Capítulo Veintiuno

Reconozco enseguida a Alex e imagino que la pareja más mayor sentada a la mesa deben de ser sus padres.

El maquillaje de la madre me hace pensar en coristas de burlesque y drag queens, y su escote visible es tan grande que probablemente sea merecedor de ser bautizado con su propio nombre. ¿Helga, tal vez? Ella lleva un vestido ajustado de cóctel de color púrpura con una confianza que espero ser capaz de emular cuando yo llegue a su edad.

El padre luce un gran bigote y en general se parece al cantante del escenario: peludo y regordete pero con una uniceja que el cantante se ha debido de depilar.

Vuelvo a sentir una leve punzada de envidia de cejas. Nunca volveré a dar por sentado el vello facial en la frente.

Ninguno de sus padres tiene demasiados rasgos en común con los dos hermanos, pero ambos me recuerdan a alguien. Aunque no soy capaz de decir a quién.

—Mamá, papá, esta es la mujer de la que os estaba hablando —dice Alex mientras nos acercamos—. Salvó mi compañía el otro día y, tal como esperaba, ha arrastrado a Vlad hasta aquí hoy.

Ambos progenitores me dirigen un gesto de agradecimiento.

—Oh, no puedo adjudicarme todo el mérito. —Sonrío nerviosa—. Es Vlad el que ha tenido que convencerme y no al revés, créanme. Encantada de conocerles a los dos.

Otro par de asentimientos de aprobación. Si el objetivo era caerles bien, Alex claramente me ha hecho partir con ventaja.

—Madre, padre, esta es Fanny —dice Vlad, con una expresión sorprendentemente fría.

Ambos se levantan. Ella es ridículamente alta, su marido le llega a la barbilla. Los hermanos deben de haber salido a ella en eso.

—Encantada de conocerles. Sr. y Sra. Chortsky —digo, ofreciéndoles la mano.

El padre ignora mi mano y prefiere rasparme la mejilla plantándome un beso.

La esposa le da una palmada en la espalda.

—Ella es americana. Los americanos no besan a los desconocidos, viejo pervertido.

—Llámame Boris. —La sonrisa del padre es tan amplia que los bordes de su bigote le rozan las sienes.

La madre vuelve a golpearle la espalda y luego me estrecha la mano con una sonrisa natural y me arrastra hacia ella. Por fortuna, su beso es de los que se dan al aire.

—Perdona al burro de mi esposo, querida —susurra con tono de complicidad—. Llámame Natasha.

Cuando me aparto, hago lo que puedo por mantener mi cara de póquer.

¿Boris y Natasha? Esos son exactamente a quiénes me recordaban, a los dos malos de esa peli de dibujos animados con el alce y la ardilla. Hasta se llaman igual.

Apuesto a que si usara mi aplicación con ellos, esta también me confirmaría esa impresión. Hasta su marcado acento ruso es casi idéntico al de los personajes.

—Siéntate, por favor. —Boris me saca una silla y... sus esfuerzos se ven recompensados por otra palmada de su mujer en la espalda.

—Gracias. —Me siento, y Vlad se sienta a mi lado.

La mesa está repleta de platos cubiertos por servilletas de tela. Parece que nadie ha comenzado a comer todavía.

—Arregla lo de la dama —le dice Natasha a Vlad con severidad, señalando la comida tapada.

¿Que me lo arregle? Tal vez sí podría arreglármelo metiéndose debajo de la mesa o algo… pero aun así sería la hostia de incómodo.

Vlad mira a su madre con expresión de furia contenida.

—¿No deberíamos esperar a que todos hubiesen llegado?

¿No están todos?

Natasha hace un gesto de mofa.

—Los que llegan tarde no comen.

—Ni beben. —Boris agarra una botella gigante de Stoli y me sirve un trago sin preguntarme si quiero.

Luego hace lo mismo con Vlad, Alex y su esposa. Para él mismo, vierte el vodka en una copa de vino.

Natasha le lanza a Boris puñales con la mirada.

—Vas a beber chupitos, como una persona normal.

Boris le hace señas a un camarero para que se acerque y le dice algo en ruso.

El camarero se aleja corriendo y vuelve con un puñado de vasos de chupito que rellena con el vodka de Boris.

—¿Y si llegamos a un acuerdo? —le dice Boris a Vlad, destapando una de las bandejas—. De momento nos tomaremos unos encurtidos y un traguito, como aperitivo.

—Como quieras —murmura Vlad, y luego pincha un encurtido y lo deja en mi plato.

Boris pone un pepinillo en el plato de su esposa, luego otro en el suyo, y Alex se «lo arregla» a sí mismo.

—Me pido el primer brindis. —Natasha levanta su vaso de chupito y mira a su alrededor como desafiando a cualquiera a contradecirla.

¿Acaba Vlad de poner los ojos en blanco?

Natasha no parece haberlo notado. Me mira y dice:

—Sólo los alcohólicos beben solos, sin un motivo y sin brindar.

Muy sabio. No estoy muy segura de que nada de todo eso esté incluido en el programa de doce pasos de Alcohólicos Anónimos, pero mantengo la boca cerrada y opto por beber agua.

—Como mujer de mediana edad, podéis disculparme que piense en el legado de mi familia —continúa Natasha, por alguna razón entrecerrando los ojos en dirección a Alex antes de mirar con aprobación a Vlad.

Mirándome directamente, Natasha levanta su copa todavía más arriba.

—A la salud de mis nietos que aún están por nacer.

Me atraganto con el agua y empiezo a toser.

Boris salta de su silla y me golpea cinco veces en la espalda.

El agua se me sale por la nariz y al final vuelvo a respirar.

—Lo siento —me disculpo cuando vuelvo a ser capaz de hablar—. No he querido estropearte el brindis.

—No pasa nada, querida. —Natasha suena cómicamente magnánima—. De todos modos, no había terminado.

—Adelante, osita —dice Boris, mirando con avidez sus vasos de chupito.

Ella asiente solemnemente.

—Que mis futuros nietos sean ricos y felices. Que su madre conserve el color de la primavera y de las rosas. Una fuente de bellos sueños para el hombre de su vida. Su atracción e inspiración. Que se mantenga sencilla pero majestuosa. Como una princesa. La musa de una ópera de amor. Que sus días duren para siempre y más allá. Por todo eso, beberemos hasta que veamos el fondo de nuestros vasos.

¿Amén? Siento que alguien debería darme un Oscar por mantener el tipo.

Con un gesto teatral, Natasha vacía su vaso de un solo trago y luego huele su pepinillo antes de propinarle un violento mordisco.

Vlad y Alex siguen el ejemplo de su madre, mientras Boris toma un trago, luego otro, luego un tercero, luego un cuarto, y así sucesivamente hasta que están todos vacíos.

Como no soy ninguna suicida, le doy al mío el sorbito más pequeño que puedo.

Un incendio estalla en mi boca y luego se extiende a través de mi pecho hasta mi estómago.

Jadeante, intento oler el pepinillo igual que han hecho los demás.

Pues no. Eso lo empeora.

Lo muerdo.

Vale, así que ahora aparte del ardor, tengo un gusto salado en la boca.

—Bueno, Fannychka, ¿tienes algo de sangre rusa? —pregunta Natasha.

Si le digo que no, ¿me dirá si quiero un poco señalando a Vlad?

Después de ese brindis, no me sorprendería.

—No tengo ni idea. —Suelto con cautela el pepinillo que seguía agarrando con fuerza—. Mis padres se definen como chuchos de pura raza americana. He estado pensando en hacerme una de esas pruebas de ADN que te dicen tus orígenes étnicos, pero todavía no lo he hecho. Aunque nunca se sabe.

Mi respuesta parece complacerla. Al menos me mira con aprobación y luego mira a Vlad.

Boris vuelve a llenar los vasos de chupito de todos, su propia media docena de ellos incluida. Cuando ve que el mío sigue casi lleno, frunce el ceño pero no dice nada.

En vez de eso, se pone de pie con gesto dramático y levanta un vaso.

—El tiempo entre el primer trago y el segundo debería ser corto.

—¿No deberíamos comer algo más contundente que un pepinillo antes? —Le dice Natasha por lo bajinis.

Antes de que su marido pueda contestarle, un aroma familiar alcanza mis fosas nasales.

Es perfume.

El perfume.

Miro detrás de mí.

Sí.

La mujer con aspecto de modelo que vi en nuestro edificio de oficinas se acerca a nuestra mesa caminando sobre unos tacones de doce centímetros. Su maquillaje parece pintura de guerra... tal vez por la expresión iracunda de su rostro.

¿Qué cojones?

¿Ha invitado Vlad a su rollete a una celebración familiar?