Por primera vez desde que ha llegado yo proceso del todo que le tengo aquí, en mi casa.
Parece que pega aquí.
Como si fuese su sitio.
Ojalá pudiera quedármelo.
—¿Cuánto debería durar esta presentación? —Hago esa pregunta con el aliento un poco entrecortado.
Sus ojos color lapislázuli se clavan en los míos.
—La presentación está prácticamente terminada, y ha sido un éxito rotundo. Estamos listos para concertar una cita para que jueguen juntas. ¿Cuándo estaréis Mona y tú libres en el futuro cercano?
Yo sonrío.
—Mi agenda laboral ha sido bastante relajada últimamente, así que cualquier día me iría bien.
—Hablando de trabajo... —Él da un paso hacia mí—. ¿Estás preparada para hacer más pruebas esta noche?
¿Esta noche? Estoy preparada para hacer alguna ahora mismo. La madre de todos los rubores adorna mis mejillas mientras asiento.
—¿Qué tal a las ocho?
Vuelvo a asentir.
Él se acerca otro paso más. Ahora estamos lo bastante cerca para que pueda oler su aroma cálido y sensual, pero también ese ligero matiz de perfume.
Él mira fijamente mis labios.
Que le den. Voy a preguntarle sobre ese perfume.
En cualquier momento.
Solo tengo que encontrar las palabras, eso es todo.
Suena el timbre de la puerta.
Él retrocede.
—¿Esperas a alguien?
Aún en silencio, niego con la cabeza.
—¿Quién podría ser? —pregunta—. ¿Tus padres? ¿Ava?
Obligo a mis cuerdas vocales a funcionar.
—Ava está en el hospital. Mis padres tienen llaves y, lamentablemente, suelen entrar sin llamar.
Él saca el móvil y envía un mensaje.
—¿Podría tratarse de Ivan? —pregunto.
Su teléfono hace un ruidito.
—No es Ivan. Es un tío. Rubio, delgado, con...
Frunzo las cejas postizas de pelo humano.
—Eso suena igual que mi ex.
Las cejas reales de Vlad se juntan de golpe.
—¿Ex novio?
—Ha estado buscando excusas para venir de vez en cuando. —No estoy segura de por qué mi voz suena tan a la defensiva—. Hace un mes, se «dio cuenta» de que se había olvidado un juego de Xbox. Dos meses antes de eso, era una sudadera con capucha.
—¿Y se presenta así, sin avisar?
El timbre de la puerta vuelve a sonar.
—Déjame ver si es él de verdad. —Me encamino hacia la puerta.
Vlad me sigue, y me siento un poco mareada ante la perspectiva de que Bob vea a un chico tan atractivo en mi apartamento y saque sus conclusiones.
—¿Quién es? —le grito a la puerta.
—Fanny, soy Bob —dice la persona con la voz de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado.
Abro la puerta.
Bob me sonríe... y su sonrisa se desvanece cuando ve a Vlad.
—Estaba... eh... en el barrio —tartamudea—. Me acordé de que me había dejado mi ejemplar de GEB en tu casa. ¿Sería posible que me lo devolvieras?
Vuelvo la cabeza y le explico a Vlad por encima del hombro:
—GEB es Gödel, Escher, Bach.
El rostro de Vlad es frío como el de un vampiro. Quizás hasta tan frío como el nitrógeno líquido.
—Sí. El libro de Douglas Hofstadter. Lo he leído. Es genial.
Eso tiene sentido; a mucha gente de nuestra industria le gusta ese libro.
—Eres Bob, ¿verdad? —dice Vlad con una voz más fría que la de un vampiro después de su baño diario en nitrógeno líquido.
Tragando saliva de forma visible, Bob asiente.
—Quiero que pienses con muchísimo cuidado en cualquier otro objeto que puedas haberte olvidado por aquí —dice Vlad, con un tono que prácticamente rezuma amenaza—. Esta es tu última oportunidad de recuperarlo.
¿Ha sido eso una amenaza? Por la cara de Bob, estoy segura de que él sí se lo ha tomado como tal.
¿Qué debo hacer?
—So-solo he venido a co-coger el libro —dice Bob, tartamudeando de una forma que nunca le había visto hacer cuando salíamos—. No s-se me ocurre nada más.
Vlad me pone una mano posesiva en el hombro.
—Fanny, ¿sabes dónde está el libro?
—Claro. —Hago que mi voz suene alegre, sobre todo para rebajar esa tensión al nivel de un globo a punto de estallar—. Iré a buscarlo.
Cuando dejo a los dos hombres solos, me pregunto si cuando vuelva solo quedará Vlad, junto a una carcasa de carne exprimida de toda su sangre.
Encuentro el libro y vuelvo a toda prisa.
Bob está más blanco que un inodoro nuevo, mientras que los ojos de Vlad son como carámbanos que apuntan hacia abajo, a mi ex.
—Aquí tienes. —Pongo GEB en las manos visiblemente temblorosas de Bob.
—Gracias —murmura él.
—¿Has pensado en alguna otra cosa que puedas necesitar? —El tono de Vlad podría cortar el cristal—. Lo digo en serio. Esta es tu última oportunidad.
—N-No. No volveré nunca por aquí. —Sus palabras suenan como un juramento tartamudeado. Entonces Bob gira sobre sus talones y se aleja corriendo como si mil demonios lo estuvieran persiguiendo.
Es oficial. Mi ex acaba de ser empalado por el Empalador.
—¿Qué le dijiste mientras estuve fuera? —pregunto, cerrando la puerta.
—No mucho —dice Vlad con calma—. Ahora tengo una reunión para almorzar.
Antes de que pueda pedirle más detalles, regresa a la sala de estar, saca con cuidado a Oracle del acuario y la mete en el transportín.
—Puedes dejar el espacio de juego neutral aquí —digo—. Así estará listo para cuando queden para jugar.
Suponiendo que la cita para jugar juntas sea todavía el plan. Él parece estar lo bastante enfurecido como para cancelarla.
—¿Estás segura de que no será una molestia? —pregunta, y su expresión se caldea un grado o dos.
Hago un gesto desdeñoso con la mano.
—Déjalo.
—Gracias —dice él—. Pero podría ser mejor devolver a Mona a su propio hábitat antes de la cita para jugar.
—Lo entiendo —digo con una risita—. La famosa territorialidad del conejillo de indias. —Es casi tan mala como la del dueño de una empresa con su esbirra de pruebas.
Me responde con una sonrisa que no se contagia a sus ojos.
Lo acompaño a la puerta y le sostengo el transportín de Oracle mientras se vuelve a poner los zapatos. Cuando se lo entrego, le pregunto:
—Lo de las ocho sigue estando en pie, ¿verdad?
Sus ojos se entrecierran.
—¿Por qué no habría de estarlo?
—Por nada —miento—. Entonces, hasta luego.
Él vuelve hacia el coche de Ivan y yo cierro la puerta y suelto todo el aire que parece haber estado cautivo en mis pulmones desde el inicio de la catástrofe de Bob.
¿Qué demonios ha sido todo eso? ¿Estaba Vlad celoso?
No. No puede ser. Bob debe de haber quebrantado sin querer alguna norma rusa, algo así como «no presentarse nunca sin avisar». O eso o es que Vlad se pone irritable cuando se acerca la hora del almuerzo y aún no se ha comido a nadie.
Sí. Debe de ser o lo uno o lo otro. Alguien que ya tiene una compañía perfumada no se pone celoso.
Me dirijo al acuario, levanto a Mona y la sostengo cerca de mi cara.
Pues no. Nada de frotar la nariz conmigo. Está claro que eso es algo que ella hará solo con Vlad.
Vaya sorpresa.
Devuelvo con suavidad a la pequeña traidora a su casa, le doy algo de comer, y me mantengo ocupada hasta que llegan las ocho.