Capítulo Trece

—¿Yo? —Abriendo los ojos, da un paso atrás.

Ahora ya he empezado, así que me lanzo a proseguir.

—Tiene sentido. Supongo que confías en que tú mismo no acabarás arrojando mi cadáver al puerto. La privacidad del proyecto no se ve comprometida. Y, bueno —me sonrojo horriblemente—… dispones de las partes anatómicamente adecuadas.

Sin querer, mis ojos se posan en dichas partes, pero los aparto rápidamente.

Las puertas del ascensor se abren.

—Continuemos con esto en el auto —dice, y su expresión se vuelve ilegible.

Mierda, mierda, mierda. ¿Odia la idea? ¿Me odia a mí por sugerirlo siquiera? Uf, ¿cómo será esto de incómodo si dice que no?

¿Estoy a punto de que me despidan por pasarme con el jefe de mi jefa?

Volvemos a subir a la limusina, esta vez sentados uno frente al otro.

Hace que la partición suba.

—Sólo para aclararlo: yo pruebo el lote masculino, actuando como dador y receptor, ¿no? De hecho, ya he probado una de las piezas en mí mismo después de escribir la aplicación, por lo que, en teoría, podría hacer lo mismo con el resto.

¡Sí! Está pensándoselo en serio. Quiero ponerme a dar saltitos, aun cuando mi rubor, que se había desvanecido ligeramente en el camino desde el ascensor, regresa en todo su esplendor.

—Esa no sería una buena prueba de extremo a extremo, y lo sabes. Tú escribiste el código; eso hace que tengas un sesgo.

Sus fosas nasales se dilatan.

—¿Entonces cómo?

En este punto, hasta mis pies están ruborizados.

—Tú solo actuarás como el receptor. Yo actúo como dador y registro los datos de la prueba. Es la forma apropiada de hacer estas cosas.

Sus cejas se levantan.

—Eso es estirar la definición de la palabra «apropiado» mucho más allá de su zona de confort.

—Mira. —Trato de imitar su acento lo mejor que puedo—. Si quieres dejarlo, lo entenderé.

Una sonrisa lenta y sensual curva sus labios.

—Yo no me achanto frente a ningún desafío.

¿Es realmente posible que mis bragas se derritan, o es eso solo una forma de hablar? Hago todo lo posible para fingir calma y arqueo mi ceja falsa.

—Eso es un sí, ¿verdad?

—Sí. ¿Cómo piensas que esto puede funcionar, logísticamente?

¡Ay, la leche! Ha aceptado. He conseguido que se apunte.

Pero, ¿y ahora qué?

A algún nivel, no me esperaba que estuviera de acuerdo con esta locura, y ahora que lo está, me enfrento a la logística de utilizar juguetes eróticos con el jefe de mi jefa. Una logística que incluirá hacer que se corra... y registrar cuánto ha tardado en una hoja de cálculo.

O lo que es peor, registrar que yo no he podido hacer que se corra.

Santo código C++ bendito, ayúdame. Hay aspectos logísticos todavía peores. Por ejemplo, ¿no precisan la mayoría de los juguetes masculinos de un pene erecto para entrar en algunos de los juguetes? ¿Cómo me aseguro de que esté listo para la prueba… logísticamente?

—No tienes que decidirlo todo ahora mismo —dice él, leyendo mi mente otra vez, al parecer.

—Sí. —Me aclaro la garganta y conjuro a mi analista de control de calidad interior—. Para empezar se me ocurre que sería mejor utilizar la aplicación de la manera más cercana posible al uso para el que fue pensado. O sea, de forma remota.

Por ejemplo, no quiero estar junto a él para la parte logística de «preparar el pene» para su uso.

A menos que, ¿tal vez sí que quiera?

No. Al menos debo pretender ser profesional. O lo que sea que pueda pasar por profesionalidad dadas las circunstancias.

—Sí, hacer esto de forma remota tiene sentido. —¿Es decepción eso que se oculta tras la indescifrable expresión de su rostro? —. ¿Cuándo querrías empezar?

—Estoy libre esta noche —le espeto.

Mierda. Eso no ha sonado bien. ¿Parezco una perdedora sin vida privada?

Al recordar el aroma a perfume en la hoja de prueba y dentro del maletín, añado rápidamente:

—O sea, asumiendo que no tengas ninguna cita este viernes por la noche.

Él saca el móvil y envía varios mensajes a velocidad vertiginosa.

—Acabo de despejar mi agenda para esta noche. Esto es muy importante.

—¿Por qué es tan importante? —pregunto.

Lo que realmente quiero saber es si tiene algo que ver con alguien que usa demasiado perfume.

Él frunce el ceño.

—Creí habértelo explicado ya. Es posible que se pueda hacer una demostración del producto terminado para los editores de la revista Cosmo dentro de dos semanas.

Por eso es importante para la empresa Belka, pero no por eso es importante para él. Oh, bueno. Supongo que no quiere decirme la verdadera razón... lo que podría significar que tiene algo que ver con la misteriosa dama perfumada (o caballero perfumado, ¿por qué no tener la mente abierta?).

Si necesitaba otra razón para mantener las cosas en plan profesional entre nosotros, aquí está: Vlad podría estar pillado.

¿Quién es ella? exige saber el monstruo verde de los celos.

¿Cómo quieres que lo sepa?

Averígualo y luego dile que te has tirado a su hombre con un juguete erótico.

Probablemente Belka es la empresa para la que ella trabaja, así que puede que eso no le importe.

Plan B: cárgatela.

El coche se detiene por completo y, con una mezcla de alivio y decepción, me doy cuenta de que estoy en casa.

—Entonces… ¿nos vemos esta noche? —Me desabrocho el cinturón de seguridad.

El sale del coche y me abre la puerta.

—A menos que cambies de opinión… y no pasaría nada si es el caso.

A menos que me acobarde, quiere decir.

Pues no. Eso no va a ocurrir.

Espero.

—Que llegues sano y salvo a casa —le suelto.

¿Está mirando mis labios?

¿Estoy mirando los suyos?

Una leve sonrisa juguetea con esos labios.

—Tú también.

—Gracias. —Hago un esfuerzo en concentrarme por no tropezar con algo mientras salgo como una bala hacia mi puerta.

Al entrar en mi edificio, capto una imagen de él, todavía de pie junto a la limusina, mirándome.

Acelero hasta estar dentro de mi apartamento y me quedo apoyada con la espalda contra la puerta, abanicándome.

Mona se asoma desde su casita.

—Lo sé, ¿verdad? —le digo—. ¿En qué narices acabo de meterme?

Después de que Mona y yo nos llenemos la barriga, encuentro formas creativas de evitar preocuparme por las próximas pruebas, y lo que funciona mejor es mirar mi código.

Implemento algunas de las ideas más sencillas que me sugirió el Fantasma y luego verifico si me ha escrito de nuevo.

Lo ha hecho, además de hacer un cambio en mi código.

Espero que no se ofenda, pero cambié el nombre de todas las variables de contador para usar la palabra «contar», que es el estándar de Binary Birch. Aunque entiendo que su variación «Chocula» era un nombre en broma, referido a una marca de cereales, eso restaba seriedad a su por lo demás elegante código. Por supuesto, puede revertir este cambio.

Ajá. Yo también siento la necesidad de cambiar el código cuando no me gusta algo que veo. Especialmente cuando detecto la clase de barbaridades que vi en el trabajo de Britney.

Dado que el Fantasma tiene bastante razón en esto, no revierto el cambio. Por mucho que me gusten los Conde Chocula, y me vuelven loca, lo último que quiero es que el equipo de desarrollo piense que no me tomo la codificación en serio. De hecho, no es bueno dar a conocer mi adicción a los cereales tan ampliamente, especialmente ahora que tengo un nuevo vampiro delicioso en mi vida: Vlad.

Hablando del diablo, casi es hora de empezar con las pruebas.

Mientras me vuelvo a dibujar las cejas y a ponerme más presentable en general, reflexiono sobre si la prueba debería realizarse en mi dormitorio o en la sala de estar. Como la sala de estar parece un poco más profesional, la ordeno y luego me apresuro a ir al dormitorio a buscar el maletín con los juguetes. Al regresar, lo dejo junto a mi sofá.

¿Qué deberíamos probar?

Abro el maletín, examino los juguetes orientados a los hombres y elijo el que me parece menos intimidante. Aun así, utilizo a mi Tesssoro para investigar sobre cómo usarlo: no más viajes al hospital relacionados con juguetes, muchas gracias.

El juguete es un tipo de funda y su uso suele ser bastante sencillo: lubricar e introducir dentro una tranca. A partir de ahí, el usuario normalmente lo deslizaría arriba y abajo a mano, pero el modelo Belka es de alta tecnología, y hará el movimiento deslizante por sí mismo. También vibrará si se desea.

Decidida a estar preparada para cualquier eventualidad, lubrico el mío y meto un dedo.

Luego dos.

Interesante.

Nunca he metido los dedos dentro de otra mujer, solo en mí misma, pero esto es inquietantemente similar, excepto porque está frío. Así que será más como una mujer muerta, supongo. O como una medusa.

¿Cómo es esta cosa de elástica?

Meto otro dedo.

Sin problemas.

Meto un cuarto dedo.

Todavía ningún problema.

Cierro el puño con fuerza, y este se desliza dentro.

Genial estoy follándome con el puño a la pobre medusa/vagina de mujer muerta.

Retrocedo hasta usar solo dos dedos, y entro en la aplicación con la mano libre para ver las opciones que necesitaré usar más tarde.

Los botones principales son «Acariciar» y «Vibrar».

Hago clic en Acariciar y la manga intenta tragarse mis dedos igual que una medusa hambrienta.

Guau. ¿Cómo han conseguido que se mueva así?

Presiono Vibrar a continuación... y la sensación es como si la medusa estuviera tratando de tragarse mis dedos durante un terremoto.

A lo largo de este ejercicio, hago todo lo posible por no pensar en Vlad.

Ni en su polla.

Ni...

Mi Tesssoro hace un ruidito señalando que me ha entrado un mensaje.

Mierda. Ya es la hora.

Corro a la cocina, tiro la manga al fregadero y me limpio el lubricante de los dedos con una toalla de papel.

Vuelvo al sofá y reviso mi teléfono.

Correcto. Es el mensaje con el enlace para vincular mi aplicación con la de Vlad.

Tan pronto como lo configuro, la parte de videoconferencia de la aplicación cobra vida.

Respondo a la llamada e intento estar tranquila y no sonrojarme. Esto es un asunto del trabajo. No hay motivos para entrar en pánico.

Entonces veo sus ojos color lapislázuli brillando por detrás de sus gafas, y toda mi profesionalidad se va por el desagüe.

Mis mejillas arden como si la misma medusa hambrienta me hubiera picado en ellas.

—Hola, Fanny —dice, con un acento más marcado de lo habitual.

—Hola, señor. —Lucho contra el impulso de hacerle un saludo militar.

Las comisuras de sus labios se contraen.

—Puedes llamarme Vlad, ¿recuerdas?

—Sí. Vlad. He elegido el juguete para hoy. La manga. Es el...

—Sé cuál es. —Desaparece de la vista de la cámara, y lo escucho hurgar en lo que supongo que será su propio maletín.

Cuando reaparece, sostiene el juguete en cuestión.

Increíblemente, mi rubor se hace más profundo.

—Sí, ese es.

—Buena elección. —Roza con la punta del dedo la entrada del juguete, haciendo que mis partes femeninas se sientan locamente celosas—. Este es el mismo que he utilizado para mis propias pruebas.

—Qué bien. —Tengo que hacer un esfuerzo para sujetar el teléfono sin que me tiemble—. Entonces… ¿supongo que has de meterte en eso?

Los ecos de mis pensamientos logísticos anteriores zumban en mi cabeza.

Tendrá que tenerla dura para hacer eso. ¿Es ese mi problema? Desde luego que no.

—¿Necesitas un minuto? —Me lamo los labios nerviosamente—. Para ver un video para adultos o…

—Estoy listo. —Su mirada parece centrarse en mi boca—. ¿A dónde quieres que apunte con la cámara? Preferiría que fuese a mi cara, pero si...

—A tu cara está bien. —Las palabras me salen como el graznido dolorido de un sapo atropellado por un camión de helados.

Quiero decir, soy solo humana, así que de verdad, de verdad, me gustaría que la cámara apuntase hacia abajo, pero no hay ningún motivo relacionado con el control de calidad en el que pueda pensar, a no ser que yo hubiese confeccionado la funda y quisiera asegurarme de que se ajustase perfectamente a su…

—Estoy dentro —murmura.

Vale pues.

Eso significa que es mi turno… de hacer que él se corra.