Mientras nos acomodamos en la sala de reuniones, Sandra no me mira a los ojos.
Qué cosa tan rara.
¿Cree que estoy a punto de decepcionarla?
—Tengo buenas noticias —digo, y le informo de que he completado las pruebas.
—Eso es genial —dice ella, todavía sin mirarme a los ojos—. Estoy segura de que el Sr. Chortsky estará muy complacido.
¿Acaba de hacer una mueca al final de esa frase?
¿De qué diablos va esto?
—Ahora ya estoy lista para nuevos proyectos —le digo—. ¿Tienes algo interesante que probar para mí?
Me mira por fin.
—Esto es algo repentino. Déjame que lo piense, y te diré algo.
Vale. Supongo que la he pillado por sorpresa al terminar tan rápidamente con este proyecto. Aún así, no puedo evitar sentir que se está comportando de una manera extraña.
—¿Qué tal te va todo en general? —pregunto.
¿Es posible que tenga algún problema de salud?
Ella se pone en pie.
—Todo va estupendamente. Pero tengo otra reunión, así que será mejor que me dé prisa.
Vale, pues nada.
Espero a que salga y miro la hora.
Aún faltan unos minutos para mi reunión con Mike.
Voy a la sala de descanso y me hago una infusión, preguntándome todo el rato si Vlad me va a pillar otra vez ahí.
O más bien, esperando que lo haga.
Pues no. Me termino la infusión sin rastro alguno de Vlad.
Llego temprano a la sala de reuniones y me tomo otra taza de infusión mientras compruebo si hay nuevos mensajes del Fantasma. Si Mike resulta ser mi misterioso mentor, sería de buena educación haberme puesto al día con sus consejos.
Parece ser que el Fantasma estaba demasiado ocupado para escribir.
Oh, bueno. Tal vez, igual que yo, tuvo un lunes ajetreado.
Saco el teléfono del trabajo para revisar mi correo electrónico, pero antes de que pueda hacerlo, la puerta de la sala de reuniones se abre y Butt-Head, quiero decir, Mike, entra lentamente.
Con una amplia sonrisa, pasa junto a una docena de sillas antes de dejarse caer en la que tengo al lado.
¿Están todos comportándose de una forma muy rara o es que pasa algo conmigo?
—¿Dónde está tu portátil? —Dejo el teléfono sobre la mesa—. Yo no me he traído el mío.
—¿El portátil? —Me mira boquiabierto como si me hubiera salido una cresta de pelo rosa en la cabeza.
Lo miro confundido.
—¿No necesitamos una pantalla para mirar los códigos?
Su silla se arrima a la mía.
—En realidad, tengo una confesión que hacerte. No era de códigos de lo que quería hablar contigo.
¿Por qué me está esto dando mala espina?
Alejo mi silla.
—¿Entonces de qué?
Él se acerca y puedo oler su aliento a café rancio y ajo todavía más rancio.
—Se rumorea que estás usando a los tíos de la oficina para probar juguetes eróticos... y quiero que me apuntes en esa lista.