Extracto de El titán de Wall Street

Un multimillonario que busca la esposa perfecta…


A los treinta y cinco, Marcus Carelli lo tiene todo: riqueza, poder y la clase de físico que deja a las mujeres sin aliento. Como multimillonario hecho a sí mismo, dirige uno de los mayores fondos de cobertura de Wall Street y es capaz de hundir a las compañías más importantes con una sola palabra. ¿Lo único que le falta? Una esposa que suponga un logro tan grande como los miles de millones de su cuenta bancaria.


Una loca de los gatos que necesita una cita…


A Emma Walsh, dependienta de una librería de veintiséis años, le han dicho que es la loca de los gatos y con motivos. Ella no está exactamente de acuerdo con esa afirmación, pero es difícil discutir los hechos. ¿Ropa harapienta cubierta de pelos de gato? Correcto. ¿Último corte de pelo profesional? Hace más de un año. Ah, y ¿tres gatos en un pequeño estudio de Brooklyn? Sí, también es el caso.


Y encima no, no ha tenido una cita desde… bueno, ni es capaz de recordarlo. Pero eso tiene solución. ¿No es precisamente para lo que sirven las webs de citas?


Un caso de confusión de identidad…


Una casamentera para la élite, una aplicación de citas, una confusión que lo cambia todo… Tal vez los opuestos se atraigan pero, ¿es posible que duren?

Estoy casi dando saltitos por la emoción mientras me acerco al café Sweet Rush, donde se supone que he de encontrarme con Mark para cenar. Esta es la cosa más loca que he hecho en mucho tiempo. Entre mi turno nocturno en la librería y su horario de clases, no hemos tenido la oportunidad de hacer más que intercambiar algunos mensajes de texto, así que todo lo que tengo son esas dos imágenes borrosas. Aun así, tengo un buen presentimiento.

Siento que Mark y yo realmente podríamos conectar.

Llego unos minutos antes, así que me paro junto a la puerta y me tomo un instante para quitarme el pelo de gato de mi abrigo de lana. El abrigo es beige, lo cual es mejor que negro, pero el pelo blanco es visible en todo lo que no sea blanco puro. Supongo que a Mark no le importará demasiado, sabe cuánto pelo sueltan los persas, pero aun así quiero estar presentable para nuestra primera cita. Me costó alrededor de una hora, pero conseguí que mis rizos más o menos se comportaran, e incluso llevo un poco de maquillaje, algo que sucede con la frecuencia de un tsunami en un lago.

Respirando profundamente, entro en el café y miro a mi alrededor para ver si Mark podría estar ya por allí.

El sitio es pequeño y acogedor, con asientos estilo reservado dispuestos en semicírculo alrededor de una barra. El olor a granos de café tostados y productos de panadería es delicioso, y hace que mi estómago retumbe de hambre. Planeaba tomarme solo un café, pero también decido comprar un cruasán; mi presupuesto debería llegarme para eso.

Solo hay ocupados unos cuantos reservados, probablemente porque es martes. Los escaneo, buscando a cualquiera que pueda ser Mark, y me fijo en un hombre sentado solo en la mesa más alejada. Está de espaldas a mí, así que todo lo que puedo ver es la parte posterior de su cabeza, pero su cabello es corto y de color marrón oscuro.

Podría ser él.

Haciendo acopio de todo mi coraje, me acerco al reservado.

—Disculpa —digo—. ¿Eres Mark?

El hombre se da vuelta para mirarme y mi pulso se dispara hacia la estratosfera.

La persona frente a mí no se parece en nada a las imágenes de la aplicación. Su cabello es castaño y sus ojos son azules, pero esa es la única similitud. No hay nada redondeado o tímido en los marcados rasgos del hombre. Desde la mandíbula de acero hasta la nariz aguileña, su rostro es audazmente masculino, estampado con una seguridad en sí mismo que raya en la arrogancia. Un toque de barba sin afeitar ensombrece sus delgadas mejillas, haciendo que sus pómulos altos se marquen aún más, y sus cejas son gruesas barras oscuras sobre unos ojos penetrantes y pálidos. Incluso sentado detrás de la mesa, se ve alto y poderoso. Sus hombros parecen kilométricos enfundados en su traje hecho a medida, y sus manos son dos veces más grandes que las mías.

De ningún modo puede ser este el Mark de la aplicación, a menos que se haya pasado un montón de tiempo en el gimnasio desde que se hicieron esas fotos. ¿Es posible? ¿Podría una persona cambiar tanto? No indicó su altura en el perfil, pero supuse que la omisión significaba que era “verticalmente poco agraciado”, igual que yo.

El hombre al que estoy mirando no es poco agraciado en ningún sentido, y ciertamente, no lleva gafas.

—Soy... soy Emma —tartamudeo, mientras el hombre continúa mirándome, con rostro serio e inescrutable. Estoy casi segura de que me he equivocado de persona, pero aun así me obligo a preguntar—: ¿Tú no serás Mark, por casualidad?

—Prefiero que me llamen Marcus —me responde, dejándome anonadada. Su voz tiene un sonido profundamente masculino que despierta algo femenino y atávico dentro de mí. El corazón me late todavía más deprisa, y las palmas de mis manos empiezan a sudarme cuando él se pone en pie y me suelta sin rodeos: —No eres lo que me esperaba.

—¿Yo? —¿Qué demonios? Una oleada de furia desplaza de un empujón a todas las otras emociones mientras miro boquiabierta al gigante maleducado que tengo delante de mí. El gilipollas es tan alto que tengo que estirar el cuello para mirarlo—. ¿Y tú? ¡No te pareces en nada a tus fotos!

—Creo que los dos hemos sido engañados —dice él, apretando la mandíbula. Antes de que pueda responder, hace un gesto hacia el reservado—. De todos modos, puedes sentarte igualmente y comer conmigo, Emmeline. No he venido hasta aquí para nada.

—Es Emma —corrijo, echando chispas—. Y no, gracias. Me voy a ir yendo.

Sus fosas nasales se ensanchan, y da un paso a la derecha para bloquearme el camino.

—Siéntate, Emma. —Hace que mi nombre parezca un insulto—. Tendré una charla con Victoria, pero por ahora, no veo por qué no podemos compartir una comida como dos adultos civilizados.

Las puntas de mis orejas arden de furia, pero me deslizo en el reservado en lugar de montar una escena. Mi abuela me inculcó la cortesía desde una edad temprana, e incluso siendo una adulta que vive por su cuenta, me resulta difícil ir en contra de sus enseñanzas.

Ella no aprobaría que pateara a este idiota en las pelotas y le dijera que se fuese a la mierda.

—Gracias —dice, deslizándose en el asiento frente al mío. Sus ojos brillan con un azul gélido mientras coge el menú—. No ha sido tan difícil, ¿verdad?

—No lo sé, Marcus —digo, haciendo especial hincapié en su nombre formal—. Solo llevo cerca de ti dos minutos y ya tengo ganas de asesinar a alguien. —Suelto el insulto con una sonrisa propia de una dama, que mi abuela aprobaría, y arrojando el bolso a la esquina del reservado, cojo el menú sin molestarme en quitarme el abrigo.

Cuanto antes comamos, antes podré salir de aquí.

Una risita profunda me sobresalta, y levanto la vista. Para mi sorpresa, el imbécil se está riendo, con sus dientes lanzando blancos destellos desde su rostro ligeramente bronceado. Noto, con envidia, que no tiene ninguna peca; su piel tiene un tono uniforme, sin un lunar de más siquiera en la mejilla. No es guapo al estilo clásico, sus rasgos son demasiado marcados para poder describirlo de ese modo, pero es asombrosamente atractivo de una forma potente y puramente masculina.

Para mi disgusto, una pequeña punzada de calor me lame las entrañas, haciendo que mis músculos internos se tensen.

No, de ninguna manera. Este gilipollas no me está poniendo caliente. Apenas puedo soportar sentarme en la mesa frente a él.

Apretando los dientes, miro mi menú, notando con alivio que los precios en este lugar son realmente razonables. Siempre insisto en pagar mi propia comida en mis citas, y ahora que he conocido a Mark, perdón, a Marcus, no estaría fuera de lugar pensar que sería propio de él que me arrastrara a algún sitio lujoso donde un vaso de agua del grifo costase más que un chupito de tequila Patrón. ¿Cómo es posible que me haya equivocado tanto con este tío? Claramente, había mentido sobre lo de trabajar en una librería y ser estudiante. Con qué fin, no lo sé, pero todo lo relacionado con el hombre frente a mí grita riqueza y poder. Su traje a rayas se amolda a su figura de hombros anchos como si estuviera hecho a medida para él, su camisa azul está almidonada y estoy bastante segura de que su corbata de sutiles cuadros es de un diseñador que hace que Chanel parezca una de las firmas de Walmart.

Mientras noto todos esos detalles, una nueva sospecha brota en mi mente. ¿Pudiera ser que alguien me esté gastando una broma? ¿Kendall, tal vez? ¿O Janie? Las dos conocen mis gustos en cuanto a chicos. Tal vez una de ellas decidió atraerme a una cita de esta manera, aunque el por qué me han organizado una cita con él, y él ha accedido, es un gran misterio.

Frunciendo el ceño, levanto la vista del menú y estudio al hombre frente a mí. Ha dejado de sonreír y está examinando el menú, con la frente fruncida en un ceño que lo hace parecer mayor que los veintisiete años que figuran en su perfil.

Esa parte también debe de haber sido una mentira.

Mi ira se intensifica.

—Entonces, Marcus, ¿por qué me has escrito? —Dejando caer el menú sobre la mesa, lo fulmino con la mirada—. ¿Tienes gatos siquiera?

Él levanta la vista, y su ceño se hace más profundo.

—¿Gatos?... No, por supuesto que no.

Su tono burlón me hace querer olvidarme del todo de lo que mi abuela desaprobaría y darle una bofetada en su cara delgada y angulosa.

—¿Es esto algún tipo de broma pesada para ti? ¿Quién te ha convencido para esto?

—¿Perdona? —Sus pobladas cejas se elevan en un arco arrogante.

—Oh, deja de hacerte el inocente. Me mentiste en tu mensaje y tienes el descaro de decir que yo no soy lo que esperabas. —Prácticamente puedo sentir como el humo se escapa de mis oídos—. me enviaste un mensaje a , y yo fui completamente sincera en mi perfil. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y dos? ¿Treinta y tres?

—Tengo treinta y cinco años —dice lentamente, volviendo a mostrarme su ceño—. Emma, ¿de qué estás hablando?...

—Ya está bien. —Agarrando mi bolso por la correa, me deslizo fuera del reservado y me pongo de pie. Enseñanzas de la abuela o no, no voy a comer con un imbécil que admite haberme engañado. No tengo idea de qué haría que un tipo así quisiera jugar conmigo, pero no voy a ser el blanco de alguna broma—. Disfruta de tu comida —gruño, dándome la vuelta, y me voy andando a grandes zancadas hacia la salida antes de que pueda cerrarme el paso otra vez.

Tengo tanta prisa por irme que casi derribo a una morena alta y delgada que se acerca al café y al chico bajo y regordete que llega detrás de ella.

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