Capítulo Veintisiete

Me encuentro calentita, cómoda y solo despierta a medias.

A veces, dormir es como reiniciar el ordenador de mi cerebro, y esta mañana, eso es más cierto que nunca... Estoy segura de que todos estos pensamientos se han estado ocultando en mi subconsciente hasta ahora.

Es una locura lo cerca que me siento de Vlad.

Además, y tal vez me esté engañando al respecto, siento como si lo conociera. A su auténtico yo, no a la máscara del Empalador al que todos temen en la oficina.

De hecho, en apenas nada de tiempo, he empezado a sentir que nosotros dos encajamos igual que un juego de muñecas rusas.

Sonrío al acordarnos de nosotros dos abrazados en mi sofá. Es la mejor noche que recuerdo. Y el sexo ha sido el más alucinante que he tenido en mi vida.

De hecho, es posible que ayer tuviese más orgasmos que en todo el año anterior.

Lo que es más importante: nunca he sentido este tipo de conexión con un tío. Mi relación más larga la tuve con Bob, y durante todo ese año en que estuvimos saliendo, no creo que le conociera así de bien, ni que sintiera que encajábamos tanto, ni que disfrutase así de la intimidad, ni...

Mierda.

¿Podría estar enamorándome de Vlad?

Una descarga de adrenalina elimina todo rastro de somnolencia.

Enamorarme de él podría ser una catástrofe. Puede que él no sienta lo mismo, y es mi jefe al cuadrado.

Mierda.

En realidad, acabo de acostarme con el director de mi empresa.

Si alguien se enterara, me acusarían ascender a base de sexo hasta lo más alto… o hasta el departamento de desarrollo. ¿Y si me trasladan o me ascienden por algún motivo que no sean mis propios méritos?

Uf. Habría estado bien pensar en todo eso antes de quitarme las bragas. En mi defensa, en ese punto él ya se había quitado la camisa, y yo solo soy de carne y hueso.

Abro los ojos.

Vlad no está a mi lado en la cama.

Olvidémonos de lo de que sea mi jefe. Ahora, mi temor es que lo de anoche no significara nada para él.

El aroma de algo delicioso friéndose asalta mis fosas nasales.

Me pongo en pie como un resorte.

¿Es posible que después de todo, Vlad no se haya ido todavía?

Corro al baño para ponerme un poco presentable.

Interesante. Me está creciendo una leve sombra de pelo oscuro. En las cejas, no en las mejillas. Los tatuajes temporales también aguantan, pero dado este crecimiento acelerado, en unos cuantos días ya no los necesitaré.

Con los dientes cepillados y maquillada, me pongo algo de ropa y me voy rápidamente a la cocina.

Es Vlad.

Está de espaldas a mí, y solo lleva puesto unos pantalones.

Esos músculos de su espalda le dan todo el aspecto de un regatista o de un nadador.

Se me hace la boca agua, solo en parte a los aromas a cosas ricas que él está friendo.

La próxima vez, debería cocinar completamente desnudo.

Espera, no. Eso podría exponer a Drácula a quemarse con aceite caliente.

Me aclaro ruidosamente la garganta.

Él se gira.

—Ah. La gatita dormilona se ha despertado. Hice algo de ruido sin querer al levantarme, pero tú no moviste ni un músculo.

Sonrío.

—No tengo el sueño ligero.

Él hace un gesto con la cabeza, señalando hacia la sartén.

—Espero que te gusten los huevos con un acabado fácil.

¿Un acabado fácil?

¿Es eso algún mensaje subliminal? ¿Está diciendo que lo nuestro está acabado o que yo soy facilona?

Él arquea una ceja.

—¿Un ceño fruncido por cómo he hecho los huevos? ¿Qué tal si yo me quedo estos y tú me dices como prefieres los tuyos?

¿He fruncido el ceño? Mierda.

—Revueltos, por favor.

—Muy estadounidense. Siéntate. —Hace un gesto hacia la mesa.

Me dejo caer obedientemente junto a una silla que tiene una camisa de hombre colgada en el respaldo; una camisa que lleva todos sus botones, lo que significa que no es la misma de ayer.

—¿De dónde has sacado una muda de ropa? —pregunto.

—Me la ha traído Ivan, junto con la compra. —Se vuelve hacia los fogones—. En tu nevera no había más que telarañas.

Genial, ahora Ivan sabe que Vlad se ha quedado a dormir.

En realidad, Ivan, siendo su conductor, lo sabría de todos modos.

Aun así, noto cómo se calientan mis mejillas. Aunque nunca he hecho el paseíllo de la vergüenza, ese de volver a casa con la misma ropa de ayer, supongo que se parecerá un poco a esto.

Él charla de esto y de aquello mientras mis dedos tamborilean sobre la mesa y yo dudo si debería preguntarle directamente qué cree que hay entre nosotros.

Debería.

Y lo haré.

En cualquier momento.

Él me está dando la espalda. Eso lo hace más fácil, ¿no?

Pues no.

Eso no va a ocurrir.

Ayer debí de gastar todas mis reservas de audacia y valentía.

Con la boca haciéndoseme agua mucho más de lo que sería razonable, observo cómo Vlad sirve el contenido de la sartén en un plato, y luego casca otro huevo, le echa un chorro de leche y lo remueve.

¡Maldita sea! ¿Quién hubiera pensado que esas minucias domésticas podrían ser tan sexis? Siento como si mi cerebro se revolviera al ritmo de ese huevo.

¿Sería muy raro si me empezara a tocar aquí mismo, en la mesa del desayuno?

¿O si sacara un juguete?

—Aquí tienes. —Vacía la sartén en otro plato y acerca esa delicia a la mesa, junto con una botella de kétchup.

Yo me lanzo sobre mi comida. Después de todos los esfuerzos de anoche, mi apetito está por las nubes.

—Son las ocho cuarenta y cinco —digo cuando mi hambre se sacia al menos un poco—. Eres una leyenda por estar en tu oficina desde el amanecer. ¿Qué pasa?

Él se encoge de hombros.

—Lo hermoso de no tener jefe es que me levanto cuando quiero.

—Apuesto a que eso está muy bien. —Me meto más huevo en la boca—. ¿Pero cómo llegaste tú a ser dueño de tu propia empresa para empezar?

Él sonríe.

—Después de la universidad, trabajé algún tiempo para Bloomberg. Como vivía con mis padres, pude ahorrar un poco de dinero. Cuando me di cuenta de que necesitaba llevar yo mismo las cosas si no quería volverme loco, les pedí a mis padres un préstamo para ayudarme a abrir Binary Birch. El resto es historia.

—Impresionante —digo, atacando el resto de mis huevos. Y lo estoy diciendo en serio, además. Ser propietario de una empresa de software de éxito a los treinta y dos no es poca cosa.

—¿Qué planes tienes para hoy? —me pregunta él.

Me trago los huevos que llevo en la boca.

—Redactar las conclusiones de las pruebas de Belka. Reunirme con Sandra para darle la buena noticia y, con suerte, que me asigne un nuevo proyecto. Después de eso, tengo una reunión con Mike Ventura.

Él frunce el ceño.

—¿Con Ventura? ¿Para qué?

¿Son celos eso que noto en su voz?

—Para charlar sobre códigos —le digo.

—Ya veo —dice, y su ceño fruncido se esfuma—. Sabes que si tienes alguna pregunta sobre programación puedes hablar conmigo. Puede que sepa una cosa o dos que Ventura no sabe.

—Voy a tomarte la palabra en eso. —Le sonrío con picardía—. ¿Quieres que cancele la reunión con Mike?

Él pincha el último pedazo de su comida.

—No pasa nada. Ventura es un codificador decente. No creo que sus consejos puedan causarte ningún daño.

Cojo nuestros platos vacíos y los llevo al fregadero.

—¿Y tú? ¿Tienes grandes planes para hoy?

Para mi profunda decepción, comienza a ponerse la camisa.

—Reuniones. Entrenamiento de lucha Krav Maga. Almorzar contigo, suponiendo que te apetezca.

Ajá. ¿Es el Krav Maga lo que hace que esté tan en forma?

—Creo que podría estar libre para comer. —Mi sonrisa ansiosa hace que sea difícil hacerme la dura ni aparentar timidez.

—Bien. ¿Te importa si dejo a Oracle aquí? —Hace un gesto hacia el acuario—. Les he puesto de comer y ella y Mona se lo están pasando bomba jugando.

—Por supuesto que sí.

Sobre todo porque eso garantiza que tendrás que venir a buscarla.

Y tal vez te quedes otra vez.

Y...

—Ven a cerrar la puerta detrás de mí —dice.

Le sigo hasta allí.

Él se pone los zapatos.

De repente, me invade la vergüenza.

—¿Adiós?

—No. —Él se inclina hacia mí y me da el beso de despedida más sexy de toda mi vida. Cuando se yergue, sus labios están dibujando una sonrisa de pura superioridad masculina—. Ahora sí, adiós.

Cierro la puerta mientras me abanico con la mano.

Ese hombre me va a convertir en una adicta al sexo.

Camino con pies ligeros, dando saltitos hasta la sala de estar. Abro mi ordenador y termino la documentación de las pruebas... sonrojándome al acordarme de todo mientras tecleo.

Cuando termino, les echo un ojo a las cobayas. Se están acicalando mutuamente, felices como perdices en un restaurante vegano.

Como ya falta poco para mi reunión con Sandra, me pongo de camino hacia la oficina.