Sigue siendo profesional.
Clínica.
Y todo eso.
—Primero voy a probar el botón de «Acariciar» —digo, y rezo para que no me dé un ataque.
Él asiente.
Pulso el botón de «Acariciar».
Sus pupilas se dilatan.
En mi pantalla aparece un mando para graduar la intensidad.
—Voy a aumentar la velocidad. —¿Me ha salido eso con voz grave y sexy? Tengo que dejar de hacer eso.
Él se muerde el labio y asiente.
Lentamente, lo subo hasta el cincuenta por ciento de intensidad.
Los músculos de su mandíbula se tensan y sus pupilas se dilatan aún más mientras sus ojos vagan por mi rostro con el hambre de un depredador.
Me gusta. Un poco demasiado. Toso nerviosamente en mi puño.
—Dime si es demasiado.
—Está bien. —Su respiración es claramente irregular.
Maldición, esto me pone.
Me pone demasiado para seguir siendo profesional.
Jamás habría adivinado cuánto iba a disfrutarlo. Tengo que luchar constantemente contra la urgencia de deslizar mi mano hacia abajo para poder unirme a él en la diversión.
—Voy a agregar la vibración. ¿Bien?
Me tomo el gruñido con que me responde como un sí y hago clic en el botón.
Él gime y los músculos de su cuello se tensan. Luego exhala con fuerza, relajándose.
Mientras contemplo su expresión orgásmica en mi pantalla, casi me da ese ataque.
Es oficial.
He hecho correrse al jefe de mi jefa.
Sí. Ha ocurrido.
Al menos, creo que se ha corrido.
Será mejor comprobarlo.
—¿Has llegado? —pregunto, con una voz apenas más audible que un susurro—. Necesito saberlo para el informe.
Pues vaya. Eso ha sonado medio-profesional... especialmente si mi profesión fuese la cortesana.
—Sí. Ha sido intenso. —Su voz es más ronca de lo habitual—. Cuando usé el mismo juguete yo solo, fue mucho menos intenso.
—Ah —es lo único que puedo decir al principio—. Debe de ser como hacerte cosquillas a tí mismo. Me pregunto si mis pruebas anteriores no han sido válidas ya que también me las hice a mí misma.
¿Pero qué digo? ¿Por qué me he ido por ahí?
Probablemente porque deseo que él me haga correrme más que nada en el mundo.
Él inclina la cabeza, con los ojos intensamente fijos en mí.
—Si quieres repetir la prueba, te puedo ayudar.
—Vale —me escucho decir como desde la distancia. Mi corazón me late fuerte en el pecho. —Buena idea.
¿Qué? grita una parte de mí. ¿Estás tan salida que tu cerebro ha dejado de funcionar?
—Será mejor que cuelgue ahora —dice—. Tengo que lavarme.
Lavarse. Correcto. Porque he hecho que se corriera. Mi rostro vuelve a arder de nuevo, aun cuando la decepción me atraviesa como una serpiente venenosa.
No estoy preparada para que esto acabe.
—¿Cuándo volvemos a ponernos? —pregunto, tratando de mantener un tono neutro. Profesional, como corresponde a la interacción entre una empleada y el jefe de su jefa—. ¿Mañana?
Sus ojos resplandecen.
—Agradezco tu entusiasmo, pero no quisiera hacerte trabajar en fin de semana.
Ah, es verdad.
Estamos a viernes por la noche.
Me había olvidado de eso... al mismo tiempo que de mi nombre.
—No es problema para mí trabajar el fin de semana —logro decir—. Ya me he tomado todo ese descanso. De todos modos, esto no va a llevarnos todo el día. Podríamos hacer solo una pieza más de hardware. Dijiste que esto era importante.
¿Sueno demasiado ansiosa?
¿Estoy demasiado ansiosa?
—¿Qué tal te suena mañana a las ocho de la noche? —pregunta—. ¿A menos que tengas planes?
Entonces, él y la dama del perfume tampoco van quedar el sábado por la noche. Eso aumenta las posibilidades de que no haya nada entre ellos... a menos que lo que esté sucediendo no requiera de citas formales, es decir.
Respiro hondo.
—Dejaré libre mi agenda para la tarde.
—Hasta entonces, pues —dice él y luego cuelga.
Me aseguro de que haya colgado de verdad, y luego agarro un juguete femenino al azar y me masturbo hasta que me corro para recuperar algo que se parezca a la cordura.
Aturdida de alivio, documento la prueba de hoy, termino con mis rutinas diarias y me voy a dormir.
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El día siguiente se me pasa como envuelto en una neblina.
Escribo más código siguiendo las sugerencias del Fantasma, juego con Mona y, en general, trato de no pensar en el gran acontecimiento que tendrá lugar a las ocho.
Por la tarde me llega un paquete de UPS, lleno de parafernalia para las cejas. Me cuesta un rato probar el lápiz indeleble, los polvos y los tatuajes temporales, pero el look ganador resulta ser las cejas postizas de pelo humano, demostrando una vez más que lo más caro es lo mejor.
Haciendo todo lo posible para no pensar en el origen de ese cabello humano, prosigo con mi día hasta que recibo una llamada de Ava.
—¿Me has estado evitando? —me pregunta directamente en vez de decir hola.
—No —le contesto.
Ella resopla.
—No has respondido a ninguno de mis mensajes.
—Bueno, tal vez. Es que tenía mucho que hacer.
Hay un silencio prolongado al otro lado de la línea.
—¿Cosas relacionadas con el Empalador?
—Sí. —Le cuento lo que ha pasado.
—¡Oh. Dios. Mío! —chilla ella cuando termino—. Estás hecha todo un putón. ¡Me encanta!
—No lo estoy. Estamos manteniendo el asunto en lo estrictamente profesional.
—Ajá. Negarlo no es el nombre de ninguna ciudad de en Japón.
Pongo los ojos en blanco.
—Puede que él ya esté con alguien. Trabajamos juntos. Yo...
—Para la prueba de esta noche, elige ese juguete prostático —dice, y casi puedo oírla sonreír—. Los chicos pueden ser quisquillosos con sus traseros, así que si te deja meter algo allí, seguro que le gustas.
Mi cara arde más que la superficie del sol.
—Estamos haciendo las pruebas en modo remoto, por lo que cualquier cosa que se meta será por su cuenta.
—Tanto monta, monta tanto. El resultado final: juguete dentro del trasero.
—Bueno, ha accedido a probar todos los juguetes para chicos. —Lucho contra mis ganas de rascarme los postizos de cabello humano—. Supongo que era consciente de que la ardilla estaba en esa lista.
—Confía en mí. Es posible que no haya unido todos los puntos de la línea que lleva a lo profundo de su recto. Si no se echa para atrás cuando se lo menciones, eso querrá decir algo. Como mínimo, una dedicación tremenda al trabajo, pero lo más probable es que sea una prueba de que realmente le gustas.
Al final me rasco la ceja.
—Supongo. No sé que daño puede hacer eso.
—Puede que le haga daño a él —dice ella con una risita—. Asegúrate de usar montones de lubricante y de tomártelo con calma. Cuando yo hago cosas de esas, me gusta empezar con un poquito de...
—¡Demasiada información! —grito y luego empiezo a cantar Cumpleaños feliz tan alto como puedo.
—Vale —dice ella—. De todos modos, será mejor que vaya a ver cómo sigue mi paciente.
Siento una punzada de culpa. Ni siquiera le he preguntado dónde estaba.
—¿Te tienen trabajando otro fin de semana?
—Estoy acostumbrada —dice—. Mantenme al tanto. Adiooós.
—Adiós. —Yo cuelgo.
Durante el resto del día, investigo todos los juguetes del maletín y reflexiono sobre una pregunta importante: ¿Qué juguete debo dejar que él vuelva a probar conmigo?
Después de una larga deliberación, me decanto por el vibrador del clítoris. Mi propia sesión con él fue súper rápida, lo que podría ser bueno para una primera vez con Vlad.
Primera vez.
Habrá una segunda. Y una tercera.
Los latidos de mi corazón se disparan y empiezo a hiperventilar... pero entonces se enciende la ventana de videoconferencia de la aplicación, así que respiro hondo y acepto su llamada.
¡Maldita sea! Casi me había olvidado de lo bueno que está, con esos rasgos esculpidos y esos labios peligrosamente besables. Y su mechón de cabello rebelde vuelve a las andadas, burlándose de mí, haciendo que me piquen los dedos de ganas de tocarlo.
—Hola —digo, tratando de no ahogarme en su mirada intensamente azul.
—¿Cómo te está yendo el fin de semana? —murmura él.
—Ocupado —digo en piloto automático—. ¿Y tú? ¿Has hecho algo especial?
Parece considerar seriamente la pregunta, como si nunca antes hubiese charlado de trivialidades con nadie.
—Llevé a Oracle a un especialista en roedores —dice finalmente—. No es algo que ocurra muy a menudo.
Parpadeo ante esa frase sin sentido y luego sonrío al descifrar su significado.
—¿Puedo suponer que Oracle es un roedor? De lo contrario, el especialista estaría bastante confundido.
Él me devuelve la sonrisa.
—Oracle es mi lechón marino.
Arqueo un postizo de cabello humano.
—¿Qué es un lechón marino? Espero que no sea una de esas criaturas horrorosas de siete patas con pinta de pepino de mar que acechan en las profundidades del océano. ¿No? Eso no son roedores. Más bien monstruos Lovecraftianos en miniatura.
Su sonrisa se hace más amplia.
—Lo siento, es la única palabra en inglés con la que suelo liarme. Quería decir conejillo de indias. Lechón marino es una traducción literal del término en ruso. La parte de las «indias» del nombre nunca me pareció que tuviese sentido. Esos animales son originarios de la cordillera de los Andes en Perú, así que...
—Espera, ¿tienes un conejillo de indias? —mi pregunta me sale como un chillido, casi como lo que sueltan los susodichos animalitos.
—Sí. ¿Por qué?
—Yo también tengo una —digo con orgullo—. Su nombre es Mona.
—¿En serio? —La sonrisa ahora llena toda su cara—. Enséñamela.
—Te enseño la mía si tú me enseñas la tuya —digo... y me sonrojo en cuanto me doy cuenta de cómo ha sonado eso.
La imagen de la cámara se emborrona cuando él se levanta. Veo brevemente una estancia del tamaño de mi cuarto de estar pero llena de rampas, juguetes, heno y otras cositas de las que les gustan a los conejillos de indias. En medio de todo esto hay una criatura esponjosa y naranja, con un pelaje que le llega hasta las patas.
—Esa es Oracle —me explica él—. Ella es una cobaya Corona.
Ajá. Ahora me siento como una mala madre de cobaya. Ni siquiera sé qué tipo de conejillo de indias es Mona. Tampoco la he llevado nunca a un especialista en roedores. Creía que con un veterinario normal le bastaría.
Oye, al menos no la llamé Oracle, que supongo que es una referencia a la conocida empresa de gestión de bases de datos.
Podía haber sido peor.
Podría haberla llamado Microsoft.
Al darme cuenta de que estamos en la etapa de «yo te enseño la mía» del procedimiento, me sirvo de una uva sin pepitas para atraer a Mona y la apunto con la cámara cuando empieza a masticarla.
—Qué monada —dice él—. Parece de raza americana.
—No te preocupes, la tuya es casi tan mona como la mía —digo.
Es mentira. La suya es en realidad más mona, pero no puedo decírselo delante de Mona. No me lo perdonaría jamás.
Él vuelve a sentarse donde estaba antes.
—Deberíamos organizar una cita para que jueguen. Oracle no muestra ningún signo de sentirse sola, pero a veces me preocupa. Y he oído que dos hembras podrían llevarse bien.
—¿Una cita para que jueguen? —Miro a Mona para saber su opinión pero no me dice nada—. ¿Pero no está Oracle enferma? Has dicho que la habías llevado a un especialista...
—No, eso fue algo profiláctico. Me dijeron que estaba sana como una manzana.
¿Debería llevar a Mona a un veterinario de forma profiláctica? En mi defensa, ni siquiera yo me hago mis propias revisiones anuales.
—A Mona podría gustarle quedar para jugar —accedo—. ¿Cómo iría eso, logísticamente?
Su rostro se suaviza, asumiendo su característica expresión ilegible.
—Deja que consulte mi agenda cuando terminemos. Te enviaré un mensaje de texto con los detalles.
Cuando terminemos.
Casi me había olvidado de para qué estábamos aquí.
Con el pulso acelerándose, vuelvo a mi asiento en el sofá.
—¿Nos ponemos con ello?
Él asiente.
—¿Qué hay en la agenda de hoy?
—Mmm. He seleccionado el hardware pero no he decidido quién debería ir primero.
Sus ojos brillan por detrás de las lentes de sus gafas.
—¿Qué tal las damas primero? ¿O debería la edad ir antes que la belleza?
En su caso, la edad no impide que su belleza sea mayor, pero mantengo la boca cerrada. No quiero que piense que estoy coqueteando.
—Yo iré primero y mantendré la cámara apuntando a mi cara, como lo hiciste tú.
—Por supuesto —dice él—. ¿Qué juguete es el que vas a usar?
Me sonrojo y hurgo en el maletín que hay a mis pies para sacar el vibrador para el clítoris.
Sus fosas nasales se ensanchan.
Seguro que acaba de imaginarme usándolo.
—Avísame cuando estés lista. —Sus palabras parecen brotar con dificultad.
—Dame un segundo. —Le sostengo la mirada mientras me bajo las bragas con mi mano libre.
Ahora sus ojos se agrandan.
Apuesto a que es consciente de lo que acabo de hacer fuera de su campo visual.
Me arden horriblemente las mejillas, pero hay algo en este escenario que es más excitante que vergonzoso, lo cual es vergonzoso en sí mismo.
Sin ropa interior, presiono el juguete contra mi clítoris.