¿Pueden los orgasmos causarte alucinaciones?
Espera, no, parece que son de verdad.
Hostia puta.
Mamá y papá han vuelto a irrumpir en mi apartamento sin llamar.
Poniéndose rígido, Vlad aparta bruscamente el vibrador lejos de mi entrepierna mientras yo miro boquiabierta a mis sonrientes unidades parentales, dolorosamente consciente de la maleta abierta de juguetes a mis pies y del orgasmo que deben de haber presenciado.
—¡Eso es simplemente fabuloso, querida! —Mamá suena realmente contenta—. Sabía que el Vibronador iba a venirte bien.
Me pongo de pie de un salto, y Vlad también. Él apaga la varita a toda prisa, la tira en el maletín y lo cierra.
Dudo entre morirme allí mismo o no. Estoy bastante segura de que hay gente que se ha dejado caer sobre una espada por un deshonor mucho menor.
Al menos mi cara ruborizada por el orgasmo no puede ponerse mucho más roja.
De alguna manera, mi lengua recupera la capacidad de hablar.
—Mamá, papá, este es Vlad. —Estoy orgullosa de la firmeza de mi voz—. Vlad, estos son mis padres. Está claro que no han aprendido nunca lo que son los límites.
Recompuesto y de nuevo sereno, Vlad le ofrece la mano a mamá.
—Encantada de conocerla, Sra. Pack.
Mamá parece estar a punto de babear.
—Por favor, llámame Venus.
—Claro, Venus —dice Vlad y extiende una mano para saludar a mi papá—. Sr. Pack, es un placer conocerle a usted también.
—Llámame Lobo —dice papá, y está claro que Vlad también lo impresiona, aunque a diferencia de mamá, no parece que esté a punto de saltar sobre él, al estilo de un puma.
Mi vergüenza baja ligeramente de intensidad.
Es hora de vengarse.
—Lo has oído bien —le digo a Vlad—. Es toda una manada de lobos en un solo paquete, como ese tío de Resacón en Las Vegas. Mis abuelos lo llamaron así como una broma pesada, y estos dos me gastaron otra broma aún peor.
—Encantado de conocerte, Lobo —dice Vlad, sin dar señal alguna haber escuchado lo que acabo de decir.
En general, está manejando esto mucho, mucho mejor de lo que lo hubiera hecho yo si sus padres nos hubiesen pillado in fraganti.
Mamá sonríe a Vlad.
—Vinimos a llevar a Fanny a almorzar. ¿Te gustaría unirte a nosotros?
—Me encantaría —dice Vlad sin dudarlo.
Espera, ¿pero qué es esto? ¿Almorzar con mis padres y Vlad? No estamos en la fase de «conocer a los padres».
Todavía estamos en la fase del limbo.
Por otra parte, se puede decir que yo también he conocido a los suyos.
¿Podríamos estar haciendo todo esto todavía más al revés?
—¿Qué tipo de comida te gusta? —le pregunta papá a Vlad.
—No soy quisquilloso —responde él.
Papá recita una larga lista de cocinas del mundo y él y mamá discuten dónde quieren ir como si Vlad y yo ni siquiera estuviésemos allí. Mientras ellos siguen con eso, le echo un vistazo de reojo a la cara de póquer de Vlad.
No tengo ni idea de lo que debe de pensar sobre los dos intrusos.
Mamá y papá fueron los primeros con los que probé mi aplicación. Mi código determinó que mamá se parece a la princesa Fiona de Shrek, (pero, ojo, spoiler), después de convertirse en una mujer ogro de forma permanente. A papá le salió Garfield... y esa puede ser la razón de que Mona esté absolutamente aterrorizada de él.
—¿Qué opinas del sushi? —le pregunta mamá a Vlad.
Él me pone una mano en el hombro.
—Iré donde vaya Fanny.
Mamá mira esa mano y luego intercambia una mirada de complicidad con papá.
—La comida que le gusta a Fanny es demasiado sosa.
—Oye, que yo como sushi —digo, intentando no sonar indignada, pero sin lograrlo.
Mamá suelta una risita.
—En Japón, sirven rollitos de aguacate en los restaurantes de comida estadounidense, junto con hamburguesas.
Entrecierro los ojos.
—También pido otras cosas. ¿Qué te parece si vamos a un japonés y te dejo que pidas por mí?
Mamá aplaude emocionada y yo empujo a todos fuera del apartamento.
Mi teléfono hace un ruidito.
Le echo un vistazo.
Es un mensaje de Vlad:
¿Quieres coger la limusina o ir andando a un lugar genial aquí al lado?
¿Ha escrito eso con el móvil en el bolsillo?
—Mamá, papá, Vlad conoce un pequeño restaurante de sushi cerca —digo—. ¿Qué os parece?
Acceden encantados a ir andando hasta allí y nos ponemos en camino, con mamá y papá taladrándonos a preguntas sobre cómo nos conocimos y cuánto llevamos saliendo.
—Trabajamos juntos —responde Vlad, imperturbable como siempre—. ¿Y vosotros dos? ¿Cuánto lleváis casados?
La distracción funciona. Mamá se lanza a contar esa historia que desearía no haber escuchado nunca, y menos todavía, los cientos de veces que la cuenta en mi presencia. Al parecer, ella respondió a un anuncio en el periódico para posar desnuda para un cuadro de papá, él la encontró irresistible, y una cosa llevó a la otra, con lo cual me refiero a que acabaron cubiertos de pintura y manteniendo sexo salvaje sobre un lienzo gigante. La obra de arte que salió de todo eso está de hecho colgada en su sala de estar hasta el día de hoy.
Si alguna vez voy a terapia, estoy segura de que eso saldrá. Mucho.
Vlad escucha esa historia tan inapropiada con tanta calma como si le hubiesen dicho que se conocieron en la red de Meetic.
Luego me llega otro mensaje suyo:
¿Quieres que le pida a Ivan que te compre una cadenita para la puerta?
¿Tiene miedo de que la próxima vez que entren, empiecen a crear arte en mi casa?
Sonriendo, respondo afirmativamente.
¿Qué tal uno de esos videoporteros inteligentes? Conozco una marca que es sumamente segura en cuanto a la privacidad.
También accedo a eso y para entonces ya llegamos al restaurante, y entramos.
—¡Konnichiwa! —nos grita el personal del restaurante al unísono.
Vlad responde de la misma manera, con una pronunciación que me suena impecable.
Pillo a mamá y papá intercambiando una mirada de aprobación.
Nos sentamos, y mamá me pide un sushi deluxe, luego pide lo mismo para ella y papá. Vlad ordena su sushi a la carta, nombrando las piezas por sus nombres japoneses como un profesional.
—Así que, Venus, he oído que cantas ópera —dice Vlad cuando la camarera se va. Saca su teléfono—. ¿Podría encontrar alguna actuación tuya online?
Ella asiente con entusiasmo.
—Busca mi nombre, pero ignora todas las maquinillas de afeitar y cuchillas que salen al principio de la búsqueda.
Dos segundos después, la voz de mezzosoprano de mamá surge de los altavoces del teléfono de Vlad.
—Ah —dice Vlad tras apenas dos compases—. La Habanera de Carmen.
—Cásate con él —dice mamá en un susurro que resuena por todas partes.
Mi cara hace juego con el tapón del bote de la salsa de soja.
Mamá se vuelve a Vlad y le pregunta:
—¿De dónde es ese maravilloso acento que te noto al hablar?
—Ruso —dice Vlad—. Hablando de eso, ¿has actuado en alguna obra de Tchaikovsky? La reina de espadas es mi favorita de las suyas.
Nos traen la comida cuando se lanzan a una animada discusión sobre la ópera rusa, y una cosa me queda clara: pase lo que pase entre nosotros, mamá nunca dejará de hablar de Vlad.
—Lobo, eres pintor, ¿verdad? —pregunta Vlad cuando la boca de mamá está ocupada con un trozo grasiento de atún.
Y sin comerlo ni beberlo, papá y Vlad están de repente dejando caer nombres como Repin y Malevich y hablando de arte ruso.
Me como mi sushi y lo disfruto casi todo. Sin embargo, hay dos piezas de algo marrón que nunca antes había comido y que tiene un aspecto particularmente poco apetecible.
—Eso es uni —dice Vlad, notando dónde están suspendidos mis palillos—. Son gónadas de erizo de mar.
Claro que lo son. Aun así, ese es un nombre mejor que el que tenía en la cabeza: sushi de caca.
Sin embargo, estoy decidida a ser lanzada.
Me como un trozo de jengibre para limpiar mi paladar, luego sumerjo la punta de mi palillo en la sustancia marrón y la lamo con cuidado.
Es cremoso de una manera asquerosa y demasiado salado para mi gusto.
No pienso comérmelo ni loca.
Grr. Ahora mamá podrá decirme «te lo dije». Lo cual es injusto, porque me he comido todo lo demás, pescado crudo incluido.
—Sabes, ese es mi favorito —dice Vlad, notando mi mueca—. ¿Me lo cambias, por favor?
Agradecida, le doy un apretón en la rodilla y le pongo el uni en el plato, cambiándoselo por un trozo de su salmón y pez amarillo.
—El uni se considera un afrodisíaco en Japón —le susurra mamá a Vlad con tono cómplice.
Si eso es cierto, dada la forma en que está flirteando con Vlad, debe de haberse comido todo un océano de gónadas de erizo para desayunar.
—¿Has estado en Japón? —le pregunta.
Allá vamos. Cuando estaba en la universidad, mis padres empezaron a viajar, y ahora nunca dejan de hablar de eso... y sobre el hecho de que, aparte de mi único viaje a Praga, no he estado en ningún otro lugar fuera de los Estados Unidos.
Es otra pulla más sobre mi falta de espíritu aventurero. Lo cual es injusto. Sencillamente, todavía no he tenido ni el tiempo ni el dinero para poder viajar en esta etapa de mi carrera.
Iría a muchísimos lugares si pudiera.
Probablemente.
Espero.
Vlad asiente.
—Kyoto es mi ciudad favorita, pero he estado por todo el país.
Mamá sonríe.
—También nosotros. En Kyoto todo tenía sabor a matcha. ¿Fuiste al Parque de los monos?
Intercambian amigablemente sus impresiones sobre Japón un ratito antes de cambiar a Rusia, acerca de la que preguntan a Vlad. Es un destino que todavía no han tachado de su lista de deseos. Escucho cómo responde encantado a sus preguntas, contándoles todo sobre su ciudad natal de Murmansk y cómo allí se puede ver la aurora boreal durante el invierno.
Tengo que admitir que mataría por eso.
El fenómeno de la aurora boreal definitivamente está en mi lista de deseos.
Rematamos la comida con helado de té verde frito que, según mamá, no es tan bueno como los que puedes conseguir en Kioto.
Cuando llega la cuenta, Vlad la intercepta y le entrega su tarjeta al camarero antes de que papá pueda siquiera abrir la boca para proponer dividir la cuenta.
—Gracias —le dice mamá mientras salimos del restaurante y regresamos a mi casa.
El interrogatorio sobre Rusia continúa durante nuestro camino a casa. Cuando llegamos a mi edificio, Vlad se detiene y sonríe cálidamente a mis padres.
—Me ha encantado conoceros a los dos —dice—. ¿Querríais que os llevaran a casa?
Parecen confundidos hasta que él hace un gesto en dirección a la limusina.
Mamá le mira de arriba a abajo con la expresión máxima de asaltacunas de todo el día.
—Sí, por favor. ¡Gracias!
Nos acercamos a la limusina, donde Ivan le da a Vlad una mochila grande y este le dice algo en ruso, señalando con la cabeza hacia mis padres.
Ivan inclina la cabeza en gesto de asentimiento y les sostiene la puerta a mamá y papá mientras ellos se suben.
—Adiós —digo con un gesto—. La próxima vez, llamad antes de venir.
La limusina se aleja y dejo escapar un suspiro.
—No llamarán.
Vlad abre la cremallera de la mochila.
—Esto debería serte de ayuda.
Dentro de la bolsa hay un taladro, una cadenita para la puerta y una caja con, presumiblemente, el videoportero.
Cuando llegamos a mi puerta, veo a Vlad instalarlo todo en cuestión de minutos... una exhibición inesperada de habilidades de manitas que es un afrodisíaco más potente que las gónadas de erizo.
Una vez que el timbre está configurado y tengo la aplicación de requisitos previos ejecutándose en mi Tesssoro Vlad dice:
—Probémoslo.
Entro y corro la cadenita, dejándole a él fuera.
Él toca el timbre.
Mi Tesssoro me muestra su hermoso rostro.
—Sí. Funciona. —Abro la cerradura pero no quito la cadena.
Él intenta abrir la puerta, pero la cadena se lo impide.
—Qué bien. —Lo dejo pasar del todo y mi corazón se acelera mientras me preparo para ser audaz una vez más. Mirándolo a los ojos, digo tan firmemente como puedo—: Ahora probablemente deberíamos reanudar el otro tipo de pruebas.
Su rostro se pone tenso.
—¿Estás segura?
En lugar de responderle, lo llevo a la sala de estar y vuelvo a abrir el maletín.
Como uno de los perros de Pavlov, ya estoy salivando ante la promesa de más orgasmos.
—Casi lo olvido. —Vlad saca un pequeño bulto de tela de encaje de su bolsillo—. Te dejaste esto en mi baño.
¡Mierda! Olvidé mi ropa interior en su casa y ni siquiera me di cuenta.
Con las mejillas tan calientes como una reacción nuclear, le arrebato las bragas de la mano.
—Discúlpame. Como tuve que marcharme a toda prisa y todo eso...
—Sobre eso. —Se acerca, y ojos parecen imposiblemente azules detrás de las lentes de sus gafas—. Espero que estés bien.
¿Bien? ¿Qué quiere...? Oh. Todas mis sensaciones internas de calidez me abandonan cuando me acuerdo de anoche y de la forma tan abrupta en que se alejó de mí.
—¿Fue porque tenía pinta de monstruo? —le suelto.
Su entrecejo se arruga.
—¿De qué estás hablando?
—Nos besamos. Te apartaste. Creíste que parecía un esperpento, ¿verdad? —Señalo mis cejas postizas.
Su expresión cambia de la confusión al deseo inconfundible y sus párpados descienden mientras sus ojos recorren con avidez mi cuerpo. Acercándose a mí, acuna mi rostro entre sus anchas palmas.
—Fannychka… —Su voz es de terciopelo áspero—. Serías hermosa aunque no tuvieses un solo cabello en tu cabeza.
Oh. Dios. Mío. Si yo fuese un ordenador, los mensajes de error del sistema sonarían a todo volumen por mis altavoces. Como no, tengo el corazón al galope y cada uno de los pelos de mi cuerpo se me eriza, como si por debajo de la piel corriese una corriente eléctrica.
Yo. Estoy. Tan. Excitada.
—Habías bebido vodka —prosigue él, sin soltarme—. Y yo... —Respira hondo—. Quiero que tu mente esté clara cuando me supliques que te folle.
Guau. Ahora mismo el ordenador explotaría.
No me esperaba escuchar esas palabras saliendo de su boca... y ahora que lo han hecho, las imágenes que bailan en mi mente están más allá de la clasificación X.
Y sexys.
Tan abrasadoramente calientes que me parece que me he quedado sin lengua.
—¿Suplicarte? —Me las arreglo para soltar por fin.
Una sonrisa arrogante curva sus labios sensuales.
—Supongo que también podrías simplemente pedírmelo. Amablemente.
—¿Amablemente?
—Con eso me sirve —murmura él, y baja la cabeza, poniendo sus labios atravesados sobre los míos.
Santos ovarios hiperactivos. Ahora siento como si alguien hubiera cogido los restos diminutos del ordenador que estalló y hubiese comenzado a juntar las piezas, prestando especial atención a las zonas erógenas.
Ese beso está más cargado de lujuria que el de anoche.
Es más primitivo.
Empiezo a sentir que me fallan las rodillas.
Él debe de darse cuenta. Aún besándome, me hace retroceder hacia el sofá, y cuando me dejo caer de espaldas, se inclina sobre mí y sus labios rozan mi oreja mientras murmura ásperamente.
—Tuve ganas de poseerte sobre una mesa del Starbucks cuando te vi por primera vez.
Error. Error. Sobrecarga hormonal. Funciones del habla comprometidas. Reinicio necesario.
Perdiendo la cabeza por completo, lo cojo por la camisa y lo arrastro encima de mí.
Sus músculos tensos presionan firmemente contra mi cuerpo.
Volvemos a besarnos.
Mi mano se desliza por su denso y sedoso cabello.
Él me mordisquea el labio.
Yo chupo su lengua.
El vapor se acumula entre mi piel y mi ropa. Los quiero fuera, así que empiezo a desabrocharme la blusa.
Él se aparta ligeramente hacia atrás y sus pupilas se dilatan de una forma imposiblemente grande.
Me quito la parte de arriba.
Él se arranca la camisa de cuajo, enviando botones volando como proyectiles por toda la habitación. Lleva una camiseta blanca, que se quita también.
Buffer de video sobrecargado. Demasiados datos gráficos para la tarjeta gráfica.
Vlad debe de pasarse un montón de tiempo en el gimnasio. O eso, o su cuerpo lo esculpieron en la antigua Grecia. Los músculos acolchados brillan de gotas de sudor y quiero lamerlos todos.
Me desabrocha mi sostén, liberando a Pinky y Cerebro de su prisión.
—Bonito. —Levanta a Pinky, y mi pezón prácticamente apuñala su palma.
¿Puedes volverte loca de lujuria? Lo necesito tanto dentro de mí que creo que podría gritar.
Besando su cuello, deslizo mi lengua sobre sus pectorales, por los abdominales de su tableta de chocolate y más abajo, hacia la tira de cabello debajo de su ombligo. Al mismo tiempo, le bajo la cremallera.
Santo cielo.
Drácula casi está haciendo que su ropa interior estalle.
Vlad se quita los pantalones y luego me desenrolla los vaqueros.
—¿Estás bien? —pregunta, con los ojos entornados.
Como respuesta, me bajo las bragas.
Después de esto, reto a cualquiera a que diga que soy poco audaz.
—Bonito. —Su voz suena gutural, como de cavernícola.
Se sienta a horcajadas sobre mí, frotando su piel desnuda contra la mía.
No puedo creer que esto esté sucediendo.
Besa mi cuello, luego chupa mi pezón antes de arrastrar lánguidamente su lengua sobre mi vientre y más abajo. Y aún más bajo, con una lentitud que me aturde y me provoca.
Después de lo que parece una eternidad, siento su cálido aliento en mi sexo.
División entre cero. Archivo no encontrado.
Le da un lametazo de prueba.
Yo grito.
El material blando de la era espacial de Belka no tiene nada que ver con su lengua giratoria e inteligente. Tan inteligente que tendrían que concederle un doctorado honorífico en Harvard.
La presión aumenta.
Le meto las manos en el pelo, arqueándome mientras la presión se vuelve insoportable, intensificándose con cada segundo que pasa.
Con un fuerte gemido, estallo.
Él mira hacia arriba, y lleva una expresión de satisfacción masculina primaria escrita por todo su hermoso rostro.
—¿Más?
—Túmbate. —Mis palabras salen con valentía, casi como una orden. El deseo que me atenaza no deja espacio alguno para la timidez.
Él obedece con alegría.
Le bajo el calzoncillo, desatando a Drácula.
Error de controlador del dispositivo de entrada. Asigne más espacio.
Le doy un lametazo a su tranca como si fuese un helado.
Me responde con una sacudida, pidiéndome que siga.
Me lo meto entero en la boca, estirando mis mandíbulas hasta el límite.
—Joder —gruñe Vlad por ahí arriba.
Tomando eso como un estímulo, describo un círculo con mi lengua.
Y otro.
Después de un tercero, él se aparta.
—No quiero terminar así. —Su voz es ronca, su respiración irregular—. Quiero estar dentro de tí. Suponiendo que estés lista para eso...
¿Lista?
Si no lo tengo dentro pronto, puede que me muera.
Solo hay un problemilla.
—No tengo condones. —Miro alrededor de la sala como si buscara al hada del látex.
Sus ojos vagan vorazmente por mi cuerpo.
—Yo tampoco. Este desarrollo es un poco inesperado.
Lanzo una mirada a su erección.
—Dijiste que estás limpio.
Su respiración se entrecorta, su voz se vuelve más áspera.
—Y tú. Y estás tomando la píldora.
—Y tú. Quiero decir, sí, yo tomo la píldora. Soy yo la que toma la píldora.
Agh, ¿por qué estoy balbuceando? ¿Y sonrojándome otra vez?
En lugar de responder, me levanta y me sujeta hasta que intercambiamos las posiciones, conmigo tirada en el sofá y él encima, con Drácula contra mi vientre.
Sus labios se inclinan sobre los míos una vez más, y cuando le devuelvo el beso, siento sus dedos malvados penetrar en mí.
Guau.
Jadeo en su boca mientras localiza mi punto G con una precisión de la que Glurp estaría celoso, y luego le da un ligero masaje.
Me corro con un grito.
Con los párpados pesados, se lleva los dedos a la boca y se los lame hasta dejarlos limpios.
—Delicioso.
Sus dedos han dejado un vacío hambriento que necesita ser llenado.
Es hora de llevar mi atrevimiento al máximo nivel.
Envuelvo mi mano alrededor de Drácula y lo guío lentamente dentro de mí.
Dispositivo de entrada conectado. Error. Reinicio inminente.
La cara de Vlad parece tensa mientras lo voy metiendo poquito a poco, dejando que mis músculos se acostumbren.
Vale. Puedo con él. Me había preocupado por un instante.
—¿Estás bien? —gruñe él cuando Drácula está tan dentro como es posible.
Consigo asentir levemente.
Él empieza a moverse, suavemente al principio.
Yo gimo.
Él acelera.
Mis uñas se clavan en su espalda.
Sus movimientos se intensifican, pero no es suficiente.
Me muero por más.
Más duro.
Más profundo.
Le pongo las manos en los glúteos y me arqueo, empalándome mientras me corro y vuelo sobre el borde del precipicio.
Mis dedos de los pies se curvan mientras grito su nombre.
Mientras mis músculos pélvicos tiemblan alrededor de Drácula, Vlad gruñe de placer. Lo siento endurecerse, y luego está la cálida sensación de su liberación... lo que me lleva a otro clímax.
—Joder. —Me abraza con fuerza, con su pecho agitado contra el mío—. Eso ha sido extraordinario. —Dándose cuenta de que podría asfixiarme, se levanta sobre un codo.
Sonriendo en su rostro, froto mi nariz contra la suya, canalizando mi conejillo de indias interior.
—¿Solo extraordinario?
—Alucinante. De infarto. —Sonríe—. ¿Mejor?
—Un buen comienzo. —Me escabullo de debajo de él y me pongo de pie de un salto—. Sigue hablando mientras nos duchamos.
Con una risita, me voy corriendo hacia el baño y, mientras me persigue, me salpica con suficientes adjetivos positivos para llenar un diccionario de sinónimos.
Una vez dentro, configuro el agua de la ducha a una temperatura agradable y me meto bajo el chorro.
Él me mira con avidez, luego entra, ocupando todo el maldito espacio.
Antes de que pueda objetar, comienza a enjabonarme sensualmente.
Bien, supongo que todo está perdonado.
Una vez que estoy completamente limpia, le devuelvo el favor, cubriendo cada uno de sus exuberantes músculos con jabón.
Cuando acabamos de ducharnos, nos envolvemos en toallas y regresamos al salón.
—Tu camisa está hecha una mierda. —Aparto de una patada el amasijo de tela sin botones.
Él se encoge de hombros.
—Puedo ir en camiseta.
¿Va a ir en plan informal para variar? El universo podría implosionar.
Verlo con esa toalla me excita de nuevo, y mi nueva audacia no muestra signos de disminuir.
—¿Qué podríamos hacer ahora? —pregunto, desviando la mirada hacia el maletín.
¿Acaba de resucitar Drácula por debajo de esa toalla?
Vlad sonríe.
—¿Qué tenías en mente?
—Hay juguetes que aún no hemos probado.
—Finjo inocencia batiendo mis pestañas hacia él. —Por mi parte, creo que ese es un descuido que debe arreglarse.
Él se quita la toalla para revelar a Drácula listo para la acción.
¿Así de insaciable eres?
Me encanta.
Llena de entusiasmo, elijo un juguete para usar con él... y le arranco otro orgasmo. Luego él me devuelve el favor unas cuantas veces, ya que hay más juguetes orientados a las mujeres.
Innumerables orgasmos después, nos quedamos sin juguetes y me empieza a rugir el estómago.
—Qué poco femenino. —Me doy unas palmadas de desaprobación en el vientre antes de ponerme la ropa interior y los vaqueros.
—Será mejor que alimentemos a la bestia. —Él saca su móvil—. ¿De qué humor estás?
—¿Pizza?
Él asiente con aprobación.
—Tenemos uno de los mejores locales del país a solo unas manzanas.
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La pizza de masa fina es celestial y la devoramos con cervezas y una buena conversación. Entre otras cosas, averiguamos las edades de cada uno (él tiene treinta y dos y yo veinticuatro) y cuándo son nuestros cumpleaños, un tema que conduce a una discusión sobre nuestro escepticismo compartido con respecto a los signos del zodiaco.
Cuando terminamos de cenar, alimentamos a las otras bestias: Oracle y Mona.
Una vez que nuestras mascotas son bichitos felices, Vlad y yo nos acurrucamos en el sofá y vemos, Matrix. Mientras se reproduce la película, trato de no pensar en las implicaciones de lo que acaba de suceder y simplemente disfruto del momento. Porque si lo pienso, me asustaré.
Porque acabo de acostarme con Vlad.
Con el jefe de mi jefa.
Mi ordenador mental se bloqueará definitivamente si entro en eso.
En lugar de hacerlo, me centro en la película. Soltamos nuestras frases favoritas a la vez que los personajes y, en algunas escasas ocasiones, nos quejamos de algo que creemos que podría haberse hecho mejor.
Por ejemplo, ¿por qué las máquinas usaban humanos como baterías cuando los conejillos de indias habrían requerido una prisión de realidad virtual mucho más simple para mantenerlos contentos?
—Creo que la razón original por la que las máquinas necesitaban humanos era para usarles como sustrato computacional —dice Vlad—. Eso parecía una idea demasiado compleja para el público en general, por lo que se redujo a lo de las baterías. O tal vez fuese solo por algún tema de marketing.
Le sonrío.
—Apuesto a que tienes razón.
—Eso siempre me ha molestado —dice él cuando Trinity bromea con la clásica línea de «Esquiva esto» y dispara al agente en la cabeza—. Dado lo rápido que pueden moverse los agentes, ella no habría tenido tiempo de terminar de pronunciar esas palabras antes de que él la hubiese detenido.
Niego con la cabeza con vehemencia.
—Cuando una línea argumental es tan genial, necesitas simplemente relajarte y no pensar demasiado.
Se ríe y terminamos el resto de la película sin comentarios. Luego echamos un vistazo a las secuelas, quejándonos más a menudo.
—Debería marcharme —dice cuando aparecen los créditos del final de la trilogía en la pantalla.
Todavía con mi valor a tope, le digo:
—Si quieres puedes quedarte aquí.
Resulta que a él le gusta mucho la idea de quedarse, así que nos dirigimos al dormitorio, donde pronto termino a cuatro patas.
—Eso ha estado incluso mejor que lo de antes —murmura con voz ronca cuando los dos solo somos fideos flácidos en mi cama.
Luzco una sonrisa tonta por el exceso de sexo.
—Sabes, si fuéramos conejillos de indias, oficialmente serías el dominante después de eso.
Su risa se transforma en un bostezo.
—Hazme la cucharita. —Suena más mandón de lo que había planeado, pero él sonríe y lo hace.
Antes de darme cuenta, me quedo dormida así.
Acurrucada y segura entre sus brazos.