—La cocina está por este pasillo —dice él por delante de mí.
Mientras andamos, lo miro todo boquiabierta.
Este sitio es enorme, especialmente para Nueva York. La decoración me recuerda a la de nuestra oficina: fría, moderna, impecable. Pero a diferencia de la oficina, aquí también hay toques humanos. Específicamente, carteles de la franquicia de Matrix. Y quiero decir muchos posters. En varios idiomas. De todos los personajes. Incluso hay carteles relacionados con la película de forma tangencial, como el que dice: «En la Rusia soviética, la bala te esquiva a ti».
Entramos en la cocina.
—Siéntate. —Pulsa un botón de una cafetera de expreso—. ¿Leche, azúcar?
—Solo está bien. —Me dejo caer en un taburete de bar cromado—. Así que, déjame adivinar. Matrix es tu película favorita.
Él ladea la cabeza.
—¿Qué me ha delatado? ¿Ha sido la gabardina?
Quiero darme una palmada en la frente. Le gusta tantísimo esa película que hasta se viste igual que sus personajes.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Sonrío.
—Oracle. Eso es también una referencia, ¿verdad?
Sirve dos tazas de café y pone una frente a mí.
—Dime que te gusta la primera peli de Matrix.
—No me gusta. —Soplo en mi café—. Me encanta. Desde que la vi, llevo todos los años disfrazándome de Trinity para Halloween.
Me mira con tal admiración que, por primera vez, me pregunto si esto entre nosotros podría funcionar.
Sea lo que sea que es esto.
Nos encanta la misma película.
Nos gusta escribir códigos.
Lo encuentro atractivo y claramente él no me considera horrible.
Ojalá lo hubiese conocido fuera del trabajo...
—A todos los programadores nos gusta Matrix, al menos un poco —dice él—. ¿Cómo podría no gustarnos? El protagonista es uno de los nuestros.
Bebo un gran sorbo. El café es bueno, suave y solo moderadamente amargo.
—¿Cómo estás de emocionado sobre la cuarta?
Él sonríe.
—Desde que confirmaron su existencia hace unos meses, he estado contando los días.
Mmm. Me pregunto si me llevaría al estreno.
—¿Cuál es tu escena favorita? —pregunto.
Me lo dice, y le cuento cuáles son las mías. Luego hablamos de otras películas que nos gustan, y aquí también las cosas que nos gustan y las que no encajan como piezas de un rompecabezas.
—¿Puedo ver el cuarto de Oracle? —pregunto cuando se me acaba el café.
Con una amplia sonrisa, me lleva hasta allí.
Es tan grande como me pareció en la pantalla. Hay millones de personas en Nueva York que tienen menos metros cuadrados que esta cobaya privilegiada.
—¿Qué tal te encuentras? —pregunta—. ¿Sigues borracha?
¿Otra vez igual? Le clavo la vista.
—Antes tampoco estaba borracha. Y ahora menos aún.
Él saca el alcoholímetro.
—Si sale por debajo de 0,04, estarás lo bastante limpia para hacer las pruebas.
Pruebas. Mierda. Se me había olvidado por completo. ¿Quiero que mi alcohol sea bajo o alto?
Soplo en el artilugio.
—Bastante bien —dice—. Podemos probar... si todavía quieres, claro.
Mis mejillas se ponen más rojas que la bandera soviética. ¿Puedo echarme atrás acerca de las pruebas ahora, después de hacer que nos fuésemos de la fiesta con este pretexto?
Puede que él tuviese razón antes. Estaba borracha. ¿Cómo si no se puede explicar mi descarada invitación?
Doy un paso atrás, tratando desesperadamente de pensar en formas de minimizar la locura de lo que está a punto de suceder.
—Mantendremos las cosas profesionales.
Él da un paso hacia mí.
—No aceptaría que fuese de otro modo.
—Usaré las bolas chinas. Así me quedaré con la ropa puesta. —Mientras lo digo, siento como si el suelo estuviese a punto de tragarme.
Él se afloja la corbata.
—¿Hay algún equivalente masculino a esas bolas?
—No. Quiero decir, está el anillo del pene, pero me imagino que Drácula no cabrá en tus pantalones si...
Él arquea una ceja.
—¿Drácula?
Creía que no era capaz de ponerme más roja, pero me equivocaba.
Oh, bueno. Supongo que será mejor que me sincere.
—A menudo les pongo apodos a las cosas. —Miro hacia mi pecho—. A mis chicas las llamo Pinky y Cerebro, si esto hace que tu ego se sienta mejor.
Él se queda con los ojos clavados en Pinky y Cerebro por un segundo más de lo estrictamente necesario y luego levanta la vista hasta mi cara.
—Tú no miras a Drácula y yo no te miro a ti cuando estés usando tus bolas. —Se quita las gafas y las pone sobre una mesa cercana—. Y sin estas tampoco podré ver demasiado, de todos modos.
Reprimo una risita semi-histérica provocada por la frase «usar tus bolas».
—¿Dónde lo hacemos? —pregunto.
—Sígueme. —Me lleva a su gigantesca sala de estar—. Toma. —Señala un maletín idéntico al mío—. Coge lo que necesitamos.
Saco los juguetes en cuestión y le entrego el anillo para el pene con mi cara ardiendo todo el tiempo.
No. Debo. Pensar en cómo se vería Drácula con ese trasto.
Cuando le alcanzo el anillo, nuestros dedos se rozan, enviando escalofríos por mi cuerpo.
Perfecto. Ahora no necesitaré lubricante para las bolas chinas.
—¿Donde está tu baño? —¿Ha sonado mi voz ronca?
Él señala hacia una puerta cercana.
Me encierro dentro, me quito las bragas y lavo mis manos y las bolas. Las bolas chinas, quiero decir. Hasta ahora, da igual lo valiente que me sienta, nunca me han salido un par de las otras: gracias, útero.
Por si acaso, lubrico las bolas y deslizo suavemente dentro de mí la primera del par, luego la cuerda que las mantiene unidas.
Por ahora no siento nada especial.
Asegurándome de dejar fuera el bucle de extracción, hago que la segunda bola se una a la primera y las empujo hacia adentro tanto como me resulta cómodo.
Mmm. Ahora noto un cosquilleo y no me resulta difícil mantenerlas dentro.
Probablemente podría andar por ahí todo el día con ellas... lo cual, por supuesto, sería una mala idea. Vlad podría activar la vibración en cualquier momento, cuando estuviese en el departamento de multas de tráfico, en el mercado de pescado o reunida con Sandra.
Paseo entre el lavabo y la bañera.
Sí.
Gracias a los músculos de mi suelo pélvico, las bolas se quedan en su sitio.
Aún así, caminar así me da un poco de miedo. Esto debe ser parecido a lo que sienten los chicos, andando por ahí preocupándose por sus bolas todo el tiempo.
Regreso a la sala de estar y descubro que ha atenuado las luces.
¿Es esto para reducir la visibilidad o para crear un ambiente sexy?
Lanza una mirada hacia mi falda y luego rápidamente se obliga a volver a mirar a mi cara.
—¿Todo bien?
¿Es deseo eso que hay en sus ojos? Aprieto mis músculos alrededor de las bolas para tranquilizarme.
—Como una rosa.
Él se pasa la lengua por el labio inferior.
—¿Las damas primero?
Trago aire.
—¿Y qué tal si lo hacemos juntos? Te das la vuelta y...
—Claro. —Gira sobre sus talones, y escucho la apertura de cremallera más ruidosa en la historia del sonido.
¿Los anillos de pene requieren erecciones? Si es así, Drácula estaba claramente a punto para la acción, porque casi al instante, Vlad dice:
—Ya estoy.
Su teléfono se ilumina.
—Sin vídeo. —Saco mi propio teléfono y abro la aplicación.
Él gruñe para mostrar su asentimiento y hace clic a algo en su lado.
Oh, Dios. Las bolas comienzan a vibrar dentro de mí y casi dejo caer a mi Tesssoro.
Bendito punto A, qué sensación tan buena.
Demasiado buena. Tan buena como para gemir en la misma habitación que Vlad.
Debo distraerle.
Frenética, activo la vibración de su juguete.
¿Acaba de temblar el teléfono que sostiene en las manos?
La vibración de las bolas aumenta.
Aumento la suya también.
Él aumenta la mía.
¿Por qué no nos habremos sentado? ¿O tumbado?
Empiezan a ponérseme los ojos en blanco pero aún consigo subirle un grado más la vibración.
Cuando el orgasmo cae sobre mí, no puedo reprimir un gemido.
Su espalda se tensa.
Mis músculos pélvicos sufren espasmos unas cuantas veces más, luego se relajan.
¡Oh no! Las bolas chinas se me caen al suelo de la sala y salen rodando.
Joder. Como él vea lo mojadas que están esas bolas, me muero.
—¡Cierra los ojos! —grito—. Y por favor no preguntes por qué.
—Hecho. —La palabra suena como un gruñido.
Bien.
Sin apagar su vibración, meto a mi Tesssoro en el bolso y me lanzo hacia donde se han quedado paradas las bolas, a un metro delante de Vlad.
Dándole su privacidad, me resisto al fuerte impulso de mirar a Drácula al agacharme a recoger las bolas.
Esas malditas cosas se me resbalan y vuelven a salir rodando.
Como es difícil no mirar su cosa y perseguirlas por aquí, me pongo a cuatro patas y persigo el juguete igual que un depredador yendo tras su presa.
Por fin.
Agarro las bolas.
Pues no.
Vuelven a resbalárseme otra vez.
¿Por qué he tenido que lubricarlas tan bien?
Con las rodillas empezando a dolerme, gateo hasta el lugar en que se han detenido.
¡Sí! Las agarro y consigo sujetarlas.
Entonces veo las piernas delante de mí.
Miro hacia arriba.
Sí.
Estoy cara a cara con Drácula.