile.

—Sra. Pack —dice el Empalador, con un acento más marcado de lo habitual—. Espero no haberla asustado.

—Hola. —Suelto ambas sílabas en un solo suspiro ronco que debería figurar en los manuales de recursos humanos bajo el epígrafe «inapropiado para el entorno laboral».

—¿Qué tal se encuentra? —Él se sirve un vaso de agua.

Dejo caer por fin la bolsita de manzanilla en el agua y rezo por que nada referido al «teabagging» se escape de mis labios.

—Me siento cargada de energía para volver al trabajo. Mira, puedo ser apropiada cuando me pongo muy, muy dura conmigo misma.

Hablando de lo cual, tampoco debería soltar la palabra dura.

—¿Cargada de energía para volver al trabajo?

Conseguir que una pregunta tan corta esté tan sumamente cargada de escepticismo debe de ser algún superpoder ruso.

—Tanto como una tormenta tropical. —Alzo la barbilla—. ¿No era urgente el Proyecto Belka? Usted dijo que...

—Aquí no. —Mira hacia la entrada de la sala de descanso con el ceño fruncido.

Efectivamente, Britney está allí, con los ojos entornados.

¿Habrá sido una ninja en una vida anterior?

—Entiendo —respondo.

—¿Ya ha almorzado? —me pregunta él.

Niego con la cabeza, sin palabras por la pregunta.

—En ese caso, la invito.

Dando por sentada mi respuesta afirmativa, avanza hacia Britney, cuyos párpados son apenas dos rendijas tan estrechas como las pupilas de un gato al sol.

Por un segundo, me pregunto si se verá obligado a apartarla físicamente.

Pero no. Ella se quita del medio.

Cuando paso a toda prisa por su lado, puedo sentir una nube de malevolencia que emana de ella, como vapores venenosos de mercurio. Sin embargo, no tengo la oportunidad de analizarlo porque me abruma darme cuenta de que voy a almorzar con el Empalador.

Yo.

Y él.

Comiendo juntos.

¿Cómo en una cita?

Eso es estúpido. Esto no es ninguna cita. Es un almuerzo de trabajo, uno que podría ser una táctica para despedirme fuera de la oficina para no provocar una escena.

Aun así... Me siento mareada, como si fuera al baile de graduación... y en realidad nunca fui al baile de graduación.

Ahora desearía estar mejor vestida y llevar pegados esos postizos para cejas de cabello humano de primera calidad.

El Empalador se detiene junto al ascensor y estoy tan inmersa en mis pensamientos que choco contra su espalda.

¡Madre mía! Acabo de notar unos músculos tremendamente firmes.

Él le quita importancia con un gesto y pulsa con energía el botón de llamar al ascensor.

Me quedo ahí y no pienso en lamerle el dedo.

Pues no.

Yo no.

Cuando se abren las puertas del ascensor, me hace un gesto para que entre delante, así que lo hago.

Al darme cuenta de que todavía estoy sosteniendo la infusión, me la engullo y el calor me abrasa las entrañas. Él me imita acabándose su vaso de agua de un solo trago. Su nuez sube y baja, y yo quiero lamerla.

Deja de fantasear con lamerle cualquier parte del cuerpo.

Le suena el móvil.

—Disculpe —dice y mira la pantalla.

Frunciendo el ceño ante el mensaje que acaba de recibir, escribe una respuesta con una velocidad de la que una adolescente estaría orgullosa.

—¿Todo bien? —pregunto cuando él levanta la vista.

—Sí, pero sólo tengo cincuenta minutos para almorzar. ¿Le importa?

Incluso aunque sí me importara, que sí lo hace, no es que fuera a decírselo.

—Es usted un hombre ocupado. Lo entiendo.

Salimos del edificio y cruzamos la calle y sus largas piernas dan unas zancadas tan grandes que tengo que caminar muy deprisa para seguirle el ritmo.

Antes de que pueda ponerme a sudar, él se detiene al lado de un local en el que nunca he estado... porque es uno de los mejores restaurantes de la ciudad de Nueva York, y tal vez del mundo. O si no el mejor, sin duda el más caro.

El Empalador abre la puerta de vidrio ornamentado.

—Después de usted.

Tragándome mi asombrada incredulidad, entro. En cuanto el Maitre ve al Empalador, nos adula como si fuéramos de la realeza, llevándonos a una mesa bien posicionada junto a la ventana: sin duda junto a los gerentes de todas las principales empresas del centro de la ciudad.

Mi jefe al cuadrado debe de ser un habitual aquí.

Antes de que yo pueda decir «es bueno estar en el cero coma uno por ciento de arriba», nuestras copas están llenas de un vino que sin duda cuesta más de lo que yo gano en un año.

—¿Dónde está el menú? —Susurro, no queriendo sonar como una imbécil entre todos esos mandamases.

—Suelo pedir el plato que recomienda el chef —responde él, igualando mi tono bajo—. ¿Quiere arriesgarse conmigo?

Yo asiento y tomo un sorbito del alucinante vino, mientras miro el impecable mantel que tengo delante.

Este sitio es elegante. Demasiado elegante para llevar a alguien a quien quieras despedir. Ni tampoco para hablar con ese alguien sobre probar juguetes eróticos.

Pero entonces...

¿Es eso posible? ¿Es esto una cita?